En ocasiones, el Coyote proyecta su cuerpo sutil etérico o 'yo astral' hacia atrás en el tiempo. Normalmente, cuando esto ocurre se coloca un despertador o algo junto a él, en previsión y como vía de escape para no verse arrastrado por la marea del flujo temporal, hasta llegar a tiempos remotos y extraños, espacios angulares más allá del mundo conocido (donde rige una geometría ajena a los conceptos euclidianos).
En aquellos no-lugares, al filo de lo posible, aguardan unas entidades que aborrecen con todas sus fuerzas todo aquello que está vivo - en sentido biológico - , pero y sobre todas las cosas, nos aborrecen a nosotros, los seres humanos, más que a nada en este o cualquier otro mundo. Cuando el ocasional viajero del tiempo se ha adentrado muy atrás en los corredores de la historia, llega un momento en que, sin quererlo, alcanza ese no-lugar donde habitan estas entidades. Una vez te perciben, ya puedes volver a tu época que estas criaturas pueden seguir tu rastro, avanzando a través de ángulos imposibles, y te alcanzarán allá donde te encuentres...
Belknap Long se refirió a ellos como los "perros de Tíndalos".
En el resto de ocasiones en que (voluntariamente o no) el Coyote ha proyectado su conciencia en el pasado, sin embargo, ha vuelto indemne, y con unas ideas muy peculiares de la historia. Por eso no puede evitar carcajearse tanto de los que se envanecen con la idea de Progreso como de aquellos nostálgicos que idealizan épocas pasadas. De forma colateral, cuando surge algún debate en torno a personajes históricos relevantes, hacemos bien reconsiderando los comentarios despectivos o laudatorios (la mayoría, de los primeros) que suelta de repente el Coyote, dejándonos con la palabra en la boca. Parece como si realmente hubiese conocido de primera mano a aquellos personajes, desmitificándolos por completo, o alumbrando aspectos inesperados de su biografía.
Esto ocurre con René Descartes, padre de la filosofía moderna.
La relevancia que alcanzan algunos personajes históricos, en ocasiones, es a posteriori, hay que considerarla de manera retrospectiva. En su época, este Descartes no tenía ningún peso específico; sí, en cambio, los reyes y sus consejeros, los jerarcas de la Iglesia, e incluso banqueros y comerciantes (por no decir los agitadores religiosos tipo Lutero, Calvino o Savonarola). De los actos y decisiones de estos dependía la pervivencia de naciones enteras. La vida de Descartes, en cambio, aconteció de forma casi anónima, a excepción de sus allegados y de la comunidad científico-filosófica con la que se relacionaba – y no, no nos estamos refiriendo a los Rosacruces.
Sin embargo, con el discurrir de los años, se ha visto que la influencia que este filósofo, matemático y geómetra francés, ha tenido para la conciencia colectiva ha sido de una importancia absoluta. De hecho, se puede decir que gracias a su labor, la visión del mundo (su misma forma y fundamentos) ha cambiado profundamente desde el mismo momento que sus concepciones filosóficas y científicas empezaron a provocar reacciones (a favor o en contra) en el mundo de las ideas. De hecho, podemos considerarle no sólo el padre de la filosofía moderna – cosa que, en sí misma, podría tener una relevancia secundaria y relativa; también, y sobre todo, Descartes ha sido el padrino de la mentalidad racional occidental.
Por supuesto, este método de pensamiento (el racional) venía gestándose desde eras atrás (ahí están Parménides y Aristóteles, en el principio, y Galileo, Kepler y Copérnico, como directos precedentes de Descartes); pero las condiciones históricas para que esta forma de comprender la realidad circundante se implantase de forma colectiva en occidente sólo estuvieron a punto en la época de Descartes. Y es algo característico de occidente: que la emergencia del pensamiento técnico-científico, y su estatus como modelo de conocimiento, dejase de lado y de hecho devaluase cualquier otra forma de conocimiento – la sabiduría tradicional, el mito, el pensamiento religioso o místico, verbigracia. ¿Por qué, en Europa, tenemos que poner en duda nuestras creencias a la primera de cambio, cada vez que salen a la luz ciertas evidencias? Veánse si no, un Darwin o un Galileo, por ejemplo.
Por regla general, se suele dar una importancia secundaria a la filosofía, como si ésta fuese un adorno externo a la sociedad; en el fondo, la filosofía influye en nuestra forma de ver el mundo de una manera tan sutil que ni siquiera solemos darnos cuenta. Hoy día, donde prima el pragmatismo, se desestima la filosofía por ser poco práctica: la filosofía “no sirve para nada”. Sin embargo, las ideas que los filósofos dan a luz se van implantando en nuestro horizonte de expectativas, de manera que abren caminos a posibilidades (políticas o científicas) que anteriormente a ellos ni siquiera se planteaban. Ideas y convenciones que tenemos fuertemente establecidas, nunca hubiesen podido desarrollarse si alguien no las hubiese pensado por vez primera. Alguien tiene que hacerlo.
Descartes no suele caer bien. El Coyote no tiene muy buena opinión de él; Descartes es el adalid de la Razón en la modernidad. Con él, y otros como él, se culminó el proceso de “desencantamiento del mundo” y se dio comienzo otro proceso, éste de consecuencias inquietantes: La implantación de la visión técnico-científica del mundo, la realidad como la Proto-máquina. Y hay que reconocer que el tío no empieza mal, con su método de la duda y demás, pero las conclusiones son terribles. Pero antes de entrar al trapo, habría que hacer un “breve” inciso sobre un fenómeno que dio comienzo sólo un par de siglos atrás: el jesuitismo.
