miércoles, 24 de diciembre de 2008

Sacerdocio de Aarón, sacerdocio de Melki-Tsedeq

Podríamos estar hablando de sabiduría perenne; podríamos estar hablando de Tradición (así, con mayúscula); incluso de ascesis y gnosis. Pero, en el fondo, estamos hablando de aquello que el ser humano puede llegar a creer, sobre él y sobre el mundo que lo rodea – visible o invisible. Estamos hablando de la capacidad infinita del ser humano para creer cualquier cosa.

Y, en cuanto a creencias, para el Coyote sólo alcanzan la categoría de válidas para la vida, aquellas que te ayudan a continuar adelante; toda creencia que incluya sacrificio, resentimiento, una aceptación acrítica y dogmática de ella misma, no merece la pena ser tenida en cuenta, más que como una anécdota en la evolución espiritual de la humanidad. Aunque es cierto que, de anecdóticas, algunos conjuntos de creencias han pasado a convertirse en verdaderos escollos para esa evolución tanto tiempo pospuesta.

Y es que, como las muletas, las creencias sólo deben servirnos de apoyo en el momento en que nos son precisas; cuando nuestra pierna se ha curado, debemos saber dejar atrás esas muletas: de lo contrario, nos acostumbramos a ellas, y se convertirían en imprescindibles, y nuestras piernas se deformarían irremediablemente por el uso innecesario de éstas. Algo parecido le ocurre al ser humano con respecto al planeta; llevamos muchos siglos amparados a las faldas de mamá; sus pechos se agotan, sus caderas se estrechan. Aquejados del típico egoísmo infantil, nos negamos a ver que el momento de dejar el nido ya llegó hace tiempo.

A todo esto, y según el Coyote, está por ver si las condiciones y limitaciones que el ser humano ha puesto sobre sí mismo, no han terminado ya con cualquier posibilidad de que la filosofía perenne tenga vigencia aún. La implantación a nivel global de ciertas estructuras económicas, han dado lugar a que prácticamente cualquier creencia tenga cabida dentro de ellas, y todas al mismo nivel de ineficacia: actualmente, se puede sostener el ateísmo materialista, el budismo zen o el cristianismo ortodoxo, con las mismas consecuencias espirituales en cualquiera de los tres casos, esto es, ninguna. Ninguna creencia está por encima de otra, en el sistema global/neoliberal; lo importante es que se mantengan las condiciones materiales, y no de ningún otro tipo, a costa de lo que sea. La llegada del Mahdi, del Mesías, o del Segundo Advenimiento, no tiene ninguna relevancia; mientras el sistema económico se mantenga estable, la sociedad puede seguir creyendo lo que le venga en gana. Aunque esta creencia sólo le valga para soportar el día a día, para sostener con firmeza la venda, para acorazarse frente al desequilibrio que ayudamos a aumentar con nuestra inacción día tras día; aunque esta creencia no le sirva en absoluto para conocerse mejor a sí mismo, y poder así avanzar en la sinuosa y umbría floresta de la evolución espiritual.

Y eso sin contar con las innumerables herejías y deformaciones que provoca esta desorientación espiritual; hablemos de Ramtha, por ejemplo: la Fundación Ramtha para la Iluminación, con sede legal en los U.S.A., fue fundada por la médium J. Z. Knigth, un ama de casa de Tacoma, Washington. Según se cuenta, ésta comenzó a canalizar comunicaciones de un espíritu de avanzado nivel, quien en vida mortal había sido Ramtha, un bárbaro mercenario de la antigua Lemuria. A lo que parece, la tal Knigth hizo una buena ensalada entre las novelas de Conan de R. E. Howard, y los manuales de teosofía de la Blavastky. Por supuesto, los mensajes enviados por Ramtha adolecen todos de esa semántica neutral e ineficaz, que numerosos espíritus ficticios de numerosas sectas han revelado a la humanidad, ya se sabe: Paz y Amor universales. ¿Y qué hay de los casi desconocidos “encantadores de serpientes”, casualmente de origen también norteamericano, en este caso Alabama, Luisiana y otros estados del sur? Como herejía del cristianismo, los encantadores se basan en unos versículos de la Biblia, donde se afirma que los que sigan a Jesús no deberán temer ponzoña de serpientes, o algo parecido. Pues bien, en las misas, que se dilatan durante horas, los predicadores juegan con peligrosas serpientes venenosas, se las pasan por encima, y terminan entrando en estados casi extáticos de conciencia. Curiosamente, el fundador de este heterodoxo movimiento murió mordido por una de estas serpientes. Y ni tan siquiera hemos mencionado el espiritismo, las sectas OVNI-cristianoides, la new-age o el Opus Dei.

Hablamos, por tanto y de una forma muy generalizada, de dos maneras diferentes de entender la vida y la evolución espiritual. El sacerdocio de Aarón y el sacerdocio de Melki-Tsedeq.

Sobre Melquisedek narra el Génesis que era el rey-sacerdote de Salem (en concreto su título es rey de justicia en Salem, signifique eso lo que signifique), contemporáneo a Nimrod y su torre de Babel; reconocido por su sabiduría, ya era sacerdote del Altísimo, antes de que Abraham hubiese aún fundado la larga estirpe del Pueblo Elegido. El bueno de Abdel Wahid Yahia, René Guenon para los gentiles, señalaba que en la figura de Melquisedek, se representa la encarnación del concepto de Rex Mundi en la tradición judeo-cristiana, y en Salem su equivalente para el reino subterráneo de Aggartha; superior a Abraham, él lo bendice, e incluso instituye la tradición del diezmo, que el patriarca ofrece a Melki-Tsedeq.

Aarón, en cambio, es quizá algo más conocido, puesto que aparte del Antiguo Testamento, ha aparecido en algunas películas basadas en el Éxodo y la vida de su hermano, Moisés, que se narra en el Deuteronomio y otros Libros. Con el establecimiento del sacerdocio hebreo, en la tribu de Leví (a la cual pertenecía Aarón), también se establece un diezmo, pero éste porque los sacerdotes deberán estar exentos de trabajos manuales, y dedicarse exclusivamente a los servicios del templo; no es ya, por tanto, el reconocimiento de una superioridad, tanto en cuanto autoridad temporal (pues Melquisedek era rey de Justicia), como en autoridad espiritual (siendo simultáneamente sacerdote del Altísimo). Es la diferencia fundamental entre estos dos órdenes sacerdotales.

A partir de la institución del sacerdocio de Aarón, el poder terrenal y el espiritual deberán marchar separados; así ha de ser, pues de ello depende la supervivencia de Israel. Intérpretes heterodoxos de la Biblia, tal como el bueno de Baruch Spinoza, han entendido la historia de la nación israelita, según se cuenta en el Antiguo Testamento, como una oscilación entre la necesaria separación de las dos autoridades, espiritual y temporal, y la interferencia histórica entre ambas, la cual explicaba los momentos de zozobra del pueblo de Israel. Y de cualquier otra nación, puesto que Spinoza escribía para el europeo moderno, y con la intención de que se tomase como modelo de separación de poderes lo expuesto en el Antiguo Testamento, a ese respecto. Y no sólo, pues, en los largos siglos de la Edad Media era motivo de disputa teologal (y no sólo, también y sobre todo, de cruentas guerras) las atribuciones que correspondían al papa en cuestiones terrenales, y a la inversa, hasta dónde podía meter mano el rey o el emperador en cuestiones espirituales. Ahí está por ejemplo, el famoso Leviatán de Hobbes, un cuerpo formado por todos los hombres (el Estado), en cuya cabeza reposaba la corona de la autoridad soberana, con el poder terrenal – la espada – en una mano, y el poder espiritual – el cetro – en la otra, bien separados. Y, desde entonces, el objetivo de humanistas, ilustrados, liberales y otros, no ha sido otro que apartar a la Iglesia patriarcal y paternalista de la influencia de la evolución social y política del ser humano hacia su emancipación. Que lo que haya sustituido a la Iglesia en ese papel sea algo mucho peor, eso ya es otra cuestión.

Como dato anecdótico (o quizá no tanto), Guenon señala a Melquisedek como el representante de una estirpe de reyes-sacerdote, que enlaza con los apócrifos y legendarios reyes magos – llamativa se presenta entonces la similitud etimológica con el nombre de uno de ellos, Melki-Or. Todos ellos, preservadores de una Tradición anterior; esa que desde el centro original irradiaba sus conocimientos, que en parte ha cristalizado en tradiciones particulares, y que en esencia es esa filosofía perenne que reveló para las masas Aldous Huxley, entre otros. Cuando los reyes magos se presentaron en el pueblecito de Belén (Beth-Elem, o la Casa del Señor, en una etimología espuria), y realizaron la consabida adoración del Niño Sagrado, estaban, pues, dando lugar a un reconocimiento por parte de la Tradición de un nuevo orden en el mundo. Y, más allá, Guenon llega a asegurar que estos “magos de oriente” son enviados del Aggartha, el centro original de transmisión de la Tradición en este Ciclo, que ratifica este hecho. Aunque algunas tradiciones cristianas listan a estos reyes magos en número superior a tres: el cuarto rey, el Artabán de las leyendas, por ejemplo, que se entretuvo tanto por el camino en actos de caridad, que sólo pudo llegar a ver al Cristo ya en su momento de crucifixión; o los cristianos armenios, que tienen entre siete y nueve reyes magos.


Sin embargo, para esta interpretación tradicionalista de Guenon, es conveniente que sean tres: cumpliendo así cada uno una de las funciones tradicionales que, tanto al Rey del Mundo de las leyendas del Aggartha, como al veterotestamentario Melquisedec se les han atribuido. Esto es, el oro que se le ofrece representa la soberanía terrenal (por “rey”); el incienso, que representa la soberanía religiosa (por “sacerdote”); y, finalmente, la mirra, que representaría en este caso la soberanía espiritual (por “profeta”).

¡Feliz solsticio de invierno y feliz muerte/renacimiento del Sol!

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Quinta Entrega

5. Reflexiones frente a la dinamita

Una de dos: O bien la rubia le había timado, y estaba realmente conchabada con los malos; o bien, el difunto Beauremont tenía relación con esos tipos, antes de que alguien lo enviara al otro barrio de la manera más horrible que cabe imaginar. Sobre lo segundo, tampoco sería ninguna sorpresa. No sería la primera vez que un anticuario se mete en asuntos turbios, ¿no es así? Eso explicaría su final, y daría cierto sentido a toda aquella farsa.

Y al investigador privado Quentin Coward no le vendría mal encontrar algún sentido a todo aquello: no en vano, el temporizador de la dinamita continuaba su inexorable cuenta atrás, y con él bien atado a la silla, poco podía hacer, más que tratar de encontrarle cierto sentido al que parecía su último caso.

Si tan sólo hubiese previsto la mitad de lo que le iba a ocurrir, cuando la rubia entró en su despacho, solicitando sus servicios y contoneando sus largas piernas, no habría aceptado. Tampoco le habría dicho descaradamente que la memoria de su encuentro le iba a ser útil aquella noche (“Vamos, señor Coward, pensaba que ud. era un hombre de acción, no de los que se quedan sólo con el recuerdo”, había dicho ella, sin sonrojarse).

