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jueves, 17 de marzo de 2011

El Increíble Caso de las Hormigas Argentinas


Como casi todos los caminos erráticos y decisiones absurdas que la humanidad ha tomado desde que el Coyote ancestral sustrajo el fuego a los dioses, para que aquellos enclenques monos sin pelo tuviesen algo que pudieran decir que era propiamente suyo, el problema no ha sido más que un problema de perspectiva. De perspectiva y capacidad de distanciamiento, por supuesto.

De ahí que, en algunas ocasiones, a nuestro viejo Coyote le de por cosmologizar, desde una perspectiva más bien macrocósmica o gargantuesca, o si se quiere, desde una privilegiada vista de pájaro: se observa entonces el continuo ir y venir de la humanidad por la faz de la tierra como algo muy distinto: a veces, sí, el ajetreo de la humanidad y la imparable expansión de sus engendros-ciudades no pareciese otra cosa que un inmenso cáncer de piel en el planeta; las más veces, no obstante, da la impresión de que la historia de la humanidad no se cuente en vidas mortales, sino en generaciones, que los latidos de la humanidad pulsan sincronizados con la marcha de los siglos, y que una sola vida es fugaz y pasajera, y en el Gran Esquema de las Cosas apenas tiene relevancia (excepto para quien la posee: ya se sabe, la vida siempre intenta permanecer en su estado).

En otras ocasiones, sin embargo, toma el Coyote la dirección contraria y gusta de proyectar una perspectiva fijada más en los aspectos microcósmicos (o casi mejor, microscópicos) de la cuestión. Por cierto que una de las primeras cosas que se constata realizando este salto perceptivo es que la hermética y tradicional máxima de que “lo que está arriba es igual a lo que está abajo” no tiene por qué ser así, a estas alturas de la sesión, no hay reflejo de lo grande en lo pequeño, y parece que seguir creyendo esto no es más que una elaborada forma de consuelo.

Adoptada pues la perspectiva microcósmica y microscópica, hubo un momento en que al Coyote le dio por pensar que si, hipotéticamente, una raza extraterrestre buscase ponerse de alguna manera en contacto con la especie dominante del planeta, lo tendría complicado para dirimir cuál de ellas sería: si la especie humana o las hormigas argentinas.

Las hormigas argent
inas (Linepithema humile), originalmente, eran oriundas de la zona que ha dado en llamarse Argentina y alrededores, y según puede suponerse, llegaron por primera vez a costas europeas en los barcos de colonos españoles y portugueses, escondidas quizá en los recovecos de exóticas maderas perfumadas y otras especies, polizones involuntarias y colonizadoras reactivas. Siguiendo el camino inverso al del "hombre blanco", que fue a colonizar las Indias, éstas, conforme llegaron a Europa, se dedicaron no sólo ya a colonizar, sino que han llegado a pasar a la categoría de plaga. Igual que el "hombre blanco" en América, vaya. A partir de ahí, y en poco menos de doscientos años, estas minúsuculas hormigas rojas se han extendido por gran parte de la faz de la tierra (y su interior), desde México y California, pasando por Europa, Sudáfrica, Japón, e incluso Nueva Zelanda, amen de otras tierras que disfrutan de un clima mediterráneo - el más propicio para estas expansionistas criaturitas.

En sus tierras de origen, la especie se regula de forma natural puesto que son muy agresivas, y las distintas colonias se encuentran en continua liza por la supremacía en el control territorial; sin embargo, al llegar a tierras foráneas, esta particularidad las hace especialmente peligrosas para el resto de parientes. Como es corriente entre las hormigas, el reconocimiento entre miembros de una misma comunidad (amen de la mayor parte de la comunicación entre ellas) se realiza de forma química; cada hormiguero tiene una firma química particular, que permite ese reconocimiento, a la vez que las distingue de miembros de otros hormigueros. Pero, como decimos, al alcanzar nuevas tierras, cualquier hormiga argentina se sentirá, genéticamente hablando, más cercana a cualquier otra hormiga argentina, sea o no de su mismo hormiguero, que frente al resto de hormigas autóctonas.

