viernes, 7 de marzo de 2008

Exquisitos Carceleros: René Descartes (y II)

Como decíamos, al Coyote no le cae bien Descartes.

Bueno, en realidad no es que le caiga mal, más bien le parece un personaje triste y un poco cobarde. Ya le vale, al Descartes: el tipo murió porque pilló una neumonía, cuando fue invitado por la reina de Suecia para que ejerciese de su preceptor; y, por lo visto, todo ello agravado con que la Cristina de Suecia le obligaba a madrugar diariamente (que era cuando a ella le gustaba dar largos paseos, al amanecer reflexionando sobre lo humano y lo divino, de esos paseos que llaman peripatéticos). De manera que el amigo Descartes, acostumbrado al parecer a despertarse bien entrada la mañana, y aún se quedaba unas horas allí tirado, meditando sobre abstrusos constructos metafísicos y enrevesadas geometrías, cuando tuvo que empezar a levantarse con los maitines, aquello le sentó como un tiro.

Se conoce (según el viejo Coyote) que esta costumbre de estar hasta las tantas de la mañana tirado en el camastro debía venirle de su época en que se juntaba y, es de suponer, trasnochaba, con el círculo libertino, también conocidos como los "pirrónicos" (estos libertinos, por cierto, también tienen su participación estelar en la somnífera novela de Umberto Eco, "La isla del día de antes").

Estos pirrónicos debían ser algo así como una mezcla entre Cyrano de Bergerac y Porthos: espadachines y eruditos, mujeriegos y polemistas. Se les conocía como "pirrónicos" porque se declaraban seguidores de la doctrina escéptica. Con tremenda frivolidad, en tugurios de mala muerte a altas horas de la noche, rodeados de prostitutas, tahures y truhanes, rebatían toda teoría que se les presentase - y no sólo filosóficas, provenientes o no de la caduca escolástica. Se atrevían, al parecer, incluso con la teología y la religión, y de hecho el Coyote es de la opinión de que a estos cualquier enfrentamiento dialéctico que se les presentase era recibido como si fuera un duelo esgrimista.

Y cuando decíamos que eran una mezcla de Cyrano y Porthos no era por nada. Entre los libertinos podíamos encontrar nobles, hidalgos (muchos de ellos de carrera militar), e incluso clérigos de moral más bien laxa, o permisiva. Podemos citar entre otros al padre Mersenne y al padre Gassendi. Como decíamos, Descartes frecuentó estos ambientes y casi da la impresión de que ese comienzo metódico de la duda es un tributo a estos espadachines escépticos, que celebraban la imposibilidad del conocimiento, y del papel del hombre, semejante al de una mosca en el devenir del universo, brindando con vino de Borgoña y demás.

Es de suponer, o al menos eso supone el viejo Coyote, que al papanatas cartesiano debían ponerle sumamente nervioso aquellas conversaciones, y de hecho casi puede verse aquí el motivo por el cual comienza sus meditaciones con esa famosa duda metódica, a modo de reacción (las personas de mentalidad ordenada no aceptan la nada, temen el vacío con un horror abismático; ése es su mayor error). Comienza con la base aceptada de sus correligionarios libertinos, esto es, que toda percepción de la realidad, en cuanto tal, es susceptible de ser puesta en duda. Comienza, pues, desvalidando cualquier conocimiento anterior y, según Descartes, “comenzando de cero”. En cambio, sí que reconoce la validez de la Razón como rasero con el cual discriminar conocimientos verdaderos de conocimientos falsos, sueños y demás. Y aquí es donde empieza a meter cada vez más y más la pata, según la humilde opinión de quien esto escribe.

Teniendo, pues, a esa Razón como frío escalpelo con que desollar a la realidad (y, sobre todo, a los mundos que la componen), Descartes separa la realidad en dos mundos total y aparentemente inconciliables: el pensamiento y la materia. Como decíamos, el hombre es un “ser pensante” (lo que podría traducirse, en términos religiosos, como alma, aunque sería más cercano al concepto de psique), y al mismo tiempo es un “ser material” (esto es, cuerpo). Sin embargo, la base de la existencia de este hombre, según Descartes, no se funda en su corporalidad, sino en su pensamiento, en el hecho de que piensa. Y ahí yerra el bueno de René, porque el ser humano, principalmente, es cuerpo (con todo lo que conlleva, incluyendo la manipulación de nuestro organismo y de sus endorfinas, que nos empuja a uno u otro estado de ánimo, sin que siquiera nos percatemos). Y no sólo eso, sino sobre todo estamos fundamentalmente determinados por nuestro ser corpóreo, y esta determinación incluye al pensamiento y a nuestra manera de comprender el mundo que nos rodea. Pero con Descartes no, según él, nuestro cuerpo es algo totalmente accesorio y desdeñable, hasta el punto de que crea la imagen del hombre como un autómata conducido por un ángel.