Efectivamente, era un hombre de acción; y cuando ella le encargó encontrar la agenda de citas del finado anticuario Beauremont (a cambio de una abultada suma, que cerraría el pico de sus acreedores), Coward se pateó todos los tugurios donde sabía se mercadeaba contrabando. Habló con el estirado jefe de subastas de Sotheby´s; habló con sus confidentes de la policía y la prensa. Nada, el tipo había muerto horriblemente descuartizado, pero sus asesinos no habían dejado rastro alguno. Y lo que le había dicho el forense, aquella especie de, ¿cómo lo había llamado? ¿Protoplasma? Cubriendo todo el cuerpo del muerto. Aquello lo complicaba aún más.

Las pocas pistas que había conseguido, sin embargo, le llevaron hasta aquel almacén en los muelles; agazapado tras unas enormes cajas que contenían ídolos de Bali y Nueva Guinea (traídos ilegalmente al país, por supuesto), escuchó al jefe de la banda; y reconoció la timbrada voz de la rubia que había contratado sus servicios. El sonido de la maquinaria del puerto, desgraciadamente, no le permitía distinguir todo lo que se hablaba, pero sin duda estaban discutiendo. Luego, uno de los matones le descubrió y le dejaron como estaba.

Escasa media hora (actualmente, menos de quince minutos), antes de que la Dama de la Guadaña visitase a Coward. Cuando fue capturado, el rostro de la rubia era un témpano de hielo, pero el detective ignoraba si era porque le daba igual lo que le terminase pasando a él; o bien porque no quería que los matones viesen que le afectaba de alguna manera. La dinamita cerca de él, pero no lo suficiente como para poder alcanzarla. Sólo un sádico haría algo así (¿El mismo tipo de sádico que descuartizaría a un hombre, sólo por encontrar una agenda de citas? ¿Y qué maldita información vendría en la agenda, que valía más que la vida de un hombre?)

La cuenta atrás llegaba a su final. De haber sido religioso, se habría puesto en paz consigo mismo; Coward, sin embargo, no era de ese tipo, desde luego. Con denodados esfuerzos, consiguió agarrar el cortaplumas de su bolsillo; su ingenio hizo el resto. Con segundos para la detonación, pudo lanzar la dinamita a las contaminadas aguas del puerto, poniéndolos a todos perdidos. Mejor eso que lo otro.

Primero los contrabandistas; luego la rubia. Para Quentin Coward, ahora era personal.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Cuarta Entrega

4. El guía del desfiladero

Llyr ab Partha, del clan Cuervo Azul, abría la comitiva que marchaba por el estrecho desfiladero, conocido como la Muerte Blanca; detrás de él, un numeroso grupo de bandidos de Kathuria le seguía, la mayoría pegados todo lo que podían a la afilada pared. No era para menos, pues un poco más atrás un par de ellos perdieron pie, y se vieron arrastrados al profundo abismo; lo cual era toda una suerte para los difuntos, según Llyr ab Partha. Dado lo que les aguardaba al final de la marcha, y que todos ignoraban excepto él, aquel sin duda había sido un final piadoso – y no, según Llyr, el que realmente merecían.

Por mercaderes y viajeros ocasionales, que habían pasado por su aldea, Llyr había escuchado que los habitantes de Kathuria, Lemur y Acheron, tenían a las tribus del lejano y helado norte, entre las que se encontraba el clan Cuervo Azul, por bárbaros sin cultura; ellos, sin embargo, se tenían a sí mismos como la cumbre del refinamiento y la civilización. Llyr se preguntaba, mientras avanzaban por el angosto pasillo congelado con suma cautela, si con refinamiento, se referían a las brutales artes de tortura y muerte, de las que había comprobado con el corazón hecho añicos que eran expertos los bandidos.

La mitad de los habitantes de su aldea estaban muertos, o mutilados; las cabañas y los escasos enseres, arrasados y quemados. Sólo habían quedado algunos niños y mujeres con vida, junto con algunos matones, que los retenían como rehenes. Querían asegurarse de que Llyr, el mejor guía de las heladas tierras hiperbóreas, pusiese todas sus mañas de montaraz al servicio de aquel grupo de bandidos de los reinos civilizados. Mientras continuaban su arriesgado avance, Llyr maldecía mentalmente a quien hiciera correr el rumor original de que, detrás del desfiladero de la Muerte Blanca, se encontraba el Valle Secreto, donde una anciana y olvidada ciudad de basalto guardaba un fabuloso tesoro. Y maldecía igualmente a aquellos que aseguraron que la tribu del Cuervo Azul era secular custodia del paso del desfiladero que llevaba al Valle Secreto.

Llegados, sin embargo, a un punto concreto del camino, Llyr provocó un alud, que se llevó a la mitad de los bandidos; escabulléndose, desapareció de la vista de todos. No lo buscaron mucho, sin embargo, puesto que un poco más adelante, descubrieron las ruinosas puertas de la ciudad perdida, prueba de la existencia del tesoro que les había llevado hasta allí. Se abalanzaron con codicia, sin pensar más que en el brillo del oro.

No pudieron, sin embargo, llegar a comprobarlo. Puesto que todos ellos ignoraban que la Muerte Blanca no hacía referencia solamente al desfiladero; Llyr ab Partha, que fue testigo del terrible final de los bandidos desde su privilegiado escondrijo, era muy consciente del significado; la Muerte Blanca hacía referencia, sobre todo, al guardián del Valle Secreto.


Próxima y última entrega: Reflexiones frente a la dinamita

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Tercera Entrega

3. Ases en Acción

Después de acabada la guerra, Johnny Hawkboy Hudson y sus muchachos decidieron instalar su base de operaciones en un remoto archipiélago del Pacífico. Desde allí, podían encargarse de la erradicación de la piratería en aquellos mares, y mantener siempre a punto sus hermosos cazas e hidroaviones, en caso de que el mundo libre necesitase de nuevo ser salvado por los conocidos “Cazadores del Aire”, ases de la aviación y condecorados héroes de guerra.

La mayor parte de la labor consistía en oponerse a esos incansables piratas chinos, liderados por la hermosa y fatal Nu Hua, también llamada Flor de Jade; Hawkboy y los Cazadores del Aire, sin embargo, también hubieron de hacer frente a amenazas como las del Doktor Panzerfaust y su temible enjambre gorila; o tratar de deshacer los retorcidos planes de conquista mundial del insidioso Doctor Diabólico.

Johnny recuerda que estuvo haciendo un vuelo de reconocimiento, una tarde especialmente tranquila, por las islas de la zona; no quería que ni él ni su querida Betty (el nombre que le había dado a su fiel caza Brewster F2A Buffalo mejorado en sus talleres) perdiesen la costumbre. Entonces fue cuando comprobó extraños movimientos en una isla volcánica aparentemente deshabitada. Siguiendo su instinto y su curiosidad, Hawkboy descubrió toda una base secreta en el interior del volcán. Dentro de ella, la terrible Sociedad del Dragón Amarillo, sociedad criminal de la que era líder indiscutido el Doctor Diabólico, realizaba todo tipo de actividades ilícitas: entre otras, contrabando, tráfico de estupefacientes, prostitución ilegal, y unos terribles experimentos, con una volátil substancia conocida como “Jade explosivo”. Con el mismo, planeaban extorsionar a las naciones del mundo, y así ponerlas bajo el dominio de su único amo, el insidioso Doctor Diabólico.

Hawkboy, una vez más, consiguió boicotear los malvados planes del Doctor, escapando en el último momento de la isla, con el volcán entrando de nuevo en erupción, y las instalaciones secretas hundiéndose tras de sí en lava ardiente.

Gracias a él, el mundo libre podía dormir tranquilo otra semana más.


Próxima entrega: El guía del desfiladero

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Segunda Entrega

2. La alargada sombra de la justicia

El plan había salido a la perfección; la hora prevista, los actores previstos, los pasos dados correctamente. Ahora, la banda huía en la noche a toda velocidad, en su sedan beige con el maletero rebosante de riquezas. Reían y gritaban de la excitación, de la emoción del éxito, y de todo un futuro por delante asegurado.

Había resultado tan fácil, que para el líder de la banda resultaba inclusive sospechoso. Todo había ido como mantequilla derretida, untada sobre seda; demasiado fácil. Quizá, pensó, mientras sus hombres pegaban risotadas y seguían celebrándolo, todo no había sido más que una trampa. Quizá, pensó, ahora mismo los estuviesen siguiendo. Miró atrás por el retrovisor, ni rastro de policía. Sin embargo...

Por un instante, algunos coches atrás, siguiéndoles a cierta distancia. ¿Era aquel cadillac negro, que acosaba las pesadillas de todos los delincuentes de la ciudad? No, imposible. Todo había resultado de una eficacia irreprochable; todavía no se podían haber dado cuenta del robo. Pero, durante unos segundos, antes de que el cadillac negro se resguardase detrás de un camión, habría jurado ver al conductor; antifaz negro, capa negra. Voluntad de justicia imparable.

No, era imposible. No el Fantasma Justiciero; ¿cómo podía haberse enterado tan pronto? Y cuando aún estaba tratando de convencerse de que había sido una mala pasada de los nervios, el imponente cadillac negro se puso a la altura del sedan beige de los ladrones. El Fantasma miró hacia ellos, con pupilas blancas, y un gesto de mortal seriedad. El caos se hizo dentro del coche; uno de los matones trató de disparar al Fantasma, mientras el conductor empujaba el cadillac, para echarlo fuera de la autopista.

Sin saber muy bien cómo, dejaron atrás al Fantasma. Aún con la adrenalina poniéndoles los vellos de punta, se dieron cuenta de que se habían quedado solos en la autopista. Ningún coche les seguía. Mirando atrás, si les seguía el cadillac fantasma, no pudieron ver la barrera que les esperaba adelante en la carretera.
Fueron masacrados a base de metralla, dejando a los pasajeros del vehículo, y al coche mismo ventilado como un colador. Unos hombres de tez amarilla y ojos rasgados abrieron el maletero, tomaron su contenido, y desaparecieron en la noche.

Cuando el Fantasma Justiciero llegó hasta el coche masacrado, las pistas le condujeron directamente a la base secreta del insidioso Doctor Diabólico, en las alcantarillas de la ciudad.


Próxima entrega: Ases en acción

martes, 9 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Primera Entrega

1. La sombra en el quicio de la ventana


Charles Beauremont, reputado anticuario y especialista en incunables, siempre había sospechado que el ser humano vive en una plácida isla de ignorancia, rodeado de los vastos océanos de la eternidad. Encontrar en una librería de viejo de la antigua judería un ejemplar del nefasto “Liber Hyperboreas” que se creía perdido hasta ese momento, se lo confirmó. Después de pagar su desorbitado precio al siniestro y anciano librero, se dirigió directamente a su estudio, nervioso por la anticipación. Se acomodó en su sillón preferido, habiéndose servido una copa de su mejor brandy y prendido la chimenea; sin más dilación, dedicó la tarde a estudiar el volumen, de manera que se le hizo de noche, y apenas se dio cuenta.