De modo que una suerte de alianza química y genética se forja entre toda hormiga argentina, siendo el punto que todos los hormigueros de una nueva tierra por colonizar llegan a ser, de alguna forma, un mismo hormiguero: el Superhormiguero. Un colonialismo, el de la linepithema humile, que termina por convertirse en imperialismo, puesto que desde el momento en que se establece en nuevos reinos, se dedica sistemáticamente a desplazar a las especies autóctonas, hasta el punto de su extinción. En esto ayuda, y no poco, una característica de la especie, que ha dado en llamarse poliginia, esto es, la capacidad de poseer más de una reina reproductora a la vez en un mismo hormiguero (en ocasiones, según se ha comprobado, incluso por cientos), con el consiguiente aumento geométrico de la población del hormiguero. Lo usual, en otras especies de hormiga, es que cuando es fecundada una nueva reina, ésta se marcha del hormiguero, para fundar uno nuevo lejos de allí - alcanzando el lugar con esas alitas translucidas, que más que otra cosa sirven para que el viento las empuje. Las reinas de hormiga argentina, sin embargo, realizan el cortejo nupcial en la seguridad del interior del nido, lejos de la amenaza de depredadores, y después de su fecundación y consecuente muerte del macho fecundador, suelen quedar allí, siendo alimentadas por las obreras. No obstante, cuando una de estas reinas marcha a fundar nuevas colonias, lleva con ella su propio cortejo de obreras, cual gobernadora de la provincia recién conquistada para el imperio. Sin olvidar, por supuesto, que cualquier nueva especie introducida "artificialmente" en un ecosistema, contiene la semilla de la extinción para las especies autóctonas que ocupan el mismo eslabón en la cadena trófica; eso, y que muy probablemente la nueva especie carezca en aquel medio ambiente de depredador natural, como en el caso de la hormiga argentina.

Por último, no quiere dejar pasar el Coyote la ocasión de señalar una de las costumbres más simpáticas de la hormiga argentina, y que es a la vez uno de los motivos por los que se la califica de "plaga". Y no es otra que su habilidad ganadera.

La hormiga argentina tiende a mantener "rebaños" de pulgones áfidos, que son unas lindas criaturitas del Señor, que viven de forma parasitaria en determinadas plantas. Ocurre que estos áfidos excretan de forma natural un sucedáneo de la miel, que las hormigas recolectan, a cambio de ser defendidas de sus depredadores naturales (algunos tan peligrosos como la mariposa o la mariquita, terribles en su aparente belleza). De modo que, para alimentar a las reinas y sus larvas, la hormiga argentina no sólo mantiene, sino que alienta la crianza de su ganado, con el desastroso resultado para el ecosistema y la agricultura.

No es valadí, la presencia de la hormiga argentina; en el piso donde permiten alojarse al viejo Coyote, que se encuentra en la planta baja de un edificio de cierta antigüedad - de esos de barrio obrero años 50´s (con lo que conlleva de baja calidad en materiales de construcción) -, que en los meses de calorcito, más de seis meses al año, las linepithema salen de su letargo, y de los sotanos y subterráneos del edificio, para tomar y disponer de cuanto encuentran a su paso, sin respeto ni miedo por la presencia del ser humano. No sólo salen por cientos de miles por cada grieta que encuentran, sino que se adueñan con total desfachatez de la encimera de la cocina, e incluso hay que estarse pendientes de que no asalten el comedero del gato familiar del Coyote.
Imagina el Coyote el subsuelo bajo del bloque de pisos como horadado por tuneles habitados por hormigas argentinas en millares. Y pese a la cantidad de métodos para ahuyentarlas y disuadirlas que han ensayado, la persistencia de estas pequeñajas se hace admirable.

Aunque, claro, el ser humano y su actividad debe parecer a las hormigas como una suerte de fenómeno natural, tipo seismo y otros; aprendieron a vivir con nuestra molesta presencia a su alrdedor y se han extendido hasta tal punto, y han desarrollado una estructura social tanto o más sólida que la humana, que, como dijimos, para unos hipotéticos visitantes extraterrestres, no sería tan fácil dilucidar cuál de las dos especies (humana u hormiga argentina) es la predominante del planeta.

Podríamos aducir que la presencia del ser humano se extiende, prácticamente, por toda la faz del planeta, y eso es indiscutible; sin embargo, ni siquiera los city belt, ni las mega-ciudades pueden apenas acercarse a los super-hormigueros de la linepithema: se encuentran evidencias de uno de estos que cubre toda la costa de California, desde la frontera mexicana hasta San Francisco, por unos 900 kms; en Europa hay constancia de otra colonia, que desde el norte de Italia, pasando por el sur de Francia, alcanza la misma costa atlántica española, con una extensión estimada de 6000 kms. Ahí es nada.

