En una excursión onírica/pesadillesca que realizó el Coyote hará algún tiempo terminó llegando a las mismas puertas del Inframundo (de uno de ellos, al menos). Según parece, todo era de un color gris ceniza. Asomando el hocico por encima del muro, pudo ver cómo vagaban por allí seres que nunca han existido – al menos en sentido biológico. De manera generalizadora se les ha llamado, simplemente, demonios. Pero esta categoría empequeñecería la variedad de criaturas que por allí pueden encontrarse. De hecho, los demonios comunes parecen ser de los más aburridos del lugar.
Entre otros, el Coyote creyó distinguir polvorientos ángeles caídos, orgullosos en su destierro y con sus hermosas alas de cisne transmutadas en alas de polilla, rotas y ajadas. Para el Coyote resultan un poco repetitivos.
También vio lo que creyó podían ser seres meta-dimensionales, casi desconocidos en la tierra mortal, y que a simple vista parecen un amasijo incoherente de tentáculos, apéndices, zarcillos y otras extremidades orgánicas. De estas criaturas más viejas que el tiempo, se tiene levemente noticia en ajados y olvidados grimorios, y allí se les dan nombres casi impronunciables, tales como Hziulquoigmnzhah, Tsathoggua o Cxacxukluth, entre otros. Contemplar a estas entidades desenvolverse en el espacio cuatri-dimensional ha llevado a la locura a más de uno. De hecho, actualmente, excepto en alguna degradada y endogámica secta casi extinta, los nombres de estas criaturas ya solo resuenan en los pabellones psiquiátricos.
Llamaron sobre todo la atención del Coyote una enorme cantidad de sombras que pululaban por allí, y que de alguna manera encarnaban pesadillas y temores más profundos del ser humano. Tenían formas y aspectos completamente diferentes unos de otros, tantos como miedos puede tener un hombre (de los más antropomórficos, vio payasos, médicos, policías, vagabundos y gitanos, todos experimentados asustaniños). Pero decidió ignorarlos, por su bien, puesto que estos seres se alimentan y ganan fuerza, precisamente prestándoles atención. Por un momento temió encontrarse con el temible Hombre del Saco, o algún otro monstruo de su infancia.
Pero, de entre todas esas criaturas, las que más pena dieron al Coyote fueron los dioses exiliados. Cuando el cristianismo y la filosofía racional se implantaron en la mente de los mortales, una gran cantidad de dioses paganos se vieron arrebatados de sus tronos, y exiliados a las tierras sin sol, que debían compartir con otras extrañas criaturas, las cuales les desdeñaban y no les mostraban ningún respeto. Eso, los dioses que no se vieron asimilados por la figura del Dios Padre – muchos aún lloran la desaparición de Zeus, aunque el Coyote no entiende muy bien porqué.
No pudiendo dejar pasar la oportunidad, el Coyote saltó el muro, y se acercó a uno de aquellos dioses, esperando que le contase su historia. Dio con un joven de aspecto melancólico, y ademanes excesivamente lánguidos, como si hiciese mucho tiempo que no interpretase su papel y le costase trabajo volver a hacerlo. Resultó ser Baal, principal deidad de los fenicios, al menos durante un tiempo. Como dios fue reverenciado en Ugarit, Sidón, Biblos, Arad, y su culto se extendió hasta Qart-Hadašh, y otras ciudades antiguas de nombres igualmente exóticos.
Con la muerte de su último sacerdote, hace milenios, Baal pudo comprobar su inevitable decadencia, frente al Dios Único de los hebreos, y se vio relegado a los infiernos, al país sin retorno. Desde allí sólo era recordado ocasionalmente, para ser denigrado como un demonio al que se ofrecían sacrificios humanos, y poco más. Durante un tiempo, siguió alimentándose de los desvaríos de ciertos de hechiceros y demonólogos medievales, pero aquella época fue oscura, y todo pasó muy rápido. Actualmente sólo era despertado del sopor que le envolvía, en alguna ocasión en que algún erudito lo recordaba, estudiando algún tratado de civilizaciones antiguas. Pero aquel era un exiguo manjar. Los dioses necesitan algún sacrificio u ofrenda, a ser posible sangre fresca. Pero, sobre todas las cosas, los dioses necesitan creyentes.
