domingo, 16 de mayo de 2010

Bajo el Monte de Venus (y IV)

El Ocaso de los Dioses (continuación)

Seguimos, pues, con el brevísimo muestrario de cómo chocaron las creencias tradicionales y paganas en la Europa medieval contra el embate integrista del cristianismo; en este segundo caso, tomado de las leyendas y el folclore ibérico. Al contrario que en el caso propuesto en la anterior entrega, el del dios Pan, de quien narraban mitos epigonales de época romana que había sido el primero de los dioses en dar cuenta de su mortalidad – prolongada, eso sí, pero mortalidad, al fin y al cabo –, es decir que ante la aparición del cristianismo y su imparable auge, la primera opción (y la más común) era el destierro de la figura mítica pagana a las más profundas grutas del subconsciente, demasiado cerca del abismo del olvido y junto a la caverna de los instintos primarios. El olvido es algo muy parecido a la muerte para un dios. La otra opción, como veremos, es la de la asimilación ecléctica; allí donde resultaba imposible a las jerarquías del poder fáctico y religioso desechar por completo costumbres y tradiciones de profunda y antiquísima raigambre pagana, no quedaba otra que hacerse cargo de ellas, dotándoles de una tranquilizadora patina cristiana, para hacerla más asimilable, que es el siguiente caso que nos ocupa:

2) Las chanas y la Virgen:

Leyenda procedente del pueblo leonés de Noceda del Bierzo, en la comarca de mismo nombre. En el cercano río que da su topónimo al pueblo, se decía
que tradicionalmente acudían a lavar sus ropajes en algunas noches especiales un grupo de chanas que habitaba la zona.

Bajo la denominación de janas o chanas es como se conocía en el Bierzo a las xanas astures o a las anjanas cántabras. Las cuales, con sus propias peculiaridades regionales y una variedad de nombres, no son más (ni menos) que las tradicionales hadas del folclore popular. Y bajo forma de hadas, y perviviendo en virtud de consejas de vieja y cuentos populares, es como lograron (al menos durante un tiempo) sobrevivir numerosas deidades paganas, cuyos altares en la profundidad de los bosques ibéricos nadie visitaba ya, y cuyos nombres se han perdido quizá para siempre. Logrando apenas escasas ofrendas que los campesinos y el populacho obsequiaban, para aplacar sus iras, o para solicitar ayuda y concurso, en cuestiones mil de la vida rural cotidiana. E
ntre otras de sus tareas tradicionales se encontraba la de vigilar que a las nubes nunca les faltase el agua, para poder así regar los siempre necesitados sembrados. Por supuesto, del habitáculo bajo tierra de estos seres encantados, se decía que estaba plagado de tesoros sin fin, y que el tiempo corría a velocidades distintas en sus palacios de oro subterráneos que en la superficie profana y cristianizada.

Las hadas de los cuentos, al igual que duendes y otras criaturas feéricas del folclore popular, al representar fuerzas incontrolables (del subconsciente, de la naturaleza o de lo que sea que puedan llegar a representar), muestran por lo general un carácter ambivalente: en función del comportamiento adecuado, pueden premiar o castigar en caso contrario. Su forma de actuar está altamente ritualizada, y el viejo Coyote señala que pudiera verse aquí un eco lejano del comportamiento de la mentalidad mítica en épocas arcaicas, donde todo acto estaba fuertemente reglado, en función de una serie de rituales integrados en toda una cosmología, que implicaban un estrecho vínculo de religación con la deidad, así como de renovación cíclica de los pactos sagrados. Como siempre, pueden cambiar nombres y protagonistas, pero el arquetipo ha ido permaneciendo.

Volviendo a la leyenda popular de Noceda del Bierzo, conservada en el magnífico Seres míticos y personajes fantásticos españoles, de Manuel Martín Sánchez, se contaba tradicionalmente que los lugareños solían vivir en armonía con las dichas damas féericas - ya se ha advertido, gracias al seguimiento de ciertas reglas no escritas (y, casi, ni siquiera mencionadas en muchos milenios), así como por el respeto a ciertos tabúes (estos, posiblemente más explícitos, pero igualmente poco o mal entendidos), entre los que recuerda con notoriedad el viejo Coyote la famosa advertencia de "evitar echarse a dormir bajo la sombra de un ciprés" (en tierras británicas tenemos la variante de no dormir en círculos de piedra, cromlech o monumentos megalíticos - como se sabe, zonas de acceso al Otro Mundo). Otro tabú recogido por las tradiciones populares, semejante al anterior, es la prohibición de bailar alrededor de los "anillos de hada", ateniéndose a las consecuencias los incautos mortales; incidentalmente, en las leyendas germanas se afirma que la aparición del anillo de brujas o hexenringe, como los llaman allí, señala el lugar donde ha de celebrarse ese año la noche de Walpurgis.

