martes, 24 de junio de 2008

Personajes históricos fascinantes: Domingo Badía, a.k.a. Alí Bey (conclusión)

Concluimos, si bien de forma precipitada, con el periplo magrebí de Domingo Badía, más conocido bajo la identidad de Alí Bey el Abassi – con ese y algunos otros nombres más, que sacaba a relucir según la circunstancia lo iba requiriendo. Bienvenidos al post más largo (de momento) de El Blues del Coyote. Que aproveche.

Viajes por Marruecos (y III)

• Como ya hemos adelantado, uno de los más importantes fines del viaje de Badía/Bey por Marruecos no era otro que recabar toda la información posible sobre las debilidades del sultán Sulaymán, inclusive las enemistades con sheiks de las tribus nómadas del bajo Atlas. A éstos, en la medida de lo posible, Alí Bey debía hostigarlos y afilar esos roces hasta provocar una revuelta que valiese a Godoy de casus belli para enviar los ejércitos de la Corona, y hacerse con tan provechoso punto estratégico, en la boca del Mediterráneo, así como convertir Marruecos en el “granero de España”, del que ya se había echado mano en ocasiones de carestía anteriores – como hemos dicho, a Godoy no se le escapaba la inestable situación política en las Colonias de Ultramar, y más aún azuzados los ánimos revoltosos por el triunfo de la independencia de Estados Unidos, en el norte, así como el de la Revolución en Francia (sin contar con la nociva imagen que daban de España y la Corona tanto las logias masónicas como los jesuitas allá en América). Poco faltaría para que Simón Bolivar, entre otros libertadores, emprendiera los pasos para la tan pospuesta independencia. De modo que Badía, hombre de ciencia, aventurero y soñador a partes iguales, pasó a convertirse en pieza clave del gran juego de la política, sin pretenderlo.
Badía, sin embargo, no sólo no consiguió apenas un trato distante (aunque educado) por parte del sultán, sino que no tuvo contacto con ninguna tribu berebere digna de enfrentarse a Sulaymán. El permiso de viaje que le había dado el sultán, apenas le llevó a ver de lejos el Atlas. Se dedicó, en cambio, mano a mano con el coronel Amorós, enlace de Godoy en Marruecos, a construir un alocado plan de conquista, exagerando y engrandeciendo cualquier atisbo de realidad, cuando no mintiendo directamente, y llenando la cabeza de Godoy de sueños de conquista en absoluto realizables.
• Al Coyote le da en el hocico que todo este fiasco del Plan de Conquista no era más que una argucia de ambos pájaros (según el Coyote, idea original del coronel Amorós), para sisar a Godoy unos reales, y desaparecer con el dinero. De hecho, eso mismo ocurrió, pero no con ellos sino, precisamente, con el criado que había sido encargado de llevar parte de los dineros – mil duros de la época – desapareció por el camino misteriosamente. Estaba claro, desde el