martes, 27 de octubre de 2009

Caminando entre Congéneres

Como buen cánido, el Coyote siempre ha sentido gran simpatía por sus primos ibéricos, los lobos; en buena parte se debe a la injusta mala fama que éstos se han ganado y a la leyenda negra que les rodea; motivado (entre otras cosas) por la cantidad de siglos que los humanos de la península han dependido de las labores agrícolas y ganaderas para su subsistencia, con la consiguiente competencia entre especies, por ocupar un mismo puesto en la cadena trófica esa. En algunas regiones incluso se les asimila al demonio, habiendo dado en el Bierzo con la peculiar expresión de que los lobos "ten tres pelos do demo no corpo". Por supuesto, la actitud excesivamente gregaria de éstos nunca ha atraído demasiado al Coyote, de gustos más independientes; eso, y la gran cantidad de normas sociales que regulan cada aspecto de la vida lobuna. En todo caso, el Coyote no ha tenido muchas ocasiones de trabar contacto con éstos, pues a los lobos les ocurre con el Coyote como con los perros: no los aceptan en sus manadas y, a la primera ocasión que tienen, se los cargan - para quitar de en medio posibles competidores, es de suponer (eso, o que ven venir de lejos sus intenciones carroñeras - de tabaco y otras especies, claro). Pero algo en común sí que tienen los lobos con el Coyote (aparte el evidente parentesco zoológico), y es esa fama terrible que fueron ganando, con los siglos de convivencia junto al hombre. El Coyote por tramposo y mentiroso, los lobos por sanguinarios, brutales y astutos. Ambos, con el correr de los siglos, han alcanzado su puesto, entre las imágenes arquetípicas y legendarias que el folklore humano ha cristalizado en ese espacio inmaterial que es la memoria colectiva - o, al menos, antes de que se disolviera con la llegada del nuevo milenio. Que, en un principio, esa relación mítico-ancestral entre humano y lobo fuese de respeto, y se lo contase como espíritu totémico, que imbuye de fuerzas sobrenaturales al chamán, o al cazador, ha terminado deviniendo, en virtud de las transfiguraciones que esa memoria colectiva ha sufrido por la histórica implantación del racionalismo y del cristianismo en occidente, en una relación de temor-odio. Las numerosas leyendas que aseguran que transformarse en hombre-lobo viene como resultado de una maldición, ratifican ese cambio que ha sufrido la imagen del lobo en el subconsciente; se entiende que en la península hayan proliferado incontables relatos legendarios en torno a la figura del lobishome, del lobizón, o del guizotxoa. Muchas de estas leyendas enumeran las maneras de que le caiga a uno tal maldición, así el lobishome galego resulta del séptimo o noveno hijo (según la versión), cuyos anteriores hermanos hayan sido varones igualmente, aunque también puede ocurrir porque el primogénito no lo apadrine; en otros casos, la cualidad licantrópica se gana por maldición paterna - cosa que, en parte, explicaría la actual abundancia de vandalismo juvenil; la maldición de una bruja es igualmente válida (caso del rabishome, aunque dicen que éste se convierte en burro, tal le pasó al personaje de la novela de Apuleyo) ; también puede ser un sino que se gana al nacer, y que al cumplir los veinte años se cumple, cuando se transforma en el primer animal con que se cruce, o incluso cuyo rastro encuentre; guarecerse bajo la piel de un hombre-lobo y rezar un padrenuestro del revés lleva a que uno se transforme también; finalmente, otros mencionan cosas como mantener contacto sexual con un lobo (?), beber sangre de lobo recién muerto, o nacer el 24 de diciembre (?). En algunas ocasiones, los motivos se mezclan, y se pueden dar dos o más causas. De igual forma, las maneras de purificarse frente a la maldición son numerosas; en unos casos, esta maldición dura sólamente siete años, o se libera por el perdón paterno; en otras es más complejo quitársela de encima. Así, por ejemplo, se sabe que una persona se librará de la maldición si habló en el viente de su madre, antes de nacer, o si al nacer mostraba en la parte inferior de la lengua una señal con la forma de la cruz de caravaca (cosa bastante frecuente, como se comprenderá); aunque la más chunga de las oídas por el Coyote es la que dice que un hombre-lobo sólo podrá ser curado si se encuentra con alguien en un cruce de caminos, entre la medianoche y las dos de la madrugada, y éste le pincha en el costado izquierdo - así que, si se cruzan con un licántropo en un cruce de caminos, pero ya han dado las dos y cinco ya lo saben, amigos, están perdidos. Otros sistemas de curación de la licantropía son sangrar el tobillo izquierdo del susodicho, cortar una de sus extremidades, o quemar la piel del lobo (cuando se la quite, o desollándolo, según distintas versiones). Pero no sólo de la mixtura entre humanos y lobos se han nutrido las leyendas tradicionales; los mismos lobos tienen su papel en ella. Y no vamos a mencionar el papel que le ha tocado en los cuentos populares, cuyo sambenito lleva arrastrando tantos siglos. Ni vamos a mencionar que al lobo le ha tocado representar, de alguna forma, los terrores más profundos y primordiales de la humanidad, el temor a perderse en bosques oscuros o en lugares agrestes y alejados de las poblaciones humanas, y la promesa de una muerte violenta. Sobre todo, en cuanto a leyendas, cuentos y consejas sobre el lobo, llamó fuertemente la atención del Coyote la historia del Pare Llop o Padre Lobo (en otras regiones, también conocido como Peeiro/a dos Lobos; Pastor de Lobos; Llobero; y Encantador de Llops, entre otros); una siniestra figura folklórica, habitante de las zonas más recónditas y agrestes de los bosques, a medias co-partícipe de la leyenda del niño salvaje, a medias una suerte de embrujador de las voluntades de los cánidos ibéricos. Y sobre ese control o liderazgo que el lobero ejercía sobre su manada adoptiva, basaba la mayor parte de su poder. De esta forma, corría la suerte de que el lobero hacía uso de dicha capacidad de control, para chantajear a los campesinos y obligarles a pagar, so riesgo de ver su ganado o su persona física atacados por los cánidos obedientes. No siempre queda claro si éste poseía la capacidad de la licantropía, o no. El único medio para librarse de las amenazas del lobero era solicitar el concurso de los así llamados oracionaires, que por lo que hemos podido entender, son una especie de curanderos cuya advocación dedicaban a la Mare Déu del Remei. PostData: Como se comprenderá, con estas breves letras no se acaban las innumerables leyendas que se han ido forjando, en torno al lobo, en la península (o en el resto del planeta, llegado el caso), ni mucho menos. No hemos citado el caso de Sant Llop, sin ir más lejos.