Esta armonía entre hadas y mortales, por lo tanto, se traducía en la observancia por parte de los lugareños a esas costumbres y tabúes, hasta que un buen día éstos notaron que comenzaban a enflaquecer y enfermar cabezas de ganado, algunas personas desaparecían sin dejar rastro y las cosechas menguaban sin explicación aparente. Por supuesto, todo aquello fue atribuído a las chanas, que debían haberse enojado por algún motivo. Así que el pueblo completo decidió hacer una procesión hasta las fuentes del río Noceda, portando la imagen de la Virgen de cierta ermita aneja, a ver si con eso conseguían algo; sin embargo, llegando al río, pudieron ver cómo siete hermosas y engalanadas damas salían de las profundidades fluviales, dirigiéndose a ellos. Como quiera que se asustasen, la Virgen hizo una aparición, calmando a los aldeanos y prometiéndoles que todo aquello se solucionaría. La Virgen, pues, parlamentó con las chanas, y éstas le explicaron que su comportamiento había cambiado desde que les fueron sustraidos un ternero y una gallina con sus pollitos, todos ellos de oro, sospechaban ellas que por un miembro de la
población. Así que todos se dirigieron para la aldea, con la Virgen María al frente, y haciendo las veces de clarividente detective; finalmente se resolvió el caso de la ternera y los pollitos de oro robados, al descubrirse que las culpables habían sido dos ancianas del pueblo con fama de brujas, la una morisca y la otra judía (oh, ingrata coincidencia). Las chanas entonces se toman su justicia, transformando a las brujas, a una en un gato negro y a otra en un perro chucho, bajo la maldición de convertirse en guardianas de su tesoro por siempre.


Virgen de las Chanas,
patrona de Noceda del Bierzo

La leyenda termina con la declaración por parte de la Virgen de que las chanas y otros seres encantados de la zona serán puestos bajo su protección, pasando así a ser conocida en aquel pueblo como Nuestra Señora de las Chanas, celebrándose su día el 15 de agosto.


Qué Fue de Tannhäuser (a modo de conclusión)

Ya relacionaba un tal Francisco Maldonado de Guevara - de quien, por cierto, nada bueno ha de poder decir el Coyote - las figuras mítico-literarias del mediterráneo don Juan Tenorio y el nórdico minnesänger Tannhäuser, siendo una el reverso tenebroso de la otra, y viceversa; puesto que en tanto que Tannhäuser representa la figura del seducido, quien cae en la red de encantos con que Venus atrapa al caballero-poeta, por otro lado, el don Juan, como es bien sabido, ha pasado a ser término de uso popular, junto con Giacomo Casanova, como sinónimo de seductor irredento e incansable (y, casi, infalible). Que esto pudiera dar a pensar en los distintos caracteres y temples de ánimo que diferencian y marcan a los europeos de una y otra región, parece cosa fácil de caer en ella, y por eso seguramente sea discutible - entre otras cosas porque lo mismo que uno afirma que las condiciones climatológicas y geográficas del lugar de nacimiento y habitación pueden marcar la personalidad, poco hace falta para caer en afirmaciones tales como que la historia está en la sangre, y por ahí ya no...

En cualquier caso, este Tannhäuser ha pasado a la posteridad como el amante de una Afrodita epigonal y clandestina; según algunas versiones, se puede dar lugar a pensar que Venus de alguna manera lo mantuvo "vampirizado", hospedado en su monte/refugio donde el tiempo pasa de forma distinta que afuera (en terreno profano), agasajado por la diosa y su corte, enredado como decimos en la tupida red de encantos y mañas amatorias. En la más divulgada versión de esta leyenda, esto es, en la opera wagneriana, da la impresión de que Tannhäuser, en algún momento, toma consciencia del gozoso "secuestro" a que se ve sometido, se percata de que se encuentra en una jaula de oro, y no otra cosa. Quiera entenderse, o no, como la platónica y cristiana advertencia de que la satisfacción constante de las necesidades corporales conlleva una incansable querencia por los placeres que de ello resultan, y que
inevitablemente no lleva más que a un círculo vicioso, el caso es que llega un momento en que nuestro caballero-poeta se harta de aquella vida voluptuosa y dedicada exclusivamente a la experiencia sensual. Afirman los poetas que escribieron sobre esta leyenda que Tannhäuser se percata de su situación de "pecado mortal", y el consiguiente riesgo para su alma inmortal, y en un momento u otro decide huir de Venusberg.

