lunes, 25 de febrero de 2008

Exquisitos Carceleros: René Descartes

En ocasiones, el Coyote proyecta su cuerpo sutil etérico o 'yo astral' hacia atrás en el tiempo. Normalmente, cuando esto ocurre se coloca un despertador o algo junto a él, en previsión y como vía de escape para no verse arrastrado por la marea del flujo temporal, hasta llegar a tiempos remotos y extraños, espacios angulares más allá del mundo conocido (donde rige una geometría ajena a los conceptos euclidianos).

En aquellos no-lugares, al filo de lo posible, aguardan unas entidades que aborrecen con todas sus fuerzas todo aquello que está vivo - en sentido biológico - , pero y sobre todas las cosas, nos aborrecen a nosotros, los seres humanos, más que a nada en este o cualquier otro mundo. Cuando el ocasional viajero del tiempo se ha adentrado muy atrás en los corredores de la historia, llega un momento en que, sin quererlo, alcanza ese no-lugar donde habitan estas entidades. Una vez te perciben, ya puedes volver a tu época que estas criaturas pueden seguir tu rastro, avanzando a través de ángulos imposibles, y te alcanzarán allá donde te encuentres...

Belknap Long se refirió a ellos como los "perros de Tíndalos".

En el resto de ocasiones en que (voluntariamente o no) el Coyote ha proyectado su conciencia en el pasado, sin embargo, ha vuelto indemne, y con unas ideas muy peculiares de la historia. Por eso no puede evitar carcajearse tanto de los que se envanecen con la idea de Progreso como de aquellos nostálgicos que idealizan épocas pasadas. De forma colateral, cuando surge algún debate en torno a personajes históricos relevantes, hacemos bien reconsiderando los comentarios despectivos o laudatorios (la mayoría, de los primeros) que suelta de repente el Coyote, dejándonos con la palabra en la boca. Parece como si realmente hubiese conocido de primera mano a aquellos personajes, desmitificándolos por completo, o alumbrando aspectos inesperados de su biografía.

Esto ocurre con René Descartes, padre de la filosofía moderna.

La relevancia que alcanzan algunos personajes históricos, en ocasiones, es a posteriori, hay que considerarla de manera retrospectiva. En su época, este Descartes no tenía ningún peso específico; sí, en cambio, los reyes y sus consejeros, los jerarcas de la Iglesia, e incluso banqueros y comerciantes (por no decir los agitadores religiosos tipo Lutero, Calvino o Savonarola). De los actos y decisiones de estos dependía la pervivencia de naciones enteras. La vida de Descartes, en cambio, aconteció de forma casi anónima, a excepción de sus allegados y de la comunidad científico-filosófica con la que se relacionaba – y no, no nos estamos refiriendo a los Rosacruces.

Sin embargo, con el discurrir de los años, se ha visto que la influencia que este filósofo, matemático y geómetra francés, ha tenido para la conciencia colectiva ha sido de una importancia absoluta. De hecho, se puede decir que gracias a su labor, la visión del mundo (su misma forma y fundamentos) ha cambiado profundamente desde el mismo momento que sus concepciones filosóficas y científicas empezaron a provocar reacciones (a favor o en contra) en el mundo de las ideas. De hecho, podemos considerarle no sólo el padre de la filosofía moderna – cosa que, en sí misma, podría tener una relevancia secundaria y relativa; también, y sobre todo, Descartes ha sido el padrino de la mentalidad racional occidental.

Por supuesto, este método de pensamiento (el racional) venía gestándose desde eras atrás (ahí están Parménides y Aristóteles, en el principio, y Galileo, Kepler y Copérnico, como directos precedentes de Descartes); pero las condiciones históricas para que esta forma de comprender la realidad circundante se implantase de forma colectiva en occidente sólo estuvieron a punto en la época de Descartes. Y es algo característico de occidente: que la emergencia del pensamiento técnico-científico, y su estatus como modelo de conocimiento, dejase de lado y de hecho devaluase cualquier otra forma de conocimiento – la sabiduría tradicional, el mito, el pensamiento religioso o místico, verbigracia. ¿Por qué, en Europa, tenemos que poner en duda nuestras creencias a la primera de cambio, cada vez que salen a la luz ciertas evidencias? Veánse si no, un Darwin o un Galileo, por ejemplo.

