- Los Sumerios, esos simpáticos desconocidos; esta es, con diferencia, la entrada del blog que más visitas ha recibido a lo largo de estos cinco años. Si no nos falla la memoria, no era más que un intento de homenaje a la proto-civilización mesopotámica, escueta de datos, y con una conclusión un poco subjetiva (que para eso estamos); por no mencionar que en gran parte no es más que una comparativa de esta cultura con otras contemporáneas suyas, dejando por cierto al resto a la altura del betún. Para un futuro posible tenemos pendiente una entrada más extensa sobre la temática sumeria, con menos digresiones, a ser posible, porque sospechamos que no pocos de los que llegaron a nuestro humilde blog lo hicieron con la insana intención de encontrar testimonios de los contactos de la cultura sumeria con seres de otros mundos (extra-terrestres, extra-dimensionales o extra-temporales, escojan uds.), ya se sabe, que si los Annunaki y la estrella Orión, que si los ziggurats eran máquinas de viajes en el tiempo, y otras especies... Cosa que demuestra que los buscadores de quimeras ya no precisan evidencias del mundo extramental para justificar sus desvaríos, les resulta suficiente con encontrar cualquier información diseminada por la Red. Afortunadamente, y como suele decir el Coyote: "siempre nos quedará la reducción al absurdo".
- Notas Dispersas sobre la Tierra Austral (partes I, II y III); una cronología inexacta de los acontecimientos ficticios y reales acaecidos en la Antártida, tierra inhóspita y misteriosa donde las haya - de nuevo, el hecho de recibir tal cantidad de visitas viene dado por la (feliz) idea de calificar a los Elder Things del bueno de Lovecraft de Providence (Rhode Island) con el nombre de Annunaki o Anakim, que indujo a error a más de un buscador de desvaríos...
- Personajes históricos fascinantes: Domingo Badía, aka Alí Bey (partes I, II y III); de nuevo, una somera e incompleta cronología, esta vez de cierto personaje histórico real de vida más bien folletinesca y cuyos actos y escritos han conseguido que acceda al parnaso de la ficción, cosa que ha ocurrido en otras ocasiones y con otras personalidades históricas. En este caso, las palabras más usadas para llegar hasta aquí son "santuario de la kaaba", ya que la visita que Badía realizó pasa por el raro hito de ser la primera de hombre "blanco" (léase occidental) al centro islámico de peregrinación más importante.
- Bajo el monte de Venus (partes I al IV); sí, una de las más visitadas, pero no por su contenido, que es una larga digresión sobre las siempre cambiantes creencias y los cambios consiguientes en la visión del mundo que acontecieron con el abandono de la mentalidad mítica arcaica y la imposición, por un lado, del racionalismo. y por otro, del cristianismo, en nuestro decadente occidente. Como digo, una de las más visitadas, por la alusión a cierta zona de la fisionomía femenina - y aunque es cierto que estas entradas, aunque de soslayo, tratan ciertas cuestiones sobre el erotismo y su represión, no es menos cierto que a la gran mayoría de los que terminaron en el blog sin duda les defraudaría su contenido (de hecho, y según nos informa el Analytics de Google, los términos de búsqueda más usados en este caso no han sido otros que "monte de venus depilado", ahí es nada...)
- La Matanza de la Judería de Sevilla (1391), también en tres cómodas partes; relato, con cierto detalle, de los terribles sucesos ocurridos en la primavera del mencionado año en la capital hispalense. Matanza que , por cierto, no fue exclusiva de Sevilla, según parece.
miércoles, 26 de diciembre de 2012
... que no está muerto lo que yace eternamente...
viernes, 17 de agosto de 2012
La Insoportable Eternidad del Arquetipo
viernes, 25 de noviembre de 2011
Acercamiento a la Psicología Coyotil

Pero el ojo de la mente del Coyote se encuentra lejos, muy lejos de allí.
Al poco, al ulular de la ventisca de fuera se suma a coro el silbido del calentador de agua, avisando de que ésta ha llegado al punto deseado. Con crujir de huesos y lastimeros quejidos, nuestro Viejo Coyote se levanta a duras penas del escritorio y consigue prepararse una infusión, cuyo calorcito siente cómo se abre paso en su interior, y cae en el estómago, reconfortándole brevemente.
Vuelve al escritorio, toma la hoja y lee lo que lleva anotado:
“Me ha recetado el médico – bueno, es de medicina interna, de hecho, es una voz interiorizada de mi yo subconsciente, que me impele – que no deje de escribir, aunque sea un rato, todos los días; que es un buen ejercicio para desentumecer la relación idea-palabra-escritura, de forma que cualquier idea que sobrevuele mi desecado cerebro pueda ser atrapada “al vuelo” por las redes de los conceptos, y extraída hacia el texto escrito. Por supuesto, esto no deja de ser un reduccionismo, en el sentido de que la idea, como tal, sigue por ahí, rebotando por los amplios huecos de mi cabeza hueca, inexpresable per se; las ideas siguen vivas y migran de mente en mente, como parásitas: las palabras, como mucho, pueden dar una imagen aproximativa, pues lo que queda de la idea, una vez ha sido con-formada por las palabras que la atrapan en sus redes, es un triste atisbo de la idea original. Esto, por supuesto, si lo imaginamos desde la perspectiva teórica de un Kant simplificado, ya se sabe: intuición es ciega sin concepto, así como concepto es vacío sin intuición. Preciosa imagen – o todo lo preciosa que puede llegar a ser, claro –: la del bueno de Inmanuel, con su peluca empolvada y sus chorreras y sus bordados dorados, lanzando al aire la red del concepto para atrapar y dar forma a las intuiciones, que vuelan con libertad… a priori, claro: no todas las ideas vuelan, y de hecho algunas más bien vierten plomo en los cerebros donde dan en instalarse, cual peligroso parásito mental: porque no hay mayor peligro, en el terreno de las ideas y de los valores morales, que la inamovilidad, traducida en cerrazón. Ideas muy peligrosas, que no sólo son parasitarias, sino que cual cría de cuco, expulsa del nido a cualquiera otra que no se parezca a ella y que, por tanto, no sean ella.
Eso, por supuesto, mirándolo desde la perspectiva del pesado de Köenisberg. Y es que Kant nunca me ha caído muy bien precisamente; no es que no reconozca su relevancia, por supuesto, e incluso, como he dicho un poco más arriba, una versión simplificada y quitándole mucha morralla y mucho tecnicismo y, de hecho, violentando su teoría hasta el punto de que ni el mismo la reconocería, puede aportar una visión interesante de la supuestamente irreconciliable lucha entre razón y creencia o, como he dicho más arriba, entre concepto e intuición. Claro está que las intuiciones, por sí mismas, todo lo más, podrían alcanzar la categoría de imágenes, que se presentan a nosotros, pero sin ser expresadas de forma explícita; para que la intuición tenga efectividad, habría entonces que darle forma expresable, manejable, comunicable; digamos, instrumentalizable. Sólo podemos evocar ideas e imágenes de la intuición dotándolas de un cuerpo conceptual que las sostenga, de lo contrario, si intentásemos comunicar nuestra intuición sin traducirla a un lenguaje común, todo lo más, supongo, llegaríamos a producir algunos lastimeros quejidos, o el clásico chillido de frustración que suelen emitir los chimpancés.