Después de haber comprobado al milímetro la manufactura técnica del manuscrito, se dedicó a estudiar su aún más atractivo contenido. Una leyenda negra de maldiciones seguía al “Liber Hyperboreas”, desde el momento de su escritura. Su mismo autor, un anónimo alquimista y astrólogo francés del Renacimiento, murió de un ataque de apoplejía en el momento justo que escribía el último renglón; todos sus dueños, algunos notorios ocultistas europeos, habían sufrido alguna desgracia, cuando no se deshicieron de él directamente. Beauremont, sin embargo, se consideraba un hombre moderno, positivista y escéptico a partes iguales, y todas aquellas supersticiones no le afectaban.

Al menos, eso quería creer al principio; cuando su reloj de pared dio las doce, estaba tan absorto por el aberrante contenido que ni se dio cuenta de que había empezado a leer en voz alta. Conocimientos blasfemos que habían permanecido siglos olvidados, sabiduría revelada anterior al surgimiento de la humanidad como especie, todo ello se desgranaba con pasmosa audacia. Seres de mundos lejanos, que poblaron la tierra eones atrás, que construyeron colosales ciudades de basalto, ya enterradas u olvidadas; y, sobre todo, su adoración a dioses monstruosos, biológicamente imposibles; seres de antigüedad similar a las de las estrellas. Seres que aguardan, en un letargo parecido a la muerte, sólo a que alguien recite la invocación que los traerá de nuevo a este mundo.

Y Charles Beauremont, en la soledad de su estudio, aguardaba en las horas entre la madrugada y el amanecer; miraba a la ventana, sabedor de que había recitado en voz alta la invocación, y que el final era inevitable: Pronto, la sombra en el quicio de la ventana vendría a buscarle.

Próxima entrega: La alargada sombra de la justicia

Semana Pulp en el Blues del Coyote


Sobre ese género marginal (que, a su vez, engloba a muchos otros subgéneros) que ha dado en llamarse “pulp”, se tienen las opiniones más encontradas. Desde luego, los críticos, lectores y escritores de gran literatura no pueden más que despreciarlo, o todo lo más recordarlo con cierta nostalgia e ironía con dejes de superioridad. Sin embargo, el pulp y sus precedentes, como el decimonónico folletín por entregas, la llamada literatura de cordel, o los romances de ciego (entre otros), no sólo han encontrado un público fiel, a todos los niveles culturales y sociales – lo siento, Gabo, pero las novelitas Estefanía del oeste venden mucho más que Cien Años de Soledad, hay que asumirlo. Es sobre todo, que la novela popular, como cualquier obra del arte humano, no es que tenga valores intrínsecos, sino que depende exclusiva y totalmente del espectador que disfruta la obra. De manera que, ¿quién tiene la osadía de fijar unos cánones objetivos y fijos sobre qué es arte, y qué no lo es? Por más que nos reconcoma por dentro, exactamente la misma intensidad de sentimientos puede provocar en una adolescente de barrio una balada de Camela, que en un servidor después de haber experimentado la parte del Réquiem compuesta por Mozart (por ejemplo). En la misma medida, con la literatura pulp, esa que ha acompañado al occidental desde los albores del siglo XX, también pueden despertarse emociones profundas, e incluso largamente enterradas en el subconsciente. La literatura pulp, por maniquea y simplista, llega a alcanzar en ocasiones, niveles arquetípicos.

Qué se le va a hacer, post-postmodernos hasta el final, también hemos de reconocer aquellos defectos encontrados por los intelectuales “apocalípticos” – ya se sabe, esos que, ante el acceso a la cultura a nivel masivo y popular, proclaman cual profetas la muerte de la cultura, como si ésta hubiera de ser cosa de elites. En la lista de defectos que pueden hallarse en la literatura pulp, así como en toda literatura popular, y otras artes propias del siglo XX, cual el cine o el cómic, encontramos, entre otros:
1) es, fundamentalmente, literatura de evasión (lo cual tiene su perfecta explicación historicista: el auge de las revistas pulp, cual Weird Tales, Astonishing Tales o Black Mask (u Hombres Audaces en España), se dio de los años 30´s en adelante, lo cual coincide con la crisis económica que asoló los países occidentales a partir de 1929); sin embargo, por más realista y comprometida que esté la literatura, ¿quién puede afirmar que no toda la literatura es de evasión?
2) es, directa y sencillamente, literatura conformista, o carente de valores, cosa que ocurre igualmente con su descendiente, el cómic de superhéroes. Las narraciones pulp nunca se ocupan de una crítica al estatus, ni a los valores morales establecidos; todo lo más se muestra una maniquea lucha entre bien y mal, pero la resolución de estos conflictos nunca llevan a una reflexión sobre el sistema de justicia imperante, y en ocasiones incluso una aceptación implícita de éste (un tópico muy arraigado en el cómic de superhéroes es que una sola persona, por muchos maravillosos superpoderes que posea, es incapaz de cambiar el sistema a un nivel profundo; es decir, que Superman no podría librar del hambre a África, por ejemplo – para esto, es aconsejable la lectura de las obras del portentoso Alan Moore, la serie regular Miracleman, así como una de sus obras cumbre, Watchmen);
y 3), recurrencia a efectos fáciles para despertar sentimientos en el lector, recursos kitsch, o directamente, mala y fácil literatura (esto merece considerables matizaciones, visto que, como hemos expuesto más arriba, dudamos que haya un canon objetivo para discriminar el gran arte de cualquier otra expresión, y que depende exclusivamente del sujeto que experimenta dicha obra); también es cierto que, dado que la mayoría de producción pulp se publicaba en revistas con periodicidad mensual o semanal, esto exigía de los escritores tener que poner un punto y final prematuro a sus obras, antes de haber podido repasarlas y pulirlas en condiciones – y, aún así, podemos hallar piezas perfectamente válidas en cualquiera de estas revistas.

Pero, como no hay que olvidar el peso y la influencia que el género pulp ha significado, para comprender el estado actual de la cultura; así como tampoco hay que olvidar una anterior época, más inocente o ingenua, cuando bien y mal estaban claramente delimitados, y no existía una variada y confusa gama de grises intermedia; por todo ello, nos hemos decidido a realizar unas jornadas enteramente dedicadas al género pulp y algunos de sus variados subgéneros. A modo de nostálgico homenaje, publicaremos a lo largo de la semana una serie de microcuentos, vagamente inspirados en cada uno de ellos.

Originalmente, estos microcuentos fueron confeccionados para su publicación en una agenda cultural para el entrante 2009; por causas varias, entre ellas la cercanía de las fechas de impresión, sólo pude entregar tres de estos minirelatos (limitados, por motivos de espacio, a unas 300 palabras por cuento; como se comprenderá, cosa terrible para el que escribe). Como decimos, a causa del poco tiempo disponible, se quedó en el teclado algún relato más, y de los entregados, demasiado poco pulidos para nuestra satisfacción. Sin embargo, ironías de la vida, recientemente, algunos de los miembros del equipo de El Blues del Coyote, se han visto inesperadamente con más tiempo libre del que gustasen, de manera que han podido perderlo en repasar los relatos ya escritos, así como redactar el resto, por no dejar aquellas historias revoloteando por su cerebro e hinchándose peligrosamente.

La primera entrega, en la próxima entrada: La sombra en el quicio de la ventana

miércoles, 3 de diciembre de 2008

La Doncella de Orleans y Barba Azul: Secretos Vínculos (Tercero de Tres)

Como apuntábamos en la anterior entrada, la aparición de quien sería conocida como la Doncella de Orleans, la joven Juana de Arco, representó para Gilles de Rais un conato de salvación de su alma inmortal. Que, como Juana había demostrado, era una emisaria de un Poder Superior, todo aquel que luchase de su lado, lo haría bajo las luminosas huestes celestiales. La errática vida de violencia de Gilles, hasta aquel momento sin sentido, por fin tendría una finalidad. El momento en que llegó a esa conclusión debió ser impresionante; no en vano, según se dice, Gilles fue de los primeros en convencerse del papel de mensajera divina de Juana, y creyó en ella hasta el final. No era para menos, le iba la salvación eterna en ello.

Según parece, Dios tenía interés en que el Delfín Carlos de Valois fuese coronado rey de Francia. Lo cual tiene su lógica, dado que durante muchos siglos – y con más vehemencia en la Edad Media –, se ha querido creer en la figura del rey soberano como elegido de Dios, que su poder emanaba directamente de Él. Ejercía su derecho de potestad bajo imperativo divino y demás; de ahí la trascendencia de unas guerras en las que se decidía la sucesión al trono de un reino. Todo pretendiente a la Corona hacía bien en rodearse de teólogos y especialistas en derecho eclesiástico, que pudiesen dar con argumentos no contrarios a la fe para justificar su legitimidad al trono. Esto, cuando no se podían granjear directamente la connivencia con Su Santidad, allá en Roma o en Avignon, donde tocase (porque si te coronaba el papa, aquello podía subir bastante tu caché frente al resto de casas nobles de Europa). De manera que las osadas declaraciones de Juana, y sobre todo que éstas fuesen acompañadas con hechos, empujaron a gran parte de la corte legitimista a creer en ella, y en la posibilidad de la victoria total sobre el perro inglés y el bastardo borgoñón.

El Coyote, haciendo una interpretación psicologista bastante simplona, afirma que posiblemente con Juana pasó un poco como al Quijote. Es decir, que al principio parece que era él quien se creía caballero andante, y con el tiempo la gente a su alrededor comenzó a comportarse como si Alonso Quijano fuese realmente un caballero andante. Se puede decir que cuando Juana partió del pueblecito de sus padres, lo hizo convencida de su misión, y a pocos más convenció de ello; sin embargo, cuando llegó a la corte del Delfín y comenzó a demostrar la veracidad de sus afirmaciones, entonces los nobles empezaron a creer en ella como una enviada de Dios, y Juana ya no tuvo que hacer ningún esfuerzo.

Hubiera sido escalofriante para ella que en aquellos u otros momentos decisivos, sus voces dejasen de hablarle; ¿cómo tomar la decisión correcta, entonces? Tampoco hubiese importado demasiado, según el Coyote, puesto que todos a su alrededor ya le habían asignado el papel de enviada divina, y actuaban en consecuencia. No importaría realmente que Dios aconsejase a Juana cómo alcanzar la victoria, los franceses ya creían en la victoria, porque estaban convencidos de que Dios estaba con ellos, y que su sacrificio hubiera merecido la pena. Juana no necesitó alcanzar la posteridad para convertirse en un arquetipo, en vida ya lo encarnó en su plenitud. Sus actos, por tanto, no eran suyos, y sus decisiones tampoco. Decimos, un arquetipo que ha sido encarnado por muchachas de todo el mundo y en todas las épocas, como por Santa Catalina de Alejandría, Santa Margarita de Antioquía o, más modernamente, por Manche Masemola (esta, creo, sólo ha llegado de momento a beata), y de manera pagana quizá por Andrómeda: Doncellas, santas y mártires.

De hecho, cumplido su divino cometido, esto es la liberación de Francia del yugo inglés, y la coronación del Valois, no sólo dejó de simbolizar la intermediación entre Dios y el hombre, como su mensajera o enviada; pasó a convertirse también en mártir. Pero antes de eso, sería acusada de brujería y herejía, en el proceso inquisitorial llevado a cabo por algunos miembros de la iglesia, y que culminó con la muerte de Juana en la hoguera.

