domingo, 13 de noviembre de 2016

Una travesía por tierras del Sur


Si alguna vez haces el trayecto del tren regional Almería-Sevilla, tendrás la suerte de poder hacer un recorrido visual por casi toda la variedad de paisajes que ofrece Andalucía interior. Partiendo de ese almeriense desierto de montes pelados y chumberas resecas, de montículos horadados por aguas salvajes milenarias, ese paisaje cinematográfico y, en ocasiones, casi alienígena.


Luego, en suave transición, las colinas empiezan poco a poco a reverdecer, y en el horizonte apuntan sierras de picos nevados, que reflejan la luz del sol como espejos de plata; mientras, se abren riberas cercadas de bosquecillos de álamos blancos, olmos señoriales y pinos trémulos, y la fértil vega granaína, que adorna el paisaje con los retales multicolores de sus sembrados.


Más adelante comienzan esos montes y colinas de horizontes que asemejan el severo perfil de gigantes primordiales. Los blanquecinos roquedales de los paisajes kársticos de la malagueña Antequera, que coronan y bordean las sierras, continúan hasta la sierra sur de Sevilla. Conforme decrece la altura de las sierras, el tapiz de retales de sembrados de la vega sevillana se despliega en una variedad de tonalidades verdes, marrones, amarillos, y todo se vuelve llanura de cultivo, a merced del incólume sol, del que sólo puede escaparse por el puntual islote de sombras de algún bosquecillo.


Y por todo el camino, con cierta intermitencia, encontramos el sempiterno olivo; la ocasional cabra montesa, de andar funambulesco; el rebaño de ovejas pachorras, guiadas por el pastor de recio aire estoico; los perrillos piterosos y despeluchados que ladran al tren, desaforados; el todoterreno levantando polvijero; la columna de humo de rastrojo quemado.

Asalta la sensación de que estos mismos paisajes fueron contemplados por el mercader fenicio, el colono griego, el conquistador cartaginés, el ocupante romano, el jinete visigodo, el mahometano de prometidos paraísos terrenales, el castellano de severa religiosidad, el industrial inglés de futuros boyantes; pero sobre todo, por el labrador de cogote colorado, por el bandolero de patillas espesas, por el cosario de burrito trasquilado, por el peón de aguinaldo y “lo que diga el señorito”, por el protagonista de la historia de los que no tienen historia; paisajes regados con sangre y sudor, de horizontes desvaídos por la canícula, bajo el eterno runrún de la cigarra.

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