Como casi todos los caminos erráticos y decisiones absurdas que la humanidad ha tomado desde que el Coyote ancestral sustrajo el fuego a los dioses, para que aquellos enclenques monos sin pelo tuviesen algo que pudieran decir que era propiamente suyo, el problema no ha sido más que un problema de perspectiva. De perspectiva y capacidad de distanciamiento, por supuesto.
De ahí que, en algunas ocasiones, a nuestro viejo Coyote le de por cosmologizar, desde una perspectiva más bien macrocósmica o gargantuesca, o si se quiere, desde una privilegiada vista de pájaro: se observa entonces el continuo ir y venir de la humanidad por la faz de la tierra como algo muy distinto: a veces, sí, el ajetreo de la humanidad y la imparable expansión de sus engendros-ciudades no pareciese otra cosa que un inmenso cáncer de piel en el planeta; las más veces, no obstante, da la impresión de que la historia de la humanidad no se cuente en vidas mortales, sino en generaciones, que los latidos de la humanidad pulsan sincronizados con la marcha de los siglos, y que una sola vida es fugaz y pasajera, y en el Gran Esquema de las Cosas apenas tiene relevancia (excepto para quien la posee: ya se sabe, la vida siempre intenta permanecer en su estado).
En otras ocasiones, sin embargo, toma el Coyote la dirección contraria y gusta de proyectar una perspectiva fijada más en los aspectos microcósmicos (o casi mejor, microscópicos) de la cuestión. Por cierto que una de las primeras cosas que se constata realizando este salto perceptivo es que la hermética y tradicional máxima de que “lo que está arriba es igual a lo que está abajo” no tiene por qué ser así, a estas alturas de la sesión, no hay reflejo de lo grande en lo pequeño, y parece que seguir creyendo esto no es más que una elaborada forma de consuelo.
Adoptada pues la perspectiva microcósmica y microscópica, hubo un momento en que al Coyote le dio por pensar que si, hipotéticamente, una raza extraterrestre buscase ponerse de alguna manera en contacto con la especie dominante del planeta, lo tendría complicado para dirimir cuál de ellas sería: si la especie humana o las hormigas argentinas.
Las hormigas argentinas (Linepithema humile), originalmente, eran oriundas de la zona que ha dado en llamarse Argentina y alrededores, y según puede suponerse, llegaron por primera vez a costas europeas en los barcos de colonos españoles y portugueses, escondidas quizá en los recovecos de exóticas maderas perfumadas y otras especies, polizones involuntarias y colonizadoras reactivas. Siguiendo el camino inverso al del "hombre blanco", que fue a colonizar las Indias, éstas, conforme llegaron a Europa, se dedicaron no sólo ya a colonizar, sino que han llegado a pasar a la categoría de plaga. Igual que el "hombre blanco" en América, vaya. A partir de ahí, y en poco menos de doscientos años, estas minúsuculas hormigas rojas se han extendido por gran parte de la faz de la tierra (y su interior), desde México y California, pasando por Europa, Sudáfrica, Japón, e incluso Nueva Zelanda, amen de otras tierras que disfrutan de un clima mediterráneo - el más propicio para estas expansionistas criaturitas.
En sus tierras de origen, la especie se regula de forma natural puesto que son muy agresivas, y las distintas colonias se encuentran en continua liza por la supremacía en el control territorial; sin embargo, al llegar a tierras foráneas, esta particularidad las hace especialmente peligrosas para el resto de parientes. Como es corriente entre las hormigas, el reconocimiento entre miembros de una misma comunidad (amen de la mayor parte de la comunicación entre ellas) se realiza de forma química; cada hormiguero tiene una firma química particular, que permite ese reconocimiento, a la vez que las distingue de miembros de otros hormigueros. Pero, como decimos, al alcanzar nuevas tierras, cualquier hormiga argentina se sentirá, genéticamente hablando, más cercana a cualquier otra hormiga argentina, sea o no de su mismo hormiguero, que frente al resto de hormigas autóctonas.
