martes, 9 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Primera Entrega

1. La sombra en el quicio de la ventana


Charles Beauremont, reputado anticuario y especialista en incunables, siempre había sospechado que el ser humano vive en una plácida isla de ignorancia, rodeado de los vastos océanos de la eternidad. Encontrar en una librería de viejo de la antigua judería un ejemplar del nefasto “Liber Hyperboreas” que se creía perdido hasta ese momento, se lo confirmó. Después de pagar su desorbitado precio al siniestro y anciano librero, se dirigió directamente a su estudio, nervioso por la anticipación. Se acomodó en su sillón preferido, habiéndose servido una copa de su mejor brandy y prendido la chimenea; sin más dilación, dedicó la tarde a estudiar el volumen, de manera que se le hizo de noche, y apenas se dio cuenta.

Después de haber comprobado al milímetro la manufactura técnica del manuscrito, se dedicó a estudiar su aún más atractivo contenido. Una leyenda negra de maldiciones seguía al “Liber Hyperboreas”, desde el momento de su escritura. Su mismo autor, un anónimo alquimista y astrólogo francés del Renacimiento, murió de un ataque de apoplejía en el momento justo que escribía el último renglón; todos sus dueños, algunos notorios ocultistas europeos, habían sufrido alguna desgracia, cuando no se deshicieron de él directamente. Beauremont, sin embargo, se consideraba un hombre moderno, positivista y escéptico a partes iguales, y todas aquellas supersticiones no le afectaban.

Al menos, eso quería creer al principio; cuando su reloj de pared dio las doce, estaba tan absorto por el aberrante contenido que ni se dio cuenta de que había empezado a leer en voz alta. Conocimientos blasfemos que habían permanecido siglos olvidados, sabiduría revelada anterior al surgimiento de la humanidad como especie, todo ello se desgranaba con pasmosa audacia. Seres de mundos lejanos, que poblaron la tierra eones atrás, que construyeron colosales ciudades de basalto, ya enterradas u olvidadas; y, sobre todo, su adoración a dioses monstruosos, biológicamente imposibles; seres de antigüedad similar a las de las estrellas. Seres que aguardan, en un letargo parecido a la muerte, sólo a que alguien recite la invocación que los traerá de nuevo a este mundo.

Y Charles Beauremont, en la soledad de su estudio, aguardaba en las horas entre la madrugada y el amanecer; miraba a la ventana, sabedor de que había recitado en voz alta la invocación, y que el final era inevitable: Pronto, la sombra en el quicio de la ventana vendría a buscarle.

Próxima entrega: La alargada sombra de la justicia

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