miércoles, 24 de diciembre de 2008

Sacerdocio de Aarón, sacerdocio de Melki-Tsedeq

Podríamos estar hablando de sabiduría perenne; podríamos estar hablando de Tradición (así, con mayúscula); incluso de ascesis y gnosis. Pero, en el fondo, estamos hablando de aquello que el ser humano puede llegar a creer, sobre él y sobre el mundo que lo rodea – visible o invisible. Estamos hablando de la capacidad infinita del ser humano para creer cualquier cosa.

Y, en cuanto a creencias, para el Coyote sólo alcanzan la categoría de válidas para la vida, aquellas que te ayudan a continuar adelante; toda creencia que incluya sacrificio, resentimiento, una aceptación acrítica y dogmática de ella misma, no merece la pena ser tenida en cuenta, más que como una anécdota en la evolución espiritual de la humanidad. Aunque es cierto que, de anecdóticas, algunos conjuntos de creencias han pasado a convertirse en verdaderos escollos para esa evolución tanto tiempo pospuesta.

Y es que, como las muletas, las creencias sólo deben servirnos de apoyo en el momento en que nos son precisas; cuando nuestra pierna se ha curado, debemos saber dejar atrás esas muletas: de lo contrario, nos acostumbramos a ellas, y se convertirían en imprescindibles, y nuestras piernas se deformarían irremediablemente por el uso innecesario de éstas. Algo parecido le ocurre al ser humano con respecto al planeta; llevamos muchos siglos amparados a las faldas de mamá; sus pechos se agotan, sus caderas se estrechan. Aquejados del típico egoísmo infantil, nos negamos a ver que el momento de dejar el nido ya llegó hace tiempo.

A todo esto, y según el Coyote, está por ver si las condiciones y limitaciones que el ser humano ha puesto sobre sí mismo, no han terminado ya con cualquier posibilidad de que la filosofía perenne tenga vigencia aún. La implantación a nivel global de ciertas estructuras económicas, han dado lugar a que prácticamente cualquier creencia tenga cabida dentro de ellas, y todas al mismo nivel de ineficacia: actualmente, se puede sostener el ateísmo materialista, el budismo zen o el cristianismo ortodoxo, con las mismas consecuencias espirituales en cualquiera de los tres casos, esto es, ninguna. Ninguna creencia está por encima de otra, en el sistema global/neoliberal; lo importante es que se mantengan las condiciones materiales, y no de ningún otro tipo, a costa de lo que sea. La llegada del Mahdi, del Mesías, o del Segundo Advenimiento, no tiene ninguna relevancia; mientras el sistema económico se mantenga estable, la sociedad puede seguir creyendo lo que le venga en gana. Aunque esta creencia sólo le valga para soportar el día a día, para sostener con firmeza la venda, para acorazarse frente al desequilibrio que ayudamos a aumentar con nuestra inacción día tras día; aunque esta creencia no le sirva en absoluto para conocerse mejor a sí mismo, y poder así avanzar en la sinuosa y umbría floresta de la evolución espiritual.

Y eso sin contar con las innumerables herejías y deformaciones que provoca esta desorientación espiritual; hablemos de Ramtha, por ejemplo: la Fundación Ramtha para la Iluminación, con sede legal en los U.S.A., fue fundada por la médium J. Z. Knigth, un ama de casa de Tacoma, Washington. Según se cuenta, ésta comenzó a canalizar comunicaciones de un espíritu de avanzado nivel, quien en vida mortal había sido Ramtha, un bárbaro mercenario de la antigua Lemuria. A lo que parece, la tal Knigth hizo una buena ensalada entre las novelas de Conan de R. E. Howard, y los manuales de teosofía de la Blavastky. Por supuesto, los mensajes enviados por Ramtha adolecen todos de esa semántica neutral e ineficaz, que numerosos espíritus ficticios de numerosas sectas han revelado a la humanidad, ya se sabe: Paz y Amor universales. ¿Y qué hay de los casi desconocidos “encantadores de serpientes”, casualmente de origen también norteamericano, en este caso Alabama, Luisiana y otros estados del sur? Como herejía del cristianismo, los encantadores se basan en unos versículos de la Biblia, donde se afirma que los que sigan a Jesús no deberán temer ponzoña de serpientes, o algo parecido. Pues bien, en las misas, que se dilatan durante horas, los predicadores juegan con peligrosas serpientes venenosas, se las pasan por encima, y terminan entrando en estados casi extáticos de conciencia. Curiosamente, el fundador de este heterodoxo movimiento murió mordido por una de estas serpientes. Y ni tan siquiera hemos mencionado el espiritismo, las sectas OVNI-cristianoides, la new-age o el Opus Dei.

Hablamos, por tanto y de una forma muy generalizada, de dos maneras diferentes de entender la vida y la evolución espiritual. El sacerdocio de Aarón y el sacerdocio de Melki-Tsedeq.

Sobre Melquisedek narra el Génesis que era el rey-sacerdote de Salem (en concreto su título es rey de justicia en Salem, signifique eso lo que signifique), contemporáneo a Nimrod y su torre de Babel; reconocido por su sabiduría, ya era sacerdote del Altísimo, antes de que Abraham hubiese aún fundado la larga estirpe del Pueblo Elegido. El bueno de Abdel Wahid Yahia, René Guenon para los gentiles, señalaba que en la figura de Melquisedek, se representa la encarnación del concepto de Rex Mundi en la tradición judeo-cristiana, y en Salem su equivalente para el reino subterráneo de Aggartha; superior a Abraham, él lo bendice, e incluso instituye la tradición del diezmo, que el patriarca ofrece a Melki-Tsedeq.