Juana fue capturada por sus enemigos, borgoñones e ingleses, los cuales debían guardar un enconado rencor a la heroína causante de sus derrotas. Se conoce que el ascendiente que debía tener Juana para con el rey, no debió agradar a algunos de los aristócratas de la corte de Carlos VII. De modo que, cuando se corrió la noticia de la captura de la Doncella de Orleans, es bien sabido que éstos no sólo no hicieron nada por liberarla, sino que además influyeron en el joven rey para que éste no movilizase tampoco sus fuerzas para ello. Y todo esto, dio lugar al antedicho proceso, llevado a cabo por el obispo de Beauvais, culminando éste en Ruán, y en una enorme hoguera. En la sentencia, destacaban las acusaciones de “hereje, reincidente, apóstata, idólatra”; la misma Iglesia que relajó a Juana al brazo secular (esto es, que probó que merecía aquel final), algunos años más tarde no sólo rehabilitó su imagen, sino que además tachó de herejes a los jueces que la condenaron – la Iglesia hace lo que puede para quedar bien con todos los poderosos y ser coherente, al mismo tiempo; no siempre lo consigue de manera satisfactoria.

Sin embargo, durante el cautiverio y proceso de Juana, hubo no pocos intentos de rescate; la mayoría, por parte de sus más fieles compañeros. Por supuesto, entre los primeros que abogaron por reunir el mayor número de fuerzas posible, en ayuda de la cautiva Doncella, estuvo Gilles de Rais; la captura y el posterior desentendimiento por parte de los franceses de Juana de Arco, significó un verdadero mazazo para sus convicciones, y para su hipotética creencia en la posibilidad de salvación, ya que a priori (y gracias a Juana) creía haber puesto sus impulsos asesinos al servicio del Bien. Se sabe que, decepcionado, acusó públicamente al rey de no hacer nada por Juana, y como decimos, costeó su propio ejército de mercenarios, sin llegar a ningún lado. De nuevo, la estabilidad que tan precariamente había desarrollado a su alrededor, se desmoronaba como un castillo de naipes.

Gilles lloró amargado sobre las cenizas de Juana, y debió pensar que nada en este mundo tenía sentido, ni merecía la pena, después de aquello. Que no debía haber justicia, ni en éste ni en ningún otro mundo, si Dios había permitido que aquello hubiese ocurrido a la pobre muchacha.

Poco después de estos hechos, se demostraría que lo que llevó a convertir en santa y mártir a Juana de Arco, empujó a Gilles a decidirse por ser el pecador y asesino con que fue conocido en sus últimos años de vida (y que, quizá y muy en el fondo, siempre había sido). Pocos años después de la muerte de Juana, Gilles abandonó el ejército y la vida mundana, pasando el resto de su existencia en sus posesiones de la Bretaña francesa. Allí, según parece, se hundió en la melancolía, con lo cual nada de su vida actual le satisfacía; por esto, comenzó una vida de excesos, donde fue dilapidando la fortuna familiar en costosos festejos y celebraciones, cada vez más atrevidas y desproporcionadas.

Con los sanguinarios y depravados sucesos a que dio lugar en su castillo, Gilles de Rais se convirtió por derecho en uno de los primeros aristócratas sádicos, arrebatados por la ilusión de poder. Aquellos nobles y poderosos, que describiera el divino marqués de Sade tan acertadamente, situados por encima del bien y del mal, y que pensaban que toda la creación sólo existía para ponerse a sus pies y cumplir sus deseos más oscuros de inmediato. Según deja entender Gilles en su propio proceso, lo único que realmente conseguía despertarlo de su apatía existencial era la dominación y el abuso de inocentes, inferiores y débiles. Eso, sin mencionar la atracción malsana que sentía el mariscal hacia las vísceras, y demás casquería, del gusto propio de psicópatas (que, alejado de la vida militar, ya no podía satisfacer).

Por todos los pueblos de la Bretaña, pronto se correría el rumor del peligro en que se encontraban los niños desprevenidos, muchos de los cuales desaparecían sin dejar rastro. Los siniestros servidores del barón de Rais sabían hacer su infame trabajo, y gracias a la seguridad de su castillo, Gilles podía dedicarse a realizar los crímenes más atroces y brutales que su depravada y excitada imaginación podía sugerirle. Como en el caso de la Doncella de Orleans, la leyenda de Barba Azul comenzó a fraguarse durante su propia vida.

Ya se ha convertido en un tópico, según el Coyote, pero nunca está de más, equiparar la figura de Gilles de Rais con la de otra aristócrata medieval, Erzsebet Bathory, de memoria infausta, conocida como la Duquesa Sangrienta. Ambos, huyendo de la idea de que, en el fondo, ellos no son más que mortales y que eso los iguala al resto de la humanidad, se hundieron en una desesperada búsqueda de la inmortalidad, la eterna juventud, cualquier cosa que alejase a la Parca de sus aposentos. Una búsqueda que terminó convirtiéndose en un descenso a los infiernos.

Con los años, sabedor de su vida de crímenes y pecados mortales, pues, Gilles se obsesionó con la posibilidad de alargar su existencia, evitando el momento del juicio postrer (del cual no tenía duda sobre el veredicto). Al principio, lo intentó por medios alquímicos, poniendo a su servicio a sabios alquimistas y astutos embaucadores por igual, y rodeándolos de medios para alcanzar su objetivo. Posteriormente, y convencido de que la sede de su alma inmortal no sería otra que el Hades más profundo, tomó la decisión de pasarse activamente al partido del Malo, por ver si éste le ofrecía a cambio lo que él estaba buscando. Según tenemos entendido, en los archivos históricos de alguna biblioteca francesa, se conserva aún el manuscrito del contrato original que llegó a firmar con el Diablo, bajo consejo de un oscuro hechicero conocido como Prelati.

No debió sentar mal a Barba Azul el hecho de que, como parte del contrato satánico, hubiese de realizar ciertos sacrificios humanos (específicamente, niños y vírgenes). En todo caso, la continua desaparición de infantes en las inmediaciones de sus propiedades, provocó que se llevase una investigación por parte de los hombres del rey. Investigación que terminó con la detención de Gilles, y algunos de sus sirvientes, entre ellos Prelati y otros hechiceros estafadores.

Durante el proceso, Gilles no dudó en confesar absolutamente todos sus crímenes, los cuales conforman una lista de horrores; es posible que él mismo buscase activamente su condena, quién sabe. Finalmente, ésta llegó en la forma de sentencia de muerte destinada a los nobles, la decapitación. Visto que a última hora el hombre pareció arrepentirse sinceramente de todos los crímenes y pecados cometidos, es posible que realmente Gilles no temiese el juicio de los hombres, sino el que pensaba vendría después.

PostData: De entre todas las interpretaciones posibles de los hechos y la vida tanto de Juana de Arco como de Gilles de Rais, el Coyote nos ha obligado a destacar dos de ellas:

1) Interpretación materialista o psicologista: Si aceptamos el hecho de que Gilles de Rais presentaba el cuadro típico de un psicópata (con todo lo que ello conlleva de egocentrismo, supresión de los valores morales, además de ciertas obsesiones morbosas, acompañadas con afasia en los momentos culminantes de sus crímenes), no debemos dejar de detectar una evidente esquizofrenia paranoide en la buena de Juana de Arco (lo cual incluye en muchas ocasiones padecimiento de visiones visuales o auditivas, y estados similares a la afasia). No es hasta el surgimiento relativamente moderno de la ciencia psiquiátrica, que se ha empezado a interpretar a la enfermedad mental como tal; antaño, estos fenómenos de comportamiento ajeno al común de la sociedad, ante su evidente heterogeneidad respecto a la norma, se interpretaban según el paradigma del momento, encajándolo de mejor o peor. No pocos epilépticos han pasado por posesos. Y, en la misma medida, el comportamiento iluminado de Juana no podía ser más que visto como una señal de Dios – o del Diablo, en caso de los jueces que la procesaron - , mientras que la actuación de Gilles claramente era un caso de corrupción satánica llevado hasta el último extremo. Es además curioso el hecho de que, originalmente, la conspiración satánica no fue más que una burda invención de la iglesia medieval (ya se sabe, la amenaza del terrorismo al mundo libre y demás), pero que esta misma conspiración satánica fue interiorizada por muchos en occidente, llegando en ciertos casos a creerse parte de ella.

2) Interpretación espiritualista o religiosa: Supongamos que Juana de Arco realmente fuese una profetisa divina, que los Poderes Superiores efectivamente la utilizaron como mediadora entre Él y los hombres; que esas voces que la guiaban sabían lo que estaba por venir, y simplemente orquestaban la Providencia utilizando a Juana como batuta. Suponer esto nos legitima para suponer que igualmente, Gilles estuvo toda su vida sometido a pequeñas tentaciones que el Adversario colocaba ante él, para someterlo a la decisión moral que lo llevaría a convertirlo en su servidor. La primera vez que Gilles se regodeó con una muerte humana, cruzó esa línea que lo llevaba a la perdición. Se presenta entonces, cuando menos inquietante, el hecho de que por un momento en la historia de Francia, tanto las huestes celestiales como las hordas infernales lucharon bajo una misma bandera, coincidiendo de una manera retorcida los intereses tanto de cielo como de infierno. Y el Coyote se pregunta, ¿cuántas veces pasa y ha pasado esto a lo largo de la historia?

Siempre cabe una interpretación que sintetice las anteriores. Esto es, que ambos fueron enfermos mentales, que al mismo tiempo se condenaron ante Dios por sus actos. Al Coyote se le erizan todos los bellos del lomo, sólo de pensar las consecuencias de esta posibilidad extrema. ¿Entraría el alma del antaño héroe de guerra y asesino de niños en las moradas infernales, con el temor de encontrarse a la Doncella de Orleans entre los condenados?

martes, 18 de noviembre de 2008

La Doncella de Orleans y Barba Azul: Secretos Vínculos (Segundo de Tres)

Como decíamos, Juana procedía de una familia de humildes agricultores, del pueblecito de Domrémy, en la zona de Lorena. Según parece, era la más pequeña de cuatro hijos, y además la única niña. Según el Coyote, la infancia de Juana fue solitaria, y de hecho, su nacimiento no debió ser visto con muy buenos ojos por la familia Darc, una boca más que alimentar y todo eso.

Durante el proceso que la terminó llevando a la hoguera, Juana había declarado que tenía visiones, y en especial escuchaba ciertas voces, desde los trece años; aunque sin duda, debió de tener experiencias semejantes con anterioridad. Aquellas voces (en primera instancia del arcángel san Miguel, y posteriormente por santas y mártires doncellas que la guiaban y alentaban), según contó, la instaron a llevar a cabo la liberación de Francia de los ingleses, y culminar la coronación del Delfín Carlos en la catedral de Reims. Su corta pero intensa vida está repleta de anécdotas legendarias, y algunas revelaciones de la muchacha, llevaron a considerar milagrosa a la doncella, y tocada de alguna manera por lo divino, de tan férreamente convencida que estaba de ello.