De modo que una suerte de alianza química y genética se forja entre toda hormiga argentina, siendo el punto que todos los hormigueros de una nueva tierra por colonizar llegan a ser, de alguna forma, un mismo hormiguero: el Superhormiguero. Un colonialismo, el de la linepithema humile, que termina por convertirse en imperialismo, puesto que desde el momento en que se establece en nuevos reinos, se dedica sistemáticamente a desplazar a las especies autóctonas, hasta el punto de su extinción. En esto ayuda, y no poco, una característica de la especie, que ha dado en llamarse poliginia, esto es, la capacidad de poseer más de una reina reproductora a la vez en un mismo hormiguero (en ocasiones, según se ha comprobado, incluso por cientos), con el consiguiente aumento geométrico de la población del hormiguero. Lo usual, en otras especies de hormiga, es que cuando es fecundada una nueva reina, ésta se marcha del hormiguero, para fundar uno nuevo lejos de allí - alcanzando el lugar con esas alitas translucidas, que más que otra cosa sirven para que el viento las empuje. Las reinas de hormiga argentina, sin embargo, realizan el cortejo nupcial en la seguridad del interior del nido, lejos de la amenaza de depredadores, y después de su fecundación y consecuente muerte del macho fecundador, suelen quedar allí, siendo alimentadas por las obreras. No obstante, cuando una de estas reinas marcha a fundar nuevas colonias, lleva con ella su propio cortejo de obreras, cual gobernadora de la provincia recién conquistada para el imperio. Sin olvidar, por supuesto, que cualquier nueva especie introducida "artificialmente" en un ecosistema, contiene la semilla de la extinción para las especies autóctonas que ocupan el mismo eslabón en la cadena trófica; eso, y que muy probablemente la nueva especie carezca en aquel medio ambiente de depredador natural, como en el caso de la hormiga argentina.
Por último, no quiere dejar pasar el Coyote la ocasión de señalar una de las costumbres más simpáticas de la hormiga argentina, y que es a la vez uno de los motivos por los que se la califica de "plaga". Y no es otra que su habilidad ganadera.
La hormiga argentina tiende a mantener "rebaños" de pulgones áfidos, que son unas lindas criaturitas del Señor, que viven de forma parasitaria en determinadas plantas. Ocurre que estos áfidos excretan de forma natural un sucedáneo de la miel, que las hormigas recolectan, a cambio de ser defendidas de sus depredadores naturales (algunos tan peligrosos como la mariposa o la mariquita, terribles en su aparente belleza). De modo que, para alimentar a las reinas y sus larvas, la hormiga argentina no sólo mantiene, sino que alienta la crianza de su ganado, con el desastroso resultado para el ecosistema y la agricultura.
No es valadí, la presencia de la hormiga argentina; en el piso donde permiten alojarse al viejo Coyote, que se encuentra en la planta baja de un edificio de cierta antigüedad - de esos de barrio obrero años 50´s (con lo que conlleva de baja calidad en materiales de construcción) -, que en los meses de calorcito, más de seis meses al año, las linepithema salen de su letargo, y de los sotanos y subterráneos del edificio, para tomar y disponer de cuanto encuentran a su paso, sin respeto ni miedo por la presencia del ser humano. No sólo salen por cientos de miles por cada grieta que encuentran, sino que se adueñan con total desfachatez de la encimera de la cocina, e incluso hay que estarse pendientes de que no asalten el comedero del gato familiar del Coyote. Imagina el Coyote el subsuelo bajo del bloque de pisos como horadado por tuneles habitados por hormigas argentinas en millares. Y pese a la cantidad de métodos para ahuyentarlas y disuadirlas que han ensayado, la persistencia de estas pequeñajas se hace admirable.
Aunque, claro, el ser humano y su actividad debe parecer a las hormigas como una suerte de fenómeno natural, tipo seismo y otros; aprendieron a vivir con nuestra molesta presencia a su alrdedor y se han extendido hasta tal punto, y han desarrollado una estructura social tanto o más sólida que la humana, que, como dijimos, para unos hipotéticos visitantes extraterrestres, no sería tan fácil dilucidar cuál de las dos especies (humana u hormiga argentina) es la predominante del planeta.
Podríamos aducir que la presencia del ser humano se extiende, prácticamente, por toda la faz del planeta, y eso es indiscutible; sin embargo, ni siquiera los city belt, ni las mega-ciudades pueden apenas acercarse a los super-hormigueros de la linepithema: se encuentran evidencias de uno de estos que cubre toda la costa de California, desde la frontera mexicana hasta San Francisco, por unos 900 kms; en Europa hay constancia de otra colonia, que desde el norte de Italia, pasando por el sur de Francia, alcanza la misma costa atlántica española, con una extensión estimada de 6000 kms. Ahí es nada.