Aarón, en cambio, es quizá algo más conocido, puesto que aparte del Antiguo Testamento, ha aparecido en algunas películas basadas en el Éxodo y la vida de su hermano, Moisés, que se narra en el Deuteronomio y otros Libros. Con el establecimiento del sacerdocio hebreo, en la tribu de Leví (a la cual pertenecía Aarón), también se establece un diezmo, pero éste porque los sacerdotes deberán estar exentos de trabajos manuales, y dedicarse exclusivamente a los servicios del templo; no es ya, por tanto, el reconocimiento de una superioridad, tanto en cuanto autoridad temporal (pues Melquisedek era rey de Justicia), como en autoridad espiritual (siendo simultáneamente sacerdote del Altísimo). Es la diferencia fundamental entre estos dos órdenes sacerdotales.

A partir de la institución del sacerdocio de Aarón, el poder terrenal y el espiritual deberán marchar separados; así ha de ser, pues de ello depende la supervivencia de Israel. Intérpretes heterodoxos de la Biblia, tal como el bueno de Baruch Spinoza, han entendido la historia de la nación israelita, según se cuenta en el Antiguo Testamento, como una oscilación entre la necesaria separación de las dos autoridades, espiritual y temporal, y la interferencia histórica entre ambas, la cual explicaba los momentos de zozobra del pueblo de Israel. Y de cualquier otra nación, puesto que Spinoza escribía para el europeo moderno, y con la intención de que se tomase como modelo de separación de poderes lo expuesto en el Antiguo Testamento, a ese respecto. Y no sólo, pues, en los largos siglos de la Edad Media era motivo de disputa teologal (y no sólo, también y sobre todo, de cruentas guerras) las atribuciones que correspondían al papa en cuestiones terrenales, y a la inversa, hasta dónde podía meter mano el rey o el emperador en cuestiones espirituales. Ahí está por ejemplo, el famoso Leviatán de Hobbes, un cuerpo formado por todos los hombres (el Estado), en cuya cabeza reposaba la corona de la autoridad soberana, con el poder terrenal – la espada – en una mano, y el poder espiritual – el cetro – en la otra, bien separados. Y, desde entonces, el objetivo de humanistas, ilustrados, liberales y otros, no ha sido otro que apartar a la Iglesia patriarcal y paternalista de la influencia de la evolución social y política del ser humano hacia su emancipación. Que lo que haya sustituido a la Iglesia en ese papel sea algo mucho peor, eso ya es otra cuestión.

Como dato anecdótico (o quizá no tanto), Guenon señala a Melquisedek como el representante de una estirpe de reyes-sacerdote, que enlaza con los apócrifos y legendarios reyes magos – llamativa se presenta entonces la similitud etimológica con el nombre de uno de ellos, Melki-Or. Todos ellos, preservadores de una Tradición anterior; esa que desde el centro original irradiaba sus conocimientos, que en parte ha cristalizado en tradiciones particulares, y que en esencia es esa filosofía perenne que reveló para las masas Aldous Huxley, entre otros. Cuando los reyes magos se presentaron en el pueblecito de Belén (Beth-Elem, o la Casa del Señor, en una etimología espuria), y realizaron la consabida adoración del Niño Sagrado, estaban, pues, dando lugar a un reconocimiento por parte de la Tradición de un nuevo orden en el mundo. Y, más allá, Guenon llega a asegurar que estos “magos de oriente” son enviados del Aggartha, el centro original de transmisión de la Tradición en este Ciclo, que ratifica este hecho. Aunque algunas tradiciones cristianas listan a estos reyes magos en número superior a tres: el cuarto rey, el Artabán de las leyendas, por ejemplo, que se entretuvo tanto por el camino en actos de caridad, que sólo pudo llegar a ver al Cristo ya en su momento de crucifixión; o los cristianos armenios, que tienen entre siete y nueve reyes magos.


Sin embargo, para esta interpretación tradicionalista de Guenon, es conveniente que sean tres: cumpliendo así cada uno una de las funciones tradicionales que, tanto al Rey del Mundo de las leyendas del Aggartha, como al veterotestamentario Melquisedec se les han atribuido. Esto es, el oro que se le ofrece representa la soberanía terrenal (por “rey”); el incienso, que representa la soberanía religiosa (por “sacerdote”); y, finalmente, la mirra, que representaría en este caso la soberanía espiritual (por “profeta”).

¡Feliz solsticio de invierno y feliz muerte/renacimiento del Sol!

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Quinta Entrega

5. Reflexiones frente a la dinamita

Una de dos: O bien la rubia le había timado, y estaba realmente conchabada con los malos; o bien, el difunto Beauremont tenía relación con esos tipos, antes de que alguien lo enviara al otro barrio de la manera más horrible que cabe imaginar. Sobre lo segundo, tampoco sería ninguna sorpresa. No sería la primera vez que un anticuario se mete en asuntos turbios, ¿no es así? Eso explicaría su final, y daría cierto sentido a toda aquella farsa.

Y al investigador privado Quentin Coward no le vendría mal encontrar algún sentido a todo aquello: no en vano, el temporizador de la dinamita continuaba su inexorable cuenta atrás, y con él bien atado a la silla, poco podía hacer, más que tratar de encontrarle cierto sentido al que parecía su último caso.

