Cuando algunos, movidos por el prejuicio o la ignorancia, o una mezcla de las dos cosas, se refieren a la Edad Media con la expresión “edad oscura”, seguramente debían estar refiriéndose a cosas como ésta: la Guerra de los Cien Años (1337-1453); una guerra de sucesión que se convirtió en una lacra para Francia, donde principalmente se libraron las batallas más importantes, y que asoló el país durante varias generaciones. Cuando Francia e Inglaterra se enzarzaron en una disputa sucesoria por la corona de Francia, la cadena feudal de vasallaje y casamientos entre distintos reinos, ducados y demás, llevó a media Europa a levantarse en armas, a favor de un bando u otro.
Durante uno de los episodios de esta larga guerra, Castilla tuvo un papel relevante, pues su flota en aquellos momentos era la más importante de Europa, y ambas potencias ansiaban tenerla de su lado. De hecho, en la misma guerra civil de sucesión de Castilla, entre Pedro I, llamado el cruel (también el justiciero, elijan ustedes), y su hermanastro Enrique de Trastamara, llamado el bastardo, tanto ingleses como franceses apoyaron cada uno a un bando, para poder aprovecharse de la armada castellana. En aquella ocasión, los franceses se llevaron la mano, dejando con dos palmos de narices a los ingleses, y de hecho, las naves castellanas asaltaron algunas ciudades portuarias inglesas como Plymouth, Portsmouth, y la famosa isla de Wight entre otras. El Coyote apunta que este episodio adelanta unos siglos el historial de rencores navales entre España e Inglaterra, y de hecho sitúa a los españoles como los instigadores originales de todo aquello, y no justo al contrario, como siempre se ha querido recordar. Vamos, que los súbditos de la Pérfida Albión ya debían guardarnos algo de inquina en la recámara de la memoria, cuando los piratas bajo las órdenes de la perra frígida, Isabel I de Inglaterra, se propusieron adueñarse de lo que los españoles con tanto esfuerzo habían expoliado a los americanos. Y de hecho, la isla de Wight fue uno de los primeros puntos donde las fuerzas imperiales españolas se propusieron volver a desembarcar, para la ocasión de la Armada Invencible.
Volviendo a Francia, cien años de guerra dan para numerosos episodios fascinantes (tal cual la estratégica batalla de Agincourt); de esos que resaltan la miseria y la grandeza del ser humano frente a situaciones límite. Por resaltar sólo dos de las personalidades que protagonizaron algunos actos epigonales, en las postrimerías de tan larga guerra sucesoria: Juana de Arco, la Doncella de Orleans, Santa por la Iglesia Católica, liberadora de la ciudad de Orleans, e inspiración para los cansados ejércitos franceses, y Gilles de Rais, modelo para Barba Azul, bravo militar y héroe de guerra, mariscal de Francia, satanista, terrible asesino de niños, y seguidor de Juana durante los años de la guerra.
De orígenes sociales totalmente dispares (Juana nació en el seno de una humilde familia en el condado de musical nombre de Domrémy; mientras que Gilles fue heredero de una aristocrática familia, al servicio del rey de Francia, o del Delfín legítimo, según el momento de la historia), sin embargo, sus respectivos destinos marcharon a la par durante un momento crucial para la historia del país galo. Pese a que ambos decían moverse por intereses totalmente dispares (una, receptora de las visiones del Cielo; el otro, buscador incansable e insatisfecho de placeres infernales), sin embargo, el momento de su muerte fue en ambos igualmente similar: ejecutados por los poderes terrenales. Gilles, sin embargo, sobrevivió bastantes años a Juana.
Continuará...
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