Apoyado cómodamente sobre la mullida pared acolchada, nuestro amigo y vecino, el Viejo Coyote, murmura letanías incomprensibles; golpeándose rítmicamente la nuca contra esa pared, sin percatarse de que un reguero de saliva le gotea barbilla abajo; hubiera golpeado la pared con sus propias manos, y de forma más contundente, de no ser porque sus amables anfitriones le habían proporcionado un atuendo que le ponía a salvo de sí mismo. ¿A salvo de sí mismo? ¿Acaso existía camisa de fuerza que le pusiese a salvo de sus propios pensamientos? ¿Había acaso algún lugar, en esta tierra o en cualquier otro universo nocional, donde pudiese escapar de sí mismo? ¿Algún santuario, lejos de todo y de todos? En la antigüedad, en lo que ha dado en llamarse Grecia y Roma, les había dado por exteriorizar la conciencia individual y proyectarla en la figura de las Erinias, más conocidas como las Furias – no confundir con las Gorgonas, ya que ambas triadas coinciden en disfrutar de una ensortijada pelambre serpentil y en gastar bastante mala baba, todo sea dicho –, las cuales se encargaban, según la tradición, de vengar ciertos tipos de crímenes... qué tipo de crímenes, las distintas tradiciones no terminan de ponerse de acuerdo, pero así generalizando, y siendo como son deidades pre-olímpicas y ctónicas, su principal función era la de vengar crímenes de sangre, convirtiéndose así en paradigmático el caso de Orestes, que como consecuencia de cometer matricidio se encontró acosado por estas Furias incansables que le persiguieron por toda Grecia, y que solamente se vieron parcialmente tranquilizadas cuando el muchacho, en un momento de remordimiento terrible, se arrancó el dedo meñique de cuajo de un bocado, y lo lanzó al río Europo; y aunque con ese acto de auto-mutilación consiguió mitigar temporalmente a las Furias, éstas no se dieron por vencidas hasta que Orestes alcanzó el santuario de Delfos, en aquel tiempo dedicado a Apolo, donde emprendió los primeros pasos para su expiación y purificación... Es ese tipo de santuario, que te mantiene a salvo de ti mismo, aunque en estos tiempos banales y patibularios no fuese más que un santuario químico, el que se superponía con más fuerza en el collage tridimensional de su enfebrecida y multívoca imaginación rampante... aunque bien es cierto que esa catedral gótica que es la conciencia racional ha construido sus cimientos sobre las ruinas de un santuario pagano, repositorio de cierto inasible, impronunciable e irreal subconsciente...
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