Como miembro de la Orden de Caballeros Teutones de la cual es la Virgen María patrona, Tannhäuser hizo una invocación a Su Nombre, de modo que en un abrir y cerrar de ojos (o, más religiosamente, en un santiamén) se encontró nuestro caballero en una llanura valdía, desolada y deshabitada, acaso con el eco de las risas y las voces de la nínfica corte resonando en la memoria de su oído, y nada más. Puede suponerse aquí que Tannhäuser se limita a repetir el esquema tradicional, tanto de cuentos populares como de novelas de caballería. Su estancia en el Otro Mundo da a su termino, y el caballero se encuentra con que han pasado siete años en la tierra de los mortales y, según narra la leyenda, arrepentido de haber volcado sus energías exclusivamente en una vida hedonista y de placeres, decide peregrinar hasta Roma, para solicitar el perdón de sus pecados al así llamado vicario de Cristo en la tierra, esto es, al Papa.

Es en este punto cuando acontece la anécdota del reverdecimiento y florecimiento del cayado papal - ya se sabe, la arrogante advertencia de Su Santidad (quien, según la doctrina, se considera infalible) de que antes volvería a dar flores su bastón que ser perdonados los pecados del disoluto caballero. Tres días más tarde, cuando Tannhäuser, defraudado, ya había vuelto sus pasos de nuevo hasta el Monte de Venus, ocurre el milagro; aunque bien pudiera parecer un milagro para el Papa, pues es a él a quien va dirigida la advertencia y la lección y no al disoluto caballero/poeta.

Por supuesto, esta es la versión más conocida de la historia. El viejo Coyote conoce una versión alternativa, más oscura y con arquetípicas resonancias a mitos precristianos. El motivo por el cual Tannhäuser salió huyendo del Venusberg no tiene nada que ver con su hastío de una vida licenciosa, ni por el arrepentimiento de sus actos frente una moral cristiana; según nos cuenta el Coyote, el caballero escuchó casualmente una conversación entre dos sirvientes de Afrodita, y quiso entender que, llegando la temporada de estío, y finalizando su reinado como consorte de la Diosa, Tannhäuser debía ser sacrificado en honor de la Diosa; horrorizado, el jóven doncel ocultó aquello hasta que, cierta noche, no pudiendo más con la intriga se encaró a la diosa citerea y le espetó si era cierto todo aquello del sacrificio del consorte, etcétera, etcétera; a lo que la sensual diosa no pudo más que admitir la verdad de todo aquello. Si bien no le dio lugar de explicar al caballero mucho más pues éste, aterrado, hizo la espectacular y apresurada salida antedicha.

Ignoraba, pues, Tannhäuser que el drama mítico de sacrificio-estancia en los infiernos-resurrección le hubiese proporcionado su propio lugar como legítimo amante de la Diosa en aquella corte intemporal. Sin embargo cuando, despechado por la justicia humana y divina, volvió para refugiarse de nuevo en el Monte de Venus,decidiendo quedarse y habitar para siempre en los reinos ocultos del subconsciente colectivo (y es de creer que ahí permanece).

FINAL

miércoles, 5 de mayo de 2010

Bajo el Monte de Venus (III)

El Ocaso de los Dioses

D
ecían algunos que el célebre caballero y poeta escasamente conocido como Tannhäuser accedió al reino carnal de la diosa citerea desde las grutas de Hörselberg, en el distrito de Turingia. Cierto es que fue en aquel monte horadado por profundas grutas y cuevas donde, durante siglos y según se afirma, se había rendido culto a una diosa matriarcal bajo el germano nombre de Hölde o Helda (esposa del dios tuerto, Wodan u Odín), e incluso había llevado a más de uno durante los largos años de imposición paulatina del cristianismo en la zona a darle a aquella cueva el infausto nombre de Satansstätte, más o menos traducible como “el sitio de Satán” - como siempre, las figuras mitológicas con cuernos pueden ser fácilmente confundidas, sobre todo para aquellas mentalidades que consideran diabólica cualquier divinización de ciertas funciones corporales (cuando no, directamente, niegan la existencia de necesidades ineludibles y, valga resaltar, trastocan el valor vital de los placeres que conllevan). Si realmente en Hörselberg existe o existió un acceso físico al Monte de Venus, cabría la posibilidad no de que el Diablo se diese sus paseos por la montaña, sino que quizá podría haber sido confundido con algún despistado sátiro o fauno, servidores de la diosa nacida de la espuma y conocidas criaturas de sexualidad exacerbada.