No obstante, y me parece que la teoría estética de Kant no iba por este camino, o si lo hacía – que ya no lo recuerdo bien – lo explicaba de tal forma que no logró un servidor llegar a entenderla del todo – es lo que tiene un desecado cerebro quesiforme –, se puede llegar a entender la especial situación de los artistas, abusando de Kant un poquito más. Si el artista es alguien que busca expresar de nuevas formas las intuiciones que le sobrevienen, y que carecen hasta ese momento de concepto comunicable que las pueda dar a luz, con la obra de arte, consiguen crear nuevos modos de expresar las intuiciones, creando a la vez el “concepto” que las hace, de alguna forma, comunicable. Los artistas, entonces, serían algo así como una especie de psiconáutas pioneros, que rebuscan en su subconsciente, y experimentan con las técnicas propias de su disciplina artística, o crea nuevas técnicas de expresión si éstas no le permiten expresarse, para dar a luz aquellas impresiones e intuiciones que, con los medios comunes del lenguaje conceptual, son imposibles de expresar sin reducirlas considerablemente. Por no abusar con ejemplos, sólo mencionaré la expresión poética, sin la cual sería imposible describir ciertas sensaciones y sentimientos que, de mencionar escuetamente su nombre propio, quedan un poco, como decirlo, tristes y desangelados; no es lo mismo, con las armas de las que el arte dispone y va creando con el paso del tiempo, evocar la inasible sensación de melancolía, ese nudo en la garganta, esa...”
Se interrumpe, pues escucha con clara nitidez cómo alguien (o algo) araña la puerta de su estancia, con insistencia. Abre y no descubre a nadie; extrañado, mira a sus pies, y un gato naranja atigrado le mira muy serio, lanzándole un débil maullido. El Coyote no puede evitar reírse a carcajada suelta, y los ecos de su risa resuenan pasillo abajo. No podía sospechar que el pequeño gato que ha decidido hacerle compañía en el mundo de vigilia podía llegar también a seguirle hasta allí, hasta una de las casas-entre-mundos. Sin mayor protocolo, el gato entra en la habitación, la inspecciona, olisquea los rincones y, finalmente, decide que el lugar más calentito de la sala es junto a la estufa, a los pies de la desvencijada mesa que hace las veces de escritorio improvisado para nuestro viejo Coyote.
Recuerda que el soñador de Providence aseguraba que los gatos “son los únicos que conocen las regiones misteriosas, y que los más viejos las visitan a escondidas, por la noche, saltando a ellas desde los más elevados tejados. En verdad, es a la cara oscura de la luna adonde van a saltar y retozar por las colinas, y a conversar con sombras antiguas”. Con un escalofrío que le recorre la columna y le eriza el pelaje rememora las veces en que el inocente felino se queda embobado, mirando fijamente en un punto aparentemente al azar, y la parte escasamente racional del cerebro del Coyote quiere creer que aquello en lo que el gatito se fija no es más que una pelusa llevada por la corriente, acaso un insecto de vuelo distendido.
El viejo Coyote vuelve a su vez al escritorio; el gatito se estira arqueando el lomo y emitiendo un bostezo que casi pareciese que le desencaja la mandíbula. Antes de enroscarse sobre sí mismo y empezar otra siesta, mira fijamente al Coyote, con ese expresivo mutismo que parece decirlo todo.
Entonces se acuerda: aunque en las casas-entre-mundos el tiempo discurre a ritmos completamente ajenos al objetivo discurrir del tiempo en el mundo de vigilia, es consciente de que, a duras penas y luchando contra su irreprimible desidia, este blog que suscribe ha conseguido alcanzar el siguiente hito: cuatro años de desvaríos y cuestiones heterogéneas.
Desde la ventana de su habitación observa la nada entre mundos, que toma caprichosas y desvaídas formas, que en el momento de localizarlas ya se están diluyendo para dar forma a otros sueños en otros mundos.
El viejo Coyote enciende distraídamente otro cigarrillo y sigue escribiendo.
martes, 6 de septiembre de 2011
Interludio: Los Paseos del Coyote
El viejo Coyote sale a la calle y, antes de alcanzar la cancela del parking privado de la barriada donde habita, sentado en un bordillo, vislumbra a un yonki prematuramente envejecido y, pareciese, casi inconsciente de la realidad que lo rodea; murmura entre dientes una ininteligible letanía, y sonríe bobalicón, aunque la luz de sus ojos azul eléctrico se ha apagado y están rodeados de úlceras; señala a un coche que acaba de entrar en la zona de aparcamientos privados una plaza libre. El Coyote no está seguro si lo hace en broma, o si ya es un gesto adquirido.
Continúa su camino. Probablemente el desgraciado ha sido expulsado hasta allí por otros aparcacoches, pues a diario el Coyote puede comprobar las disputas entre yonkis, moros, negros, y de todos los colores, para repartirse las calles y los aparcamientos; todo para poder sacar así unos miserables euros que les ayuden, aunque sea brevemente, a huir de la realidad y a soportarla un día más. Antes tenías un gorrilla por cada calle, o uno por cada lado de la calle todo lo más; hoy se reparten a razón de un gorrilla por cada tres o cuatro aparcamientos.
Es lo que ve todos los días, es lo que hay.
Cruza el paso de cebra, y a la altura de la esquina pasa por delante de unos contenedores de apestosos efluvios, resultado de las calores estivales de la ciudad. Apoyada en uno de ellos, una bicicleta construida con retales de otras bicicletas con un carrito de supermercado ingeniosamente soldado, repleto de desechos y objetos parcialmente aprovechables. Encaramado al siguiente contenedor, con casi medio cuerpo dentro, un gitano de Rumania rebusca en las basuras, ajeno a la mirada reprobadora y temerosa de los viandantes.
Continúa su camino, calle arriba, recordando que un par de días atrás, dispositivos policiales, enviados por el Ayuntamiento, habían procedido a desalojar los numerosos asentamientos de chavolas que han ido apareciendo en las riveras del río. Los han quitado de allí solamente para que se pongan un poco más allá. Lo que se suele llamar el lavado del gato, o barrer el polvo debajo de la alfombra. Como todo el que tiene un poco de sentido común, deberían haberse dado ya cuenta de que el desalojo nunca es solución.
Pasa por delante del Mercadona; es primero de mes, y el supermercado está abarrotado. Se ha dado cuenta de que, últimamente, ve comprar en esa gran superficie a gente que antes nunca se hubiera dignado a parar por allí; eran los que antes podían permitirse pagar más por lo mismo, con tal de no codearse con cierta gente (o con tal de no codearse con la realidad que está ahí fuera).
Sigue calle arriba, pasa por delante de la Cámara de Cuentas, y camina por el lateral de la sede del Parlamento Andaluz; sólo en la bocacalle de enfrente, a apenas cincuenta metros, un centro de atención para transeúntes (que no es más que un eufemismo políticamente correcto para mendigos, sin-techo, vagabundos, yonkis, y todo lo que se quiera esconder a la (mala) conciencia). En la puerta puedes ver, día sí y día no, una ambulancia, o un coche de policía. Le reconcome por dentro, a nuestro viejo Coyote, comprobar la ironía que significa que ambos edificios se encuentren tan cerca físicamente, y en cambio tan lejos en muchos otros aspectos.
Hace unos años, el jardín que ornamenta la entrada principal al Parlamento estaba abierto, y por las noches dormitaban más mal que bien un pequeño número de mendigos; con el tiempo, el parque terminó vallándose, y ahora los mendigos duermen en las paradas de autobús de los alrededores del Parlamento, o en los soportales de los edificios vecinos. Es de suponer que la idea de vallar el parque vendría de sus señorías, nada dispuestos a permitir que les ponga nerviosos la visión (aun lejana, porque ellos suelen entrar por el acceso de coches oficiales) de estos desgraciados “transeúntes”. Quitado de la vista, resuelto el problema.
Claro que, como le contaba al Coyote un amigo suyo que trabaja en la Administración Autonómica, sus señorías ya están suficientemente ocupados con privatizar la cosa pública, creando agencias relativamente independientes de la Junta, a las que encargar su gestión a empresas privadas; empresas privadas, no lo olvidemos, las cuales sólo conocen la fidelidad a una cosa, el dinero; y que, sobre todo, desconocen por completo el procedimiento legal para llevar a cabo las tareas de administración del gobierno. Procedimientos legales que salvaguardan a la ciudadanía de prevaricaciones, cohechos, amiguismos y demás, que tientan continuamente a nuestros gobernantes.