Por regla general, se suele dar una importancia secundaria a la filosofía, como si ésta fuese un adorno externo a la sociedad; en el fondo, la filosofía influye en nuestra forma de ver el mundo de una manera tan sutil que ni siquiera solemos darnos cuenta. Hoy día, donde prima el pragmatismo, se desestima la filosofía por ser poco práctica: la filosofía “no sirve para nada”. Sin embargo, las ideas que los filósofos dan a luz se van implantando en nuestro horizonte de expectativas, de manera que abren caminos a posibilidades (políticas o científicas) que anteriormente a ellos ni siquiera se planteaban. Ideas y convenciones que tenemos fuertemente establecidas, nunca hubiesen podido desarrollarse si alguien no las hubiese pensado por vez primera. Alguien tiene que hacerlo.

Descartes no suele caer bien. El Coyote no tiene muy buena opinión de él; Descartes es el adalid de la Razón en la modernidad. Con él, y otros como él, se culminó el proceso de “desencantamiento del mundo” y se dio comienzo otro proceso, éste de consecuencias inquietantes: La implantación de la visión técnico-científica del mundo, la realidad como la Proto-máquina. Y hay que reconocer que el tío no empieza mal, con su método de la duda y demás, pero las conclusiones son terribles. Pero antes de entrar al trapo, habría que hacer un “breve” inciso sobre un fenómeno que dio comienzo sólo un par de siglos atrás: el jesuitismo.

No, no voy a hacer una apología de una supuesta conspiración mundial jesuita; para eso ya están Dan Brown y todos sus adláteres. Además que el jesuitismo no es más que la forma depurada en la que siempre ha actuado la Iglesia Católica a lo largo de la historia. Algún loco dijo que el cristianismo era como un virus; y no estaba muy desacertado, el pobre orate. El cristianismo en su más experta y depurada forma: la Iglesia Católica, como un virus, se expande. Ante los cambios históricos, como la gripe, el cristianismo muta y se fortalece. No hace falta volver a evidenciar cómo el cristianismo, para hacerse popular ha asimilado numerosas festividades paganas, así como transfigurado personajes míticos que han pasado a formar parte del santoral. Hay que tener en cuenta que el cristianismo, esencialmente, es una religión universalizante (Universitas Christiana, que decían antaño; sólo de pensar en el concepto me entran escalofríos...), y como tal pretende expandirse en progresión geométrica hasta el infinito. De manera que el cristianismo se apropia de toda realidad circundante, y siempre que aparecen nuevos mundos trata de irrumpir en las creencias ajenas, movidos por su misión evangélica (ejemplos: América, China, etc...)

De igual forma hace con las ideas, el cristianismo. Y en esto se han destacado admirablemente los miembros de la Compañía de Jesús. Los jesuitas se han especializado en tomar toda idea novedosa que pudiera resultar una amenaza para el dogma, estudiarla a fondo y hacerla suya, hasta que por fin pasase a ser inofensiva. No son los únicos, desde luego. En todo movimiento, artístico, filosófico, político y científico revolucionario, con unas mínimas posibilidades de despertar algunas conciencias, siempre ha habido un jesuita especializado en ese tema. Por favor, si hasta tienen un jesuita evolucionista, el padre Teilhard de Chardin. Pero, cuidado, el peligro de esta forma de actuar está en que esas ideas, en su origen revolucionarias, una vez pasadas por el filtro interpretador del jesuita, pasan a ser otra parte más de la realidad conquistada por su visión del mundo (del mundo según el cristianismo, claro: el cuerpo como cárcel del alma, la vida como valle de lágrimas, etc. Bonito panorama). Estas ideas, con el lavado de cara, no son en absoluto inofensivas, son parte de la máquina. Con su insidiosa lógica, pasan a formar parte del arsenal enemigo, como otras formas de mantener la conciencia adormilada y encerrada, el ego aprisionado y en actitud patética y lastimosa. Los jesuitas, al menos durante una larga época, han formado parte del cuerpo de carceleros de esta realidad.

Tanto de lo mismo ocurre con Descartes, quien por cierto estudió en el afamado colegio jesuita de la Fleché.