Y aquella creencia debió ser muy fuerte, ya que consiguió convencer a todos aquellos hombres, nobles y expertos caballeros, cuya vida era la guerra. Primero consiguió que el comandante Baudricourt le proveyese escolta para llegar hasta la corte legitimista, en Chinon, donde debía dar un mensaje secreto a el Delfín, confiado por Dios solamente a ella. Esta escolta, dos nobles y altos caballeros, la siguieron desde entonces hasta el final, fascinados por el carisma endiosado de la muchacha. Su entrevista con el postulante a rey debió ser significativa, pues quien llegaría a ser Carlos VII le dio toda su confianza. Hasta qué punto son exageradas las afirmaciones de que, prácticamente, dirigió a los ejércitos franceses en tan memorables jornadas, como la liberación de Orleans; o si, por el contrario, tan sólo portaba el estandarte y era más una figura de inspiración, que otra cosa, no podemos llegar a estar seguros del todo. Que la mayoría de los franceses creían en ella, de eso sí podemos estarlo.

Fue, precisamente, en las jornadas del asedio y liberación de la ciudad de Orleans, donde Juana Darc y Gilles de Montmorency se conocieron. Juana apenas era una muchacha de dieciséis años, y Gilles ya era barón de Rais, poseedor de prebendas y numerosos feudos, y en breve llegaría a ostentar el título de Mariscal de Francia. Por aquel entonces, Gilles contaba veintiséis, y llevaba años alimentando la leyenda de su fiereza durante el combate; pues según parece, en el calor de la refriega, frente a la visión de la sangre, o al olor de la muerte, cual berseker, se despertaba en él un irrefrenable ardor guerrero, durante el cual era prácticamente imbatible. Y aunque como alto mando no tenía necesidad, siempre se le podía encontrar en primera fila de batalla, luchando codo con codo junto a sus hombres.


Habiendo nacido Gilles de Rais primogénito de uno de los grandes linajes de Francia, su vida está tan plagada de hechos ominosos, que pareció haber nacido bajo el signo de la maldición. Su mismo nacimiento señala esto: en la así llamada torre negra del castillo de Champtoncé, a orillas del Loira, en la Bretaña francesa. Quedando huérfano muy joven, fue educado por su abuelo en las tradiciones más rancias de la alta aristocracia, y fue proclamado caballero a la edad de catorce años; alrededor de esa época provocó su primera muerte humana (al parecer, un amigo suyo más humilde, con el cual entrenaba), pero su ascendencia lo libró de castigo, siendo todo ello silenciado.

Desde entonces, según se cuenta, se mostró como una persona de talante violento, impetuosa e irreflexiva, de la que sólo se pudo hacer carrera en el ejército. Allí, sus impulsos sicóticos y su agresividad tendrían un provecho más o menos constructivo. De todas formas, para un noble de su época, le bastaba con tener cierta destreza bélica, un buen casamiento, propiedades y un lema que quedase bien en su escudo de armas; no les pedían títulos de marketing, como hoy día. Sí es cierto que, para mantener sus haciendas, algo de previsión económica debían tener, y en esto no parece que destacara precisamente Gilles, más bien al contrario.

Pero, como decimos, Gilles destacaba principalmente por sus cualidades combativas, y aunque de cierta cultura, nunca llegó a considerársele de mucha inteligencia. Con la fortuna familiar, Gilles se hizo con un ejército de mercenarios con los que combatió en las guerras de sucesión de la Bretaña – a favor de los Montfort –, pasando finalmente a formar parte de los ejércitos del Delfín de Francia, el rey legítimo, según la mayoría de los franceses de la época. De hecho, se cuenta a Gilles como uno de los líderes franceses que dirigieron el asedio a la ciudad de Orleans.

Orleans estaba tomada por los borgoñones, aliados con los ingleses, y comandados por el conde de Suffolk, y el asedio duraba meses; la ciudad era punto estratégico clave, que daba control sobre el alto Loira. Aunque años antes los bretones les habían dado para el pelo a los franceses, en la afamada batalla de Agincourt, esta venturosa recuperación de la ciudad, junto con algunas batallas posteriores, dieron la Guerra de los Cien Años por ganada a los legitimistas galos, pudiendo finalmente el Delfín Carlos coronarse como rey en la catedral de Reims (cosa que había predicho Juana, lo cual era efectivamente su objetivo). Tener a Juana de Arco de su parte, dio a los cansados ejércitos de Francia el impulso que necesitaban; si Dios estaba de su lado, no podían perder. Los que creen que Juana literalmente lideró el contingente francés, suelen afirmar de igual forma que Juana, aconsejada por sus voces, incluso participaba activamente en cuestiones estratégicas, junto a los demás mandos. Es de suponer, además, que la presencia de Juana diera lugar a que Gilles se convenciese que, de alguna manera, sus irrefrenables impulsos asesinos tenían realmente un buen fin; como todos saben, Dios escribe con renglones más bien torcidos, y por supuesto inescrutables. ¿Quienes son los mortales para poner en entredicho lo que el Creador dispuso desde el mismo Principio? Los paranoicos, los esquizofrénicos y las personas en general, tienden a justificar su situación actual, narrándose de una determinada manera su pasado, de forma que la realidad se ajuste a los propios delirios y a la propia idea del mundo (y si hace falta forzarla, obviarla, o directamente negarla, pues adelante). Gilles pudo ver aquélla como una ocasión para purificarse, y ganar su puesto en el Cielo, para la otra vida.

De modo que, durante las crudas y violentas refriegas que se provocaron con el asalto de Orleans, tanto Juana como Gilles, así como otros miles de caballeros, soldados y campesinos que el Delfín había puesto a su disposición, se enfrentaron a las fuerzas conjuntas de ingleses y borgoñones; y lo hicieron con tal audacia, temeridad y arrojo que la ciudad fue recuperada y expulsadas de allí las fuerzas invasoras.

Por esta vez, el psicópata luchó del lado de los ángeles.

La conclusión, en la próxima entrega

lunes, 3 de noviembre de 2008

La Doncella de Orleans y Barba Azul: Secretos vínculos (Primero de Tres)

En una época como la que nos ha tocado en suerte vivir, donde se declaran actos de pacificación, cuando quieren decir guerras, porque en lenguaje diplomático no suena muy bien llamar las cosas por su nombre (y además se te echa al cuello la opinión pública, o sus ínclitos y arrogados representantes - esto es, políticos, periodistas, sacerdotes y artistas); en una época donde los conflictos bélicos son retransmitidos a escala mundial-global y en tiempo real y duran semanas, o acaso meses. En una época como ésta, en la que estamos inmersos, donde las batallas se libran a distancia, y teledirigidas, decimos, debe sonar bastante extraño y ajeno una guerra que duró cien años.

Cuando algunos, movidos por el prejuicio o la ignorancia, o una mezcla de las dos cosas, se refieren a la Edad Media con la expresión “edad oscura”, seguramente debían estar refiriéndose a cosas como ésta: la Guerra de los Cien Años (1337-1453); una guerra de sucesión que se convirtió en una lacra para Francia, donde principalmente se libraron las batallas más importantes, y que asoló el país durante varias generaciones. Cuando Francia e Inglaterra se enzarzaron en una disputa sucesoria por la corona de Francia, la cadena feudal de vasallaje y casamientos entre distintos reinos, ducados y demás, llevó a media Europa a levantarse en armas, a favor de un bando u otro.

Durante uno de los episodios de esta larga guerra, Castilla tuvo un papel relevante, pues su flota en aquellos momentos era la más importante de Europa, y ambas potencias ansiaban tenerla de su lado. De hecho, en la misma guerra civil de sucesión de Castilla, entre Pedro I, llamado el cruel (también el justiciero, elijan ustedes), y su hermanastro Enrique de Trastamara, llamado el bastardo, tanto
ingleses como franceses apoyaron cada uno a un bando, para poder aprovecharse de la armada castellana. En aquella ocasión, los franceses se llevaron la mano, dejando con dos palmos de narices a los ingleses, y de hecho, las naves castellanas asaltaron algunas ciudades portuarias inglesas como Plymouth, Portsmouth, y la famosa isla de Wight entre otras. El Coyote apunta que este episodio adelanta unos siglos el historial de rencores navales entre España e Inglaterra, y de hecho sitúa a los españoles como los instigadores originales de todo aquello, y no justo al contrario, como siempre se ha querido recordar. Vamos, que los súbditos de la Pérfida Albión ya debían guardarnos algo de inquina en la recámara de la memoria, cuando los piratas bajo las órdenes de la perra frígida, Isabel I de Inglaterra, se propusieron adueñarse de lo que los españoles con tanto esfuerzo habían expoliado a los americanos. Y de hecho, la isla de Wight fue uno de los primeros puntos donde las fuerzas imperiales españolas se propusieron volver a desembarcar, para la ocasión de la Armada Invencible.

Volviendo a Francia, cien años de guerra dan para numerosos episodios fascinantes (tal cual la estratégica batalla de Agincourt); de esos que resaltan la miseria y la grandeza del ser humano frente a situaciones límite. Por resaltar sólo dos de las personalidades que protagonizaron algunos actos epigonales, en las postrimerías de tan larga guerra sucesoria: Juana de Arco, la Doncella de Orleans, Santa por la Iglesia Católica, liberadora de la ciudad de Orleans, e inspiración para los cansados ejércitos franceses, y Gilles de Rais, modelo para Barba Azul, bravo militar y héroe de guerra, mariscal de Francia, satanista, terrible asesino de niños, y seguidor de Juana durante los años de la guerra.

De orígenes sociales totalmente dispares (Juana nació en el seno de una humilde familia en el condado de musical nombre de Domrémy; mientras que Gilles fue heredero de una aristocrática familia, al servicio del rey de Francia, o del Delfín legítimo, según el momento de la historia), sin embargo, sus respectivos destinos marcharon a la par durante un momento crucial para la historia del país galo. Pese a que ambos decían moverse por intereses totalmente dispares (una, receptora de las visiones del Cielo; el otro, buscador incansable e insatisfecho de placeres infernales), sin embargo, el momento de su muerte fue en ambos igualmente similar: ejecutados por los poderes terrenales. Gilles, sin embargo, sobrevivió bastantes años a Juana.















Continuará...

viernes, 31 de octubre de 2008

Coyote: Año Uno


Pues, si bien el tiempo no es más que una ilusión, otra barrera del ego para mantenernos a nosotros mismos bajo prisión, y sin reactivar todo nuestro potencial... tampoco es menos cierto que este blog que suscribe acaba de cumplir un año de servicios a la comunidad (algo más, es cierto).

El día 23/10, pero de hace un año, publicamos la que quedaría como primera entrada de El Blues del Coyote, que llevaba por título Perro Apaleado – en la que, por cierto, nos quejábamos de que se habían borrado las entradas de la primera semana, o sea que realmente el blog tiene algo más de un año, pero bueno.