Si tan sólo hubiese previsto la mitad de lo que le iba a ocurrir, cuando la rubia entró en su despacho, solicitando sus servicios y contoneando sus largas piernas, no habría aceptado. Tampoco le habría dicho descaradamente que la memoria de su encuentro le iba a ser útil aquella noche (“Vamos, señor Coward, pensaba que ud. era un hombre de acción, no de los que se quedan sólo con el recuerdo”, había dicho ella, sin sonrojarse).

Efectivamente, era un hombre de acción; y cuando ella le encargó encontrar la agenda de citas del finado anticuario Beauremont (a cambio de una abultada suma, que cerraría el pico de sus acreedores), Coward se pateó todos los tugurios donde sabía se mercadeaba contrabando. Habló con el estirado jefe de subastas de Sotheby´s; habló con sus confidentes de la policía y la prensa. Nada, el tipo había muerto horriblemente descuartizado, pero sus asesinos no habían dejado rastro alguno. Y lo que le había dicho el forense, aquella especie de, ¿cómo lo había llamado? ¿Protoplasma? Cubriendo todo el cuerpo del muerto. Aquello lo complicaba aún más.

Las pocas pistas que había conseguido, sin embargo, le llevaron hasta aquel almacén en los muelles; agazapado tras unas enormes cajas que contenían ídolos de Bali y Nueva Guinea (traídos ilegalmente al país, por supuesto), escuchó al jefe de la banda; y reconoció la timbrada voz de la rubia que había contratado sus servicios. El sonido de la maquinaria del puerto, desgraciadamente, no le permitía distinguir todo lo que se hablaba, pero sin duda estaban discutiendo. Luego, uno de los matones le descubrió y le dejaron como estaba.

Escasa media hora (actualmente, menos de quince minutos), antes de que la Dama de la Guadaña visitase a Coward. Cuando fue capturado, el rostro de la rubia era un témpano de hielo, pero el detective ignoraba si era porque le daba igual lo que le terminase pasando a él; o bien porque no quería que los matones viesen que le afectaba de alguna manera. La dinamita cerca de él, pero no lo suficiente como para poder alcanzarla. Sólo un sádico haría algo así (¿El mismo tipo de sádico que descuartizaría a un hombre, sólo por encontrar una agenda de citas? ¿Y qué maldita información vendría en la agenda, que valía más que la vida de un hombre?)

La cuenta atrás llegaba a su final. De haber sido religioso, se habría puesto en paz consigo mismo; Coward, sin embargo, no era de ese tipo, desde luego. Con denodados esfuerzos, consiguió agarrar el cortaplumas de su bolsillo; su ingenio hizo el resto. Con segundos para la detonación, pudo lanzar la dinamita a las contaminadas aguas del puerto, poniéndolos a todos perdidos. Mejor eso que lo otro.

Primero los contrabandistas; luego la rubia. Para Quentin Coward, ahora era personal.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Cuarta Entrega

4. El guía del desfiladero

Llyr ab Partha, del clan Cuervo Azul, abría la comitiva que marchaba por el estrecho desfiladero, conocido como la Muerte Blanca; detrás de él, un numeroso grupo de bandidos de Kathuria le seguía, la mayoría pegados todo lo que podían a la afilada pared. No era para menos, pues un poco más atrás un par de ellos perdieron pie, y se vieron arrastrados al profundo abismo; lo cual era toda una suerte para los difuntos, según Llyr ab Partha. Dado lo que les aguardaba al final de la marcha, y que todos ignoraban excepto él, aquel sin duda había sido un final piadoso – y no, según Llyr, el que realmente merecían.

Por mercaderes y viajeros ocasionales, que habían pasado por su aldea, Llyr había escuchado que los habitantes de Kathuria, Lemur y Acheron, tenían a las tribus del lejano y helado norte, entre las que se encontraba el clan Cuervo Azul, por bárbaros sin cultura; ellos, sin embargo, se tenían a sí mismos como la cumbre del refinamiento y la civilización. Llyr se preguntaba, mientras avanzaban por el angosto pasillo congelado con suma cautela, si con refinamiento, se referían a las brutales artes de tortura y muerte, de las que había comprobado con el corazón hecho añicos que eran expertos los bandidos.

La mitad de los habitantes de su aldea estaban muertos, o mutilados; las cabañas y los escasos enseres, arrasados y quemados. Sólo habían quedado algunos niños y mujeres con vida, junto con algunos matones, que los retenían como rehenes. Querían asegurarse de que Llyr, el mejor guía de las heladas tierras hiperbóreas, pusiese todas sus mañas de montaraz al servicio de aquel grupo de bandidos de los reinos civilizados. Mientras continuaban su arriesgado avance, Llyr maldecía mentalmente a quien hiciera correr el rumor original de que, detrás del desfiladero de la Muerte Blanca, se encontraba el Valle Secreto, donde una anciana y olvidada ciudad de basalto guardaba un fabuloso tesoro. Y maldecía igualmente a aquellos que aseguraron que la tribu del Cuervo Azul era secular custodia del paso del desfiladero que llevaba al Valle Secreto.

Llegados, sin embargo, a un punto concreto del camino, Llyr provocó un alud, que se llevó a la mitad de los bandidos; escabulléndose, desapareció de la vista de todos. No lo buscaron mucho, sin embargo, puesto que un poco más adelante, descubrieron las ruinosas puertas de la ciudad perdida, prueba de la existencia del tesoro que les había llevado hasta allí. Se abalanzaron con codicia, sin pensar más que en el brillo del oro.