El Coyote no quiere pensar en las consecuencias de que sea cierta la hipótesis de que todos los hormigueros de linepithema estudiados por el hombre (y aun los que no) forman todos parte de una super-colonia mundial.

martes, 27 de octubre de 2009

Caminando entre Congéneres

Como buen cánido, el Coyote siempre ha sentido gran simpatía por sus primos ibéricos, los lobos; en buena parte se debe a la injusta mala fama que éstos se han ganado y a la leyenda negra que les rodea; motivado (entre otras cosas) por la cantidad de siglos que los humanos de la península han dependido de las labores agrícolas y ganaderas para su subsistencia, con la consiguiente competencia entre especies, por ocupar un mismo puesto en la cadena trófica esa. En algunas regiones incluso se les asimila al demonio, habiendo dado en el Bierzo con la peculiar expresión de que los lobos "ten tres pelos do demo no corpo". Por supuesto, la actitud excesivamente gregaria de éstos nunca ha atraído demasiado al Coyote, de gustos más independientes; eso, y la gran cantidad de normas sociales que regulan cada aspecto de la vida lobuna. En todo caso, el Coyote no ha tenido muchas ocasiones de trabar contacto con éstos, pues a los lobos les ocurre con el Coyote como con los perros: no los aceptan en sus manadas y, a la primera ocasión que tienen, se los cargan - para quitar de en medio posibles competidores, es de suponer (eso, o que ven venir de lejos sus intenciones carroñeras - de tabaco y otras especies, claro). Pero algo en común sí que tienen los lobos con el Coyote (aparte el evidente parentesco zoológico), y es esa fama terrible que fueron ganando, con los siglos de convivencia junto al hombre. El Coyote por tramposo y mentiroso, los lobos por sanguinarios, brutales y astutos. Ambos, con el correr de los siglos, han alcanzado su puesto, entre las imágenes arquetípicas y legendarias que el folklore humano ha cristalizado en ese espacio inmaterial que es la memoria colectiva - o, al menos, antes de que se disolviera con la llegada del nuevo milenio. Que, en un principio, esa relación mítico-ancestral entre humano y lobo fuese de respeto, y se lo contase como espíritu totémico, que imbuye de fuerzas sobrenaturales al chamán, o al cazador, ha terminado deviniendo, en virtud de las transfiguraciones que esa memoria colectiva ha sufrido por la histórica implantación del racionalismo y del cristianismo en occidente, en una relación de temor-odio. Las numerosas leyendas que aseguran que transformarse en hombre-lobo viene como resultado de una maldición, ratifican ese cambio que ha sufrido la imagen del lobo en el subconsciente; se entiende que en la península hayan proliferado incontables relatos legendarios en torno a la figura del lobishome, del lobizón, o del guizotxoa. Muchas de estas leyendas enumeran las maneras de que le caiga a uno tal maldición, así el lobishome galego resulta del séptimo o noveno hijo (según la versión), cuyos anteriores hermanos hayan sido varones igualmente, aunque también puede ocurrir porque el primogénito no lo apadrine; en otros casos, la cualidad licantrópica se gana por maldición paterna - cosa que, en parte, explicaría la actual abundancia de vandalismo juvenil; la maldición de una bruja es igualmente válida (caso del rabishome, aunque dicen que éste se convierte en burro, tal le pasó al personaje de la novela de Apuleyo) ; también puede ser un sino que se gana al nacer, y que al cumplir los veinte años se cumple, cuando se transforma en el primer animal con que se cruce, o incluso cuyo rastro encuentre; guarecerse bajo la piel de un hombre-lobo y rezar un padrenuestro del revés lleva a que uno se transforme también; finalmente, otros mencionan cosas como mantener contacto sexual con un lobo (?), beber sangre de lobo recién muerto, o nacer el 24 de diciembre (?). En algunas ocasiones, los motivos se mezclan, y se pueden dar dos o más causas. De igual forma, las maneras de purificarse frente a la maldición son numerosas; en unos casos, esta maldición dura sólamente siete años, o se libera por el perdón paterno; en otras es más complejo quitársela de encima. Así, por ejemplo, se sabe que una persona se librará de la maldición si habló en el viente de su madre, antes de nacer, o si al nacer mostraba en la parte inferior de la lengua una señal con la forma de la cruz de caravaca (cosa bastante frecuente, como se comprenderá); aunque la más chunga de las oídas por el Coyote es la que dice que un hombre-lobo sólo podrá ser curado si se encuentra con alguien en un cruce de caminos, entre la medianoche y las dos de la madrugada, y éste le pincha en el costado izquierdo - así que, si se cruzan con un licántropo en un cruce de caminos, pero ya han dado las dos y cinco ya lo saben, amigos, están perdidos. Otros sistemas de curación de la licantropía son sangrar el tobillo izquierdo del susodicho, cortar una de sus extremidades, o quemar la piel del lobo (cuando se la quite, o desollándolo, según distintas versiones). Pero no sólo de la mixtura entre humanos y lobos se han nutrido las leyendas tradicionales; los mismos lobos tienen su papel en ella. Y no vamos a mencionar el papel que le ha tocado en los cuentos populares, cuyo sambenito lleva arrastrando tantos siglos. Ni vamos a mencionar que al lobo le ha tocado representar, de alguna forma, los terrores más profundos y primordiales de la humanidad, el temor a perderse en bosques oscuros o en lugares agrestes y alejados de las poblaciones humanas, y la promesa de una muerte violenta. Sobre todo, en cuanto a leyendas, cuentos y consejas sobre el lobo, llamó fuertemente la atención del Coyote la historia del Pare Llop o Padre Lobo (en otras regiones, también conocido como Peeiro/a dos Lobos; Pastor de Lobos; Llobero; y Encantador de Llops, entre otros); una siniestra figura folklórica, habitante de las zonas más recónditas y agrestes de los bosques, a medias co-partícipe de la leyenda del niño salvaje, a medias una suerte de embrujador de las voluntades de los cánidos ibéricos. Y sobre ese control o liderazgo que el lobero ejercía sobre su manada adoptiva, basaba la mayor parte de su poder. De esta forma, corría la suerte de que el lobero hacía uso de dicha capacidad de control, para chantajear a los campesinos y obligarles a pagar, so riesgo de ver su ganado o su persona física atacados por los cánidos obedientes. No siempre queda claro si éste poseía la capacidad de la licantropía, o no. El único medio para librarse de las amenazas del lobero era solicitar el concurso de los así llamados oracionaires, que por lo que hemos podido entender, son una especie de curanderos cuya advocación dedicaban a la Mare Déu del Remei. PostData: Como se comprenderá, con estas breves letras no se acaban las innumerables leyendas que se han ido forjando, en torno al lobo, en la península (o en el resto del planeta, llegado el caso), ni mucho menos. No hemos citado el caso de Sant Llop, sin ir más lejos.

