martes, 5 de agosto de 2008

Interregno... y líbranos de la Santa Inquisición, amén

Varios sucesos ocurridos en dimensiones alternativas y paralelas han tenido repercusiones hasta en el mismo y congelado centro de la realidad que nos acoge. Con un oído pegado siempre a los Otros Mundos, el viejo Coyote había sentido las ondas de expansión, y los efectos le han golpeado en su sentido de la irrealidad más fuerte que nunca - o, al menos, más fuerte que en anteriores ocasiones.

- Otra mudanza, obligada por las circunstancias, acabando con el poco tiempo libre de la mayoría de los miembros de El Blues del Coyote.

- El mismo traslado al nuevo hogar, una vieja casa del centro de la ciudad, de altos techos y paredes bien gruesas, donde puede aún sentirse el eco de otras vidas que por allí habitaron (aunque el Coyote piensa que no); de tan anchas que son las paredes, impide que llegue cualquier tipo de señal electrónica adentro: no móvil, no televisión, no acceso a la Red... Lo cual lo ha convertido más que otra cosa en una celda de recogimiento interior; teniendo en cuenta que uno de los arcanos del Coyote siempre ha sido el Ermitaño (sí, aquel huerto alejado de la civilización, utopía humilde donde las haya), tampoco ha sido un disgusto demasiado enorme; ahora algunos miembros del equipo han tenido tiempo para ponerse al día con ciertas lecturas pendientes...

Y, fruto de esas lecturas, ahí viene la siguiente entrada:

... y líbranos de la Santa Inquisición, amén

(dos o tres casos prácticos de procesados por la Inquisición)

Lo que antaño fue el castillo de la Inquisición, sede del Santo Oficio en la ciudad de Sevilla, prácticamente desde su fundación hasta el final, se encuentra actualmente sirviendo de cimientos a un mercado de abastos, junto al típico puente de Triana. Puede verse como una ironía de esas que tanto le gustan a la historia: un sitio que pasó de ser lugar de muerte y tormentos, a un sitio que ayuda a la vida a mantenerse en su estado (no en vano, es lo que un mercado de abastos hace: vender alimentos, los cuales ayudan a la vida – al menos, si no es en exceso...)

Pero antes de eso, antes del levantamiento del mercado de abastos, durante al menos doscientos años, aquello no fue más que un solar ruinoso. Cuando se emprendieron las obras para la construcción del mercado, parece que a las autoridades se les ocurrió la idea de dejar a la vista los restos del antiguo castillo de la Inquisición. Hicieron colocar un suelo de metacrilato, y unos miradores desde el sótano del mercado, de donde se pueden observar dichos restos. De manera que uno puede ir a comprar unos tomates y unas berenjenas, a la par que contempla un trozo de historia viva (bueno, muy viva no es que esté ya esa parte de la historia, pero en fin) Como monumento a la ignominia humana debía haber quedado, o al menos como monumento de la capacidad del ser humano de ir en contra de sí mismo – cuando no, de ir contra la vida, propiamente.

Pero hasta el momento en que fue abandonado aquel castillo como sede de la Inquisición, miles de víctimas de la brutal burocracia y la intolerancia religiosa y de costumbres pasaron por allí, quedando acumulada entre los ángulos y vértices de las celdas toda la energía negativa que desprendieron los reos durante todo ese tiempo. Si las psicofonías, o como quieran llamarla en estos momentos para darle una patina de seriedad o cientificismo, tuvieran algún sentido fuera de las mentes de quienes creen en ellas, el mercado de Triana sería un lugar estupendo para hacerlas. Habría que hablar, también, con los guardas de seguridad que pasan allí las noches, a ver qué podrían contar; aunque, claro, los guardas nocturnos de seguridad siempre tienen al menos una historia de fantasmas que contar. Que les pasó a ellos, o a un compañero suyo ya retirado... Aunque, según el Coyote, gracias a la enorme cantidad de energía vital (esto es, positiva) que desprenden las actividades comerciales que se realizan durante el día, hace tiempo que contrarrestaron, cuando no diluyeron, toda energía negativa que pudieran conservar los pocos muros que aún se mantenían en pie del castillo de la Inquisición.

La Inquisición ha existido desde hace algún tiempo, no con ese mismo nombre siempre, pero las actitudes y los comportamientos se han ido repitiendo. Y no nos referimos sólo a sus equivalentes en otras religiones, como los puritanos caza-brujas, o los fanáticos almohades (aunque también). También a la mayor parte de policías secretas, de un régimen u otro que han existido o existen; incluso algo tan difuso como pudo ser la “cruzada anti-alcohol” americana, y en general a toda parte de la sociedad que, sancionada por el poder temporal, se ha erigido en juez, jurado y verdugo de los comportamientos, creencias y sentimientos del resto de esa sociedad.