No pudieron, sin embargo, llegar a comprobarlo. Puesto que todos ellos ignoraban que la Muerte Blanca no hacía referencia solamente al desfiladero; Llyr ab Partha, que fue testigo del terrible final de los bandidos desde su privilegiado escondrijo, era muy consciente del significado; la Muerte Blanca hacía referencia, sobre todo, al guardián del Valle Secreto.


Próxima y última entrega: Reflexiones frente a la dinamita

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Tercera Entrega

3. Ases en Acción

Después de acabada la guerra, Johnny Hawkboy Hudson y sus muchachos decidieron instalar su base de operaciones en un remoto archipiélago del Pacífico. Desde allí, podían encargarse de la erradicación de la piratería en aquellos mares, y mantener siempre a punto sus hermosos cazas e hidroaviones, en caso de que el mundo libre necesitase de nuevo ser salvado por los conocidos “Cazadores del Aire”, ases de la aviación y condecorados héroes de guerra.

La mayor parte de la labor consistía en oponerse a esos incansables piratas chinos, liderados por la hermosa y fatal Nu Hua, también llamada Flor de Jade; Hawkboy y los Cazadores del Aire, sin embargo, también hubieron de hacer frente a amenazas como las del Doktor Panzerfaust y su temible enjambre gorila; o tratar de deshacer los retorcidos planes de conquista mundial del insidioso Doctor Diabólico.

Johnny recuerda que estuvo haciendo un vuelo de reconocimiento, una tarde especialmente tranquila, por las islas de la zona; no quería que ni él ni su querida Betty (el nombre que le había dado a su fiel caza Brewster F2A Buffalo mejorado en sus talleres) perdiesen la costumbre. Entonces fue cuando comprobó extraños movimientos en una isla volcánica aparentemente deshabitada. Siguiendo su instinto y su curiosidad, Hawkboy descubrió toda una base secreta en el interior del volcán. Dentro de ella, la terrible Sociedad del Dragón Amarillo, sociedad criminal de la que era líder indiscutido el Doctor Diabólico, realizaba todo tipo de actividades ilícitas: entre otras, contrabando, tráfico de estupefacientes, prostitución ilegal, y unos terribles experimentos, con una volátil substancia conocida como “Jade explosivo”. Con el mismo, planeaban extorsionar a las naciones del mundo, y así ponerlas bajo el dominio de su único amo, el insidioso Doctor Diabólico.

Hawkboy, una vez más, consiguió boicotear los malvados planes del Doctor, escapando en el último momento de la isla, con el volcán entrando de nuevo en erupción, y las instalaciones secretas hundiéndose tras de sí en lava ardiente.

Gracias a él, el mundo libre podía dormir tranquilo otra semana más.


Próxima entrega: El guía del desfiladero

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Segunda Entrega

2. La alargada sombra de la justicia

El plan había salido a la perfección; la hora prevista, los actores previstos, los pasos dados correctamente. Ahora, la banda huía en la noche a toda velocidad, en su sedan beige con el maletero rebosante de riquezas. Reían y gritaban de la excitación, de la emoción del éxito, y de todo un futuro por delante asegurado.

Había resultado tan fácil, que para el líder de la banda resultaba inclusive sospechoso. Todo había ido como mantequilla derretida, untada sobre seda; demasiado fácil. Quizá, pensó, mientras sus hombres pegaban risotadas y seguían celebrándolo, todo no había sido más que una trampa. Quizá, pensó, ahora mismo los estuviesen siguiendo. Miró atrás por el retrovisor, ni rastro de policía. Sin embargo...

Por un instante, algunos coches atrás, siguiéndoles a cierta distancia. ¿Era aquel cadillac negro, que acosaba las pesadillas de todos los delincuentes de la ciudad? No, imposible. Todo había resultado de una eficacia irreprochable; todavía no se podían haber dado cuenta del robo. Pero, durante unos segundos, antes de que el cadillac negro se resguardase detrás de un camión, habría jurado ver al conductor; antifaz negro, capa negra. Voluntad de justicia imparable.

No, era imposible. No el Fantasma Justiciero; ¿cómo podía haberse enterado tan pronto? Y cuando aún estaba tratando de convencerse de que había sido una mala pasada de los nervios, el imponente cadillac negro se puso a la altura del sedan beige de los ladrones. El Fantasma miró hacia ellos, con pupilas blancas, y un gesto de mortal seriedad. El caos se hizo dentro del coche; uno de los matones trató de disparar al Fantasma, mientras el conductor empujaba el cadillac, para echarlo fuera de la autopista.

Sin saber muy bien cómo, dejaron atrás al Fantasma. Aún con la adrenalina poniéndoles los vellos de punta, se dieron cuenta de que se habían quedado solos en la autopista. Ningún coche les seguía. Mirando atrás, si les seguía el cadillac fantasma, no pudieron ver la barrera que les esperaba adelante en la carretera.
Fueron masacrados a base de metralla, dejando a los pasajeros del vehículo, y al coche mismo ventilado como un colador. Unos hombres de tez amarilla y ojos rasgados abrieron el maletero, tomaron su contenido, y desaparecieron en la noche.

Cuando el Fantasma Justiciero llegó hasta el coche masacrado, las pistas le condujeron directamente a la base secreta del insidioso Doctor Diabólico, en las alcantarillas de la ciudad.