En todo caso, y como hemos resaltado en otras ocasiones, siempre será más fácil dar con espíritus tentadores y/o corruptores en las sacristías y diaconías, allí donde con más ahinco se reprimen ciertas necesidades e instintos de índole física y corporal.

(Por otro lado, el Primer Caído ya tiene su propia montaña, conocida como Diuvelsberg, donde se afirma tradicionalmente que habitó el célebre Kyrië, rey entre los gnomos. Eso sin contar con que en tierras centroeuropeas puede darse con facilidad con uno de los avatares del Adversario más conocido a nivel literario: que no es otro que el célebre Mefistófeles, único entre los ángeles rebeldes, pues sólo a él se ha permitido estar frente a la Presencia (cosa totalmente prohibida al resto de los ángeles que fueron expulsados inicialmente de Su lado), e incluso el muy sinvergüenza se da el lujo de hacer apuestas con Dios de vez en cuando, jugándose la salvación eterna de algún mortal (podemos señalar entre los más célebres al paciente Job y al iniciado Fausto, por supuesto). Claro que en el basto erial espiritual en que se ha ido convirtiendo el paisaje mental inter-subjetivo, debido entre otras cosas a la imperante razón técnica que fuerza al exilio a todo aquello que no puede ser concebido por su lógica, cantidad de seres y entidades han tenido que hacer malabares conceptuales, para poder pervivir – en el caso de Mefisto, éste ha sabido sobrevivirse en gran parte gracias a su aparición en esa forma de narrativa gráfica (y pseudo-mítica) conocida como cómics de superhéroes, e incluso ha sido encarnado por Peter Fonda en una fílmica y no muy afortunada ocasión.)

Mefistófeles sobrevolando
la ciudad de Wittenberg (obra de Delacroix)
...

Ya a las alturas del siglo XIV, que es cuando se supone fue redactado el Codex Manesse (primer escrito donde es citado el ministril Tannhäuser), el empuje de las creencias cristianas, así como el peso de la lógica racional, dio lugar a que esa gran cantidad de espíritus locales y divinidades paganas buscasen refugio bajo numerosas montañas, montículos y demás accidentes topográficos (incluyéndose aquí grutas, fuentes, arroyos y todo tipo de paisajes naturales apartados de la civilización humana) – al modo que habían estado haciendo hadas, kobolds, duendes y otras criaturas elementales tradicionalmente, y cuyos hogares habían dado en llamarse genéricamente las Grottenschrate. No debió ser para menos, entre otras cosas, porque aquél que no alcanzase manera de sobrevivir en el siempre cambiante y dinámico subconsciente colectivo, iba a ser arrastrado por esa nada abismática que es la creencia judeocristiana, y desaparecer en esas honduras transcendentales – bien por ser absorbidos por el imperante arquetipo del Dios Padre (caso del desaparecido Zeus); o bien por pasar a formar parte de ese progromo de las creencias en que se convirtió la implantación del cristianismo en occidente, donde toda figura pagana, si no era el caso anterior, pasaba a ser condenada directamente a formar parte del grueso de las filas infernales – véanse sino los casos de Baal/Belcebú o de Astarté/Astaroth, dioses orientales de épocas previas al establecimiento del aburrido monoteísmo judeocristiano que, bien que desfigurados y alterados por la mala prensa cristiana, son parte reconocida de la jerarquía infernal.

El caballero-poeta Tannhäuser,
tal como aparece en el Codex Manesse,
ataviado con los ropajes de la Orden Teutónica a la que perteneció

Que la pervivencia de los dioses – pero no sólo, por supuesto, pues pudiéramos perfectamente estar hablando aquí de ideas, teorías e incluso de sueños – depende en gran medida, si no absolutamente, de la intensidad con que pueda creerse en ellos, sobre esto el viejo Coyote no osa ponerlo en duda; que en el único sitio donde es indiscutible que existan los dioses es en nuestras mentes, en las grutas de nuestro subconsciente; ahí reside toda su miseria y todo su poder.

