jueves, 30 de abril de 2009

Sobre ermitaños y animales de variado pelaje


Como se ha dicho en otras ocasiones, hará cosa de unos meses (casi un año, ya) vuestro amigo y vecino, el Viejo Coyote, se mudó a un ridículamente minúsculo estudio del centro de la ciudad. Sí, a ese piso donde, como también se ha mencionado anteriormente, las paredes son de tal grosor que apenas alguna señal electromagnética puede alcanzar al interior. Lo cual lleva al Coyote a una actitud de recogimiento interior, cual eremita de antaño (esto es, contraido, ermitaño); de hecho, y sin divagar en demasía, no es sólamente que disponga en su gruta los elementos característicos de los santos ermitaños, a saber, un cráneo humano y un león.

En cuanto al cráneo, hemos de decir que es una reproducción en plastiquete (de esas de coleccionables de periódicos, que no tienen nada mejor que ofrecer a sus potenciales clientes, para mantener las ventas, antes que reconocer que se acercan a su extinción como medio de propagación de noticias manipuladas y opiniones sesgadas - en todo caso, ¿qué noticia no es manipulada, y qué opinión no es sesgada?). De hecho, ni siquiera es a escala real, sino un poco más pequeño que la media - y no, no podría pasar por cráneo infantil, porque tiene la morfología de uno de adulto -, pero en fin. De creer a los intérpretes de estampas históricas, los santos ermitaños, que se apartaban del mundanal ruido, para encontrarse más de cerca con Dios (aunque, sobre todo, se encontraban con sus propios demonios), ponían un cráneo en sus lugares de recogimiento, como recordatorio de la fugacidad de la vida en este valle de lágrimas y tal. Que no es el caso; al Coyote le hubiera gustado usarlo de cenicero, o todo lo más como copa donde beber hidromiel, o vino especiado, o alguno de esos licores de antaño (que en nada tienen que envidiar a los actuales). Total, para finalmente terminar como una especie de macabra marioneta, a la que se le han hecho decir y hacer barbaridades, para terminar una noche de absenta en ser bautizada con el nombre, ya típico en cráneos y calaveras, de Horacio.

Y en lo que respecta al león, no es que realmente conviva con un felino de tierras africanas, pues no cabría ni por asomo. De hecho, es un gato común (felix silvestris catus), que difícilmente cabe realmente, pues tiene tendencia a ponerse nervioso - eso, cuando no está dormido o haciendo cosas que no se pueden decir sin caer en la vergüenza ajena. Pero como el gato en cuestión es de esos rubitos atigrados, pues al menos en eso sí se parece a sus parientes grandullones. Bueno, en eso y en que tiene una extraña manera de reaccionar a las caricias y cariñitos de turno; y es que, cuando más a gusto parece estar, ronroneando con ese motor interno (no hay mejor antiestres, oiga) y con los ojitos entrecerrados, sin previo aviso, le brillan los ojos con un fulgor psicopáta, y se pone a morder y a arañar a su anfitrión - a modo de agradecimiento, es de suponer. Aunque, hay que reconocerlo, la edad lo está volviendo más calmado y reflexivo.

El Coyote es de la opinión de que, aquellos que afirman que los animales no tienen conciencia de su pasado, y que viven en un eterno presente, hacen esa afirmación demasiado a la ligera. Debe ser porque no han tenido un gato en sus vidas; porque, para ser resentido, hay que tener cierta memoria concreta, respecto a lo agravios. Y este gato que vive con el Coyote, es de los que se las guarda y, en el momento menos esperado, se toma su venganza. No ya sólamente porque, cada vez que el Coyote llega a la casa, el gatito lo recibe afilando sus garras contra todo objeto destrozable que encuentre a la mano, y mira con ese gesto de ironía gatuna, como diciendo: "Mira, ¿has visto cómo rompo este estupendo sofá?" Y a este respecto, los gatos no son los únicos que recuerdan los agravios; el Coyote tiene noticia de que a algunas serpientes les ocurre tanto de lo mismo - de hecho, sin que le caigan ni mal ni bien, tiene la idea de que incluso son más resentidas que los gatos.