Son las siete de la tarde; el calor en septiembre remite ligeramente, y permite salir a la calle a una hora que sólo una semana atrás se consideraría suicida. A la fresca sombra de los árboles del parque del Parlamento, frente a la muralla que da paso al casco histórico, una banda de cornetas y tambores ensaya para las procesiones de Semana Santa. Como parte reconocida de la tradición en la ciudad, tienen permiso explícito del Ayuntamiento para ensayar hasta las doce de la noche.
Este año, el Ayuntamiento ha decidido que no se celebrará el festival Alamedeando, el cual contaba con una incipiente tradición entre los habituales al mismo, aumentando cada año (ésta iba a ser la cuarta edición). Era un festival organizado por gente de aquí, con grupos de aquí o invitados para la ocasión, y totalmente gratuito. Se desarrollaba completamente en el enorme y espacioso bulevar de la Alameda, por el cual fue honrado el festival con su nombre. Según asegura el Ayuntamiento encabezado por don Juan Ignacio Zoido, la Corporación Local carece de fondos para financiar el evento. Por supuesto, eventos patrocinados por Heineken/Cruzcampo como el otrora también gratuito festival Territorios, dejarán algo de pasta, porque de lo contrario no se cederían alegremente los jardines del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de la Cartuja, para pisoteo masivo de césped, orine en los estanques del susodicho y conciertos varios. Ese sí, ese está bien patrocinado, y deja pasta; ese sí, aunque destroce los jardines del CAAC.
Por supuesto, para quitar los bancos de la Alameda o cambiar las farolas modernistas de la plaza del Pan por otras de enrejada y rancia tradición, para eso sí que hay dinero. Claro está que el viejo Coyote, que ha metido el hocico en todos los arroces, y cuya ingenuidad sólo es transversal, y lucha continuamente con su escepticismo, es consciente de que el dinero destinado en el presupuesto para una cosa, no puede fácilmente transvasarse a otra, sin provocar grandes jaleos burocráticos y demás intervenciones fiscales y auditorías no deseadas. El problema surge de quien decide a qué se destina cada partida presupuestaria.
Mientras todos esos pensamientos se superponen en su mente sin orden ni concierto, el viejo Coyote cruza el paso de peatones que hay frente al Arco de la Macarena, y bordea la basílica de mismo nombre. Como casi siempre que pasa por allí, se acuerda de Casa Cornelio.
Anexos
I. Sobre los gorrillas:
II. Sobre los desalojos:
III. Sobre el permiso de bandas de Semana Santa para ensayar en la vía pública:
IV: Sobre la cancelación del festival Alamedeando 2011:
http://alamedeando2011.wordpress.com/2011/08/09/comunicado-de-cancelacion-de-alamedeando/
V: Sobre la Alameda como lugar de encuentro y ocio popular en la ciudad:
Parte 1:
http://www.youtube.com/watch?v=tR0dU1Zc1h8
Parte 2:
http://www.youtube.com/watch?v=rgQsBXLm1sU
Parte 3:
http://www.youtube.com/watch?v=sZFEXOk5UuI
Parte 4:
sábado, 14 de noviembre de 2009
Coyote: Nacer de Nuevo

Cierto es que algunos de los miembros del equipo original ya no están entre nosotros, y que el mismo Coyote tiene tendencia a ausentarse largas temporadas - no ya de nuestra cercanía, sino también de este plano material, a realidades supralunares más allá del sentido común y de cualquier atisbo de lógica pedestre; no es menos cierto, sin embargo, que desde que emprendimos nuestra andadura era algo que teníamos ya por sabido: que el grueso del equipo esté conformado por maniaco-depresivos, dando lugar a esos altibajos mencionados, al margen de nuestra primigenia declaración de intenciones, sobre ser completamente fieles a nuestro instinto de incoherencia.
Es buena hora, pues, de hacer un sentido homenaje y recuento de aquellos miembros del equipo original de El Blues del Coyote que no se encuentran ya entre nosotros:
* Doctor Ananda Bharatanatyam, notable lingüísta y metafísico: Desapareció sin dejar rastro, abandonando todas sus pertenencias, su trabajo y familia; aun siendo insoluble el caso de su ubicación, los detallados diarios que llevaba el profesor Bharatanatyam sobre sus avances en las disciplinas del yoga han llevado a más de una hipótesis descabellada.
* Capitán Henry Maynard, avezado pilóto: Acosado en sueños, durante el caso de "el Atlante", voló una noche entre El Cairo y un destino desconocido, para no volver a saberse más de él. Cierto que algunos miembros del equipo han recibido misteriosos mensajes, donde afirman que Maynard se encuentra perfectamente, habiendo desposado a la princesa heredera de cierta civilización perdida, y hecho promesa de no volver a la superficie nunca más; no todos estamos seguros de este último punto.
* Sir Hiram Quain, filósofo de la cultura y reconocido ocultista: Iniciado de alto grado en numerosas sociedades secretas del planeta, erudito de bastos conocimientos y diplomático para la Corona británica; muchos miembros del equipo ya le habían advertido del riesgo de ciertas técnicas esotéricas llevadas a cabo en su imponente y lóbrega mansión familiar, Quain Manor, al igual que ciertas lecturas a que se daba, en su amplia biblioteca. Su estancia ya indefinida en el sanatorio privado lo demuestran.
* Memsahib Irene Chrakravarti, teósofa y nuestra médium particular: Mestiza de dos culturas, sensitiva y de profunda sagacidad, había heredado de sus antepasados adeptos de la Avidya Tantra cierta facilidad para alcanzar el estado de trance, cosa que el equipo explotó en numerosas sesiones en que la memsahib ejerció de médium; la última y más desastrosa de esas sesiones tuvo como resultado dejar en estado catatónico y comatoso a Irene, estado del que aún no ha despertado. Y sus últimas frases, que hemos grabado con fuego en nuestra memoria, aún resuenan con ecos inquietantes.
* Herbert Houssian, periodista y experto en geopolítica: Incansable en su denuncia del genocidio armenio, de quienes tiene sangre por parte de sus ascendientes paternos, ha sido corresponsal de guerra en conflictos por todo el globo; sus amplios conocimientos de los entresijos del gran juego de la política internacional han sido no pocas veces de gran ayuda. Lo último que supimos de él es que nos había puesto una conferencia desde Berlín, pero desde entonces nada sabemos de Herbert Houssian; algunos sospechan que fue detenido de forma ilegal por la CIA, y llevado a la prisión de máxima seguridad de Guantánamo; otros opinan que fue el MOSSAD quien llevó a cabo la detención.
Y estos, entre los más señeros del equipo, puesto que nos dejamos en el teclado la rememoración de otros miembros igualmente importantes, como el reputado arqueólogo doctor Spiro Gianakopoulos (desaparecido en extrañas circunstancias durante una excavación en el laberíntico palacio de Knossos) o el chamán yaqui conocido como "Cuervo Astuto", éste último uno de los que siempre había desconfiado del viejo Coyote (quizá por conocerlo mejor que nadie).
martes, 27 de octubre de 2009
Caminando entre Congéneres



lunes, 27 de julio de 2009
Con las tintas recargadas

(A modo de descargo)
Que nos hayamos mantenido sin actualizar durante tanto tiempo este blog que suscribe tiene sus explicaciones; no es que, como más de uno en el equipo de El Blues del Coyote ha asegurado, debamos explicaciones a un hipotético y etéreo lector, pero sí es cierto que a la envoltura física del viejo Coyote le han sobrevenido, en un par de meses, una serie de circunstancias con las que ha tenido que bregar, y que han ocupado gran parte de su tiempo. A saber: de nuevo fue requerido para ocupar un puesto de vital importancia para la nación - aunque, claro, la dinámica oscilante que está teniendo últimamente su vida laboral (ora trabajo, ora en paro), esto es, la eventualidad en que se ha convertido su situación, hace que siempre le coja de sorpresa, eso de tener que volver a la vida laboral.
Y no siempre en el mejor momento; pues en esta ocasión, coincidió con la entrega de llaves de un nuevo piso de alquiler, a donde se han trasladado el Coyote, su enervante gatito y la cantidad de enseres, trastos y cachibaches de los que gusta rodearse y que, en ocasiones, hace pensar a más de uno en la posibilidad de cierto síndrome de Diógenes...