principio, por la personalidad apocada y enfermiza de Badía, que no era el adecuado para tal labor. No era ni un cortesano, ni un intrigante. Sí, en cambio, soñador hasta el punto de la esquizofrenia (o bipolaridad, o como quieran llamarlo): no sólo engañó a Godoy, cabe que terminara engañándose a sí mismo y, de alguna manera, identificándose con aquella personalidad de Alí Bey. También es cierto que hay quien piensa que llegó a convertirse realmente en un musulmán convencido, ya plenamente Alí Bey; tampoco sería de extrañar. No sería el primer espía infiltrado con el que ocurre, en cualquier caso. Es curiosa la actitud de Godoy, poco realista, respecto a la posibilidad de una conquista a Marruecos; casi pareciera una manera de mirar a otro lado, teniendo en cuenta como andaba la situación para él (en aquella época había sido destituido de sus cargos, y actuaba aún en las altas esferas a la sombra del Secretario de Estado, don Pedro Ceballos, a la sazón su primo político). Lo mismo parece que hiciera, mirar para otro lado, con todo el asunto de Bayona, que dejó finalmente España a merced de las tropas napoleónicas.
Total, un mentiroso contando mentiras a un sordo que no quiere oír verdades.
• En una de las cartas enviadas a Godoy por mediación del coronel Amorós, Badía (en un alarde de fantasía total) se declara prácticamente uno de los pretendientes al trono, en caso de que Sulaymán muriese repentinamente. Sigue manteniendo que los jeques de las tribus desafectas al sultán comen de su mano. Hace encargo a Godoy de “dos mil fusiles; quatro mil bayonetas; mil pares de pistolas, y algunas cureñas de campaña de todos calibres con sus avantrenes...” (Carta a Godoy, 5 mayo 1804) Cuando éste lee tan buenas nuevas, envía disposiciones al comandante general de Andalucía, marqués de la Solana, para que prepare todos los efectivos solicitados por el Viajero, además de numerosos artilleros y especialistas. Posiblemente, este comandante, aunque le siguió la corriente a Godoy, no pudo más que imaginar el desvarío de aquella empresa... ¿Por dónde se haría la entrega? ¿En Ceuta? ¿En la isla Perejil? ¿En Chafarinas? De manera que tanto él como el comandante del Campo de Gibraltar, se dedican a realizar las disposiciones de Godoy, con una lentitud extrema, a ver si mientras tanto se arrepentía.
• A última hora, sin embargo, enterado Su Majestad Carlos Cuarto, decidió poner fin a la empresa, pues parecía al monarca actitud traicionera y para nada propia de caballeros aquel soterrado plan de conquista (bastante parecía ignorar el rey que en cuestiones políticas poco brillan la caballerosidad y la honradez; Godoy, ése era harina de otro costal) Aquello debió traer gran alivio a Alí Bey, que ahora tendría la excusa perfecta para no continuar con un plan que no se sostenía por ningún lado.