Que los dioses, como las creencias en general, para sobrevivir, deben aprender a adaptarse a los cambios temporales e históricos; y, de hecho, una gran parte de los mitos que han sobrevivido hasta nuestros días no ha sido más que un intento por parte de la mentalidad arcaica de acomodar los nuevos acontecimientos y cambios históricos que sobrevenían al corpus mitológico tradicional – es decir, que todas las vicisitudes, fuesen estos del tipo que fuesen, tenían su razón de ser mitológico-religiosa: para la mentalidad arcaica, las desgracias (epidemias, guerras, caída de una dinastía reinante, etc.) no ponían en duda la existencia de los dioses, sino que era explicado dentro de su paradigma mítico. Cosa que no ocurre desde la implantación del cristianismo, con su manía de la creencia única y a la hoguera con el que diga lo contrario: es decir, que si excavando aparecen restos fósiles, o si alguien propone una teoría biológica coherente y con sentido común sobre la evolución de las especies, eso puede poner en duda el “creíble” relato mítico de la creación judeocristiana. De hecho, largamente discutida en Europa ha sido la irresoluta cuestión y debate de la relación entre fe y razón (como si fuesen excluyentes); pero ése, amigos, es un signo de la mentalidad occidental y del desequilibrio que la caracteriza.

Veamos un par de casos singulares sobre la muerte o supervivencia de los dioses antiguos:

1) La muerte del dios Pan.

Conocido es el relato de la muerte del lascivo dios de los pastores, hijo del avispado Hermes, relatado entre otros por el escritor profesional Plutarco. Cuenta éste en su De Defectu Oraculorum que yendo cierto piloto greco-egipcio que navegaba por entre las islas griegas, a su paso por la isla de Pixa, escuchó una voz ultraterrena, que le indicó que al pasar por Palodes anunciase que "el gran dios Pan ha muerto", cosa que hizo a grito pelado, cuando la proa de su nave cortaba el agua de las inmediaciones de la isla. Como reacción, de las orillas surgieron multitud de voces misteriosas, lamentándose y gimiendo (se entiende esto como que los otros dioses y seres féericos descubrieron por vez primera que ellos, también, podían perecer). Esto llevó a Plutarco y otros pensadores greco-romanos a especular si los dioses, realmente, no eran inmortales, sino que más bien lo que ocurría es que tenían una vida más larga que los hombres, simplemente; para los intelectuales de la época clásica, debió presentarse como mínimo llamativo la paulatina decadencia de los oráculos - cuya importancia, siglos atrás, había sido vital para la supervivencia del mundo arcaico griego, y sin cuyo consejo no se consideraba tomar ninguna decisión importante -, debido, como hemos repetido en más de una ocasión, a la aparición en Grecia del pensamiento especulativo y racional que trajo el parto de la filosofía (junto con la aparición del cristianismo en el protectorado romano de Galilea).

Y no poco tuvieron que ver en esto los más importantes padres del pensamiento racional occidental: Platón y Aristóteles, entre otros. El mismo Platón, en su Carta VII, critica con dureza la falsa amistad y camaradería que surgía entre las gentes del vulgo que habían participado en los misterios de Eleusis, pues, según decía, esa amistad no se fundaba en el conocimiento cierto de las ideas de Bien y Verdad. El ancestral mundo mítico-arcaico había comenzado a desaparecer con la llegada de una nueva forma de interpretar el mundo: la racional. Con el pensamiento racional, los objetos ya no se interpretan como una mera señal a otra realidad, superior y sagrada, sino que se consideran por sí mismos. Esta paulatina de-sacralización o desencantamiento del mundo, proveniente de la nueva mentalidad racional, tiene una de sus culminaciones en la transformación total de la visión del mundo con las aportaciones de Galileo, Kepler y otros. Ya con posterioridad, Teofrasto (discípulo de Aristóteles y director de su Liceo) y otros interpretaron las actitudes y formas de vida paganas como un largo listado de meras supersticiones.

Pero ya, desde Platón y seguramente desde su maestro Sócrates, la poesía como vehículo de transmisión oral de la sabiduría tradicional y mítica estaba sufriendo una serie de ataques que la fueron desgastando; no en vano, en su perfecto sistema político, la República, el filósofo de anchas espaldas había decidido que ni un poeta cruzase sus puertas (o todo lo más, lo apalizaran y le robasen la ropa). Y a partir de Platón, el mito sólo sirve como mero recurso literario para expresar verdades filosóficas; la religión pasa con el nacimiento de la filosofía a convertirse en superstición, o todo lo más en una forma anticuada y desvaída de transmisión de verdades.

Dejamos para la próxima y última entrega el segundo ejemplo de cómo estos seres feéricos del mundo antiguo han alcanzando a sobrevivir en épocas modernas, y los malabares conceptuales que hubieron de hacer para conseguirlo, así como un detallado relato de lo que aconteció a Tannhäuser durante su agradable estancia en Venusberg.