Lo tradicional en estos casos es hacer balance del año terminado; pero ni el Coyote, ni el equipo somos amigos de celebraciones artificiales – de hecho, ni siquiera celebraríamos el cumpleaños, de no ser porque coincide con una estupenda fiesta pagana, ésta sí festejable, la de Samain (aunque actualmente ha dado en solaparse con otra fiesta, la de la Calabaza, también bastante artificial y de grandes superficies). Otra tradición bloguera es meter una imagen gif de una tarta y velitas, con una tarjeta con algo así como “Happy birthday”. De esta no vamos siquiera a hacer comentarios.

En todo caso, el tiempo no es realmente una ilusión; más bien sería nuestra manera de percibirlo, la que lo hace ilusorio: creemos que el tiempo no pasa para nosotros, que viviremos eternamente, que somos inmortales. Bueno, lo del Coyote es discutible: su cabezonería lo ha llevado en más de una etílica ocasión a retar a la Dama de la Guadaña, a afirmar que la gente se muere por costumbre, y que él no piensa seguir las costumbres de la mayoría. Luego, le pasamos un cigarro y le ponemos una cerveza en la pata, y se calma un poco, aunque sigue desvariando, pero ya por otros derroteros. Además, esto puede ser así para él, puesto que los arquetipos nunca mueren (está por ver, puesto que a las ideas de Justicia y Verdad no se las encuentra por ningún lado). Pero lo que le ocurra al anfitrión mortal después de que el viejo Coyote parta a otros destinos, eso ya es otra cosa. Y que realmente le importe al Coyote muy otra.

Como en otras ocasiones hemos comentado, el Coyote hace tiempo que topó con su sombra, y se enfrentaron en un épico encuentro. Lo que nunca estuvo tan claro fue quién había ganado; si pudo rechazarla, o si la asimiló aprovechando lo que de bueno tuviera su sombra, o si, como a veces le da miedo admitir, si él fue absorbido por su sombra, o qué. La cuestión es que, últimamente, frente a las evidencias que impone la existencia cotidiana, el Coyote se ha dado cuenta de que hace poco o nada por evitar la influencia de su sombra. Que su vida es como un rompecabezas desordenado al que le faltan piezas; que la espiral de la entropía le persigue allí donde se asienta temporalmente, huyendo de ella precisamente; que bajo sus pies tan sólo hay un inestable cable tendido en el Abismo. Hasta el punto resulta inestable su situación, y todo lo que le rodea se vuelve confuso y caótico con tanta velocidad, que el Coyote ha llegado a amar esa situación. La última patochada que se le ha ocurrido ir por ahí contando, a quien ha querido escucharlo, es que por fin ha llegado a la conclusión de que se ha convertido en un Agente del Caos. Ya que no puede mantener ni tan siquiera una ilusión de orden en su vida, ha decidido ponerse voluntariamente al servicio del Caos. Quienes le hemos escuchado nos hemos hecho todos la misma pregunta, ¿hay que hacer algo, para convertirse en heraldo de la entropía?

Preferimos no preguntarle, porque entonces comenzaría una interminable retahíla sobre la teoría del caos, la nada creativa, y sobre la necesidad de que la estructura permanezca dinámica. Y por ahí, seguro que no. Es nuestro Coyote, y le queremos. Aunque sospechamos que esa repentina querencia por su situación inestable, este buscar ya activamente el caos, esconde un miedo no admitido a cierta Búsqueda que el Coyote lleva eludiendo demasiado tiempo. Como en otras cosas, preferimos no preguntarle.

Loor a Febo Apolo, dios del sol y señor de las Musas, que espanta a las nubes negras y aleja las lluvias.

jueves, 9 de octubre de 2008

Días Aciagos en el País de Yinn


Dedicado a la memoria de lord Dunsany

Con la intención de encontrar aquella ciudad con la que sólo había soñado en otras dos ocasiones, descendí los setecientos peldaños del sueño profundo. Avancé por el camino empedrado de ónice y jaspe, hasta la rivera del Yinn.

Allí un hermoso navío, tripulado por hombres de las razas y nacionalidades más dispares, preparaba su partida. Entre alegres canciones de marinero, cargaban la exquisita mercancía que iba a ser vendida por los numerosos puertos de los que estaba perlado el Yinn. Me acerqué hasta el capitán, un hombre de largas barbas y piel amarilla, que portaba al cinto una enorme cimitarra enfundada en una reluciente y enjoyada vaina. Cuando le propuse que me tomara como pasajero, haciendo resonar el tintineante y abultado contenido de mi bolsa de terciopelo, al principio se mostró reacio; hube de regatear con él durante un tiempo, del que a mi parecer estuvo disfrutando. Según afirmó, no le gustaban bocas que alimentar en el barco, que no ofreciesen su trabajo a cambio. Dos jornadas atrás ya había tenido que aceptar a otro pasajero, y dos bocas más que alimentar, sin ofrecer a cambio trabajo alguno, era demasiado.

Sin embargo, a mitad del regateo, descorrió la cortinilla de los camarotes el otro pasajero. Se dirigió al capitán en la lengua nativa del hombre (que yo desconocía), e intercambiaron unas palabras. Ignoro qué hablarían, pero cuando el capitán se volvió a mí, se mostró dispuesto a aceptarme durante su remonte del ancho Yinn.

Partimos con el ocaso, pues según afirmaron, era de buen augurio emprender los viajes ofreciendo cierta oración a la Diosa que habita en la cara oculta de la luna. El sol teñía de rojo anaranjado la calmada superficie del río, que a la altura de su desembocadura en el Mar Meridional se mostraba aún más inmenso, y casi había que fruncir el ceño para ver su otra orilla. Una bandada de ánades alzó el vuelo, en su acostumbrada formación triangular, y casi podía parecer que se despedían de nosotros en nuestra subida al interior; mientras, el cielo tornaba en ese color entre rosáceo y violeta, que antecede a la noche. Los hombres entonaron la plegaria a la Diosa de la cara oculta de luna, cantando casi en un susurro en la quietud del anochecer, mientras desplegaban la vela y realizaban sus labores con sumo respeto y cuidado. El hermoso barco estaba construido de madera de sándalo, y su envolvente perfume me resultaba embriagador. El otro pasajero se encontraba contemplando el horizonte, en la otra punta de la cubierta. Fumaba una larga pipa, que encendía constantemente, mientras su miraba indicaba que su atención estaba puesta en otra cosa, mucho más lejana.

Pregunté al capitán, intrigado por la historia del otro pasajero. Por su aspecto, al principio pensé que debía ser otro soñador en busca de la desconocida Kaddath; sin embargo, su conocimiento del raro idioma del capitán me hizo dudar, quizá realmente fuese un nativo de las Tierras del Sueño. Pero el capitán no supo aclarar mis dudas, ni tan siquiera se le conocía su nombre, pues todos le llamaban simplemente Coyote. Pero a nadie le había quedado claro si es que era un sacerdote del dios-Coyote, o que ese era su tótem-guía, o que el espíritu-Coyote había tomado anfitrión carnal, o es que no era más que un nombre. No hablaba con claridad de sus intenciones, pero aparentaba ser bastante experto en remontar el Yinn.

En el barco los días pasaban de la misma forma que caen las hojas del alisio en otoño. A ambos lados del río, las selvas de heliotropos y rododendros se hacían cada vez más extensas, y los pájaros de vistosos colores cantaban, mientras pequeños monos de pelaje variopinto chillaban a coro. Gracias a la narcótica monotonía que imponía la rutina de la labor marinera, pude intimar con el otro pasajero, aquel que llamaban Coyote. Sin embargo, aunque tomamos bastante confianza, e incluso compartimos el aromático tabaco que fumaba continuamente en su pipa, nunca pude aclarar si realmente se trataba de un soñador, o si provenía de alguna otra esfera. Su charla, aunque entretenida, era confusa, y cuando hablaba de sí mismo siempre lo hacía con misterio. Parecía conocer bastante bien las ciudades por las que habíamos de pasar, y gracias a sus consejos, en cada una de ellas supe dónde y a quién debía preguntar, para encontrar el camino a la ciudad de mis sueños.

En ocasiones, el capitán nos ofrecía con su presencia, invitándonos a un exquisito licor del que tenía unas preciadas botellas. Conocido como vino lunar, tenía un matiz ambarino, y su sabor y aroma, aunque un poco fuertes, resultaban deliciosos. Tenía un efecto levemente euforizante, y tendía a provocar largos soliloquios; así, escuchamos relatar al capitán sobre cosas de las que ni se le ocurriría hablar en cualquier otra ocasión. Así, pude saber del monte Ngranek, donde se dice está esculpido un enorme rostro a imagen del rostro de los dioses; y nos contó de las negras galeras que arriban al puerto de Dilath-Len, la ciudad de basalto, donde hacen oscuros negocios, pagando con enormes piedras preciosas que no se encuentran en ningún lado entre la Tierra de los Sueños; y lo más terrible es que nadie había visto nunca a los remeros que con tanta eficacia conducían aquellas galeras. También mencionó los vagos rumores sobre la reunificación de los clanes ghul, pues se decía había aparecido entre ellos un K´luk k´lurrg o Príncipe. Se decía también que, como cantaban sus gestas, sería enviado en una importante búsqueda. Pero de los rumores que corrían sobre los ghul entre los hombres siempre son confusos y equívocos, pues, ¿quién se atreve a internarse por las lóbregas criptas de Zin, en el terrible valle de Pnath? El Coyote asentía en silencio a las confidencias del capitán, tras la espesa cortina de humo de su tabaco de pipa. De fondo, los marinos cantaban nostálgicas canciones, rememorando la belleza de las muchachas de su tierra natal.

Y en nuestro lento y calmoso ascenso del Yinn estuvimos en la luminosa Ulthar, ciudad de los gatos; visitamos la espléndida Belzoond, de minaretes recubiertos en plata; en Sarnath, la orgullosa, contemplamos con horror la profecía o advertencia de su terrible Maldición – que apareció grabada en el altar de crisolita, de manos del agonizante sacerdote Taran-Ish, hace ya tantos siglos que los propios habitantes de Sarnath ya casi la habían olvidado (o como mucho lo tenían como mera anécdota legendaria).

El Coyote me contó que la ciudad había ganado aquella maldición por la destrucción de la cercana ciudad de Ib, poblada por una abominable raza que vino de las estrellas, y que adoraba a un terrible dios lagarto llamado entre ellos Bokrug. Aquella maldición ya había caído sobre Sarnath en el pasado de la Tierra de Vigilia, pero sin embargo una imagen onírica de la ciudad se había asentado en las Tierras del Sueño, pues todavía era rememorada por algún soñador ocasional de siglo en siglo, y la terrible historia de su maldición se repetía cada vez. Salimos de allí con el ánimo sombrío, pues los habitantes de Sarnath continuaban su vida cotidiana, ajenos a la terrible venganza que había sido decretada por un dios extraterrestre.