Al menos, este nuevo piso (unas calles más allá de su anterior cueva de ermitaño), de enormes ventanales, innumerables macetas y una bendita luz solar que llega a deslumbrar las sensibles retinas del Coyote y alcanza cualquier rincón del hogar, permite que se pueda captar cualesquiera señal electromagnética o de radio. Y esto no es lo único que ha sacado al Coyote de su recogimiento/aislamiento: compartir piso con una bruja de las trece tribus cántabras, y con un amante de la naturaleza metido a minero - algunos dicen, un hobbit de la Comarca metido a labores propias de un enano de Khazad Dum -, también ayuda.
Por ello, el tiempo que quedaba para asueto y aprovechamiento lúdico (ese mismo que, cuando le sobra, le resulta agobiante), repartido a lo largo de las jornadas de formas absurdas e irracionalmente dictadas, ha tenido que aprovecharlo en idas y venidas; pues ha sido una mudanza al estilo hormiguita: como que el piso está a dos calles, y gran cantidad de cacharros los ha trasladado él mismo, llevándolos uno por uno, cargados al lomo (y, además, en esas horas de la tarde, cuando ni los escorpiones y otras alimañas acechan, puesto que andan buscando una sombrita donde guarecerse del inclemente sol).
Esos, amen de otros motivos que no vienen al caso, han llevado al equipo de El Blues del Coyote a mantenerlo en stand by una larga temporadita. Pero aquí volvemos, con los tinteros recargados.
jueves, 30 de abril de 2009
Sobre ermitaños y animales de variado pelaje

Como se ha dicho en otras ocasiones, hará cosa de unos meses (casi un año, ya) vuestro amigo y vecino, el Viejo Coyote, se mudó a un ridículamente minúsculo estudio del centro de la ciudad. Sí, a ese piso donde, como también se ha mencionado anteriormente, las paredes son de tal grosor que apenas alguna señal electromagnética puede alcanzar al interior. Lo cual lleva al Coyote a una actitud de recogimiento interior, cual eremita de antaño (esto es, contraido, ermitaño); de hecho, y sin divagar en demasía, no es sólamente que disponga en su gruta los elementos característicos de los santos ermitaños, a saber, un cráneo humano y un león.
En cuanto al cráneo, hemos de decir que es una reproducción en plastiquete (de esas de coleccionables de periódicos, que no tienen nada mejor que ofrecer a sus potenciales clientes, para mantener las ventas, antes que reconocer que se acercan a su extinción como medio de propagación de noticias manipuladas y opiniones sesgadas - en todo caso, ¿qué noticia no es manipulada, y qué opinión no es sesgada?). De hecho, ni siquiera es a escala real, sino un poco más pequeño que la media - y no, no podría pasar por cráneo infantil, porque tiene la morfología de uno de adulto -, pero en fin. De creer a los intérpretes de estampas históricas, los santos ermitaños, que se apartaban del mundanal ruido, para encontrarse más de cerca con Dios (aunque, sobre todo, se encontraban con sus propios demonios), ponían un cráneo en sus lugares de recogimiento, como recordatorio de la fugacidad de la vida en este valle de lágrimas y tal. Que no es el caso; al Coyote le hubiera gustado usarlo de cenicero, o todo lo más como copa donde beber hidromiel, o vino especiado, o alguno de esos licores de antaño (que en nada tienen que envidiar a los actuales). Total, para finalmente terminar como una especie de macabra marioneta, a la que se le han hecho decir y hacer barbaridades, para terminar una noche de absenta en ser bautizada con el nombre, ya típico en cráneos y calaveras, de Horacio.
Y en lo que respecta al león, no es que realmente conviva con un felino de tierras africanas, pues no cabría ni por asomo. De hecho, es un gato común (felix silvestris catus), que difícilmente cabe realmente, pues tiene tendencia a ponerse nervioso - eso, cuando no está dormido o haciendo cosas que no se pueden decir sin caer en la vergüenza ajena. Pero como el gato en cuestión es de esos rubitos atigrados, pues al menos en eso sí se parece a sus parientes grandullones. Bueno, en eso y en que tiene una extraña manera de reaccionar a las caricias y cariñitos de turno; y es que, cuando más a gusto parece estar, ronroneando con ese motor interno (no hay mejor antiestres, oiga) y con los ojitos entrecerrados, sin previo aviso, le brillan los ojos con un fulgor psicopáta, y se pone a morder y a arañar a su anfitrión - a modo de agradecimiento, es de suponer. Aunque, hay que reconocerlo, la edad lo está volviendo más calmado y reflexivo.
El Coyote es de la opinión de que, aquellos que afirman que los animales no tienen conciencia de su pasado, y que viven en un eterno presente, hacen esa afirmación demasiado a la ligera. Debe ser porque no han tenido un gato en sus vidas; porque, para ser resentido, hay que tener cierta memoria concreta, respecto a lo agravios. Y este gato que vive con el Coyote, es de los que se las guarda y, en el momento menos esperado, se toma su venganza. No ya sólamente porque, cada vez que el Coyote llega a la casa, el gatito lo recibe afilando sus garras contra todo objeto destrozable que encuentre a la mano, y mira con ese gesto de ironía gatuna, como diciendo: "Mira, ¿has visto cómo rompo este estupendo sofá?" Y a este respecto, los gatos no son los únicos que recuerdan los agravios; el Coyote tiene noticia de que a algunas serpientes les ocurre tanto de lo mismo - de hecho, sin que le caigan ni mal ni bien, tiene la idea de que incluso son más resentidas que los gatos.
Se puede alegar que, realmente, no es memoria lo que tienen los gatos (o serpientes); sino más bien un instinto de supervivencia, un condicionamiento, que les lleva a reaccionar a la defensiva - aunque en su caso sea un ataque - frente a cosas que anteriormente les resultaron peligrosas (o puteantes). Pero el que afirme esto, no es más que un desnaturalizado, con tendencia a pensar que la humanidad es la cumbre de la evolución, y se encuentra en la cúspide de la pirámide; que el resto de la Creación está ahí para ponerse, única y exclusivamente a su servicio. Quien piensa esto, una de dos, o bien nunca ha convivido con animales; o bien es que carece de la empatía suficiente, como para depender sólamente de la verbalización para expresar sentimientos. Y este hecho, como diría el bueno de Michel de Montaigne, ¿no señala más bien una deficiencia de la humanidad que una superioridad, frente al resto de seres vivos?
Por otro lado, la ya manida definición de que el ser humano es un "animal racional", está también un poco cogida por los pelos. Pues, ¿no es cierto que los perros, por poner un ejemplo, son tan capaces de razonar como lo hace un ser humano? Así, cuando el can está siguiendo un rastro, y tiene tres posibles caminos, huele el primero y ve que no sigue por ahí la pista, huele el segundo y tampoco encuentra rastro, no necesita oler el tercer camino, porque, siguiendo el razonamiento lógico-deductivo, ya ha llegado a la conclusión correcta. De nuevo, el lúcido Montaigne, pone las cosas en su sitio.
Por cierto que uno de los que opinaba que los animales carecen de conciencia de pasado (y, por lo tanto, de historia), no fue otro que Friedrich aka "Zarathustra" Nietzsche. En concreto, recuerda el Viejo Coyote, hacía referencia el prusiano a las ovejas, y a la felicidad que conlleva el carecer de historia. Algo muy budista, eso de alcanzar la serenidad al vivir en un eterno presente. Aunque, siendo la afirmación realizada por Nietzsche en uno de sus "escritos intempestivos", considerados de juventud (cuando aún no había reñido con Wagner, y todavía consideraba a Schopenhauer como un maestro), es posible que estuviese haciendo referencia al hegeliano tópico de que "los pueblos felices carecen de historia" - afirmación ésta que no es baladí.