El Coyote no quiere pensar en las consecuencias de que sea cierta la hipótesis de que todos los hormigueros de linepithema estudiados por el hombre (y aun los que no) forman todos parte de una super-colonia mundial.
De ahí que, en algunas ocasiones, a nuestro viejo Coyote le de por cosmologizar, desde una perspectiva más bien macrocósmica o gargantuesca, o si se quiere, desde una privilegiada vista de pájaro: se observa entonces el continuo ir y venir de la humanidad por la faz de la tierra como algo muy distinto: a veces, sí, el ajetreo de la humanidad y la imparable expansión de sus engendros-ciudades no pareciese otra cosa que un inmenso cáncer de piel en el planeta; las más veces, no obstante, da la impresión de que la historia de la humanidad no se cuente en vidas mortales, sino en generaciones, que los latidos de la humanidad pulsan sincronizados con la marcha de los siglos, y que una sola vida es fugaz y pasajera, y en el Gran Esquema de las Cosas apenas tiene relevancia (excepto para quien la posee: ya se sabe, la vida siempre intenta permanecer en su estado).
En otras ocasiones, sin embargo, toma el Coyote la dirección contraria y gusta de proyectar una perspectiva fijada más en los aspectos microcósmicos (o casi mejor, microscópicos) de la cuestión. Por cierto que una de las primeras cosas que se constata realizando este salto perceptivo es que la hermética y tradicional máxima de que “lo que está arriba es igual a lo que está abajo” no tiene por qué ser así, a estas alturas de la sesión, no hay reflejo de lo grande en lo pequeño, y parece que seguir creyendo esto no es más que una elaborada forma de consuelo.
Adoptada pues la perspectiva microcósmica y microscópica, hubo un momento en que al Coyote le dio por pensar que si, hipotéticamente, una raza extraterrestre buscase ponerse de alguna manera en contacto con la especie dominante del planeta, lo tendría complicado para dirimir cuál de ellas sería: si la especie humana o las hormigas argentinas.
Las hormigas argentinas (Linepithema humile), originalmente, eran oriundas de la zona que ha dado en llamarse Argentina y alrededores, y según puede suponerse, llegaron por primera vez a costas europeas en los barcos de colonos españoles y portugueses, escondidas quizá en los recovecos de exóticas maderas perfumadas y otras especies, polizones involuntarias y colonizadoras reactivas. Siguiendo el camino inverso al del "hombre blanco", que fue a colonizar las Indias, éstas, conforme llegaron a Europa, se dedicaron no sólo ya a colonizar, sino que han llegado a pasar a la categoría de plaga. Igual que el "hombre blanco" en América, vaya. A partir de ahí, y en poco menos de doscientos años, estas minúsuculas hormigas rojas se han extendido por gran parte de la faz de la tierra (y su interior), desde México y California, pasando por Europa, Sudáfrica, Japón, e incluso Nueva Zelanda, amen de otras tierras que disfrutan de un clima mediterráneo - el más propicio para estas expansionistas criaturitas.
En sus tierras de origen, la especie se regula de forma natural puesto que son muy agresivas, y las distintas colonias se encuentran en continua liza por la supremacía en el control territorial; sin embargo, al llegar a tierras foráneas, esta particularidad las hace especialmente peligrosas para el resto de parientes. Como es corriente entre las hormigas, el reconocimiento entre miembros de una misma comunidad (amen de la mayor parte de la comunicación entre ellas) se realiza de forma química; cada hormiguero tiene una firma química particular, que permite ese reconocimiento, a la vez que las distingue de miembros de otros hormigueros. Pero, como decimos, al alcanzar nuevas tierras, cualquier hormiga argentina se sentirá, genéticamente hablando, más cercana a cualquier otra hormiga argentina, sea o no de su mismo hormiguero, que frente al resto de hormigas autóctonas.