Y cierto amanecer de horizontes ambarinos, arribamos al puerto de la hermosa Perdondaris, rodeada de altas murallas taraceadas. Perdondaris había sido edificada en torno a un edificio de dimensiones ciclópeas que todos llamaban el Templo, que ya llevaba allí incontables eras abandonado. Nadie se atrevía a acceder al Templo, pues los que lo habían hecho habían desaparecido en su interior sin dejar rastro, o habían regresado con la cordura hecha pedazos para siempre. El Primer Soñador había llegado hasta las mismas puertas del edificio en una ocasión, pero antecediendo la terrible revelación, prefirió salir huyendo. No es de extrañar, puesto que las dos hojas de la enorme puerta del Templo están hechas de reluciente y pulido marfil. Pero cada una de ellas está formada por una sola pieza de marfil. Tan sólo imaginar el colosal tamaño de la criatura de la que habían extraído tal diente lo empujó a alejarse de allí inmediatamente. Sin embargo, yo sabía que en su interior se hallaba una indicación vital para hallar la ciudad de mis sueños, de manera que estaba decidido a no dejar que me afectase la impresión que me causaba cruzar aquel terrible umbral.

El interior era totalmente distinto a cualquier edificación que yo hubiese conocido, aunque había inquietantes semejanzas. Todo estaba construido a una escala colosal, monstruosa; y sus arquitectos sin duda debían tener una manera de pensar y de experimentar el espacio de manera radicalmente distante a la humana. Sentí el impulso de salir corriendo de allí en un par de ocasiones, pero mi determinación de encontrar la ciudad de mis sueños era más fuerte. En las paredes y columnas que se elevaban hacia lo alto, había grabados bajorrelieves representando criaturas desconocidas y obscenas, realizando acciones extrañas, y en todas partes había símbolos que despertaban en mí instintos que llevaban reprimidos e inconscientes en el ser humano desde los albores de la civilización. Conforme avanzaba por largos pasillos que no llevaban a ningún lugar, y atravesaba enormes salas de absurda disposición, una terrible idea se formaba en mi cabeza: No sólo las puertas del Templo habían sido construidas con partes del cuerpo de aquella titánica criatura; todo el edificio utilizaba los enormes huesos de aquel ser venido de tiempos lejanos y extraños. Mirando la amplia bóveda, más alta que una montaña, no podía evitar la sensación de que estaba formada por sus gigantescas costillas. Las dimensiones de aquel ser eran impensables, y el ingenio de los constructores del Templo debió ser arriesgado, y sus intereses aún más impenetrables.

A pesar de todo, el ambiente que emanaba de aquellos extraños salones era el de algo que lleva muerto demasiado tiempo. El polvo y el tiempo se habían instalado en sus espacios, y era evidente que ya nadie realizaba ningún tipo de ritual allí. Y aquello era de agradecer, por otro lado, pues los Dioses a los que allí se ofrecían sacrificios y plegarias no debían ser otra cosa que Exteriores. Finalmente, avanzando por un pasillo que a mí se me parecía la columna vertebral, alcancé la sala principal, cuyo coro al fondo, completamente de marfil, sin duda estaba confeccionado con el resto de la dentadura. Y en el centro, enorme y abotargada en una suerte de altar o trono, la criatura más inverosímil que podía haber imaginado nunca.

Horrorizado, comprendí que se trataba de la única parte del titánico cuerpo con que había sido construido el Templo, que aún permanecía con vida. Podría jurar que tenía la forma de un desproporcionado bulbo raquídeo pegado a una colosal médula, y usaba parte de sus enormes terminaciones nerviosas como órganos sensitivos, así como medio de comunicación. Dirigió uno de sus tentáculos, o dendritas o lo que fuese, directamente a mi frente, y lo colocó en el centro. Entonces supe. Había sido adorado como un dios, durante eones, hasta que la raza que construyó aquella catedral desapareció. Con el tiempo, abandonadas las plegarias, la criatura entró en un olvido parecido al letargo, hasta que llegué a ella. Su nombre es impronunciable, y sería mejor que pasase al olvido.

Me dijo Palabras que nunca podré olvidar, y que plagarán mis noches de pesadillas durante el resto de mi existencia. También me dio las instrucciones claras y precisas de cómo alcanzar la ciudad de mis sueños.

Lo triste es que, con lo que ahora sé, ya de poco consuelo me servirá volver a caminar por sus calles sinuosas y disfrutar de sus frescas fuentes.

Consternado, abandoné el Templo y me dirigí al barco, que me aguardaba para continuar nuestra marcha. Con las primeras estrellas de la cálida noche, proseguimos nuestro viaje a las fuentes del Yinn.

martes, 2 de septiembre de 2008

Morfología y etología del ghul (homo necrofagus)

Introducción

Pocos seres humanos han convivido con los ghules el tiempo suficiente como para hacerse una idea de sus costumbres y funcionamiento general. Por norma, los ghules prefieren a los humanos más fríos e inactivos.
No en vano, los cadáveres humanos son la base de la dieta ghul – también, según veremos un poco más adelante, esta dieta es un método bastante efectivo para llegar a convertirse en uno de ellos.
Debido a ello, la información que nos ha llegado en torno a los ghul ha sido fragmentaria, y entremezclada con numerosas supersticiones. Por supuesto, también el miedo ha empañado no poco una posible observación objetiva de su generación, crianza, costumbres y demás.
Otro punto, aún más polémico, como veremos, es la cuestión referente a la generación de ghul. Es cierto que existen especimenes de ambos sexos, y también es cierto que se reproducen por apareamiento, al igual que la mayoría de seres vivos; en esto se asemejan a los mamíferos más que a cualquier otro ser. Esto no sería de extrañar, teniendo en cuenta la otra manera de reproducción: por transformación. Se sabe a ciencia cierta que un ser humano, expuesto durante determinado tiempo a una dieta de cadáveres humanos, termina transformándose en ghul y uniéndose a la manada más cercana. Por tanto, cabe la cuestión de si, efectivamente, los ghul no son más que una forma degenerada de ser humano, que han regresado unos cuantos escalafones en la cadena evolutiva (aunque sólo parcialmente, pues se ha demostrado que pese a la tendencia de regirse por sus instintos irracionales que presentan los ghul, con algo de esfuerzo puede sacarse de ellos razonamientos deductivos, e incluso un tenue sentido de la justicia).
Con todo y con ello, hemos conseguido recopilar y ordenar cualquier información anterior sobre los ghul, junto con los trabajos de campo propios, concluyendo con una hipótesis quizá arriesgada, pero que aclara no pocos puntos oscuros de la cuestión.

Morfología ghul

Todas las fuentes coinciden en describir a esta criatura como claramente antropomórfica, junto con rasgos caninos y patas hendidas con pezuñas. Su dentadura es numerosa, desigual y afilada; esta preparada para hender la carne de los cadáveres y triturar las vértebras y sorber la nutritiva medula espinal. Su vista está preparada para ver casi en completa oscuridad, no en vano pasan la mayor parte de su vida en túneles profundos, y cuando salen a la superficie lo hacen siempre que pueden durante la noche. Su oído es particularmente fino, pero no llega a la capacidad de perros o gatos, por ejemplo. Son extremadamente resistentes y muy rápidos; por separado son bastante débiles y esquivos, a no ser que se encuentren completamente acorralados, donde son capaces de proezas mortales.
En grupo, sin embargo, se manifiestan como una turba de ratas, aunque algunos de los especimenes más fuertes cumplen la función de líder de guerra. En las extremidades superiores han desarrollado dedos prensiles, terminados en unas afiladas y fuertes garras, que originalmente les sirve para desmembrar los cadáveres y rasgar los ataúdes; también pueden hacer uso de sus garras como medio de defensa. No tienen, sin embargo, pulgar oponible, apenas una protuberancia vestigial, aunque se sabe de algunos humanos transformados que lo han conservado, aprovechando esto para desarrollar cierta cultura material.
Sus hábitos alimenticios son necrófagos, con lo cual forman parte del grupo de los carroñeros. Su especial dieta, sin embargo, consiste únicamente en cadáveres humanos. Los ojos, el cerebro y otras vísceras suelen ser cedidos a los miembros más relevantes de la manada, aunque en ocasiones surgen rencillas por alguna pieza en especial. Veremos como esto tiene una importancia fundamental en el desarrollo de una cierta jerarquía social.
Los ghul tienen un sistema de comunicación, mezcla de idioma gestual, y una hosca y rudimentaria lengua compuesta por aullidos, gruñidos y proto-palabras. Algunos exploradores de los bordes de la civilización han llegado a aprenderlo, y han sido de gran ayuda en nuestra investigación.
Sobre el cortejo y apareamiento de los ghules no hemos encontrado ninguna información; entre las manadas ghul pocas hembras se encuentran, y según parece las que hay son estériles y se comportan en todo igual que los machos, casi indistinguibles. Persiste una leyenda, aunque casi olvidada, que se narra en las tabernas de Ulthar después de unos tragos de vino lunar, sobre la desaparición de la mayoría de las hembras ghul originales; algunos afirman que hubo un gran desencuentro entre ambos sexos, y las mujeres se marcharon sin decir a dónde, lejos de donde pudiera encontrarlas cualquier macho. Los más arriesgados afirman que se internaron en las grutas más profundas de las Tierras del Sueño. Estos mismos aseguran que el motivo de la disputa fue religioso; los machos habían abrazado en masa una nueva fe (más oscura y peligrosa), dejando de lado la antigua religión matriarcal, donde las mujeres oficiaban de sacerdotisas. Entre susurros, dando rodeos, sin mencionarlos expresamente, entre todos los oyentes se instalaban los terribles nombres de Nyarlathotep, morador de la Oscuridad, y la Diosa sin nombre. Nadie quería nombrarlos, no fuera a ser que atrajesen su terrible y numinosa atención hacia ellos.
Según parece, entre las manadas de ghules, se recita en algunas ocasiones una larga epopeya sobre la desaparición de las hembras y su largo éxodo; los versos finales mencionan a cierto venidero Príncipe Ghul, que hará un peligroso viaje y las traerá de vuelta, para la gran Reunión.
Por supuesto, todo esto no es más que una leyenda, pero ayuda a comprender la manera de pensar de los ghules, y lo complicado que resulta el apareamiento natural para esta especie.