El Coyote le preguntó sobre su papel ancestral. Durante su época de apogeo, su existencia divinizada se resumía en repetir todos los años sagrados el mismo drama mítico, que los hombres reproducían en sus rituales religiosos. Su propia historia personal coincidía con el ciclo de las estaciones agrícolas anual. Cuando llegaba el verano, y comenzaba el calor estival, en la época de la cosecha, su hermano (o su tío, que ya no se acordaba muy bien) Mot le segaba la vida, expulsándolo al Inframundo, donde pasaba el resto del año. Hasta que su hermana/esposa Anat (o Astarté o Tanit, que tampoco queda muy claro), algunos dicen, mediante el sacrificio multitudinario de bebés al distante dios supremo de los cananeos, El, conseguía resucitar a Baal y sacarlo del Inframundo. Entonces, volviendo Baal de entre los muertos, se unía a su pareja Anat, y con sus actos de amor, generaban fértiles lluvias, inaugurando la primavera un año más.
Los seguidores de Baal repetían esta gesta mediante el sacrificio ritual, acompañada con algún tipo de orgía ritual también, aunque todo esto de los sacrificios parece que se ha exagerado por la propaganda anti-fenicia de los judíos, por un lado, y la anti-cartaginesa de los romanos, por otro. Que sacrificaban niños era seguro, los arqueólogos han encontrado restos de esqueletos infantiles que lo evidencian; aparte, ahí delante tenía el Coyote a Baal para confirmárselo. De hecho, si cuando se acercaba la primavera no se le hacía algún sacrificio, aunque fuese algún animal en sustitución, entonces Baal no podía subir del Inframundo, para repetir el ciclo otro año sagrado más.
Y ocurrió que, con la muerte de su último sacerdote, ese sacrificio dejó de hacerse, y Baal había quedado en el Inframundo, exiliado y desorientado para siempre. Otro había suplantado su papel de muerte y resurrección anual en primavera, aunque lo que más confundido tenía a Baal era que, en este caso, se habían invertido los papeles: el dios se había sacrificado por los hombres, y no al revés...
Parecía que Baal iba entonces a contar algo que tenía mucha importancia, cuando el despertador llamó al Coyote, para que atendiese sus asuntos al otro lado de la vigilia.
PostData: El Inframundo anteriormente señalado no se corresponde con el infierno cristiano donde van las almas de los pecadores. Si van a algún lado las almas de los difuntos, después de su muerte, eso sólo lo saben ellos. A este Inframundo se puede acceder desde el sótano de la mente, aunque es poco aconsejable porque puede despertar potencias que se encuentran profundamente dormidas, enterradas en nuestro subconsciente, y pocas psiques salen indemnes y con la cordura intacta. El Coyote y los malabarismos que hace con su cordura, eso es otro cantar. Así es él, le encanta estar en la cuerda floja.
3 comentarios:
Interesante viaje del Coyote. Lástima que el despertador jodiese la marrana (como siempre). Me pregunto si el Coyote a su regreso sintió rencor hacia el hombre, ya que desterró a la deidad contertulia y (para colmo) creó el despertador.
Aprovecho para dejar caer, como el que no quiere la cosa, que Ricki 44 sale del stand-by y comienza a evolucionar en la red. Todo ser con acceso a Internet ya puede licuarse voluntariamente los sesos cabalgando a lomos del Rock Psicofónico.
ANDA
...por cierto:
www.myspace.com/ricki44
ANDA
Tomamos nota en el Blues del Coyote. Algunos de los miembros del equipo siempre han sido acérrimos profetas del Rock Psicofónico, pero... ¿cómo explicar a nadie qué es el Rock Psicofónico, cuando nunca han vivido la experiencia de Ricki44?
Coyote dice: Hay muchas puertas, y maneras de viajar a otros mundos; la música es una de ellas. Y además muy potente.
P.D: ¡Linkeado!
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