Próxima entrega: Ases en acción

martes, 9 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Primera Entrega

1. La sombra en el quicio de la ventana


Charles Beauremont, reputado anticuario y especialista en incunables, siempre había sospechado que el ser humano vive en una plácida isla de ignorancia, rodeado de los vastos océanos de la eternidad. Encontrar en una librería de viejo de la antigua judería un ejemplar del nefasto “Liber Hyperboreas” que se creía perdido hasta ese momento, se lo confirmó. Después de pagar su desorbitado precio al siniestro y anciano librero, se dirigió directamente a su estudio, nervioso por la anticipación. Se acomodó en su sillón preferido, habiéndose servido una copa de su mejor brandy y prendido la chimenea; sin más dilación, dedicó la tarde a estudiar el volumen, de manera que se le hizo de noche, y apenas se dio cuenta.

Después de haber comprobado al milímetro la manufactura técnica del manuscrito, se dedicó a estudiar su aún más atractivo contenido. Una leyenda negra de maldiciones seguía al “Liber Hyperboreas”, desde el momento de su escritura. Su mismo autor, un anónimo alquimista y astrólogo francés del Renacimiento, murió de un ataque de apoplejía en el momento justo que escribía el último renglón; todos sus dueños, algunos notorios ocultistas europeos, habían sufrido alguna desgracia, cuando no se deshicieron de él directamente. Beauremont, sin embargo, se consideraba un hombre moderno, positivista y escéptico a partes iguales, y todas aquellas supersticiones no le afectaban.

Al menos, eso quería creer al principio; cuando su reloj de pared dio las doce, estaba tan absorto por el aberrante contenido que ni se dio cuenta de que había empezado a leer en voz alta. Conocimientos blasfemos que habían permanecido siglos olvidados, sabiduría revelada anterior al surgimiento de la humanidad como especie, todo ello se desgranaba con pasmosa audacia. Seres de mundos lejanos, que poblaron la tierra eones atrás, que construyeron colosales ciudades de basalto, ya enterradas u olvidadas; y, sobre todo, su adoración a dioses monstruosos, biológicamente imposibles; seres de antigüedad similar a las de las estrellas. Seres que aguardan, en un letargo parecido a la muerte, sólo a que alguien recite la invocación que los traerá de nuevo a este mundo.

Y Charles Beauremont, en la soledad de su estudio, aguardaba en las horas entre la madrugada y el amanecer; miraba a la ventana, sabedor de que había recitado en voz alta la invocación, y que el final era inevitable: Pronto, la sombra en el quicio de la ventana vendría a buscarle.

Próxima entrega: La alargada sombra de la justicia

Semana Pulp en el Blues del Coyote


Sobre ese género marginal (que, a su vez, engloba a muchos otros subgéneros) que ha dado en llamarse “pulp”, se tienen las opiniones más encontradas. Desde luego, los críticos, lectores y escritores de gran literatura no pueden más que despreciarlo, o todo lo más recordarlo con cierta nostalgia e ironía con dejes de superioridad. Sin embargo, el pulp y sus precedentes, como el decimonónico folletín por entregas, la llamada literatura de cordel, o los romances de ciego (entre otros), no sólo han encontrado un público fiel, a todos los niveles culturales y sociales – lo siento, Gabo, pero las novelitas Estefanía del oeste venden mucho más que Cien Años de Soledad, hay que asumirlo. Es sobre todo, que la novela popular, como cualquier obra del arte humano, no es que tenga valores intrínsecos, sino que depende exclusiva y totalmente del espectador que disfruta la obra. De manera que, ¿quién tiene la osadía de fijar unos cánones objetivos y fijos sobre qué es arte, y qué no lo es? Por más que nos reconcoma por dentro, exactamente la misma intensidad de sentimientos puede provocar en una adolescente de barrio una balada de Camela, que en un servidor después de haber experimentado la parte del Réquiem compuesta por Mozart (por ejemplo). En la misma medida, con la literatura pulp, esa que ha acompañado al occidental desde los albores del siglo XX, también pueden despertarse emociones profundas, e incluso largamente enterradas en el subconsciente. La literatura pulp, por maniquea y simplista, llega a alcanzar en ocasiones, niveles arquetípicos.

Qué se le va a hacer, post-postmodernos hasta el final, también hemos de reconocer aquellos defectos encontrados por los intelectuales “apocalípticos” – ya se sabe, esos que, ante el acceso a la cultura a nivel masivo y popular, proclaman cual profetas la muerte de la cultura, como si ésta hubiera de ser cosa de elites. En la lista de defectos que pueden hallarse en la literatura pulp, así como en toda literatura popular, y otras artes propias del siglo XX, cual el cine o el cómic, encontramos, entre otros:
1) es, fundamentalmente, literatura de evasión (lo cual tiene su perfecta explicación historicista: el auge de las revistas pulp, cual Weird Tales, Astonishing Tales o Black Mask (u Hombres Audaces en España), se dio de los años 30´s en adelante, lo cual coincide con la crisis económica que asoló los países occidentales a partir de 1929); sin embargo, por más realista y comprometida que esté la literatura, ¿quién puede afirmar que no toda la literatura es de evasión?
2) es, directa y sencillamente, literatura conformista, o carente de valores, cosa que ocurre igualmente con su descendiente, el cómic de superhéroes. Las narraciones pulp nunca se ocupan de una crítica al estatus, ni a los valores morales establecidos; todo lo más se muestra una maniquea lucha entre bien y mal, pero la resolución de estos conflictos nunca llevan a una reflexión sobre el sistema de justicia imperante, y en ocasiones incluso una aceptación implícita de éste (un tópico muy arraigado en el cómic de superhéroes es que una sola persona, por muchos maravillosos superpoderes que posea, es incapaz de cambiar el sistema a un nivel profundo; es decir, que Superman no podría librar del hambre a África, por ejemplo – para esto, es aconsejable la lectura de las obras del portentoso Alan Moore, la serie regular Miracleman, así como una de sus obras cumbre, Watchmen);
y 3), recurrencia a efectos fáciles para despertar sentimientos en el lector, recursos kitsch, o directamente, mala y fácil literatura (esto merece considerables matizaciones, visto que, como hemos expuesto más arriba, dudamos que haya un canon objetivo para discriminar el gran arte de cualquier otra expresión, y que depende exclusivamente del sujeto que experimenta dicha obra); también es cierto que, dado que la mayoría de producción pulp se publicaba en revistas con periodicidad mensual o semanal, esto exigía de los escritores tener que poner un punto y final prematuro a sus obras, antes de haber podido repasarlas y pulirlas en condiciones – y, aún así, podemos hallar piezas perfectamente válidas en cualquiera de estas revistas.