Advertencia: El siguiente parágrafo es, incluso, más subjetivo que cualquier otro. Crea lo que quiera, a su propio riesgo:

• Como adelantamos en la anterior entrega, la intención oculta de Badía, al emprender su viaje por Marruecos no era otra que hallar los restos de la perdida Atlántida. Y cuando lo dijimos, no era ningún farol. El mismo Alí Bey, en su libro de viajes por Marruecos, en el capítulo 19, se explaya en torno a la cuestión; de hecho, el capítulo es titulado “De la antigua isla Atlántida. – De la existencia de un mar Mediterráneo en el centro de África” La teoría de Badía era la siguiente: según él, hace millones de años, todo el desierto del Sahara era un inmenso mar, y que el archipiélago de la Atlántida estaba formado por la cordillera de los montes Atlas. De la posibilidad de la existencia de un mar interior en el centro del Sahara, Badía lo suponía similar al mar Negro, e incluso afirmó reconocer en algunas formaciones rocosas de lo poco que visitó el desierto como producto de volcanes submarinos, así como explicó el motivo por el que la arena de este desierto es la más fina del mundo. El tipo incluso llega a imaginar que en el interior del desierto aún quizá pudieran encontrarse restos de animales marinos: alucinante visión, la del espinazo de un cachalote en medio del desierto. También trata de explicar los movimientos dunares como el empuje de las mismas olas al llegar a la orilla (de este hipotético mar) – cosa que, según lumbreras de la ciencia, no es así en absoluto. La explicación de los movimientos de las dunas es muy otra, que no desarrollaremos porque no nos interesa.
En cuanto al tema de la desaparecida Atlántida, Badía sigue muy de cerca el escrito del primero que la mencionó: no fue otro que Platón, el filósofo griego que estaba en contra de los mitos, aunque luego él mismo los utilizase como recurso literario. Según declara, sus fuentes son de segunda mano, del gran sabio Solón, al cual le había transmitido dicho conocimiento un anciano sacerdote egipcio de Sais. Platón, principalmente, desarrolla el mito de la Atlántida en sus diálogos Timeo, Critias y República, pero es de suponer que lo hace con alguna finalidad moralizante. Dado que la distancia temporal de Egipto respecto a la Grecia clásica es casi la misma que nos distancia en la actualidad de la misma Grecia, los helenos debían tener en alta estima la sabiduría ancestral de los egipcios (bien es sabido que para sus conjuros y hechizos, los brujos griegos, aunque no sólo ellos, poco después también los latinos, echaban mano de frases de los rezos egipcios, así como numerosos nombres de sus dioses a modo de invocación, todo ello con una sonoridad más bien exótica). Platón, al poner en boca del sacerdote de Sais el conocimiento de la hundida Atlántida, quizá tan sólo tuvo la pretensión de dar a su mito algo de autoridad y reconocimiento. Andando los siglos, según parece, el lingüista, médico y bibliófilo doctor Arias Montano (siglo XVI) se interesó por aquella historia consignada por Platón, y aunque desde entonces muchas teorías – la mayoría absurdas – se han propuesto para interpretar de forma “realista” el mito de la Atlántida, él mismo se acercó bastante a la teoría de Badía, señalando que quizá la Atlántida ocupase un trozo de tierra (¿un istmo, quizá?) que posteriormente se hundió, en lo que hoy es la zona de Gibraltar, es decir que la Atlántida unía de alguna manera Europa y África. La denominación de Atlas a aquella cordillera proviene del mito de los trabajos de Hércules, en concreto el posterior a su robo de ganado del ibérico rey Gerión, donde el héroe debe conseguir las manzanas del Jardín de las Hespérides; pero primero, aparte de fundar Sevilla, según dicen aquellos que pretenden dar un origen digno a una ciudad que surgió de un poblacho de cabañas de palo construido sobre un pestífero lago, Hércules se dedica a separar las columnas de su nombre. La separación de Andalucía respecto a Marruecos es interpretada por Arias Montano como el relato del hundimiento del istmo conocido como Atlántida. Aunque, claro, eso ni siquiera casa con el mito original de Platón. Para hacerse con las manzanas de oro, que proporcionan la inmortalidad según numerosas leyendas y mitos, Hércules debe congraciarse con el titán Atlas, padre de las ninfas que guardan el jardín que recibe su nombre, las Hespérides. Sin embargo, el titán engaña al héroe, y al final deben enfrentarse. Algún alucinado escritor (o quizá no tan alucinado, y más vende-historias estafador, de la misma cuerda que muchos otros profesionales del periodismo sección “misterios”) ha afirmado que la lucha entre el titán y el semidiós olímpico es el recuerdo de una guerra primordial resultado de la cual fue el hundimiento de la Atlántida. Algunas de estas disquisiciones han llevado a algunos a suponer Tartessos los restos de una colonia atlante. De manera parecida, se ha especulado que las Islas Afortunadas, esto es, las Canarias, fueron también los últimos restos de tan esquiva civilización (eso sin contar Madeira, Thera, Creta y algunas más que tienen el dudoso honor de ser consideradas partes supervivientes de una civilización de la que no se conoce ni prueba de su existencia).