La objeción principal que puede hacerse (y que se ha hecho) está en el punto de conexión entre pensamiento y materia. Porque, claro, si lo material sólo puede ser puesto en movimiento por alguna otra cosa material, ¿cómo puede el pensamiento ordenar al cuerpo que se mueva? Las respuestas que a este respecto se han dado han sido variopintas, a lo largo de la evolución del pensamiento racionalista. Descartes primero metió a Dios, que garantizaba la coordinación entre ambas esferas de realidad; más tarde habló de la estupenda “glándula pineal”, que es un órgano que también sirve para detectar las auras, y se encuentra a la altura del chakra Sahasrara, más o menos. El padre Malebranche, en su Recherché de la Verité, radicaliza las posturas de Descartes, negando cualquier interacción entre ambos mundos, que sólo caminan coordinados porque Dios (en su infinita y omnisciente sabiduría) da la ocasión para que acontezca la coincidencia. Como se comprenderá, esta posición deja al hombre poco o ningún lugar para la libertad de elección.

Leibniz, el mayor adalid de la Razón de su época – rivalizando incluso con Newton – lanzó su teoría de la “armonía preestablecida”, según la cual, desde el Principio, Dios lo había establecido Todo, para que pensamiento y materia marchasen sincronizados y en armonía. Lo cual llevó al muy capullo a afirmar que éste debía ser “el mejor de los mundos posibles”. Se conoce que el tipo no debía pasar mucho frío por las noches, y seguramente terminaba el día con la panza llena, y bien pagado de sí mismo.

Pero volviendo a Descartes; después de soltar tamaños dislates, provocados por un exceso de sentido común, el bueno de René se pone a desglosar una serie de conocimientos que, al parecer, todos llevamos inscritos o implantados desde antes incluso de nacer. Estos conocimientos innatos pueden ser refrendados por la Razón y su depurativo rasero. Tienen la categoría de universales y eternos; entre ellos encontramos, por supuesto, las matemáticas y la geometría (euclidiana, claro); también, entre otros conocimientos innatos, según René, se encuentra implantada en nuestra memoria regresiva la “idea de Dios”.

Obviamente, Descartes tuvo que ceder, y no poco, al paradigma que le tocó vivir; de ahí que el viejo Coyote lo vea como un cobarde en toda regla, pero en fin. Desechemos, entonces, de componentes accesorios a su teoría, y tratemos de visualizar la imagen del mundo que queda entonces: El mundo encerrado en una enorme cárcel de ecuaciones y gráficos, de figuras geométricas inscritas dentro de otras figuras geométricas; ésa debe ser la única Verdad, la matemática y la geometría rigen nuestra realidad, y la reducen a números y proporciones. Son eternas y universales, sobrevivirán al hombre (otro engranaje más del Reloj universal).


PostData: El viejo Coyote insistía en que ahí fuera había un extraño limbo, sospechosamente supralunar, donde las estrellas y los planetas son como esferas, y su movimiento es descrito por órbitas perfectamente calculadas. Al parecer, flotan dispersas por allí ecuaciones, números complejos, ideas matemáticas y árboles semánticos de segundo orden. Siempre según el Coyote, algunos científicos realmente nunca mueren, sino que “ascienden” a ese extraño plano conceptual, donde su ego se termina asimilando a alguna de esas ideas matemáticas. En el fondo, eso de la contraposición cuerpo/alma, o materia/pensamiento, es el resultado de una típica actitud occidental economicista y reduccionista (los antiguos egipcios tenían la creencia en dos o tres almas distintas; la cosmología budista tiene diez cielos y otros tantos infiernos, uno para cada estado del alma, lo cual lo hace todo más interesante, y mucho más divertido).


PostPostData: Hay veces en que se agradece que el viejo Coyote sea en realidad un tipo taciturno y disgregado. Ignoramos qué sería del mundo si fuese coherente, ordenado y coherente.

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