viernes, 26 de octubre de 2007

Alicornios, fieras corrupias y demás criaturas del imaginario colectivo

Cuenta Don Manuel Martín Sánchez en su obra "Seres míticos y personajes fantásticos españoles", sobre las tradiciones en el siglo XIX (iba a decir el siglo pasado, es la costumbre, pero esto ya no es correcto), acerca de una curiosa figura que aparece en algunos romances para ciegos y en esos libritos mal encuadernados que llamaban "pliegos de cordel": El Caracol Gigante. Una de estas obras, en concreto la titulada "Gran historia de los hechos y estragos del más grande caracol que se ha visto en el mundo", en una de sus primeras estrofas dice así:

En la ciudad de Farsante
provincia de Miententodos

nació entre barros y lodo
un caracol arrogante.

Más o menos, todas estas historias vienen a contar lo mismo, de una manera humorística y cachonda: es la historia de un caracol de enormes dimensiones, que surge de los mares y empieza a provocar grandes desastres, arrasando con todo lo que encuentra a su paso. De un tamaño que varía, en un mismo romance, desde unos metros de altura, hasta tal enormidad que sus cuernos "que servirán para un puente/de Barcelona a Mallorca". A él se le enfrentan todos los buques de vapor de la Marina, de tecnología de lo más puntera en la época; dos mil infantes de los ejercitos del rey, con bayonetas caladas, no pudieron nada contra el Caracol Gigante.

Y así, entre tonterías y cuchufletas, continúa el romance, con nuestro simpático monstruo surrealista haciendo todo un tour por el Reino, zampándose todas las lechugas de la huerta murciana a su paso, hasta que el pobre animal topa con una de las salinas del país, donde acaba sus días, deshaciéndose en sus propias babas por causa de su mortal enemiga, la sal.

Bien que con un toque surrealista, a la par que bizarro (spanish bizarre, en concreto), estos romances de caracoles gigantes, fieras corrupias y demás bichardos - abominaciones de la naturaleza - son un claro precedente de esa vertiente literaria norteamericana que floreció allá por los años 20´s, de la mano del ínclito Lovecraft de Providence y su llamado "círculo". Ya se sabe, esos relatos de terror numinoso donde aparece todo un catálogo de criaturas de origen "antediluviano", más allá de la cordura y que la (pobre) razón humana apenas es capaz de asimilar. Los yankis tendrán al Gran Cthulhu, ese inmenso octópodo vagamente antropomórfico que aguarda dormido en las profundidades abisales del océano, pero nosotros ya teníamos nuestro estupendo Caracol Gigante.