martes, 18 de noviembre de 2008

La Doncella de Orleans y Barba Azul: Secretos Vínculos (Segundo de Tres)

Como decíamos, Juana procedía de una familia de humildes agricultores, del pueblecito de Domrémy, en la zona de Lorena. Según parece, era la más pequeña de cuatro hijos, y además la única niña. Según el Coyote, la infancia de Juana fue solitaria, y de hecho, su nacimiento no debió ser visto con muy buenos ojos por la familia Darc, una boca más que alimentar y todo eso.

Durante el proceso que la terminó llevando a la hoguera, Juana había declarado que tenía visiones, y en especial escuchaba ciertas voces, desde los trece años; aunque sin duda, debió de tener experiencias semejantes con anterioridad. Aquellas voces (en primera instancia del arcángel san Miguel, y posteriormente por santas y mártires doncellas que la guiaban y alentaban), según contó, la instaron a llevar a cabo la liberación de Francia de los ingleses, y culminar la coronación del Delfín Carlos en la catedral de Reims. Su corta pero intensa vida está repleta de anécdotas legendarias, y algunas revelaciones de la muchacha, llevaron a considerar milagrosa a la doncella, y tocada de alguna manera por lo divino, de tan férreamente convencida que estaba de ello.

Y aquella creencia debió ser muy fuerte, ya que consiguió convencer a todos aquellos hombres, nobles y expertos caballeros, cuya vida era la guerra. Primero consiguió que el comandante Baudricourt le proveyese escolta para llegar hasta la corte legitimista, en Chinon, donde debía dar un mensaje secreto a el Delfín, confiado por Dios solamente a ella. Esta escolta, dos nobles y altos caballeros, la siguieron desde entonces hasta el final, fascinados por el carisma endiosado de la muchacha. Su entrevista con el postulante a rey debió ser significativa, pues quien llegaría a ser Carlos VII le dio toda su confianza. Hasta qué punto son exageradas las afirmaciones de que, prácticamente, dirigió a los ejércitos franceses en tan memorables jornadas, como la liberación de Orleans; o si, por el contrario, tan sólo portaba el estandarte y era más una figura de inspiración, que otra cosa, no podemos llegar a estar seguros del todo. Que la mayoría de los franceses creían en ella, de eso sí podemos estarlo.

Fue, precisamente, en las jornadas del asedio y liberación de la ciudad de Orleans, donde Juana Darc y Gilles de Montmorency se conocieron. Juana apenas era una muchacha de dieciséis años, y Gilles ya era barón de Rais, poseedor de prebendas y numerosos feudos, y en breve llegaría a ostentar el título de Mariscal de Francia. Por aquel entonces, Gilles contaba veintiséis, y llevaba años alimentando la leyenda de su fiereza durante el combate; pues según parece, en el calor de la refriega, frente a la visión de la sangre, o al olor de la muerte, cual berseker, se despertaba en él un irrefrenable ardor guerrero, durante el cual era prácticamente imbatible. Y aunque como alto mando no tenía necesidad, siempre se le podía encontrar en primera fila de batalla, luchando codo con codo junto a sus hombres.


Habiendo nacido Gilles de Rais primogénito de uno de los grandes linajes de Francia, su vida está tan plagada de hechos ominosos, que pareció haber nacido bajo el signo de la maldición. Su mismo nacimiento señala esto: en la así llamada torre negra del castillo de Champtoncé, a orillas del Loira, en la Bretaña francesa. Quedando huérfano muy joven, fue educado por su abuelo en las tradiciones más rancias de la alta aristocracia, y fue proclamado caballero a la edad de catorce años; alrededor de esa época provocó su primera muerte humana (al parecer, un amigo suyo más humilde, con el cual entrenaba), pero su ascendencia lo libró de castigo, siendo todo ello silenciado.