Jerarquía social

Como hemos adelantado, los ghules en grupo tienen un comportamiento de turba; entre ellos son sumamente empáticos, y son capaces de contagiarse el miedo, o la rabia, según la situación. En estos casos, el ghul se despoja de su conciencia de individuo, y actúan todos a una. El depredador natural del ghul en las Tierras del Sueño profundas son los terribles gugos, y su tamaño y ferocidad sólo puede ser combatido de manera desesperada, y nunca en solitario. Sólo grandes campeones ghul han conseguido volver con la cabeza de uno de esos monstruos de fauces verticales, habiéndose enfrentado en singular duelo.
Se comprende entonces, la necesidad natural de un líder que sea capaz de reconducir las emociones de la turba, para evitar la extinción por estupidez. Por regla general, el líder es un líder guerrero, y es quien tiene la última palabra en cuanto a si entablar batalla, o abandonar el combate. Su carisma es tal que contagia con sus emociones al resto del grupo; y este carisma, según parece, es innato al ghul, de manera que es imposible que el puesto de líder sea hereditario. Los líderes suelen pasar poco tiempo en su papel, casi siempre impuesto por las circunstancias, y casi siempre derrocado tan rápido como fueron ascendidos. Contrario a lo que parezca, no siempre el líder de guerra es el más fuerte; en ocasiones, puede serlo el más astuto del grupo. Los líderes de guerra con más experiencia han logrado sobrevivir en su puesto mucho tiempo, logrando grandes hazañas de conquista frente a los gugos de las criptas de Zin, en las más profundas y oscuras cavernas del Sueño.
No existe nada parecido a una nación ghul, en la Tierra de los Sueños; el ghul se reparte en manadas, a simple vista sin ninguna distinción entre ellas. Se asemejarían más, sin embargo, a tribus o clanes. Sutiles diferencias los distinguen, señales de cohesión grupal: escarificaciones, tatuajes, anillos en las orejas o nariz, peinados rituales; existen rencillas entre los distintos clanes, hay guerras, saqueos, alianzas; algunos grupos se han especializado en la manufactura de piezas de artesanía, sobre todo cuero y hueso (clan conocido como Cinco-Dedos, puesto que, como hemos visto antes algunos individuos conservan el pulgar útil, y, aunque rudimentarios, son más que diestros artesanos). De los saqueos de tumbas y túmulos, los ghul recuperan muchos objetos del ajuar del difunto, y los reaprovechan a su manera. Ropas, piezas de armadura, y sobre todo armas; pocos ghul ven útiles las armas, sobre todo porque es bastante complicado de usar cuando se tienen cuatro dedos y ninguno para sujetarla por el otro lado; espadas, dagas y hachas son usadas, sobre todo, de forma ornamental y como señal de distinción.
También tienen un puesto reservado para el más anciano y sabio, que hace las veces de sacerdote y juez; y se ha observado, en los grupos más numerosos, la figura de una especie de hombre-memoria, o bardo, que recuerda y recita leyes, normas, relatos y poemas bastante lúgubres y escabrosos (al menos para la aproximada traducción que pudo hacernos el guía que nos acompañaba).
El líder de guerra es conocido como el K´lurrg, con la traducción aproximada de "príncipe de clan"; cuando un K´lurrg consigue reunir varios clanes bajo su mando, puede llegar a ser nombrado K´luk k´lurrg, que vendría a significar "príncipe de príncipes". Rara vez se ha llegado a usar realmente ese título, y actualmente sólo para referirse a aquel que traerá de vuelta a las hembras, como algo legendario y secundario. No cuando los clanes ghul cada vez son más hostiles entre ellos, y se evitan y merman en sus oscuras cavernas.

martes, 5 de agosto de 2008

Interregno... y líbranos de la Santa Inquisición, amén

Varios sucesos ocurridos en dimensiones alternativas y paralelas han tenido repercusiones hasta en el mismo y congelado centro de la realidad que nos acoge. Con un oído pegado siempre a los Otros Mundos, el viejo Coyote había sentido las ondas de expansión, y los efectos le han golpeado en su sentido de la irrealidad más fuerte que nunca - o, al menos, más fuerte que en anteriores ocasiones.

- Otra mudanza, obligada por las circunstancias, acabando con el poco tiempo libre de la mayoría de los miembros de El Blues del Coyote.

- El mismo traslado al nuevo hogar, una vieja casa del centro de la ciudad, de altos techos y paredes bien gruesas, donde puede aún sentirse el eco de otras vidas que por allí habitaron (aunque el Coyote piensa que no); de tan anchas que son las paredes, impide que llegue cualquier tipo de señal electrónica adentro: no móvil, no televisión, no acceso a la Red... Lo cual lo ha convertido más que otra cosa en una celda de recogimiento interior; teniendo en cuenta que uno de los arcanos del Coyote siempre ha sido el Ermitaño (sí, aquel huerto alejado de la civilización, utopía humilde donde las haya), tampoco ha sido un disgusto demasiado enorme; ahora algunos miembros del equipo han tenido tiempo para ponerse al día con ciertas lecturas pendientes...

Y, fruto de esas lecturas, ahí viene la siguiente entrada:

... y líbranos de la Santa Inquisición, amén

(dos o tres casos prácticos de procesados por la Inquisición)

Lo que antaño fue el castillo de la Inquisición, sede del Santo Oficio en la ciudad de Sevilla, prácticamente desde su fundación hasta el final, se encuentra actualmente sirviendo de cimientos a un mercado de abastos, junto al típico puente de Triana. Puede verse como una ironía de esas que tanto le gustan a la historia: un sitio que pasó de ser lugar de muerte y tormentos, a un sitio que ayuda a la vida a mantenerse en su estado (no en vano, es lo que un mercado de abastos hace: vender alimentos, los cuales ayudan a la vida – al menos, si no es en exceso...)

Pero antes de eso, antes del levantamiento del mercado de abastos, durante al menos doscientos años, aquello no fue más que un solar ruinoso. Cuando se emprendieron las obras para la construcción del mercado, parece que a las autoridades se les ocurrió la idea de dejar a la vista los restos del antiguo castillo de la Inquisición. Hicieron colocar un suelo de metacrilato, y unos miradores desde el sótano del mercado, de donde se pueden observar dichos restos. De manera que uno puede ir a comprar unos tomates y unas berenjenas, a la par que contempla un trozo de historia viva (bueno, muy viva no es que esté ya esa parte de la historia, pero en fin) Como monumento a la ignominia humana debía haber quedado, o al menos como monumento de la capacidad del ser humano de ir en contra de sí mismo – cuando no, de ir contra la vida, propiamente.

Pero hasta el momento en que fue abandonado aquel castillo como sede de la Inquisición, miles de víctimas de la brutal burocracia y la intolerancia religiosa y de costumbres pasaron por allí, quedando acumulada entre los ángulos y vértices de las celdas toda la energía negativa que desprendieron los reos durante todo ese tiempo. Si las psicofonías, o como quieran llamarla en estos momentos para darle una patina de seriedad o cientificismo, tuvieran algún sentido fuera de las mentes de quienes creen en ellas, el mercado de Triana sería un lugar estupendo para hacerlas. Habría que hablar, también, con los guardas de seguridad que pasan allí las noches, a ver qué podrían contar; aunque, claro, los guardas nocturnos de seguridad siempre tienen al menos una historia de fantasmas que contar. Que les pasó a ellos, o a un compañero suyo ya retirado... Aunque, según el Coyote, gracias a la enorme cantidad de energía vital (esto es, positiva) que desprenden las actividades comerciales que se realizan durante el día, hace tiempo que contrarrestaron, cuando no diluyeron, toda energía negativa que pudieran conservar los pocos muros que aún se mantenían en pie del castillo de la Inquisición.

La Inquisición ha existido desde hace algún tiempo, no con ese mismo nombre siempre, pero las actitudes y los comportamientos se han ido repitiendo. Y no nos referimos sólo a sus equivalentes en otras religiones, como los puritanos caza-brujas, o los fanáticos almohades (aunque también). También a la mayor parte de policías secretas, de un régimen u otro que han existido o existen; incluso algo tan difuso como pudo ser la “cruzada anti-alcohol” americana, y en general a toda parte de la sociedad que, sancionada por el poder temporal, se ha erigido en juez, jurado y verdugo de los comportamientos, creencias y sentimientos del resto de esa sociedad.

De todos es bien sabido que la Inquisición ha formado parte de la llamada “leyenda negra”. Nos ha quedado grabada la imagen del inquisidor cruel y sin sentimientos, que asiste impávido a los tormentos de los acusados, aguardando a que éste (roto por fuera y por dentro) confiese por fin todos sus pecados, e implore a gritos el perdón y la liberación de este valle de lágrimas. Y también, por supuesto, la imagen de la ejecución pública y ejemplarizante del hereje impenitente ahogándose con el humo de las llamas que crecen a su alrededor, mientras el inquisidor sostiene que lo hacen para purificar su alma, que “lo hacen por su bien”.

Los amigos del Pensamiento Único, la Vía Única y el Dios Único tendrían mucho que aprender de los inquisidores de antaño (si no es que aprendieron ya, e incluso superaron a los maestros)

... Pero ocurre que llegó a las zarpas del Coyote un curioso facsímil que llevaba por título Relación histórica de la Judería de Sevilla, establecimiento de la Inquisición en ella, su extinción, y colección de los autos que llamaban de fé celebrados desde su erección (de la edición de 1849), y en ella se contaban jugosos hechos que protagonizaron los hermanos de la Santa en la ciudad de Sevilla. Su autor, Don José María Montero de Espinosa, a lo que parece, era una suerte de ilustrado liberal, director de un periódico que difundía ideas modernas, y trataba en la medida de lo posible, expulsar las supersticiones que lastraba el país – que, al parecer, había interiorizado la “leyenda negra” y se había identificado con esa imagen que tanto convenía al resto de países... Por tanto, es de suponer que, aunque obra histórica, el autor no debía sentir excesiva simpatía por la Inquisición. No en vano, para estos liberales, el Santo Oficio era un reflejo de todo lo que había significado el Antiguo Régimen. Habría que verlo con detalle, aunque ya hubo otros que se ocuparon de la labor crítica.

Sin embargo, de estos hermanos inquisidores y su ralea ya se han dedicado numerosos libros, monografías, estudios y artículos – aquí sólo mencionaremos, por supuesto, la obra de don Julio Caro Baroja; gracias a las dedicadas a la cuestión, hemos dado con la clave: los inquisidores no eran los tipos retorcidos y sádicos, pálidos y surcados de arrugas, ansiosos de sangre y resentidos con el resto de la creación, como nos narran numerosas novelas góticas (todas de ámbito anglosajón, por cierto); los inquisidores eran, sobre todo, burócratas y leguleyos, funcionarios del sistema, al fin y al cabo (aunque en numerosas ocasiones se conseguían las dos cosas, esto es, funcionarios resentidos, retorcidos y sádicos...) Pero eso lo hace, según el Coyote, mucho más terrible, porque las persecuciones y tormentos se sucedían, pero no motivados por las pasiones humanas (cosa que tendría mucho más sentido), no movidos por la voluntad de un individuo rencoroso y visionario; lo peor es que todos aquellos sufrimientos eran cometidos acorde a unas leyes y un sistema que había dado a luz un monstruo sin cabeza, la máquina de la burocracia, que con su ingenioso sistema de denuncias, siempre buscando alimento para mantenerse.

La Inquisición, sobre todo, servía para homogeneizar lo heterogéneo, para igualar lo distinto, y si no podía volverlo a la normalidad, lo hacía desaparecer.

Lo más curioso es que en el reino de España nunca hubo demasiado interés en la fanática persecución de brujas como se llevó a cabo en otros países europeos – y transatlánticos, también. Sí, procesos por brujería y satanismo los hubo; pero el grueso de los procesos llevados a cabo por la Inquisición en la piel de toro trataban sobre todo de aquellos judíos que se habían convertido al cristianismo, forzados por las circunstancias, pero que en la intimidad de sus corazones y su hogares, seguían profesando la fe de sus mayores, y siguiendo en secreto la Ley.

A entender del viejo Coyote, las persecuciones de judeo-conversos insinceros estaban motivadas antes por intereses políticos y económicos, que realmente religiosos. También tuvieron peso político, durante un tiempo, los procesos a simpatizantes de Lutero, Erasmo o cualquier otra idea heterodoxa. Sevilla tuvo, incluso, su propia herejía, la de los llamados alumbrados.

Continuará...