• Como decimos, sin embargo, Alí Bey sólo pudo ver de lejos los montes Atlas, y sólo su prolongación norteña. De modo que poco pudo confirmar sus teorías sobre la Atlántida.
• Pero no sólo apenas pisó arenas del desierto, sino que cuando hubo ocasión de hacerlo, estuvo a punto de morir en él por una torpeza. Pero no adelantemos acontecimientos; en 1805, cuando apenas lleva dos años en Marruecos el sultán Sulaymán hace llegar a Alí Bey una misiva en la que lo exhorta a continuar esa peregrinación que decía pretendía llevar a cabo. Sobre todo, el sultán menciona el peligro en que se ponía manteniéndose en el país, puesto que sus actos y palabras referidas a la astronomía, eran entendidos por los lugareños como de astrologías y nigromancias varias, que tenían “por heregia, o infidelidad digna de muerte. Cierra tu boca”, continúa en la carta “, y cierra la puerta de tu casa, pues no sabes lo que son las gentes del Garbi (Magreb) ni la sangre que puede resultar de las palabras.” Después le aconsejaba sobre la ruta que había de realizar para salir de Marruecos: lo envía a Tánger, donde puede tomar algún barco que lo lleve hasta Túnez o Alejandría, donde continuar su peregrinación a la Meka. Aún así, uno de los hijos del sultán, el príncipe Mawlay abd-as-Salam, le entrega cartas de recomendación para otros líderes del mundo islámico. Pero esta marcha aún fue demorada un tiempo, primero una rebelión en Orán hizo impracticables los caminos, aún más con la reducida escolta que le acompañaba. En Uxda, donde se había quedado obligado por las circunstancias, parece que intentó contratar los servicios de la tribu de los Banu Abi Hamdin (esto sobre todo, para alejarse cuanto antes del enrarecido ambiente de la corte del sultán, donde poco faltaría para que fuese reconocido como farsante); sin embargo, a poco de salir de Uxda, son retenidos por las tropas enviadas por el sultán, bajo la orden de no permitirle partir mientras no estuviesen los caminos seguros. Así, sólo después de hacer enviar un mensaje de queja al sultán (o al príncipe, según quien cuente la historia), le es permitido continuar su marcha, pero finalmente a Tánger. Amablemente, le sacaban del país.
• A 3 de agosto de ese mismo año (1805), Alí Bey parte junto con una comitiva de dos oficiales y una treintena de udaias o guardias del sultán, hasta que llegados al borde del desierto dejan a Alí Bey junto con una guardia de árabes. Según narra en sus Viajes por Marruecos, una trifulca entre los soldados a última hora, les llevó a olvidarse de rellenar los odres de agua. Sometidos a jornadas de caminata sin descanso, de luna a luna, y con la amenaza de las revueltas por todos lados, sufrieron y padecieron los rigores del desierto, quedándose sin agua al poco tiempo. Las bestias de carga y los hombres caían por igual, extenuados y deshidratados, dejándolos atrás sabedores de que cualquier retraso sería el final de la caravana al completo. Pierde todo el valioso instrumental adquirido en París y Londres tres años antes. El mismo Alí Bey cae rendido sin conocimiento, perdida ya toda esperanza de salvación. Tiene, sin embargo, la extraña suerte de ser salvado por una gran caravana de “más de dos mil hombres” que avanzaba hacia ellos: a punto de morir, Alí Bey sólo estuvo desmayado apenas media hora. Según parece, su salvador fue un célebre santo y místico de la época, llamado por Bey Sidi Alarbi, conocido entre los suyos como Abu ´Abd-il-lah-Sayyidi Muhammad ´al-´Arabi ibn Ahmad ad-Darqawi, uno de cuyos discípulos inició precisamente la revuelta del Oranesado antedicha, y que amenazaba el buen fin del viaje de Alí Bey. A poco de esto, y con el Viajero ya recuperado, se le obliga a tomar barco en Larache, dejando en tierra a todo su séquito (y a su esposa, porque, sí, se casó de nuevo en Marruecos, debido a que un hombre de su edad y soltero era visto cosa rara según parece; de manera que a todas sus cualidades debemos sumar la de bígamo, o quizá trígamo, puesto que también llevaba con él una esclava negra... qué gañán)

