martes, 9 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote


Sobre ese género marginal (que, a su vez, engloba a muchos otros subgéneros) que ha dado en llamarse “pulp”, se tienen las opiniones más encontradas. Desde luego, los críticos, lectores y escritores de gran literatura no pueden más que despreciarlo, o todo lo más recordarlo con cierta nostalgia e ironía con dejes de superioridad. Sin embargo, el pulp y sus precedentes, como el decimonónico folletín por entregas, la llamada literatura de cordel, o los romances de ciego (entre otros), no sólo han encontrado un público fiel, a todos los niveles culturales y sociales – lo siento, Gabo, pero las novelitas Estefanía del oeste venden mucho más que Cien Años de Soledad, hay que asumirlo. Es sobre todo, que la novela popular, como cualquier obra del arte humano, no es que tenga valores intrínsecos, sino que depende exclusiva y totalmente del espectador que disfruta la obra. De manera que, ¿quién tiene la osadía de fijar unos cánones objetivos y fijos sobre qué es arte, y qué no lo es? Por más que nos reconcoma por dentro, exactamente la misma intensidad de sentimientos puede provocar en una adolescente de barrio una balada de Camela, que en un servidor después de haber experimentado la parte del Réquiem compuesta por Mozart (por ejemplo). En la misma medida, con la literatura pulp, esa que ha acompañado al occidental desde los albores del siglo XX, también pueden despertarse emociones profundas, e incluso largamente enterradas en el subconsciente. La literatura pulp, por maniquea y simplista, llega a alcanzar en ocasiones, niveles arquetípicos.

Qué se le va a hacer, post-postmodernos hasta el final, también hemos de reconocer aquellos defectos encontrados por los intelectuales “apocalípticos” – ya se sabe, esos que, ante el acceso a la cultura a nivel masivo y popular, proclaman cual profetas la muerte de la cultura, como si ésta hubiera de ser cosa de elites. En la lista de defectos que pueden hallarse en la literatura pulp, así como en toda literatura popular, y otras artes propias del siglo XX, cual el cine o el cómic, encontramos, entre otros:
1) es, fundamentalmente, literatura de evasión (lo cual tiene su perfecta explicación historicista: el auge de las revistas pulp, cual Weird Tales, Astonishing Tales o Black Mask (u Hombres Audaces en España), se dio de los años 30´s en adelante, lo cual coincide con la crisis económica que asoló los países occidentales a partir de 1929); sin embargo, por más realista y comprometida que esté la literatura, ¿quién puede afirmar que no toda la literatura es de evasión?
2) es, directa y sencillamente, literatura conformista, o carente de valores, cosa que ocurre igualmente con su descendiente, el cómic de superhéroes. Las narraciones pulp nunca se ocupan de una crítica al estatus, ni a los valores morales establecidos; todo lo más se muestra una maniquea lucha entre bien y mal, pero la resolución de estos conflictos nunca llevan a una reflexión sobre el sistema de justicia imperante, y en ocasiones incluso una aceptación implícita de éste (un tópico muy arraigado en el cómic de superhéroes es que una sola persona, por muchos maravillosos superpoderes que posea, es incapaz de cambiar el sistema a un nivel profundo; es decir, que Superman no podría librar del hambre a África, por ejemplo – para esto, es aconsejable la lectura de las obras del portentoso Alan Moore, la serie regular Miracleman, así como una de sus obras cumbre, Watchmen);
y 3), recurrencia a efectos fáciles para despertar sentimientos en el lector, recursos kitsch, o directamente, mala y fácil literatura (esto merece considerables matizaciones, visto que, como hemos expuesto más arriba, dudamos que haya un canon objetivo para discriminar el gran arte de cualquier otra expresión, y que depende exclusivamente del sujeto que experimenta dicha obra); también es cierto que, dado que la mayoría de producción pulp se publicaba en revistas con periodicidad mensual o semanal, esto exigía de los escritores tener que poner un punto y final prematuro a sus obras, antes de haber podido repasarlas y pulirlas en condiciones – y, aún así, podemos hallar piezas perfectamente válidas en cualquiera de estas revistas.

Pero, como no hay que olvidar el peso y la influencia que el género pulp ha significado, para comprender el estado actual de la cultura; así como tampoco hay que olvidar una anterior época, más inocente o ingenua, cuando bien y mal estaban claramente delimitados, y no existía una variada y confusa gama de grises intermedia; por todo ello, nos hemos decidido a realizar unas jornadas enteramente dedicadas al género pulp y algunos de sus variados subgéneros. A modo de nostálgico homenaje, publicaremos a lo largo de la semana una serie de microcuentos, vagamente inspirados en cada uno de ellos.

Originalmente, estos microcuentos fueron confeccionados para su publicación en una agenda cultural para el entrante 2009; por causas varias, entre ellas la cercanía de las fechas de impresión, sólo pude entregar tres de estos minirelatos (limitados, por motivos de espacio, a unas 300 palabras por cuento; como se comprenderá, cosa terrible para el que escribe). Como decimos, a causa del poco tiempo disponible, se quedó en el teclado algún relato más, y de los entregados, demasiado poco pulidos para nuestra satisfacción. Sin embargo, ironías de la vida, recientemente, algunos de los miembros del equipo de El Blues del Coyote, se han visto inesperadamente con más tiempo libre del que gustasen, de manera que han podido perderlo en repasar los relatos ya escritos, así como redactar el resto, por no dejar aquellas historias revoloteando por su cerebro e hinchándose peligrosamente.

La primera entrega, en la próxima entrada: La sombra en el quicio de la ventana

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