De modo que una suerte de alianza química y genética se forja entre toda hormiga argentina, siendo el punto que todos los hormigueros de una nueva tierra por colonizar llegan a ser, de alguna forma, un mismo hormiguero: el Superhormiguero. Un colonialismo, el de la linepithema humile, que termina por convertirse en imperialismo, puesto que desde el momento en que se establece en nuevos reinos, se dedica sistemáticamente a desplazar a las especies autóctonas, hasta el punto de su extinción. En esto ayuda, y no poco, una característica de la especie, que ha dado en llamarse poliginia, esto es, la capacidad de poseer más de una reina reproductora a la vez en un mismo hormiguero (en ocasiones, según se ha comprobado, incluso por cientos), con el consiguiente aumento geométrico de la población del hormiguero. Lo usual, en otras especies de hormiga, es que cuando es fecundada una nueva reina, ésta se marcha del hormiguero, para fundar uno nuevo lejos de allí - alcanzando el lugar con esas alitas translucidas, que más que otra cosa sirven para que el viento las empuje. Las reinas de hormiga argentina, sin embargo, realizan el cortejo nupcial en la seguridad del interior del nido, lejos de la amenaza de depredadores, y después de su fecundación y consecuente muerte del macho fecundador, suelen quedar allí, siendo alimentadas por las obreras. No obstante, cuando una de estas reinas marcha a fundar nuevas colonias, lleva con ella su propio cortejo de obreras, cual gobernadora de la provincia recién conquistada para el imperio. Sin olvidar, por supuesto, que cualquier nueva especie introducida "artificialmente" en un ecosistema, contiene la semilla de la extinción para las especies autóctonas que ocupan el mismo eslabón en la cadena trófica; eso, y que muy probablemente la nueva especie carezca en aquel medio ambiente de depredador natural, como en el caso de la hormiga argentina.
Por último, no quiere dejar pasar el Coyote la ocasión de señalar una de las costumbres más simpáticas de la hormiga argentina, y que es a la vez uno de los motivos por los que se la califica de "plaga". Y no es otra que su habilidad ganadera.
La hormiga argentina tiende a mantener "rebaños" de pulgones áfidos, que son unas lindas criaturitas del Señor, que viven de forma parasitaria en determinadas plantas. Ocurre que estos áfidos excretan de forma natural un sucedáneo de la miel, que las hormigas recolectan, a cambio de ser defendidas de sus depredadores naturales (algunos tan peligrosos como la mariposa o la mariquita, terribles en su aparente belleza). De modo que, para alimentar a las reinas y sus larvas, la hormiga argentina no sólo mantiene, sino que alienta la crianza de su ganado, con el desastroso resultado para el ecosistema y la agricultura.
No es valadí, la presencia de la hormiga argentina; en el piso donde permiten alojarse al viejo Coyote, que se encuentra en la planta baja de un edificio de cierta antigüedad - de esos de barrio obrero años 50´s (con lo que conlleva de baja calidad en materiales de construcción) -, que en los meses de calorcito, más de seis meses al año, las linepithema salen de su letargo, y de los sotanos y subterráneos del edificio, para tomar y disponer de cuanto encuentran a su paso, sin respeto ni miedo por la presencia del ser humano. No sólo salen por cientos de miles por cada grieta que encuentran, sino que se adueñan con total desfachatez de la encimera de la cocina, e incluso hay que estarse pendientes de que no asalten el comedero del gato familiar del Coyote. Imagina el Coyote el subsuelo bajo del bloque de pisos como horadado por tuneles habitados por hormigas argentinas en millares. Y pese a la cantidad de métodos para ahuyentarlas y disuadirlas que han ensayado, la persistencia de estas pequeñajas se hace admirable.
Aunque, claro, el ser humano y su actividad debe parecer a las hormigas como una suerte de fenómeno natural, tipo seismo y otros; aprendieron a vivir con nuestra molesta presencia a su alrdedor y se han extendido hasta tal punto, y han desarrollado una estructura social tanto o más sólida que la humana, que, como dijimos, para unos hipotéticos visitantes extraterrestres, no sería tan fácil dilucidar cuál de las dos especies (humana u hormiga argentina) es la predominante del planeta.
Podríamos aducir que la presencia del ser humano se extiende, prácticamente, por toda la faz del planeta, y eso es indiscutible; sin embargo, ni siquiera los city belt, ni las mega-ciudades pueden apenas acercarse a los super-hormigueros de la linepithema: se encuentran evidencias de uno de estos que cubre toda la costa de California, desde la frontera mexicana hasta San Francisco, por unos 900 kms; en Europa hay constancia de otra colonia, que desde el norte de Italia, pasando por el sur de Francia, alcanza la misma costa atlántica española, con una extensión estimada de 6000 kms. Ahí es nada.
El Coyote no quiere pensar en las consecuencias de que sea cierta la hipótesis de que todos los hormigueros de linepithema estudiados por el hombre (y aun los que no) forman todos parte de una super-colonia mundial.
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