De todos es bien sabido que la Inquisición ha formado parte de la llamada “leyenda negra”. Nos ha quedado grabada la imagen del inquisidor cruel y sin sentimientos, que asiste impávido a los tormentos de los acusados, aguardando a que éste (roto por fuera y por dentro) confiese por fin todos sus pecados, e implore a gritos el perdón y la liberación de este valle de lágrimas. Y también, por supuesto, la imagen de la ejecución pública y ejemplarizante del hereje impenitente ahogándose con el humo de las llamas que crecen a su alrededor, mientras el inquisidor sostiene que lo hacen para purificar su alma, que “lo hacen por su bien”.

Los amigos del Pensamiento Único, la Vía Única y el Dios Único tendrían mucho que aprender de los inquisidores de antaño (si no es que aprendieron ya, e incluso superaron a los maestros)

... Pero ocurre que llegó a las zarpas del Coyote un curioso facsímil que llevaba por título Relación histórica de la Judería de Sevilla, establecimiento de la Inquisición en ella, su extinción, y colección de los autos que llamaban de fé celebrados desde su erección (de la edición de 1849), y en ella se contaban jugosos hechos que protagonizaron los hermanos de la Santa en la ciudad de Sevilla. Su autor, Don José María Montero de Espinosa, a lo que parece, era una suerte de ilustrado liberal, director de un periódico que difundía ideas modernas, y trataba en la medida de lo posible, expulsar las supersticiones que lastraba el país – que, al parecer, había interiorizado la “leyenda negra” y se había identificado con esa imagen que tanto convenía al resto de países... Por tanto, es de suponer que, aunque obra histórica, el autor no debía sentir excesiva simpatía por la Inquisición. No en vano, para estos liberales, el Santo Oficio era un reflejo de todo lo que había significado el Antiguo Régimen. Habría que verlo con detalle, aunque ya hubo otros que se ocuparon de la labor crítica.

Sin embargo, de estos hermanos inquisidores y su ralea ya se han dedicado numerosos libros, monografías, estudios y artículos – aquí sólo mencionaremos, por supuesto, la obra de don Julio Caro Baroja; gracias a las dedicadas a la cuestión, hemos dado con la clave: los inquisidores no eran los tipos retorcidos y sádicos, pálidos y surcados de arrugas, ansiosos de sangre y resentidos con el resto de la creación, como nos narran numerosas novelas góticas (todas de ámbito anglosajón, por cierto); los inquisidores eran, sobre todo, burócratas y leguleyos, funcionarios del sistema, al fin y al cabo (aunque en numerosas ocasiones se conseguían las dos cosas, esto es, funcionarios resentidos, retorcidos y sádicos...) Pero eso lo hace, según el Coyote, mucho más terrible, porque las persecuciones y tormentos se sucedían, pero no motivados por las pasiones humanas (cosa que tendría mucho más sentido), no movidos por la voluntad de un individuo rencoroso y visionario; lo peor es que todos aquellos sufrimientos eran cometidos acorde a unas leyes y un sistema que había dado a luz un monstruo sin cabeza, la máquina de la burocracia, que con su ingenioso sistema de denuncias, siempre buscando alimento para mantenerse.

La Inquisición, sobre todo, servía para homogeneizar lo heterogéneo, para igualar lo distinto, y si no podía volverlo a la normalidad, lo hacía desaparecer.

Lo más curioso es que en el reino de España nunca hubo demasiado interés en la fanática persecución de brujas como se llevó a cabo en otros países europeos – y transatlánticos, también. Sí, procesos por brujería y satanismo los hubo; pero el grueso de los procesos llevados a cabo por la Inquisición en la piel de toro trataban sobre todo de aquellos judíos que se habían convertido al cristianismo, forzados por las circunstancias, pero que en la intimidad de sus corazones y su hogares, seguían profesando la fe de sus mayores, y siguiendo en secreto la Ley.

A entender del viejo Coyote, las persecuciones de judeo-conversos insinceros estaban motivadas antes por intereses políticos y económicos, que realmente religiosos. También tuvieron peso político, durante un tiempo, los procesos a simpatizantes de Lutero, Erasmo o cualquier otra idea heterodoxa. Sevilla tuvo, incluso, su propia herejía, la de los llamados alumbrados.

Continuará...

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