Sin embargo, como era de esperar en alguien como Nietzsche, no podemos exigirle coherencia. El Coyote sospecha que el bigotudo, no es que alcanzase conclusiones totalmente contradictorias, si se tienen en cuenta todas sus obras publicadas; cabe que ni siquiera sostuviese una misma opinión dos veces en un día, dependiendo de su estado de ánimo (o de lo que hubiese comido). Es lo que ocurre con los hiperbóreos. Por eso, no resultó chocante al Coyote, cuando supo que, días antes de ser definitivamente confinado de sanatorio en sanatorio, para los restos, tuvo aquella reacción con el caballo. El pobre animal de carga, accidentado y caído, con la pata partida y su destino ya sentenciado, sólo en Nietzsche tuvo un compañero que se congraciase con su trágico destino. Mientras el resto de los transeuntes se volcaba en ayudar a los pasajeros del coche, nuestro bigotudo se abrazaba con fuerza al recio cuello del caballo, consolándole y susurrándole cosas al oído.
El filosofo que luchó contra la compasión, volcando toda su compasión en el equino. Quizá vio en él a otro espíritu libre.
lunes, 13 de abril de 2009
Unas palabras en torno al Coyote

Las Parcas no tienen influencia directa sobre el Coyote, pues siglos hace que se jugó (haciendo trampas, por supuesto) con ellas la propiedad de su propio hilo de la vida, el cual ahora teje y desteje a su antojo en el enorme telar del Destino; las Parcas, decimos, no tienen influencia sobre el Coyote, al menos de forma directa: indirectamente sí que pueden manipular acontecimientos a su alrededor, para que actúe conforme Ha Sido Dispuesto (es decir, para que se comporte de una manera más o menos coherente, y en función a un orden preestablecido, el cual el Coyote tiende a ignorar o, si le es posible, diluir en la corriente caotica y múltiple que es la existencia).
De esta manera, el fatum se ha entrometido últimamente en el quehacer cotidiano del Coyote de la manera en que sigue: los cambios en el clima, el aumento de temperatura y la disminución de la humedad, impiden que llegue señal alguna a su hogar-gruta de ermitaño; de nuevo, sin conexión, su aislamiento (que no es tal, sólo le gusta imaginarlo así) ha alcanzado el punto que lo obliga a reutilizar su gastada glándula pineal a modo de receptor de información heterogénea y, en ocasiones, completamente inútil y fuera de lugar. Es posible que el hecho, aparentemente casual, de que se haya quedado una temporada sin acceso a la Red, fuera una manera en que el Destino quisiera dar un empujón al viejo Coyote, y tratar de encauzar su vida por un camino predeterminado - en todo caso, al Coyote siempre le ha resultado muy dificil, por no decir imposible, prever el camino adecuado para alcanzar una determinada meta; y además que, allí por donde el Coyote transita, no se puede decir que sea un camino: como se ha dicho en otras ocasiones, más bien habría de ser una cuerda tendida en el abismo.
Y siguiendo esta misma línea de razonamiento, podemos entender el hecho de que se rompiera su mini-bicicleta por dos partes distintas, y al mismo tiempo; con lo que conlleva de realizar los mismos recorridos, pero haciendo uso de sus también gastadas patas. Así, el Coyote se ha re-encontrado con el placer del caminar azaroso por los espacios urbanos, del descubrimiento de realidades geografico-mentales ajenas a la interpretación mundana de lo que ha de ser una ciudad. Sí, algo así como la deriva, pero sin un inoportuno transfondo ideológico, de esos que le restan autenticidad a los actos.
Por supuesto, todo esto acompañado de que, nuevamente, se ha encontrado con más tiempo libre del que gusta por lo general atesorar, y que cuando le sobreviene en demasía, resulta un poco inquietante y agónico.
Lo que las Tres Damas ignoran es que al Coyote estos cambios ya no le afectan, o al menos no a un nivel profundo: se ha acostumbrado de tal manera a su situación vital continuamente inestable, que ha llegado a amar esa situación. Los cambios no le atemorizan, de hecho, son bienvenidos como la promesa de una nueva aventura, de una nueva bifurcación en la difusa línea de su difusa vida.
Esto es así: habiéndose reconocido conscientemente como agente del Caos, cualquier intento de canalización ordenada y coherente de su devenir existencial carece de influencia sobre él. Las Parcas carecen de suficiente influencia sobre el Coyote: él es el espacio vacío en la estructura, ese punto de fuga caótico y cambiante, que mantiene la estructura en movimiento; que impide que las tecno-arañas del orden congelen los cimientos del sistema, empujándolo a una estabilidad parecida a la muerte. Como heraldo de Eris, el Coyote se encarga (no conscientemente, eso debe estar claro, más bien limitándose a ser quien es) de mantener la tensión entre orden y caos, allí donde uno de los dos ha alcanzando más influencia sobre el otro.
Aunque, en ocasiones, durante ese estado semi-consciente entre el sueño y la vigilia, cuando se dejan escuchar mejor las voces del subconsciente y esas otras que tratamos de cubrir con pensamientos conscientes, el Coyote ha llegado a la escalofriante conclusión de que discordia y armonía son dos caras de una misma moneda.
lunes, 26 de enero de 2009
Descargo
Principalmente, el cenizo a la tecnología que aqueja a nuestro viejo Coyote de cuando en cuando ha vuelto a hacer estragos con todo aparato que se encontraba a una relativa distancia de él: veamos, primero fue el módem; luego la placa base del mismo PC (aunque, claro, hasta que nos enteramos que era la placa base, pasó algo de tiempo, pues al principio pensamos que o bien era la fuente de alimentación, o bien un simple y absurdo disipador, que no disipaba la calor, tan nociva para los delicados equipos informáticos - y ríete tú del "calentamiento global", que el precio de la silicona para rebajar la temperatura de los PCs se va a disparar; ¡ahora es momento de invertir en silicona, amigos!); luego, de nuevo el módem. Ah, y por el camino se rompieron y/o estropearon, el calentador de aire, la antena de la TV (esa a la cual no echamos cuenta), e incluso el exprimidor de zumos (que éste no es electrónico ni nada de eso, sino que es de plástiquete del malo)... y seguro que nos quedan algunos aparatos más por mencionar, que ahora no recordamos ni queremos...
En fin, como en los viejos, y quién sabe si buenos o malos, tiempos; esa malhadada deidad de la tecnología, cuyo nombre aquí nadie quiere mencionar, vaya a ser que, encima, se enfade un poco más aún, en enfrentamiento arquetípico y, casi, de dimensiones míticas, con aquel que llaman el Coyote. Y el pobre hacía lo que podía, pero al dios de la tecnología no se le puede engañar con trucos y medias verdades, como está acostumbrado a hacerlo el viejo burlón. Es un dios de lógica y razón, y la mayoría de los ataques coyotiles resultaban inútiles, y sus oleadas de ataques contínuos, chocaban contra las escarpadas costas del "NO COMPUTABLE"...
Pues eso, finalmente, algún rito de acción de gracias; unas varillas de incienso frente a la pantalla; un gesto shinto de agradecimiento, y no me acuerdo si alguna otra cosa, para espantar el "mal de ojo tecnológico". En cualquier caso, lo que no mata al Coyote, lo hace más superviviente: en breve, muy en breve, volveremos...
viernes, 31 de octubre de 2008
Coyote: Año Uno

Pues, si bien el tiempo no es más que una ilusión, otra barrera del ego para mantenernos a nosotros mismos bajo prisión, y sin reactivar todo nuestro potencial... tampoco es menos cierto que este blog que suscribe acaba de cumplir un año de servicios a la comunidad (algo más, es cierto).
El día 23/10, pero de hace un año, publicamos la que quedaría como primera entrada de El Blues del Coyote, que llevaba por título Perro Apaleado – en la que, por cierto, nos quejábamos de que se habían borrado las entradas de la primera semana, o sea que realmente el blog tiene algo más de un año, pero bueno.