Como decíamos, el tipo comienza muy bien; pone en entredicho la veracidad de los datos de nuestros sentidos (cosa que ya se venía planteando desde Platón y su famoso mito de la caverna; pero no sólo, claro está, que los brahmanes indios ya venían hablando del velo de Maya, y los budistas del ciclo del Samsara, pero bueno...) O sea, que plantea la hipótesis del mundo como engaño y la imposibilidad de un conocimiento esencial y perdurable de las cosas. Y no sólo eso, parece que Descartes tenía alguna idea de por dónde iban los tiros, e incluso plantea la hipótesis del Genio Malvado. Me encanta esa idea: la de un demiurgo que se regocija provocándonos el error, y comprobando la cantidad de maldad que puede el hombre acumular por defender una idea totalmente falsa. En el fondo, no nos hace falta ningún genio malvado, nosotros mismos ya somos capaces de distorsionar nuestra perspectiva y perseverar en el error, sin ayuda de ninguna entidad superior (e incluso prefiriendo las mentiras consoladoras a las verdades desnudas).

Qué fantástica esa duda metódica que desarrolla el amigo Descartes, prácticamente calcada del insigne médico escéptico Francisco Sánchez (de nacionalidad discutida aún por los dos países ibéricos). Si puedo poner en duda todo lo que conozco, al menos tengo una certeza: que dudo – cosa tan antigua como Sócrates y su “sólo sé que no se nada”. Y de ahí se sigue la segunda certeza: dudo, luego existo. El padre Gassendi – otro jesuita, pero éste de un carácter bastante especial, escéptico y atomista, del que quizá hablemos un poco más adelante – cuestionó a Descartes que, si por todo fundamento del conocimiento tan sólo tenía la duda, ¿qué le impedía, por tanto, dudar de esa duda?¿Y qué, dudar de esa otra duda, que dudaba de la primera duda? Y así sucesivamente...

Pero el paso más importante que da Descartes, a partir de ese comienzo metodológico, es fundamental: Pasa de la evidencia de la existencia en base a la certeza de que dudaba, a reconocer la existencia en base a la seguridad de que, si dudaba, eso significa que (como mínimo) pensaba. Por lo tanto: Cogito ergo Sum. Pero esta conclusión le lleva por derroteros bastante escabrosos, que dejaremos para una próxima entrega. El Coyote insiste en que pongamos lo siguiente: Fundamentar la existencia sobre el pensamiento es una extralimitación: según esto, la teoría de Descartes no sólo atañe al hombre. También piensan ángeles y demonios, dioses y fantasmas, y demás espantos. ¿Puede, entonces aplicarse su teoría a estos otros seres pensantes?

Habría que preguntárselo a ellos.

jueves, 14 de febrero de 2008

Leviathan (pronúnciese Lwytn)


En uno de sus muchos y recurrentes sueños ancestrales, el Coyote se ha topado en más de una ocasión con una figura casi olvidada (si no es por cuatro eruditos y pedantes), nos referimos a la figura mítica del Leviatán.

El imaginario colectivo le ha dado, en sus últimas encarnaciones, la forma de un enorme cetáceo (que ya de por sí son bastante grandecitos; éste sería algo así como el hermano mayor de todas las ballenas). Al parecer, los hebreos antiguos tomaron no pocas cosas en préstamo de las creencias sumerio-babilónicas y, sobre, todo de las creencias ugarítico-canaaneas (aunque supongo que es mucho más fácil decir directamente fenicios, pero en fin). De ahí que para algunos, el Leviatán de los textos religiosos hebreos simbolizaba originalmente las aguas primordiales, esas que en el Génesis Dios separó las de arriba de las de abajo - ya se sabe, en el Caos primigenio todo es confusión, todo está mezclado e indistinto; con la separación de este Caos primigenio, se da lugar un Orden o Cosmos, donde ya saltan a la vista las distinciones y diferencias (es como el Tao que subyace a los contrapuestos Yin y Yang, bueno, más o menos).

Pero Leviatán no sólo ha tomado la forma de la ballena que se zampó a Jonás; también ha sido asimilado con un dragón o una serpiente (como su prima sumeria, Tiamat). Robert Graves, la Diosa lo acoja en sus senos, apuntaba que uno de sus títulos honoríficos era nahash bariah, traducido libremente como "serpiente huidiza". También parece que en un momento dado, Leviatán se convirtió en el monarca de todas las criaturas marinas (varios midrash dan cuenta de ello); los barbudos rabinos dieron en especular sobre su tamaño y magnitud, y para que nos hagamos una idea, parece que Leviatán se alimentaba de dragones marinos. Su aliento, como todo gran monstruo mítico que se precie, es de vapores fétidos e inmundos, que cuando los expulsa, revuelven los Océanos durante años. Llegando al punto más exagerado de esta tradición, Leviatán habita en el fondo del mar, y su enorme cuerpo tapa el acceso al Tehom, el abismo en la cosmología hebrea. Finalmente, parece que el día del Juicio Final, la carne de Leviatán servirá de alimento a los justos que se reunirán con Dios en su morada.