Se puede alegar que, realmente, no es memoria lo que tienen los gatos (o serpientes); sino más bien un instinto de supervivencia, un condicionamiento, que les lleva a reaccionar a la defensiva - aunque en su caso sea un ataque - frente a cosas que anteriormente les resultaron peligrosas (o puteantes). Pero el que afirme esto, no es más que un desnaturalizado, con tendencia a pensar que la humanidad es la cumbre de la evolución, y se encuentra en la cúspide de la pirámide; que el resto de la Creación está ahí para ponerse, única y exclusivamente a su servicio. Quien piensa esto, una de dos, o bien nunca ha convivido con animales; o bien es que carece de la empatía suficiente, como para depender sólamente de la verbalización para expresar sentimientos. Y este hecho, como diría el bueno de Michel de Montaigne, ¿no señala más bien una deficiencia de la humanidad que una superioridad, frente al resto de seres vivos?

Por otro lado, la ya manida definición de que el ser humano es un "animal racional", está también un poco cogida por los pelos. Pues, ¿no es cierto que los perros, por poner un ejemplo, son tan capaces de razonar como lo hace un ser humano? Así, cuando el can está siguiendo un rastro, y tiene tres posibles caminos, huele el primero y ve que no sigue por ahí la pista, huele el segundo y tampoco encuentra rastro, no necesita oler el tercer camino, porque, siguiendo el razonamiento lógico-deductivo, ya ha llegado a la conclusión correcta. De nuevo, el lúcido Montaigne, pone las cosas en su sitio.

Por cierto que uno de los que opinaba que los animales carecen de conciencia de pasado (y, por lo tanto, de historia), no fue otro que Friedrich aka "Zarathustra" Nietzsche. En concreto, recuerda el Viejo Coyote, hacía referencia el prusiano a las ovejas, y a la felicidad que conlleva el carecer de historia. Algo muy budista, eso de alcanzar la serenidad al vivir en un eterno presente. Aunque, siendo la afirmación realizada por Nietzsche en uno de sus "escritos intempestivos", considerados de juventud (cuando aún no había reñido con Wagner, y todavía consideraba a Schopenhauer como un maestro), es posible que estuviese haciendo referencia al hegeliano tópico de que "los pueblos felices carecen de historia" - afirmación ésta que no es baladí.

Sin embargo, como era de esperar en alguien como Nietzsche, no podemos exigirle coherencia. El Coyote sospecha que el bigotudo, no es que alcanzase conclusiones totalmente contradictorias, si se tienen en cuenta todas sus obras publicadas; cabe que ni siquiera sostuviese una misma opinión dos veces en un día, dependiendo de su estado de ánimo (o de lo que hubiese comido). Es lo que ocurre con los hiperbóreos. Por eso, no resultó chocante al Coyote, cuando supo que, días antes de ser definitivamente confinado de sanatorio en sanatorio, para los restos, tuvo aquella reacción con el caballo. El pobre animal de carga, accidentado y caído, con la pata partida y su destino ya sentenciado, sólo en Nietzsche tuvo un compañero que se congraciase con su trágico destino. Mientras el resto de los transeuntes se volcaba en ayudar a los pasajeros del coche, nuestro bigotudo se abrazaba con fuerza al recio cuello del caballo, consolándole y susurrándole cosas al oído.