Lo tradicional en estos casos es hacer balance del año terminado; pero ni el Coyote, ni el equipo somos amigos de celebraciones artificiales – de hecho, ni siquiera celebraríamos el cumpleaños, de no ser porque coincide con una estupenda fiesta pagana, ésta sí festejable, la de Samain (aunque actualmente ha dado en solaparse con otra fiesta, la de la Calabaza, también bastante artificial y de grandes superficies). Otra tradición bloguera es meter una imagen gif de una tarta y velitas, con una tarjeta con algo así como “Happy birthday”. De esta no vamos siquiera a hacer comentarios.
En todo caso, el tiempo no es realmente una ilusión; más bien sería nuestra manera de percibirlo, la que lo hace ilusorio: creemos que el tiempo no pasa para nosotros, que viviremos eternamente, que somos inmortales. Bueno, lo del Coyote es discutible: su cabezonería lo ha llevado en más de una etílica ocasión a retar a la Dama de la Guadaña, a afirmar que la gente se muere por costumbre, y que él no piensa seguir las costumbres de la mayoría. Luego, le pasamos un cigarro y le ponemos una cerveza en la pata, y se calma un poco, aunque sigue desvariando, pero ya por otros derroteros. Además, esto puede ser así para él, puesto que los arquetipos nunca mueren (está por ver, puesto que a las ideas de Justicia y Verdad no se las encuentra por ningún lado). Pero lo que le ocurra al anfitrión mortal después de que el viejo Coyote parta a otros destinos, eso ya es otra cosa. Y que realmente le importe al Coyote muy otra.
Como en otras ocasiones hemos comentado, el Coyote hace tiempo que topó con su sombra, y se enfrentaron en un épico encuentro. Lo que nunca estuvo tan claro fue quién había ganado; si pudo rechazarla, o si la asimiló aprovechando lo que de bueno tuviera su sombra, o si, como a veces le da miedo admitir, si él fue absorbido por su sombra, o qué. La cuestión es que, últimamente, frente a las evidencias que impone la existencia cotidiana, el Coyote se ha dado cuenta de que hace poco o nada por evitar la influencia de su sombra. Que su vida es como un rompecabezas desordenado al que le faltan piezas; que la espiral de la entropía le persigue allí donde se asienta temporalmente, huyendo de ella precisamente; que bajo sus pies tan sólo hay un inestable cable tendido en el Abismo. Hasta el punto resulta inestable su situación, y todo lo que le rodea se vuelve confuso y caótico con tanta velocidad, que el Coyote ha llegado a amar esa situación. La última patochada que se le ha ocurrido ir por ahí contando, a quien ha querido escucharlo, es que por fin ha llegado a la conclusión de que se ha convertido en un Agente del Caos. Ya que no puede mantener ni tan siquiera una ilusión de orden en su vida, ha decidido ponerse voluntariamente al servicio del Caos. Quienes le hemos escuchado nos hemos hecho todos la misma pregunta, ¿hay que hacer algo, para convertirse en heraldo de la entropía?
Preferimos no preguntarle, porque entonces comenzaría una interminable retahíla sobre la teoría del caos, la nada creativa, y sobre la necesidad de que la estructura permanezca dinámica. Y por ahí, seguro que no. Es nuestro Coyote, y le queremos. Aunque sospechamos que esa repentina querencia por su situación inestable, este buscar ya activamente el caos, esconde un miedo no admitido a cierta Búsqueda que el Coyote lleva eludiendo demasiado tiempo. Como en otras cosas, preferimos no preguntarle.
Loor a Febo Apolo, dios del sol y señor de las Musas, que espanta a las nubes negras y aleja las lluvias.
jueves, 9 de octubre de 2008
Días Aciagos en el País de Yinn

Dedicado a la memoria de lord Dunsany
Con la intención de encontrar aquella ciudad con la que sólo había soñado en otras dos ocasiones, descendí los setecientos peldaños del sueño profundo. Avancé por el camino empedrado de ónice y jaspe, hasta la rivera del Yinn.
Allí un hermoso navío, tripulado por hombres de las razas y nacionalidades más dispares, preparaba su partida. Entre alegres canciones de marinero, cargaban la exquisita mercancía que iba a ser vendida por los numerosos puertos de los que estaba perlado el Yinn. Me acerqué hasta el capitán, un hombre de largas barbas y piel amarilla, que portaba al cinto una enorme cimitarra enfundada en una reluciente y enjoyada vaina. Cuando le propuse que me tomara como pasajero, haciendo resonar el tintineante y abultado contenido de mi bolsa de terciopelo, al principio se mostró reacio; hube de regatear con él durante un tiempo, del que a mi parecer estuvo disfrutando. Según afirmó, no le gustaban bocas que alimentar en el barco, que no ofreciesen su trabajo a cambio. Dos jornadas atrás ya había tenido que aceptar a otro pasajero, y dos bocas más que alimentar, sin ofrecer a cambio trabajo alguno, era demasiado.
Sin embargo, a mitad del regateo, descorrió la cortinilla de los camarotes el otro pasajero. Se dirigió al capitán en la lengua nativa del hombre (que yo desconocía), e intercambiaron unas palabras. Ignoro qué hablarían, pero cuando el capitán se volvió a mí, se mostró dispuesto a aceptarme durante su remonte del ancho Yinn.
Partimos con el ocaso, pues según afirmaron, era de buen augurio emprender los viajes ofreciendo cierta oración a la Diosa que habita en la cara oculta de la luna. El sol teñía de rojo anaranjado la calmada superficie del río, que a la altura de su desembocadura en el Mar Meridional se mostraba aún más inmenso, y casi había que fruncir el ceño para ver su otra orilla. Una bandada de ánades alzó el vuelo, en su acostumbrada formación triangular, y casi podía parecer que se despedían de nosotros en nuestra subida al interior; mientras, el cielo tornaba en ese color entre rosáceo y violeta, que antecede a la noche. Los hombres entonaron la plegaria a la Diosa de la cara oculta de luna, cantando casi en un susurro en la quietud del anochecer, mientras desplegaban la vela y realizaban sus labores con sumo respeto y cuidado. El hermoso barco estaba construido de madera de sándalo, y su envolvente perfume me resultaba embriagador. El otro pasajero se encontraba contemplando el horizonte, en la otra punta de la cubierta. Fumaba una larga pipa, que encendía constantemente, mientras su miraba indicaba que su atención estaba puesta en otra cosa, mucho más lejana.
Pregunté al capitán, intrigado por la historia del otro pasajero. Por su aspecto, al principio pensé que debía ser otro soñador en busca de la desconocida Kaddath; sin embargo, su conocimiento del raro idioma del capitán me hizo dudar, quizá realmente fuese un nativo de las Tierras del Sueño. Pero el capitán no supo aclarar mis dudas, ni tan siquiera se le conocía su nombre, pues todos le llamaban simplemente Coyote. Pero a nadie le había quedado claro si es que era un sacerdote del dios-Coyote, o que ese era su tótem-guía, o que el espíritu-Coyote había tomado anfitrión carnal, o es que no era más que un nombre. No hablaba con claridad de sus intenciones, pero aparentaba ser bastante experto en remontar el Yinn.
En el barco los días pasaban de la misma forma que caen las hojas del alisio en otoño. A ambos lados del río, las selvas de heliotropos y rododendros se hacían cada vez más extensas, y los pájaros de vistosos colores cantaban, mientras pequeños monos de pelaje variopinto chillaban a coro. Gracias a la narcótica monotonía que imponía la rutina de la labor marinera, pude intimar con el otro pasajero, aquel que llamaban Coyote. Sin embargo, aunque tomamos bastante confianza, e incluso compartimos el aromático tabaco que fumaba continuamente en su pipa, nunca pude aclarar si realmente se trataba de un soñador, o si provenía de alguna otra esfera. Su charla, aunque entretenida, era confusa, y cuando hablaba de sí mismo siempre lo hacía con misterio. Parecía conocer bastante bien las ciudades por las que habíamos de pasar, y gracias a sus consejos, en cada una de ellas supe dónde y a quién debía preguntar, para encontrar el camino a la ciudad de mis sueños.