Hay, sin embargo, una tradición semi-olvidada que afirma que Dios tuvo que dar caza a Leviatán y que con su piel confeccionó dos camisas que regaló a Adán y Eva; estas camisas daban una fuerza enorme a quien se la pusiera y, andando el tiempo, fue heredada por el rey Nimrod, bravo cazador ante el Señor, el mismo que ordenó la construcción de la Torre de Babel. Parece que al principio había dos leviatanes, un macho y una hembra, y que Dios realmente a quien dio caza fue a la hembra, para impedir que los dos monstruos se apareasen y reprodujeran, amenazando con desestabilizar el equilibrio del mundo (por no decir, partirlo por la mitad).

Pero la figura del Leviatán no se queda ahí, ni mucho menos. Con el paso de los siglos, ya implantado el cristianismo históricamente, la gran cantidad de mitos y tradiciones hebreas se simplificaron considerablemente. Leviatán pasa a convertirse en un importante demonio, cuando no uno de los títulos del mismo Adversario. Como tal fue mencionado durante la Edad Media en numerosas listas de esas que gustaban de confeccionar los demonólogos católicos; en estas metían a cualquier dios pagano, personaje mítico o legendario que hubiese pervivido en la conciencia colectiva, exiliándolos al Infierno. No debió agradar mucho a aquellas deidades orientales ser relegadas a compartir aquel vasto espacio psíquico con los advenedizos ángeles caídos, y mucho menos tener que soportar el liderazgo del presuntuoso Lucifer (el único a quien realmente puede aplicarse la miltoniana máxima “es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”).

Asimilado, pues, a la figura de Satán o Satanás - aunque el término Leviatán siguió usándose para designar a las enormes ballenas que los marinos europeos iban encontrando en sus cada vez más alejadas incursiones por mar. Y aquí tenemos que fijarnos en otro de los títulos honoríficos que se le han concedido al Malo, el de Príncipe de este Mundo, cosa que le va al pelo (sobre todo para los gnósticos, que reconocían en Lucifer al Demiurgo que creó este mundo material y corruptible, instigado por el eón Sofía). El Coyote nos recuerda que existe una creencia que asocia a cada nación su propio demonio protector, o de la guarda. Así, parece que Lucifer lo fue de Roma durante un tiempo, como Asmodeo lo es de España, y Mammon de Inglaterra. Y con esto llegamos a la más alucinante imagen que se ha creado basándose en el Leviatán.

Y nos referimos a la idea de el Leviatán que creara en 1651 Thomas Hobbes en su obra homónima. Este tipo, que fue durante un tiempo secretario de sir Francis Bacon (autor éste de la utópica Nueva Atlántida), llamado el Verulamio, se dedicó entre otras cosas, a poner en pie un análisis del fenómeno político con bastante perspectiva. Más o menos la idea es esta:

En un hipotético origen del hombre, el estado natural, la situación era de “guerra de todos contra todos”; daba igual, según Hobbes, que fueses muy fuerte o muy inteligente. Eso no te garantizaba que no fueses a morir en cualquier momento. Y esta amenaza de muerte constante venía dada porque, en el estado natural, todo el mundo tiene el mismo derecho a todas las cosas. Claro, en esta situación, al no haber ningún tipo de ley que coaccione al hombre a actuar de determinadas maneras (y le impida actuar de otras), y asegure una existencia relativamente pacífica, el hombre se comporta de manera acorde a su naturaleza primordial. Que según Hobbes no es otra que esta: Homo homini lupus. En el estado natural, cada hombre es un organismo unicelular que pugna por mantenerse vivo, aun a costa de la muerte de otros hombres. Es una existencia individualista y egoísta.