Desde entonces, según se cuenta, se mostró como una persona de talante violento, impetuosa e irreflexiva, de la que sólo se pudo hacer carrera en el ejército. Allí, sus impulsos sicóticos y su agresividad tendrían un provecho más o menos constructivo. De todas formas, para un noble de su época, le bastaba con tener cierta destreza bélica, un buen casamiento, propiedades y un lema que quedase bien en su escudo de armas; no les pedían títulos de marketing, como hoy día. Sí es cierto que, para mantener sus haciendas, algo de previsión económica debían tener, y en esto no parece que destacara precisamente Gilles, más bien al contrario.

Pero, como decimos, Gilles destacaba principalmente por sus cualidades combativas, y aunque de cierta cultura, nunca llegó a considerársele de mucha inteligencia. Con la fortuna familiar, Gilles se hizo con un ejército de mercenarios con los que combatió en las guerras de sucesión de la Bretaña – a favor de los Montfort –, pasando finalmente a formar parte de los ejércitos del Delfín de Francia, el rey legítimo, según la mayoría de los franceses de la época. De hecho, se cuenta a Gilles como uno de los líderes franceses que dirigieron el asedio a la ciudad de Orleans.

Orleans estaba tomada por los borgoñones, aliados con los ingleses, y comandados por el conde de Suffolk, y el asedio duraba meses; la ciudad era punto estratégico clave, que daba control sobre el alto Loira. Aunque años antes los bretones les habían dado para el pelo a los franceses, en la afamada batalla de Agincourt, esta venturosa recuperación de la ciudad, junto con algunas batallas posteriores, dieron la Guerra de los Cien Años por ganada a los legitimistas galos, pudiendo finalmente el Delfín Carlos coronarse como rey en la catedral de Reims (cosa que había predicho Juana, lo cual era efectivamente su objetivo). Tener a Juana de Arco de su parte, dio a los cansados ejércitos de Francia el impulso que necesitaban; si Dios estaba de su lado, no podían perder. Los que creen que Juana literalmente lideró el contingente francés, suelen afirmar de igual forma que Juana, aconsejada por sus voces, incluso participaba activamente en cuestiones estratégicas, junto a los demás mandos. Es de suponer, además, que la presencia de Juana diera lugar a que Gilles se convenciese que, de alguna manera, sus irrefrenables impulsos asesinos tenían realmente un buen fin; como todos saben, Dios escribe con renglones más bien torcidos, y por supuesto inescrutables. ¿Quienes son los mortales para poner en entredicho lo que el Creador dispuso desde el mismo Principio? Los paranoicos, los esquizofrénicos y las personas en general, tienden a justificar su situación actual, narrándose de una determinada manera su pasado, de forma que la realidad se ajuste a los propios delirios y a la propia idea del mundo (y si hace falta forzarla, obviarla, o directamente negarla, pues adelante). Gilles pudo ver aquélla como una ocasión para purificarse, y ganar su puesto en el Cielo, para la otra vida.

De modo que, durante las crudas y violentas refriegas que se provocaron con el asalto de Orleans, tanto Juana como Gilles, así como otros miles de caballeros, soldados y campesinos que el Delfín había puesto a su disposición, se enfrentaron a las fuerzas conjuntas de ingleses y borgoñones; y lo hicieron con tal audacia, temeridad y arrojo que la ciudad fue recuperada y expulsadas de allí las fuerzas invasoras.

Por esta vez, el psicópata luchó del lado de los ángeles.

La conclusión, en la próxima entrega

lunes, 3 de noviembre de 2008

La Doncella de Orleans y Barba Azul: Secretos vínculos (Primero de Tres)

En una época como la que nos ha tocado en suerte vivir, donde se declaran actos de pacificación, cuando quieren decir guerras, porque en lenguaje diplomático no suena muy bien llamar las cosas por su nombre (y además se te echa al cuello la opinión pública, o sus ínclitos y arrogados representantes - esto es, políticos, periodistas, sacerdotes y artistas); en una época donde los conflictos bélicos son retransmitidos a escala mundial-global y en tiempo real y duran semanas, o acaso meses. En una época como ésta, en la que estamos inmersos, donde las batallas se libran a distancia, y teledirigidas, decimos, debe sonar bastante extraño y ajeno una guerra que duró cien años.