Pero, como no hay que olvidar el peso y la influencia que el género pulp ha significado, para comprender el estado actual de la cultura; así como tampoco hay que olvidar una anterior época, más inocente o ingenua, cuando bien y mal estaban claramente delimitados, y no existía una variada y confusa gama de grises intermedia; por todo ello, nos hemos decidido a realizar unas jornadas enteramente dedicadas al género pulp y algunos de sus variados subgéneros. A modo de nostálgico homenaje, publicaremos a lo largo de la semana una serie de microcuentos, vagamente inspirados en cada uno de ellos.

Originalmente, estos microcuentos fueron confeccionados para su publicación en una agenda cultural para el entrante 2009; por causas varias, entre ellas la cercanía de las fechas de impresión, sólo pude entregar tres de estos minirelatos (limitados, por motivos de espacio, a unas 300 palabras por cuento; como se comprenderá, cosa terrible para el que escribe). Como decimos, a causa del poco tiempo disponible, se quedó en el teclado algún relato más, y de los entregados, demasiado poco pulidos para nuestra satisfacción. Sin embargo, ironías de la vida, recientemente, algunos de los miembros del equipo de El Blues del Coyote, se han visto inesperadamente con más tiempo libre del que gustasen, de manera que han podido perderlo en repasar los relatos ya escritos, así como redactar el resto, por no dejar aquellas historias revoloteando por su cerebro e hinchándose peligrosamente.

La primera entrega, en la próxima entrada: La sombra en el quicio de la ventana

miércoles, 3 de diciembre de 2008

La Doncella de Orleans y Barba Azul: Secretos Vínculos (Tercero de Tres)

Como apuntábamos en la anterior entrada, la aparición de quien sería conocida como la Doncella de Orleans, la joven Juana de Arco, representó para Gilles de Rais un conato de salvación de su alma inmortal. Que, como Juana había demostrado, era una emisaria de un Poder Superior, todo aquel que luchase de su lado, lo haría bajo las luminosas huestes celestiales. La errática vida de violencia de Gilles, hasta aquel momento sin sentido, por fin tendría una finalidad. El momento en que llegó a esa conclusión debió ser impresionante; no en vano, según se dice, Gilles fue de los primeros en convencerse del papel de mensajera divina de Juana, y creyó en ella hasta el final. No era para menos, le iba la salvación eterna en ello.

Según parece, Dios tenía interés en que el Delfín Carlos de Valois fuese coronado rey de Francia. Lo cual tiene su lógica, dado que durante muchos siglos – y con más vehemencia en la Edad Media –, se ha querido creer en la figura del rey soberano como elegido de Dios, que su poder emanaba directamente de Él. Ejercía su derecho de potestad bajo imperativo divino y demás; de ahí la trascendencia de unas guerras en las que se decidía la sucesión al trono de un reino. Todo pretendiente a la Corona hacía bien en rodearse de teólogos y especialistas en derecho eclesiástico, que pudiesen dar con argumentos no contrarios a la fe para justificar su legitimidad al trono. Esto, cuando no se podían granjear directamente la connivencia con Su Santidad, allá en Roma o en Avignon, donde tocase (porque si te coronaba el papa, aquello podía subir bastante tu caché frente al resto de casas nobles de Europa). De manera que las osadas declaraciones de Juana, y sobre todo que éstas fuesen acompañadas con hechos, empujaron a gran parte de la corte legitimista a creer en ella, y en la posibilidad de la victoria total sobre el perro inglés y el bastardo borgoñón.

El Coyote, haciendo una interpretación psicologista bastante simplona, afirma que posiblemente con Juana pasó un poco como al Quijote. Es decir, que al principio parece que era él quien se creía caballero andante, y con el tiempo la gente a su alrededor comenzó a comportarse como si Alonso Quijano fuese realmente un caballero andante. Se puede decir que cuando Juana partió del pueblecito de sus padres, lo hizo convencida de su misión, y a pocos más convenció de ello; sin embargo, cuando llegó a la corte del Delfín y comenzó a demostrar la veracidad de sus afirmaciones, entonces los nobles empezaron a creer en ella como una enviada de Dios, y Juana ya no tuvo que hacer ningún esfuerzo.