Para escapar de esta amenaza de muerte constante que se da en el estado natural, el hombre pacta un contrato social. Entonces crea la sociedad, o mejor el Estado (de derecho, en este caso). El pacto social se traduce en que la totalidad de los hombres que participan en ese contrato ceden parte de sus derechos naturales (y con esto no poco de su libertad), a unos miembros concretos de la sociedad. El Poder – el gobierno – así formado por la cesión de estos derechos, crea una serie de leyes para regular la sociedad, que son garantizadas por sus fuerzas represoras. Así, está prohibido por la ley el asesinato, pero los miembros del ejército pueden hacerlo en tiempos de guerra; así, está prohibida la agresión física, pero las fuerzas policiales pueden hacer uso de sus porras y demás cuando la situación lo requiere. El hombre sometido a este Estado vigilante, opresivo y regulador, la sociedad civilizada, ha cedido parte de sus derechos naturales (a hacer lo que le viene en gana, básicamente), y ha sacrificado la libertad de usar su tiempo a su antojo, a cambio de asegurarse una existencia relativamente pacífica y larga, y a ser posible una muerte no violenta. El Estado es, entonces, un organismo pluricelular, cuyas células son los hombres que lo forman. Un enorme y gigantesco cuerpo hecho de miles de hombres, que avanza lentamente en pos del Progreso, y cuyos pasos retumban en la Historia.

El Estado es el Leviatán.

Postdata: Las dos imágenes aquí introducidas han sido vilmente saqueadas de la Red; a decir verdad, teníamos ambas imágenes en formato papel (una, en una excelente edición de los grabados de Gustav Doré, y la otra en una edición ilustrada del Leviatán). Y, claro, para qué arriesgarnos a estropear un poco los libros escaneándolos, si ya rulaban por la Web...

sábado, 9 de febrero de 2008

La atribulada vida del doctor Torralba (y conclusión)

Ante todo, y en primer lugar, supongo q deberíamos dar algún tipo de explicación; hemos tardado tanto en retomar El Blues del Coyote, entre otras cosas, porque el viejo Coyote ha vuelto a desaparecer como antaño. Sólo es que esta vez está tardando más que nunca en volver (quiero decir, con otras palabras que es la vez que más tiempo lleva sin dar señales de vida). Algún miembro del equipo ha propuesto, a modo de rechifla, realizar una sesión de espiritismo, contratar a una médium - ignoro porqué insiste en que tenga que ser una mujer, pero me imagino las razones... En el fondo no es tan mala idea: no sería la primera vez que buscando una cosa (espíritus de difuntos, en este caso) se encuentre uno con otra cosa (el cuerpo astral del Coyote, vagando desde algún reino onírico, deslizándose por el vacío entre los mundos - no-lugar éste, a donde parece que el Coyote gusta de marchar cuando siente que tiene que estar solo).
En cualquier caso, antes de desaparecer, dejó algunas notas inconclusas sobre la cuestión de los hechos referentes a la atribulada vida del doctor Torralba, de manera que en esto al menos podremos continuar y darle una semi-digna conclusión.
Ahí van, entonces, los últimos datos concernientes al tema que nos ocupa:

Proceso inquisitorial (1528-1531)