En ocasiones, el capitán nos ofrecía con su presencia, invitándonos a un exquisito licor del que tenía unas preciadas botellas. Conocido como vino lunar, tenía un matiz ambarino, y su sabor y aroma, aunque un poco fuertes, resultaban deliciosos. Tenía un efecto levemente euforizante, y tendía a provocar largos soliloquios; así, escuchamos relatar al capitán sobre cosas de las que ni se le ocurriría hablar en cualquier otra ocasión. Así, pude saber del monte Ngranek, donde se dice está esculpido un enorme rostro a imagen del rostro de los dioses; y nos contó de las negras galeras que arriban al puerto de Dilath-Len, la ciudad de basalto, donde hacen oscuros negocios, pagando con enormes piedras preciosas que no se encuentran en ningún lado entre la Tierra de los Sueños; y lo más terrible es que nadie había visto nunca a los remeros que con tanta eficacia conducían aquellas galeras. También mencionó los vagos rumores sobre la reunificación de los clanes ghul, pues se decía había aparecido entre ellos un K´luk k´lurrg o Príncipe. Se decía también que, como cantaban sus gestas, sería enviado en una importante búsqueda. Pero de los rumores que corrían sobre los ghul entre los hombres siempre son confusos y equívocos, pues, ¿quién se atreve a internarse por las lóbregas criptas de Zin, en el terrible valle de Pnath? El Coyote asentía en silencio a las confidencias del capitán, tras la espesa cortina de humo de su tabaco de pipa. De fondo, los marinos cantaban nostálgicas canciones, rememorando la belleza de las muchachas de su tierra natal.
Y en nuestro lento y calmoso ascenso del Yinn estuvimos en la luminosa Ulthar, ciudad de los gatos; visitamos la espléndida Belzoond, de minaretes recubiertos en plata; en Sarnath, la orgullosa, contemplamos con horror la profecía o advertencia de su terrible Maldición – que apareció grabada en el altar de crisolita, de manos del agonizante sacerdote Taran-Ish, hace ya tantos siglos que los propios habitantes de Sarnath ya casi la habían olvidado (o como mucho lo tenían como mera anécdota legendaria).
El Coyote me contó que la ciudad había ganado aquella maldición por la destrucción de la cercana ciudad de Ib, poblada por una abominable raza que vino de las estrellas, y que adoraba a un terrible dios lagarto llamado entre ellos Bokrug. Aquella maldición ya había caído sobre Sarnath en el pasado de la Tierra de Vigilia, pero sin embargo una imagen onírica de la ciudad se había asentado en las Tierras del Sueño, pues todavía era rememorada por algún soñador ocasional de siglo en siglo, y la terrible historia de su maldición se repetía cada vez. Salimos de allí con el ánimo sombrío, pues los habitantes de Sarnath continuaban su vida cotidiana, ajenos a la terrible venganza que había sido decretada por un dios extraterrestre.
Y cierto amanecer de horizontes ambarinos, arribamos al puerto de la hermosa Perdondaris, rodeada de altas murallas taraceadas. Perdondaris había sido edificada en torno a un edificio de dimensiones ciclópeas que todos llamaban el Templo, que ya llevaba allí incontables eras abandonado. Nadie se atrevía a acceder al Templo, pues los que lo habían hecho habían desaparecido en su interior sin dejar rastro, o habían regresado con la cordura hecha pedazos para siempre. El Primer Soñador había llegado hasta las mismas puertas del edificio en una ocasión, pero antecediendo la terrible revelación, prefirió salir huyendo. No es de extrañar, puesto que las dos hojas de la enorme puerta del Templo están hechas de reluciente y pulido marfil. Pero cada una de ellas está formada por una sola pieza de marfil. Tan sólo imaginar el colosal tamaño de la criatura de la que habían extraído tal diente lo empujó a alejarse de allí inmediatamente. Sin embargo, yo sabía que en su interior se hallaba una indicación vital para hallar la ciudad de mis sueños, de manera que estaba decidido a no dejar que me afectase la impresión que me causaba cruzar aquel terrible umbral.
El interior era totalmente distinto a cualquier edificación que yo hubiese conocido, aunque había inquietantes semejanzas. Todo estaba construido a una escala colosal, monstruosa; y sus arquitectos sin duda debían tener una manera de pensar y de experimentar el espacio de manera radicalmente distante a la humana. Sentí el impulso de salir corriendo de allí en un par de ocasiones, pero mi determinación de encontrar la ciudad de mis sueños era más fuerte. En las paredes y columnas que se elevaban hacia lo alto, había grabados bajorrelieves representando criaturas desconocidas y obscenas, realizando acciones extrañas, y en todas partes había símbolos que despertaban en mí instintos que llevaban reprimidos e inconscientes en el ser humano desde los albores de la civilización. Conforme avanzaba por largos pasillos que no llevaban a ningún lugar, y atravesaba enormes salas de absurda disposición, una terrible idea se formaba en mi cabeza: No sólo las puertas del Templo habían sido construidas con partes del cuerpo de aquella titánica criatura; todo el edificio utilizaba los enormes huesos de aquel ser venido de tiempos lejanos y extraños. Mirando la amplia bóveda, más alta que una montaña, no podía evitar la sensación de que estaba formada por sus gigantescas costillas. Las dimensiones de aquel ser eran impensables, y el ingenio de los constructores del Templo debió ser arriesgado, y sus intereses aún más impenetrables.
A pesar de todo, el ambiente que emanaba de aquellos extraños salones era el de algo que lleva muerto demasiado tiempo. El polvo y el tiempo se habían instalado en sus espacios, y era evidente que ya nadie realizaba ningún tipo de ritual allí. Y aquello era de agradecer, por otro lado, pues los Dioses a los que allí se ofrecían sacrificios y plegarias no debían ser otra cosa que Exteriores. Finalmente, avanzando por un pasillo que a mí se me parecía la columna vertebral, alcancé la sala principal, cuyo coro al fondo, completamente de marfil, sin duda estaba confeccionado con el resto de la dentadura. Y en el centro, enorme y abotargada en una suerte de altar o trono, la criatura más inverosímil que podía haber imaginado nunca.
Horrorizado, comprendí que se trataba de la única parte del titánico cuerpo con que había sido construido el Templo, que aún permanecía con vida. Podría jurar que tenía la forma de un desproporcionado bulbo raquídeo pegado a una colosal médula, y usaba parte de sus enormes terminaciones nerviosas como órganos sensitivos, así como medio de comunicación. Dirigió uno de sus tentáculos, o dendritas o lo que fuese, directamente a mi frente, y lo colocó en el centro. Entonces supe. Había sido adorado como un dios, durante eones, hasta que la raza que construyó aquella catedral desapareció. Con el tiempo, abandonadas las plegarias, la criatura entró en un olvido parecido al letargo, hasta que llegué a ella. Su nombre es impronunciable, y sería mejor que pasase al olvido.
Me dijo Palabras que nunca podré olvidar, y que plagarán mis noches de pesadillas durante el resto de mi existencia. También me dio las instrucciones claras y precisas de cómo alcanzar la ciudad de mis sueños.
Lo triste es que, con lo que ahora sé, ya de poco consuelo me servirá volver a caminar por sus calles sinuosas y disfrutar de sus frescas fuentes.
Consternado, abandoné el Templo y me dirigí al barco, que me aguardaba para continuar nuestra marcha. Con las primeras estrellas de la cálida noche, proseguimos nuestro viaje a las fuentes del Yinn.
martes, 5 de agosto de 2008
Interregno... y líbranos de la Santa Inquisición, amén
- Otra mudanza, obligada por las circunstancias, acabando con el poco tiempo libre de la mayoría de los miembros de El Blues del Coyote.
