miércoles, 24 de diciembre de 2008

Sacerdocio de Aarón, sacerdocio de Melki-Tsedeq

Podríamos estar hablando de sabiduría perenne; podríamos estar hablando de Tradición (así, con mayúscula); incluso de ascesis y gnosis. Pero, en el fondo, estamos hablando de aquello que el ser humano puede llegar a creer, sobre él y sobre el mundo que lo rodea – visible o invisible. Estamos hablando de la capacidad infinita del ser humano para creer cualquier cosa.

Y, en cuanto a creencias, para el Coyote sólo alcanzan la categoría de válidas para la vida, aquellas que te ayudan a continuar adelante; toda creencia que incluya sacrificio, resentimiento, una aceptación acrítica y dogmática de ella misma, no merece la pena ser tenida en cuenta, más que como una anécdota en la evolución espiritual de la humanidad. Aunque es cierto que, de anecdóticas, algunos conjuntos de creencias han pasado a convertirse en verdaderos escollos para esa evolución tanto tiempo pospuesta.

Y es que, como las muletas, las creencias sólo deben servirnos de apoyo en el momento en que nos son precisas; cuando nuestra pierna se ha curado, debemos saber dejar atrás esas muletas: de lo contrario, nos acostumbramos a ellas, y se convertirían en imprescindibles, y nuestras piernas se deformarían irremediablemente por el uso innecesario de éstas. Algo parecido le ocurre al ser humano con respecto al planeta; llevamos muchos siglos amparados a las faldas de mamá; sus pechos se agotan, sus caderas se estrechan. Aquejados del típico egoísmo infantil, nos negamos a ver que el momento de dejar el nido ya llegó hace tiempo.

A todo esto, y según el Coyote, está por ver si las condiciones y limitaciones que el ser humano ha puesto sobre sí mismo, no han terminado ya con cualquier posibilidad de que la filosofía perenne tenga vigencia aún. La implantación a nivel global de ciertas estructuras económicas, han dado lugar a que prácticamente cualquier creencia tenga cabida dentro de ellas, y todas al mismo nivel de ineficacia: actualmente, se puede sostener el ateísmo materialista, el budismo zen o el cristianismo ortodoxo, con las mismas consecuencias espirituales en cualquiera de los tres casos, esto es, ninguna. Ninguna creencia está por encima de otra, en el sistema global/neoliberal; lo importante es que se mantengan las condiciones materiales, y no de ningún otro tipo, a costa de lo que sea. La llegada del Mahdi, del Mesías, o del Segundo Advenimiento, no tiene ninguna relevancia; mientras el sistema económico se mantenga estable, la sociedad puede seguir creyendo lo que le venga en gana. Aunque esta creencia sólo le valga para soportar el día a día, para sostener con firmeza la venda, para acorazarse frente al desequilibrio que ayudamos a aumentar con nuestra inacción día tras día; aunque esta creencia no le sirva en absoluto para conocerse mejor a sí mismo, y poder así avanzar en la sinuosa y umbría floresta de la evolución espiritual.

Y eso sin contar con las innumerables herejías y deformaciones que provoca esta desorientación espiritual; hablemos de Ramtha, por ejemplo: la Fundación Ramtha para la Iluminación, con sede legal en los U.S.A., fue fundada por la médium J. Z. Knigth, un ama de casa de Tacoma, Washington. Según se cuenta, ésta comenzó a canalizar comunicaciones de un espíritu de avanzado nivel, quien en vida mortal había sido Ramtha, un bárbaro mercenario de la antigua Lemuria. A lo que parece, la tal Knigth hizo una buena ensalada entre las novelas de Conan de R. E. Howard, y los manuales de teosofía de la Blavastky. Por supuesto, los mensajes enviados por Ramtha adolecen todos de esa semántica neutral e ineficaz, que numerosos espíritus ficticios de numerosas sectas han revelado a la humanidad, ya se sabe: Paz y Amor universales. ¿Y qué hay de los casi desconocidos “encantadores de serpientes”, casualmente de origen también norteamericano, en este caso Alabama, Luisiana y otros estados del sur? Como herejía del cristianismo, los encantadores se basan en unos versículos de la Biblia, donde se afirma que los que sigan a Jesús no deberán temer ponzoña de serpientes, o algo parecido. Pues bien, en las misas, que se dilatan durante horas, los predicadores juegan con peligrosas serpientes venenosas, se las pasan por encima, y terminan entrando en estados casi extáticos de conciencia. Curiosamente, el fundador de este heterodoxo movimiento murió mordido por una de estas serpientes. Y ni tan siquiera hemos mencionado el espiritismo, las sectas OVNI-cristianoides, la new-age o el Opus Dei.

Hablamos, por tanto y de una forma muy generalizada, de dos maneras diferentes de entender la vida y la evolución espiritual. El sacerdocio de Aarón y el sacerdocio de Melki-Tsedeq.