  • 1528, 10 de enero: Primera audiencia del tribunal del Santo Oficio, dirigida por el reverendísimo doctor Ruesta, inquisidor de Cuenca, y atendida por el notario escribano Francisco de Herrera. Se ordena comparecer al doctor Eugenio de Torralba (el cual ya debía llevar unos días en la cárcel, en aislamiento absoluto). El inquisidor le comunica cómo existe una denuncia contra él por "cosas que ha hecho y dicho y cometido contra nuestra Santa fe Cathólica tocantes a eregías" (sic). Todo esto, por supuesto, acompañado de los procedimientos burocráticos correspondientes, que incluían juramentos, amonestaciones y demás parafernalia jurídica. Cuando se le da opción al doctor Torralba de hablar, éste declara que se considera católico convencido, e insiste en la limpieza de sangre de su linaje, y la falta de antecedentes hereticales en ella; después, sin embargo, reconoce tener a su servicio un "ángel bueno" (el bueno de Zaquiel, a quien ya conocemos), y relata toda la historia de cómo conoció en Italia al fraile dominico y cómo éste se lo cedió. Aquello debió dejar perplejo al inquisidor, que - más burócrata que caza-brujas - no debía estar acostumbrado a que los reos reconociesen tales hechos (por más que en la mentalidad de un inquisidor no cabía la posibilidad de que fuese realmente un ángel, a lo sumo un espíritu demoníaco que lo tenía engañado: téngase en cuenta un importante detalle, y es que una vez que la Inquisición te apresaba debías tener por seguro que eras culpable, el Santo Oficio nunca se equivocaba). Luego el doctor pasó a contar cómo Zaquiel se le presentaba en ocasiones para proferirle hechos políticos de suma importancia que acontecían en aquellos momentos en lugares lejanos, así como algunas profecías (claro que éstas, contadas tiempo después de que hubiesen ocurrido aquellos hechos, tenían un carácter retrospectivo que les restaba bastante credibilidad). En esta misma sesión, entre otras, el inquisidor le preguntó si había realizado con aquel espíritu algún tipo de pacto contrario a la fe. Hayque reconocer que las preguntas de este tipo no eran nada tendenciosas... El doctor Torralba insistió en la bondad del espíritu, en cómo éste le guiaba y aconsejaba siempre dirigiéndolo hacia una recta y cristiana moral. Incluso, al parecer, reconoció que éste se le llegó a aparecer en un par de ocasiones dentro de iglesias, cosa que debió escandalizar no poco a los miembros del tribunal (un espíritu demoníaco en suelo consagrado, tamaña infamia).
  • 1528, 11 de enero: Al día siguiente se hace comparecer al doctor de nuevo frente al tribunal. En esta nueva comparecencia el doctor cuenta cómo Zaquiel se aparecía en función a las fases lunares, y que él mismo no podía llamarlo cuando quisiese, era Zaquiel quien venía por su cuenta. En estas visitas el espíritu le contaba cosas futuras relacionadas con altas personalidades de la política y la Iglesia (con algunos de los cuales el mismo doctor se había codeado durante su estancia en Italia; esto debió tener algún peso en las decisiones de los inquisidores, el hecho de que el doctor Torralba estaba muy bien relacionado en las altas esferas, y además el doctor insistía en que algunas de estas personalidades habían asistido a sus hechos maravillosos. Claro que, como todos los que citaba habían muerto hacía tiempo, no había manera de refutarlo). Luego, el inquisidor le preguntó sobre si su espíritu le había transportado alguna vez por los aires, llevándolo a sitios lejanos. Aunque de sobra era conocido cómo el doctor había alardeado en ocasiones de su viaje aéreo a Roma durante el famoso saco, en esta ocasión aunque negó haber volado, sí admitió que el espíritu se lo había propuesto alguna que otra vez, pero que él había rehusado. Negó parcialmente algo que, más adelante, admitiría totalmente.
  • 1528, 17 de marzo: cerca de tres meses tuvo encerrado y aislado el inquisidor doctor Ruesta al bueno de Torralba hasta que volvió a llamarlo. Supongo que estos largos días de aislamiento debían servir para quebrantar la voluntad del acusado. Entre otras cuestiones nada tendenciosas, el inquisidor le preguntó si era cierto que había afirmado en alguna ocasión que Zaquiel fuese "príncipe de los espíritus malignos que fueron echados del cielo". En esta misma sesión, el doctor Torralba confiesa todos sus viajes por los aires, inclusive el famoso a Roma. Siguiendo esta lógica, el inquisidor le preguntó si, estando encerrado en las cárceles de la Santa, no se le había aparecido el "ángel" y le había ofrecido salir de allí por medios mágicos. El doctor, como buen hidalgo respondió con astucia que, dado que no había en su familia rastro de infamia ni herejías, no quería ser él con estos actos el primero en manchar su honor. En aquellos momentos, el doctor quería dejar claro que, si Zaquiel era un espíritu malo, a él lo había engañado haciéndose pasar por bueno.