Apuntes finales

• Alí Bey, antes conocido como Domingo Badía, pasó algo más de dos años en Marruecos. Al poco de llegar, la cosa pública se había torcido de tal manera que poco después, España pasaría de los Borbones a los Bonaparte (una temporadita al menos), un reino había cambiado de dueño. Cuando regresó a su país, es de suponer la orfandad que sentiría Badía por su proyecto, ahora que el poder había pasado de manos. Badía tuvo una nueva entrevista con don Carlos, ahora en el exilio; éste le aconsejó que se dirigiera al emperador Napoleón, pues él ya no tenía nada que ofrecerle. Aún mantuvo su entrevista con el corso, y éste le remitió a su hermano José, en aquel momento monarca de España. De todo lo que se habló en la entrevista, poco se sabe con certeza; no es de extrañar que la conversación llevase por derroteros bien ocultos, debido a la fascinación que el propio Napoleón sentía por África, y en concreto por Egipto. Seguramente no hablaron sobre nada de eso, pero tendría sentido (al menos en términos narrativos). Después de algunos años, en los que se muestra como un afrancesado colaboracionista, y pasa algunos años intentando conseguir una pensión en París (?), termina volviendo a ponerse la piel de Alí Bey para el que fue su último viaje.
• El coronel Amorós, enlace de Godoy en Marruecos, desahuciado éste, se hizo con todos los documentos del Plan de Conquista, incluidas cartas bien comprometedoras, e intentó venderlas al gobierno francés, por una fuerte suma. En cambio, Amorós fue prendido y encarcelado. Su memoria se pierde en el pasado.
• Godoy, finalmente, fue destituido con motivo del motín de Aranjuez y la consiguiente traición de Bayona; fue despojado de sus bienes y títulos, y terminó su vida como exiliado en París, donde escribió las Memorias citadas en anteriores entregas, y poco después publicadas, donde desvela toda la trama del asunto de Alí Bey y demás. Aquello fue un golpe bajo para Badía, que hacía poco que había podido publicar sus Viajes por Marruecos, y los había firmado bajo el seudónimo de Alí Bey, pretendiendo hacerlo pasar por un personaje real y aquello echaba por tierra tal pretensión.
• Badía volvió a vestirse una última vez de Alí Bey, esta vez según parece, bajo los designios de Francia; en los caminos entre Turquía y Tierra Santa perdió la vida, creyendo todos que fallecía el sabio Alí Bey, fiel musulmán, que cumplió el hajj (peregrinación a la Meka), al menos una vez en su vida. Injerencias posteriores afirman, sin embargo, que a su muerte aún llevaba un crucifijo al cuello. Unos afirman que fue la disentería la que acabó con él; otros afirman que fue envenenado por miembros del servicio secreto británico, en pugna por aumentar la influencia en países colonizables por los prepotentes imperios victorianos que iban surgiendo por Europa.

Epílogo

Muchas cosas se han quedado en el tintero. Como puede verse por su final, con su viaje a Marruecos Domingo Badía/Alí Bey no agotó su cupo vital de aventuras. Igualmente, por brevedad, no hemos podido, como hubiéramos querido, sincronizar los hechos de su vida con acontecimientos históricos relevantes y que, de alguna manera, influenciaron en él y su circunstancia, directa o indirectamente.
El viejo Coyote me obliga a apostillar que, sobre el secreto de la hundida Atlántida, lo que no saben todos aquellos que buscan su realidad por medio de restos arqueológicos, o explican su hundimiento por rebuscados fenómenos geofísicos, es que la Atlántida nunca ha existido físicamente en este plano material. Aquella, como muchas otras civilizaciones perdidas, co-existe con nuestro plano de existencia y sólo se encuentra unida a él por unos nexos muy débiles y difusos. Si acaso, el mito del hundimiento de la Atlántida simboliza algo es el hundimiento de su recuerdo en nuestro propio subconsciente.
Cuando preguntamos al viejo Coyote a qué se refiere, se pierde detrás de una espesa cortina de humo, divagando de forma inconexa sobre no sé qué de que los planos paralelos y mundos-parásito como la Atlántida, y que Alí Bey sabía mucho más sobre aquello de lo que había contado.
VALE

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