Hubiera sido escalofriante para ella que en aquellos u otros momentos decisivos, sus voces dejasen de hablarle; ¿cómo tomar la decisión correcta, entonces? Tampoco hubiese importado demasiado, según el Coyote, puesto que todos a su alrededor ya le habían asignado el papel de enviada divina, y actuaban en consecuencia. No importaría realmente que Dios aconsejase a Juana cómo alcanzar la victoria, los franceses ya creían en la victoria, porque estaban convencidos de que Dios estaba con ellos, y que su sacrificio hubiera merecido la pena. Juana no necesitó alcanzar la posteridad para convertirse en un arquetipo, en vida ya lo encarnó en su plenitud. Sus actos, por tanto, no eran suyos, y sus decisiones tampoco. Decimos, un arquetipo que ha sido encarnado por muchachas de todo el mundo y en todas las épocas, como por Santa Catalina de Alejandría, Santa Margarita de Antioquía o, más modernamente, por Manche Masemola (esta, creo, sólo ha llegado de momento a beata), y de manera pagana quizá por Andrómeda: Doncellas, santas y mártires.

De hecho, cumplido su divino cometido, esto es la liberación de Francia del yugo inglés, y la coronación del Valois, no sólo dejó de simbolizar la intermediación entre Dios y el hombre, como su mensajera o enviada; pasó a convertirse también en mártir. Pero antes de eso, sería acusada de brujería y herejía, en el proceso inquisitorial llevado a cabo por algunos miembros de la iglesia, y que culminó con la muerte de Juana en la hoguera.

Juana fue capturada por sus enemigos, borgoñones e ingleses, los cuales debían guardar un enconado rencor a la heroína causante de sus derrotas. Se conoce que el ascendiente que debía tener Juana para con el rey, no debió agradar a algunos de los aristócratas de la corte de Carlos VII. De modo que, cuando se corrió la noticia de la captura de la Doncella de Orleans, es bien sabido que éstos no sólo no hicieron nada por liberarla, sino que además influyeron en el joven rey para que éste no movilizase tampoco sus fuerzas para ello. Y todo esto, dio lugar al antedicho proceso, llevado a cabo por el obispo de Beauvais, culminando éste en Ruán, y en una enorme hoguera. En la sentencia, destacaban las acusaciones de “hereje, reincidente, apóstata, idólatra”; la misma Iglesia que relajó a Juana al brazo secular (esto es, que probó que merecía aquel final), algunos años más tarde no sólo rehabilitó su imagen, sino que además tachó de herejes a los jueces que la condenaron – la Iglesia hace lo que puede para quedar bien con todos los poderosos y ser coherente, al mismo tiempo; no siempre lo consigue de manera satisfactoria.

Sin embargo, durante el cautiverio y proceso de Juana, hubo no pocos intentos de rescate; la mayoría, por parte de sus más fieles compañeros. Por supuesto, entre los primeros que abogaron por reunir el mayor número de fuerzas posible, en ayuda de la cautiva Doncella, estuvo Gilles de Rais; la captura y el posterior desentendimiento por parte de los franceses de Juana de Arco, significó un verdadero mazazo para sus convicciones, y para su hipotética creencia en la posibilidad de salvación, ya que a priori (y gracias a Juana) creía haber puesto sus impulsos asesinos al servicio del Bien. Se sabe que, decepcionado, acusó públicamente al rey de no hacer nada por Juana, y como decimos, costeó su propio ejército de mercenarios, sin llegar a ningún lado. De nuevo, la estabilidad que tan precariamente había desarrollado a su alrededor, se desmoronaba como un castillo de naipes.

Gilles lloró amargado sobre las cenizas de Juana, y debió pensar que nada en este mundo tenía sentido, ni merecía la pena, después de aquello. Que no debía haber justicia, ni en éste ni en ningún otro mundo, si Dios había permitido que aquello hubiese ocurrido a la pobre muchacha.

Poco después de estos hechos, se demostraría que lo que llevó a convertir en santa y mártir a Juana de Arco, empujó a Gilles a decidirse por ser el pecador y asesino con que fue conocido en sus últimos años de vida (y que, quizá y muy en el fondo, siempre había sido). Pocos años después de la muerte de Juana, Gilles abandonó el ejército y la vida mundana, pasando el resto de su existencia en sus posesiones de la Bretaña francesa. Allí, según parece, se hundió en la melancolía, con lo cual nada de su vida actual le satisfacía; por esto, comenzó una vida de excesos, donde fue dilapidando la fortuna familiar en costosos festejos y celebraciones, cada vez más atrevidas y desproporcionadas.

Con los sanguinarios y depravados sucesos a que dio lugar en su castillo, Gilles de Rais se convirtió por derecho en uno de los primeros aristócratas sádicos, arrebatados por la ilusión de poder. Aquellos nobles y poderosos, que describiera el divino marqués de Sade tan acertadamente, situados por encima del bien y del mal, y que pensaban que toda la creación sólo existía para ponerse a sus pies y cumplir sus deseos más oscuros de inmediato. Según deja entender Gilles en su propio proceso, lo único que realmente conseguía despertarlo de su apatía existencial era la dominación y el abuso de inocentes, inferiores y débiles. Eso, sin mencionar la atracción malsana que sentía el mariscal hacia las vísceras, y demás casquería, del gusto propio de psicópatas (que, alejado de la vida militar, ya no podía satisfacer).

Por todos los pueblos de la Bretaña, pronto se correría el rumor del peligro en que se encontraban los niños desprevenidos, muchos de los cuales desaparecían sin dejar rastro. Los siniestros servidores del barón de Rais sabían hacer su infame trabajo, y gracias a la seguridad de su castillo, Gilles podía dedicarse a realizar los crímenes más atroces y brutales que su depravada y excitada imaginación podía sugerirle. Como en el caso de la Doncella de Orleans, la leyenda de Barba Azul comenzó a fraguarse durante su propia vida.