El filosofo que luchó contra la compasión, volcando toda su compasión en el equino. Quizá vio en él a otro espíritu libre.


lunes, 13 de abril de 2009

Unas palabras en torno al Coyote


Las Parcas no tienen influencia directa sobre el Coyote, pues siglos hace que se jugó (haciendo trampas, por supuesto) con ellas la propiedad de su propio hilo de la vida, el cual ahora teje y desteje a su antojo en el enorme telar del Destino; las Parcas, decimos, no tienen influencia sobre el Coyote, al menos de forma directa: indirectamente sí que pueden manipular acontecimientos a su alrededor, para que actúe conforme Ha Sido Dispuesto (es decir, para que se comporte de una manera más o menos coherente, y en función a un orden preestablecido, el cual el Coyote tiende a ignorar o, si le es posible, diluir en la corriente caotica y múltiple que es la existencia).

De esta manera, el fatum se ha entrometido últimamente en el quehacer cotidiano del Coyote de la manera en que sigue: los cambios en el clima, el aumento de temperatura y la disminución de la humedad, impiden que llegue señal alguna a su hogar-gruta de ermitaño; de nuevo, sin conexión, su aislamiento (que no es tal, sólo le gusta imaginarlo así) ha alcanzado el punto que lo obliga a reutilizar su gastada glándula pineal a modo de receptor de información heterogénea y, en ocasiones, completamente inútil y fuera de lugar. Es posible que el hecho, aparentemente casual, de que se haya quedado una temporada sin acceso a la Red, fuera una manera en que el Destino quisiera dar un empujón al viejo Coyote, y tratar de encauzar su vida por un camino predeterminado - en todo caso, al Coyote siempre le ha resultado muy dificil, por no decir imposible, prever el camino adecuado para alcanzar una determinada meta; y además que, allí por donde el Coyote transita, no se puede decir que sea un camino: como se ha dicho en otras ocasiones, más bien habría de ser una cuerda tendida en el abismo.

Y siguiendo esta misma línea de razonamiento, podemos entender el hecho de que se rompiera su mini-bicicleta por dos partes distintas, y al mismo tiempo; con lo que conlleva de realizar los mismos recorridos, pero haciendo uso de sus también gastadas patas. Así, el Coyote se ha re-encontrado con el placer del caminar azaroso por los espacios urbanos, del descubrimiento de realidades geografico-mentales ajenas a la interpretación mundana de lo que ha de ser una ciudad. Sí, algo así como la deriva, pero sin un inoportuno transfondo ideológico, de esos que le restan autenticidad a los actos.

Por supuesto, todo esto acompañado de que, nuevamente, se ha encontrado con más tiempo libre del que gusta por lo general atesorar, y que cuando le sobreviene en demasía, resulta un poco inquietante y agónico.

Lo que las Tres Damas ignoran es que al Coyote estos cambios ya no le afectan, o al menos no a un nivel profundo: se ha acostumbrado de tal manera a su situación vital continuamente inestable, que ha llegado a amar esa situación. Los cambios no le atemorizan, de hecho, son bienvenidos como la promesa de una nueva aventura, de una nueva bifurcación en la difusa línea de su difusa vida.

Esto es así: habiéndose reconocido conscientemente como agente del Caos, cualquier intento de canalización ordenada y coherente de su devenir existencial carece de influencia sobre él. Las Parcas carecen de suficiente influencia sobre el Coyote: él es el espacio vacío en la estructura, ese punto de fuga caótico y cambiante, que mantiene la estructura en movimiento; que impide que las tecno-arañas del orden congelen los cimientos del sistema, empujándolo a una estabilidad parecida a la muerte. Como heraldo de Eris, el Coyote se encarga (no conscientemente, eso debe estar claro, más bien limitándose a ser quien es) de mantener la tensión entre orden y caos, allí donde uno de los dos ha alcanzando más influencia sobre el otro.

Aunque, en ocasiones, durante ese estado semi-consciente entre el sueño y la vigilia, cuando se dejan escuchar mejor las voces del subconsciente y esas otras que tratamos de cubrir con pensamientos conscientes, el Coyote ha llegado a la escalofriante conclusión de que discordia y armonía son dos caras de una misma moneda.