No, no voy a hacer una apología de una supuesta conspiración mundial jesuita; para eso ya están Dan Brown y todos sus adláteres. Además que el jesuitismo no es más que la forma depurada en la que siempre ha actuado la Iglesia Católica a lo largo de la historia. Algún loco dijo que el cristianismo era como un virus; y no estaba muy desacertado, el pobre orate. El cristianismo en su más experta y depurada forma: la Iglesia Católica, como un virus, se expande. Ante los cambios históricos, como la gripe, el cristianismo muta y se fortalece. No hace falta volver a evidenciar cómo el cristianismo, para hacerse popular ha asimilado numerosas festividades paganas, así como transfigurado personajes míticos que han pasado a formar parte del santoral. Hay que tener en cuenta que el cristianismo, esencialmente, es una religión universalizante (Universitas Christiana, que decían antaño; sólo de pensar en el concepto me entran escalofríos...), y como tal pretende expandirse en progresión geométrica hasta el infinito. De manera que el cristianismo se apropia de toda realidad circundante, y siempre que aparecen nuevos mundos trata de irrumpir en las creencias ajenas, movidos por su misión evangélica (ejemplos: América, China, etc...)
De igual forma hace con las ideas, el cristianismo. Y en esto se han destacado admirablemente los miembros de la Compañía de Jesús. Los jesuitas se han especializado en tomar toda idea novedosa que pudiera resultar una amenaza para el dogma, estudiarla a fondo y hacerla suya, hasta que por fin pasase a ser inofensiva. No son los únicos, desde luego. En todo movimiento, artístico, filosófico, político y científico revolucionario, con unas mínimas posibilidades de despertar algunas conciencias, siempre ha habido un jesuita especializado en ese tema. Por favor, si hasta tienen un jesuita evolucionista, el padre Teilhard de Chardin. Pero, cuidado, el peligro de esta forma de actuar está en que esas ideas, en su origen revolucionarias, una vez pasadas por el filtro interpretador del jesuita, pasan a ser otra parte más de la realidad conquistada por su visión del mundo (del mundo según el cristianismo, claro: el cuerpo como cárcel del alma, la vida como valle de lágrimas, etc. Bonito panorama). Estas ideas, con el lavado de cara, no son en absoluto inofensivas, son parte de la máquina. Con su insidiosa lógica, pasan a formar parte del arsenal enemigo, como otras formas de mantener la conciencia adormilada y encerrada, el ego aprisionado y en actitud patética y lastimosa. Los jesuitas, al menos durante una larga época, han formado parte del cuerpo de carceleros de esta realidad.
Tanto de lo mismo ocurre con Descartes, quien por cierto estudió en el afamado colegio jesuita de la Fleché.
Como decíamos, el tipo comienza muy bien; pone en entredicho la veracidad de los datos de nuestros sentidos (cosa que ya se venía planteando desde Platón y su famoso mito de la caverna; pero no sólo, claro está, que los brahmanes indios ya venían hablando del velo de Maya, y los budistas del ciclo del Samsara, pero bueno...) O sea, que plantea la hipótesis del mundo como engaño y la imposibilidad de un conocimiento esencial y perdurable de las cosas. Y no sólo eso, parece que Descartes tenía alguna idea de por dónde iban los tiros, e incluso plantea la hipótesis del Genio Malvado. Me encanta esa idea: la de un demiurgo que se regocija provocándonos el error, y comprobando la cantidad de maldad que puede el hombre acumular por defender una idea totalmente falsa. En el fondo, no nos hace falta ningún genio malvado, nosotros mismos ya somos capaces de distorsionar nuestra perspectiva y perseverar en el error, sin ayuda de ninguna entidad superior (e incluso prefiriendo las mentiras consoladoras a las verdades desnudas).
Qué fantástica esa duda metódica que desarrolla el amigo Descartes, prácticamente calcada del insigne médico escéptico Francisco Sánchez (de nacionalidad discutida aún por los dos países ibéricos). Si puedo poner en duda todo lo que conozco, al menos tengo una certeza: que dudo – cosa tan antigua como Sócrates y su “sólo sé que no se nada”. Y de ahí se sigue la segunda certeza: dudo, luego existo. El padre Gassendi – otro jesuita, pero éste de un carácter bastante especial, escéptico y atomista, del que quizá hablemos un poco más adelante – cuestionó a Descartes que, si por todo fundamento del conocimiento tan sólo tenía la duda, ¿qué le impedía, por tanto, dudar de esa duda?¿Y qué, dudar de esa otra duda, que dudaba de la primera duda? Y así sucesivamente...
Pero el paso más importante que da Descartes, a partir de ese comienzo metodológico, es fundamental: Pasa de la evidencia de la existencia en base a la certeza de que dudaba, a reconocer la existencia en base a la seguridad de que, si dudaba, eso significa que (como mínimo) pensaba. Por lo tanto: Cogito ergo Sum. Pero esta conclusión le lleva por derroteros bastante escabrosos, que dejaremos para una próxima entrega. El Coyote insiste en que pongamos lo siguiente: Fundamentar la existencia sobre el pensamiento es una extralimitación: según esto, la teoría de Descartes no sólo atañe al hombre. También piensan ángeles y demonios, dioses y fantasmas, y demás espantos. ¿Puede, entonces aplicarse su teoría a estos otros seres pensantes?
Habría que preguntárselo a ellos.
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