Ya se ha convertido en un tópico, según el Coyote, pero nunca está de más, equiparar la figura de Gilles de Rais con la de otra aristócrata medieval, Erzsebet Bathory, de memoria infausta, conocida como la Duquesa Sangrienta. Ambos, huyendo de la idea de que, en el fondo, ellos no son más que mortales y que eso los iguala al resto de la humanidad, se hundieron en una desesperada búsqueda de la inmortalidad, la eterna juventud, cualquier cosa que alejase a la Parca de sus aposentos. Una búsqueda que terminó convirtiéndose en un descenso a los infiernos.

Con los años, sabedor de su vida de crímenes y pecados mortales, pues, Gilles se obsesionó con la posibilidad de alargar su existencia, evitando el momento del juicio postrer (del cual no tenía duda sobre el veredicto). Al principio, lo intentó por medios alquímicos, poniendo a su servicio a sabios alquimistas y astutos embaucadores por igual, y rodeándolos de medios para alcanzar su objetivo. Posteriormente, y convencido de que la sede de su alma inmortal no sería otra que el Hades más profundo, tomó la decisión de pasarse activamente al partido del Malo, por ver si éste le ofrecía a cambio lo que él estaba buscando. Según tenemos entendido, en los archivos históricos de alguna biblioteca francesa, se conserva aún el manuscrito del contrato original que llegó a firmar con el Diablo, bajo consejo de un oscuro hechicero conocido como Prelati.

No debió sentar mal a Barba Azul el hecho de que, como parte del contrato satánico, hubiese de realizar ciertos sacrificios humanos (específicamente, niños y vírgenes). En todo caso, la continua desaparición de infantes en las inmediaciones de sus propiedades, provocó que se llevase una investigación por parte de los hombres del rey. Investigación que terminó con la detención de Gilles, y algunos de sus sirvientes, entre ellos Prelati y otros hechiceros estafadores.

Durante el proceso, Gilles no dudó en confesar absolutamente todos sus crímenes, los cuales conforman una lista de horrores; es posible que él mismo buscase activamente su condena, quién sabe. Finalmente, ésta llegó en la forma de sentencia de muerte destinada a los nobles, la decapitación. Visto que a última hora el hombre pareció arrepentirse sinceramente de todos los crímenes y pecados cometidos, es posible que realmente Gilles no temiese el juicio de los hombres, sino el que pensaba vendría después.

PostData: De entre todas las interpretaciones posibles de los hechos y la vida tanto de Juana de Arco como de Gilles de Rais, el Coyote nos ha obligado a destacar dos de ellas:

1) Interpretación materialista o psicologista: Si aceptamos el hecho de que Gilles de Rais presentaba el cuadro típico de un psicópata (con todo lo que ello conlleva de egocentrismo, supresión de los valores morales, además de ciertas obsesiones morbosas, acompañadas con afasia en los momentos culminantes de sus crímenes), no debemos dejar de detectar una evidente esquizofrenia paranoide en la buena de Juana de Arco (lo cual incluye en muchas ocasiones padecimiento de visiones visuales o auditivas, y estados similares a la afasia). No es hasta el surgimiento relativamente moderno de la ciencia psiquiátrica, que se ha empezado a interpretar a la enfermedad mental como tal; antaño, estos fenómenos de comportamiento ajeno al común de la sociedad, ante su evidente heterogeneidad respecto a la norma, se interpretaban según el paradigma del momento, encajándolo de mejor o peor. No pocos epilépticos han pasado por posesos. Y, en la misma medida, el comportamiento iluminado de Juana no podía ser más que visto como una señal de Dios – o del Diablo, en caso de los jueces que la procesaron - , mientras que la actuación de Gilles claramente era un caso de corrupción satánica llevado hasta el último extremo. Es además curioso el hecho de que, originalmente, la conspiración satánica no fue más que una burda invención de la iglesia medieval (ya se sabe, la amenaza del terrorismo al mundo libre y demás), pero que esta misma conspiración satánica fue interiorizada por muchos en occidente, llegando en ciertos casos a creerse parte de ella.

2) Interpretación espiritualista o religiosa: Supongamos que Juana de Arco realmente fuese una profetisa divina, que los Poderes Superiores efectivamente la utilizaron como mediadora entre Él y los hombres; que esas voces que la guiaban sabían lo que estaba por venir, y simplemente orquestaban la Providencia utilizando a Juana como batuta. Suponer esto nos legitima para suponer que igualmente, Gilles estuvo toda su vida sometido a pequeñas tentaciones que el Adversario colocaba ante él, para someterlo a la decisión moral que lo llevaría a convertirlo en su servidor. La primera vez que Gilles se regodeó con una muerte humana, cruzó esa línea que lo llevaba a la perdición. Se presenta entonces, cuando menos inquietante, el hecho de que por un momento en la historia de Francia, tanto las huestes celestiales como las hordas infernales lucharon bajo una misma bandera, coincidiendo de una manera retorcida los intereses tanto de cielo como de infierno. Y el Coyote se pregunta, ¿cuántas veces pasa y ha pasado esto a lo largo de la historia?

Siempre cabe una interpretación que sintetice las anteriores. Esto es, que ambos fueron enfermos mentales, que al mismo tiempo se condenaron ante Dios por sus actos. Al Coyote se le erizan todos los bellos del lomo, sólo de pensar las consecuencias de esta posibilidad extrema. ¿Entraría el alma del antaño héroe de guerra y asesino de niños en las moradas infernales, con el temor de encontrarse a la Doncella de Orleans entre los condenados?