Sobre Melquisedek narra el Génesis que era el rey-sacerdote de Salem (en concreto su título es rey de justicia en Salem, signifique eso lo que signifique), contemporáneo a Nimrod y su torre de Babel; reconocido por su sabiduría, ya era sacerdote del Altísimo, antes de que Abraham hubiese aún fundado la larga estirpe del Pueblo Elegido. El bueno de Abdel Wahid Yahia, René Guenon para los gentiles, señalaba que en la figura de Melquisedek, se representa la encarnación del concepto de Rex Mundi en la tradición judeo-cristiana, y en Salem su equivalente para el reino subterráneo de Aggartha; superior a Abraham, él lo bendice, e incluso instituye la tradición del diezmo, que el patriarca ofrece a Melki-Tsedeq.

Aarón, en cambio, es quizá algo más conocido, puesto que aparte del Antiguo Testamento, ha aparecido en algunas películas basadas en el Éxodo y la vida de su hermano, Moisés, que se narra en el Deuteronomio y otros Libros. Con el establecimiento del sacerdocio hebreo, en la tribu de Leví (a la cual pertenecía Aarón), también se establece un diezmo, pero éste porque los sacerdotes deberán estar exentos de trabajos manuales, y dedicarse exclusivamente a los servicios del templo; no es ya, por tanto, el reconocimiento de una superioridad, tanto en cuanto autoridad temporal (pues Melquisedek era rey de Justicia), como en autoridad espiritual (siendo simultáneamente sacerdote del Altísimo). Es la diferencia fundamental entre estos dos órdenes sacerdotales.

A partir de la institución del sacerdocio de Aarón, el poder terrenal y el espiritual deberán marchar separados; así ha de ser, pues de ello depende la supervivencia de Israel. Intérpretes heterodoxos de la Biblia, tal como el bueno de Baruch Spinoza, han entendido la historia de la nación israelita, según se cuenta en el Antiguo Testamento, como una oscilación entre la necesaria separación de las dos autoridades, espiritual y temporal, y la interferencia histórica entre ambas, la cual explicaba los momentos de zozobra del pueblo de Israel. Y de cualquier otra nación, puesto que Spinoza escribía para el europeo moderno, y con la intención de que se tomase como modelo de separación de poderes lo expuesto en el Antiguo Testamento, a ese respecto. Y no sólo, pues, en los largos siglos de la Edad Media era motivo de disputa teologal (y no sólo, también y sobre todo, de cruentas guerras) las atribuciones que correspondían al papa en cuestiones terrenales, y a la inversa, hasta dónde podía meter mano el rey o el emperador en cuestiones espirituales. Ahí está por ejemplo, el famoso Leviatán de Hobbes, un cuerpo formado por todos los hombres (el Estado), en cuya cabeza reposaba la corona de la autoridad soberana, con el poder terrenal – la espada – en una mano, y el poder espiritual – el cetro – en la otra, bien separados. Y, desde entonces, el objetivo de humanistas, ilustrados, liberales y otros, no ha sido otro que apartar a la Iglesia patriarcal y paternalista de la influencia de la evolución social y política del ser humano hacia su emancipación. Que lo que haya sustituido a la Iglesia en ese papel sea algo mucho peor, eso ya es otra cuestión.

Como dato anecdótico (o quizá no tanto), Guenon señala a Melquisedek como el representante de una estirpe de reyes-sacerdote, que enlaza con los apócrifos y legendarios reyes magos – llamativa se presenta entonces la similitud etimológica con el nombre de uno de ellos, Melki-Or. Todos ellos, preservadores de una Tradición anterior; esa que desde el centro original irradiaba sus conocimientos, que en parte ha cristalizado en tradiciones particulares, y que en esencia es esa filosofía perenne que reveló para las masas Aldous Huxley, entre otros. Cuando los reyes magos se presentaron en el pueblecito de Belén (Beth-Elem, o la Casa del Señor, en una etimología espuria), y realizaron la consabida adoración del Niño Sagrado, estaban, pues, dando lugar a un reconocimiento por parte de la Tradición de un nuevo orden en el mundo. Y, más allá, Guenon llega a asegurar que estos “magos de oriente” son enviados del Aggartha, el centro original de transmisión de la Tradición en este Ciclo, que ratifica este hecho. Aunque algunas tradiciones cristianas listan a estos reyes magos en número superior a tres: el cuarto rey, el Artabán de las leyendas, por ejemplo, que se entretuvo tanto por el camino en actos de caridad, que sólo pudo llegar a ver al Cristo ya en su momento de crucifixión; o los cristianos armenios, que tienen entre siete y nueve reyes magos.


Sin embargo, para esta interpretación tradicionalista de Guenon, es conveniente que sean tres: cumpliendo así cada uno una de las funciones tradicionales que, tanto al Rey del Mundo de las leyendas del Aggartha, como al veterotestamentario Melquisedec se les han atribuido. Esto es, el oro que se le ofrece representa la soberanía terrenal (por “rey”); el incienso, que representa la soberanía religiosa (por “sacerdote”); y, finalmente, la mirra, que representaría en este caso la soberanía espiritual (por “profeta”).

¡Feliz solsticio de invierno y feliz muerte/renacimiento del Sol!

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