Cuando algunos, movidos por el prejuicio o la ignorancia, o una mezcla de las dos cosas, se refieren a la Edad Media con la expresión “edad oscura”, seguramente debían estar refiriéndose a cosas como ésta: la Guerra de los Cien Años (1337-1453); una guerra de sucesión que se convirtió en una lacra para Francia, donde principalmente se libraron las batallas más importantes, y que asoló el país durante varias generaciones. Cuando Francia e Inglaterra se enzarzaron en una disputa sucesoria por la corona de Francia, la cadena feudal de vasallaje y casamientos entre distintos reinos, ducados y demás, llevó a media Europa a levantarse en armas, a favor de un bando u otro.

Durante uno de los episodios de esta larga guerra, Castilla tuvo un papel relevante, pues su flota en aquellos momentos era la más importante de Europa, y ambas potencias ansiaban tenerla de su lado. De hecho, en la misma guerra civil de sucesión de Castilla, entre Pedro I, llamado el cruel (también el justiciero, elijan ustedes), y su hermanastro Enrique de Trastamara, llamado el bastardo, tanto
ingleses como franceses apoyaron cada uno a un bando, para poder aprovecharse de la armada castellana. En aquella ocasión, los franceses se llevaron la mano, dejando con dos palmos de narices a los ingleses, y de hecho, las naves castellanas asaltaron algunas ciudades portuarias inglesas como Plymouth, Portsmouth, y la famosa isla de Wight entre otras. El Coyote apunta que este episodio adelanta unos siglos el historial de rencores navales entre España e Inglaterra, y de hecho sitúa a los españoles como los instigadores originales de todo aquello, y no justo al contrario, como siempre se ha querido recordar. Vamos, que los súbditos de la Pérfida Albión ya debían guardarnos algo de inquina en la recámara de la memoria, cuando los piratas bajo las órdenes de la perra frígida, Isabel I de Inglaterra, se propusieron adueñarse de lo que los españoles con tanto esfuerzo habían expoliado a los americanos. Y de hecho, la isla de Wight fue uno de los primeros puntos donde las fuerzas imperiales españolas se propusieron volver a desembarcar, para la ocasión de la Armada Invencible.

Volviendo a Francia, cien años de guerra dan para numerosos episodios fascinantes (tal cual la estratégica batalla de Agincourt); de esos que resaltan la miseria y la grandeza del ser humano frente a situaciones límite. Por resaltar sólo dos de las personalidades que protagonizaron algunos actos epigonales, en las postrimerías de tan larga guerra sucesoria: Juana de Arco, la Doncella de Orleans, Santa por la Iglesia Católica, liberadora de la ciudad de Orleans, e inspiración para los cansados ejércitos franceses, y Gilles de Rais, modelo para Barba Azul, bravo militar y héroe de guerra, mariscal de Francia, satanista, terrible asesino de niños, y seguidor de Juana durante los años de la guerra.

De orígenes sociales totalmente dispares (Juana nació en el seno de una humilde familia en el condado de musical nombre de Domrémy; mientras que Gilles fue heredero de una aristocrática familia, al servicio del rey de Francia, o del Delfín legítimo, según el momento de la historia), sin embargo, sus respectivos destinos marcharon a la par durante un momento crucial para la historia del país galo. Pese a que ambos decían moverse por intereses totalmente dispares (una, receptora de las visiones del Cielo; el otro, buscador incansable e insatisfecho de placeres infernales), sin embargo, el momento de su muerte fue en ambos igualmente similar: ejecutados por los poderes terrenales. Gilles, sin embargo, sobrevivió bastantes años a Juana.















Continuará...