sábado, 13 de diciembre de 2008

Semana Pulp en el Blues del Coyote: Cuarta Entrega

4. El guía del desfiladero

Llyr ab Partha, del clan Cuervo Azul, abría la comitiva que marchaba por el estrecho desfiladero, conocido como la Muerte Blanca; detrás de él, un numeroso grupo de bandidos de Kathuria le seguía, la mayoría pegados todo lo que podían a la afilada pared. No era para menos, pues un poco más atrás un par de ellos perdieron pie, y se vieron arrastrados al profundo abismo; lo cual era toda una suerte para los difuntos, según Llyr ab Partha. Dado lo que les aguardaba al final de la marcha, y que todos ignoraban excepto él, aquel sin duda había sido un final piadoso – y no, según Llyr, el que realmente merecían.

Por mercaderes y viajeros ocasionales, que habían pasado por su aldea, Llyr había escuchado que los habitantes de Kathuria, Lemur y Acheron, tenían a las tribus del lejano y helado norte, entre las que se encontraba el clan Cuervo Azul, por bárbaros sin cultura; ellos, sin embargo, se tenían a sí mismos como la cumbre del refinamiento y la civilización. Llyr se preguntaba, mientras avanzaban por el angosto pasillo congelado con suma cautela, si con refinamiento, se referían a las brutales artes de tortura y muerte, de las que había comprobado con el corazón hecho añicos que eran expertos los bandidos.

La mitad de los habitantes de su aldea estaban muertos, o mutilados; las cabañas y los escasos enseres, arrasados y quemados. Sólo habían quedado algunos niños y mujeres con vida, junto con algunos matones, que los retenían como rehenes. Querían asegurarse de que Llyr, el mejor guía de las heladas tierras hiperbóreas, pusiese todas sus mañas de montaraz al servicio de aquel grupo de bandidos de los reinos civilizados. Mientras continuaban su arriesgado avance, Llyr maldecía mentalmente a quien hiciera correr el rumor original de que, detrás del desfiladero de la Muerte Blanca, se encontraba el Valle Secreto, donde una anciana y olvidada ciudad de basalto guardaba un fabuloso tesoro. Y maldecía igualmente a aquellos que aseguraron que la tribu del Cuervo Azul era secular custodia del paso del desfiladero que llevaba al Valle Secreto.

Llegados, sin embargo, a un punto concreto del camino, Llyr provocó un alud, que se llevó a la mitad de los bandidos; escabulléndose, desapareció de la vista de todos. No lo buscaron mucho, sin embargo, puesto que un poco más adelante, descubrieron las ruinosas puertas de la ciudad perdida, prueba de la existencia del tesoro que les había llevado hasta allí. Se abalanzaron con codicia, sin pensar más que en el brillo del oro.

No pudieron, sin embargo, llegar a comprobarlo. Puesto que todos ellos ignoraban que la Muerte Blanca no hacía referencia solamente al desfiladero; Llyr ab Partha, que fue testigo del terrible final de los bandidos desde su privilegiado escondrijo, era muy consciente del significado; la Muerte Blanca hacía referencia, sobre todo, al guardián del Valle Secreto.


Próxima y última entrega: Reflexiones frente a la dinamita

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