  • 1528, 18 de marzo: Al día siguiente continuó la audiencia, teniendo que responder a los cargos de acusación que contra él había hecho el denunciante, don Francisco de Zúñiga, su antiguo "amigo". Según hace notar don Julio Caro Baroja, se deja ver por los papeles del proceso que los inquisidores no debían tener mucho respeto por el tal don Francisco, el cual se ha mostrado ya bastante ruín y avaricioso.
  • 1528, marzo-abril: En sesiones posteriores, el doctor Torralba sigue insistiendo en la aparente bondad de Zaquiel, el cual nunca le inspiró un acto pecaminoso o malvado, y repitiendo que nunca hizo pacto ninguno para atar la voluntad del espíritu. En un momento dado, el inquisidor doctor Ruesta le preguntó al acusado que, dado que el espíritu le hacía profecías, si no le había avisado que sería preso por la Inquisición. Torralba, con total calma, le responde que, efectivamente, Zaquiel le había avisado que no fuese a Cuenca, y que ahora entendía el motivo.
  • 1528, 4 de septiembre: Durante el resto del año, con todos los testimonios reunidos, el inquisidor doctor Ruesta, indeciso, eleva el asunto a la Suprema, la cual dictamina finalmente que el doctor Torralba "debía ser puesto a cuestión de tormento", por ver si de esta manera cambiaba su parecer e interpretación de los hechos. Los licenciados y doctores a los que fue planteada la cuestión veían con claridad la naturaleza malvada de Zaquiel. A causa de estos tormentos y torturas, el doctor Torralba se ve impelido a reconocer que ahora comprobaba que su espíritu no podía otra cosa que ser malvado, puesto que con sus consejos había terminado tan mal aventurado.
  • 1529, 12 de enero: En la siguiente audiencia, sin embargo, el doctor ya había recuperado su entereza, y volvía a insistir en la bondad del ángel y en su propia ortodoxia católica. Ante esto, el inquisidor decide dejarlo a la sombra unos 6 meses, para dejarle reflexionar.
  • 1529, 6 de mayo: Las cuestiones que el inquisidor plantea en esta sesión son de índole teológica y política, y pareciese aquí que el inquisidor tiene más interés en averiguar asuntos que podía iluminar el espíritu, que buscar hacer confesar al acusado. Preguntó al doctor Torralba si Zaquiel le había hablado de la existencia de Cielo, Infierno y Purgatorio (las otras dimensiones del cristianismo); e incluso si le había hecho alguna vez comentario sobre Lutero o Erasmo de Rotterdam (los dos grandes enemigos de la fe Católica en aquel momento - aparte del sentido común, claro). De Lutero, parece que Zaquiel tenía muy mala imagen, de Erasmo sin embargo, estaba más dudoso - y éste tenía numerosos seguidores en la península, que empezarían a ser perseguidos por la inquisición en aquella época.
  • 1530, 30 de enero: A estas alturas, el buen doctor Torralba, después de ser amonestado por varios canónigos y sacerdotes, con el ánimo hundido después de dos años de proceso, declara todos sus errores y pecados, arrepintiéndose de todos ellos, y clamando por limpiar su nombre y su honor (como todo buen hidalgo que se precie). Sin embargo, de sus errores de doctrina no echa la culpa a Zaquiel, sino que lo achaca a sus antiguos maestros de Italia, aquellos médicos materialistas seguidores de la Escuela de Padua. En posteriores audiencias a lo largo de este año, inisistiría en que la culpa siempre fue del adoctrinamiento de sus maestros, y nunca de Zaquiel.
  • 1531, marzo: A estas alturas, y como parecía que el doctor no iba a cambiar de parecer en torno a esto, el inquisidor le conmina a ignorar y no escuchar nunca más a ese Zaquiel, por el bien y la salvación de su alma. Arrepentido en el resto de sus pecados, y vencido ya totalmente por los rigores impuestos por la impasible maquinaria burocrática de la Inquisición, el doctor pide castigo y penitencia por todos sus errores. Finalmente, llevado a reconciliación con pena de cárcel y hábito penitencial, termina su largo proceso que duró finalmente desde finales de 1527 a mediados de 1531.
  • A los cuatro años de cárcel, fue finalmente indultado. Y no poco después de estos sucesos, el doctor Torralba ya recuperado, continuó con su vida cortesana al servicio del Almirante de Castilla don Fadrique Enríquez. Don Marcelino Menéndez Pelayo, el cual tuvo acceso a todas las actas del proceso, es de la opinión de que el doctor Torralba más bien que un hereje no era otra cosa que un poble loco, y de ahí la suavidad de la condena que se le impuso (cuando lo normal, en estos casos, hubiera sido darle tormento y finalmente llevarlo a la hoguera, para purificar su alma). Don Julio Caro Baroja, al contrario, es de la opinión de que esto fue motivado más bien por las relaciones del doctor en las altas esferas que otra cosa.
  • Si el doctor volvió a verse o hablar con Zaquiel es algo que nunca podremos saber.