- El mismo traslado al nuevo hogar, una vieja casa del centro de la ciudad, de altos techos y paredes bien gruesas, donde puede aún sentirse el eco de otras vidas que por allí habitaron (aunque el Coyote piensa que no); de tan anchas que son las paredes, impide que llegue cualquier tipo de señal electrónica adentro: no móvil, no televisión, no acceso a la Red... Lo cual lo ha convertido más que otra cosa en una celda de recogimiento interior; teniendo en cuenta que uno de los arcanos del Coyote siempre ha sido el Ermitaño (sí, aquel huerto alejado de la civilización, utopía humilde donde las haya), tampoco ha sido un disgusto demasiado enorme; ahora algunos miembros del equipo han tenido tiempo para ponerse al día con ciertas lecturas pendientes...
Y, fruto de esas lecturas, ahí viene la siguiente entrada:
... y líbranos de la Santa Inquisición, amén
(dos o tres casos prácticos de procesados por la Inquisición)
Lo que antaño fue el castillo de la Inquisición, sede del Santo Oficio en la ciudad de Sevilla, prácticamente desde su fundación hasta el final, se encuentra actualmente sirviendo de cimientos a un mercado de abastos, junto al típico puente de Triana. Puede verse como una ironía de esas que tanto le gustan a la historia: un sitio que pasó de ser lugar de muerte y tormentos, a un sitio que ayuda a la vida a mantenerse en su estado (no en vano, es lo que un mercado de abastos hace: vender alimentos, los cuales ayudan a la vida – al menos, si no es en exceso...)
Pero antes de eso, antes del levantamiento del mercado de abastos, durante al menos doscientos años, aquello no fue más que un solar ruinoso. Cuando se emprendieron las obras para la construcción del mercado, parece que a las autoridades se les ocurrió la idea de dejar a la vista los restos del antiguo castillo de la Inquisición. Hicieron colocar un suelo de metacrilato, y unos miradores desde el sótano del mercado, de donde se pueden observar dichos restos. De manera que uno puede ir a comprar unos tomates y unas berenjenas, a la par que contempla un trozo de historia viva (bueno, muy viva no es que esté ya esa parte de la historia, pero en fin) Como monumento a la ignominia humana debía haber quedado, o al menos como monumento de la capacidad del ser humano de ir en contra de sí mismo – cuando no, de ir contra la vida, propiamente.
Pero hasta el momento en que fue abandonado aquel castillo como sede de la Inquisición, miles de víctimas de la brutal burocracia y la intolerancia religiosa y de costumbres pasaron por allí, quedando acumulada entre los ángulos y vértices de las celdas toda la energía negativa que desprendieron los reos durante todo ese tiempo. Si las psicofonías, o como quieran llamarla en estos momentos para darle una patina de seriedad o cientificismo, tuvieran algún sentido fuera de las mentes de quienes creen en ellas, el mercado de Triana sería un lugar estupendo para hacerlas. Habría que hablar, también, con los guardas de seguridad que pasan allí las noches, a ver qué podrían contar; aunque, claro, los guardas nocturnos de seguridad siempre tienen al menos una historia de fantasmas que contar. Que les pasó a ellos, o a un compañero suyo ya retirado... Aunque, según el Coyote, gracias a la enorme cantidad de energía vital (esto es, positiva) que desprenden las actividades comerciales que se realizan durante el día, hace tiempo que contrarrestaron, cuando no diluyeron, toda energía negativa que pudieran conservar los pocos muros que aún se mantenían en pie del castillo de la Inquisición.
La Inquisición ha existido desde hace algún tiempo, no con ese mismo nombre siempre, pero las actitudes y los comportamientos se han ido repitiendo. Y no nos referimos sólo a sus equivalentes en otras religiones, como los puritanos caza-brujas, o los fanáticos almohades (aunque también). También a la mayor parte de policías secretas, de un régimen u otro que han existido o existen; incluso algo tan difuso como pudo ser la “cruzada anti-alcohol” americana, y en general a toda parte de la sociedad que, sancionada por el poder temporal, se ha erigido en juez, jurado y verdugo de los comportamientos, creencias y sentimientos del resto de esa sociedad.
De todos es bien sabido que la Inquisición ha formado parte de la llamada “leyenda negra”. Nos ha quedado grabada la imagen del inquisidor cruel y sin sentimientos, que asiste impávido a los tormentos de los acusados, aguardando a que éste (roto por fuera y por dentro) confiese por fin todos sus pecados, e implore a gritos el perdón y la liberación de este valle de lágrimas. Y también, por supuesto, la imagen de la ejecución pública y ejemplarizante del hereje impenitente ahogándose con el humo de las llamas que crecen a su alrededor, mientras el inquisidor sostiene que lo hacen para purificar su alma, que “lo hacen por su bien”.
Los amigos del Pensamiento Único, la Vía Única y el Dios Único tendrían mucho que aprender de los inquisidores de antaño (si no es que aprendieron ya, e incluso superaron a los maestros)
... Pero ocurre que llegó a las zarpas del Coyote un curioso facsímil que llevaba por título Relación histórica de la Judería de Sevilla, establecimiento de la Inquisición en ella, su extinción, y colección de los autos que llamaban de fé celebrados desde su erección (de la edición de 1849), y en ella se contaban jugosos hechos que protagonizaron los hermanos de la Santa en la ciudad de Sevilla. Su autor, Don José María Montero de Espinosa, a lo que parece, era una suerte de ilustrado liberal, director de un periódico que difundía ideas modernas, y trataba en la medida de lo posible, expulsar las supersticiones que lastraba el país – que, al parecer, había interiorizado la “leyenda negra” y se había identificado con esa imagen que tanto convenía al resto de países... Por tanto, es de suponer que, aunque obra histórica, el autor no debía sentir excesiva simpatía por la Inquisición. No en vano, para estos liberales, el Santo Oficio era un reflejo de todo lo que había significado el Antiguo Régimen. Habría que verlo con detalle, aunque ya hubo otros que se ocuparon de la labor crítica.
Sin embargo, de estos hermanos inquisidores y su ralea ya se han dedicado numerosos libros, monografías, estudios y artículos – aquí sólo mencionaremos, por supuesto, la obra de don Julio Caro Baroja; gracias a las dedicadas a la cuestión, hemos dado con la clave: los inquisidores no eran los tipos retorcidos y sádicos, pálidos y surcados de arrugas, ansiosos de sangre y resentidos con el resto de la creación, como nos narran numerosas novelas góticas (todas de ámbito anglosajón, por cierto); los inquisidores eran, sobre todo, burócratas y leguleyos, funcionarios del sistema, al fin y al cabo (aunque en numerosas ocasiones se conseguían las dos cosas, esto es, funcionarios resentidos, retorcidos y sádicos...) Pero eso lo hace, según el Coyote, mucho más terrible, porque las persecuciones y tormentos se sucedían, pero no motivados por las pasiones humanas (cosa que tendría mucho más sentido), no movidos por la voluntad de un individuo rencoroso y visionario; lo peor es que todos aquellos sufrimientos eran cometidos acorde a unas leyes y un sistema que había dado a luz un monstruo sin cabeza, la máquina de la burocracia, que con su ingenioso sistema de denuncias, siempre buscando alimento para mantenerse.
La Inquisición, sobre todo, servía para homogeneizar lo heterogéneo, para igualar lo distinto, y si no podía volverlo a la normalidad, lo hacía desaparecer.
Lo más curioso es que en el reino de España nunca hubo demasiado interés en la fanática persecución de brujas como se llevó a cabo en otros países europeos – y transatlánticos, también. Sí, procesos por brujería y satanismo los hubo; pero el grueso de los procesos llevados a cabo por la Inquisición en la piel de toro trataban sobre todo de aquellos judíos que se habían convertido al cristianismo, forzados por las circunstancias, pero que en la intimidad de sus corazones y su hogares, seguían profesando la fe de sus mayores, y siguiendo en secreto la Ley.
A entender del viejo Coyote, las persecuciones de judeo-conversos insinceros estaban motivadas antes por intereses políticos y económicos, que realmente religiosos. También tuvieron peso político, durante un tiempo, los procesos a simpatizantes de Lutero, Erasmo o cualquier otra idea heterodoxa. Sevilla tuvo, incluso, su propia herejía, la de los llamados alumbrados.
Continuará...