jueves, 20 de marzo de 2008

El Ciclo de Baal

En una excursión onírica/pesadillesca que realizó el Coyote hará algún tiempo terminó llegando a las mismas puertas del Inframundo (de uno de ellos, al menos). Según parece, todo era de un color gris ceniza. Asomando el hocico por encima del muro, pudo ver cómo vagaban por allí seres que nunca han existido – al menos en sentido biológico. De manera generalizadora se les ha llamado, simplemente, demonios. Pero esta categoría empequeñecería la variedad de criaturas que por allí pueden encontrarse. De hecho, los demonios comunes parecen ser de los más aburridos del lugar.

Entre otros, el Coyote creyó distinguir polvorientos ángeles caídos, orgullosos en su destierro y con sus hermosas alas de cisne transmutadas en alas de polilla, rotas y ajadas. Para el Coyote resultan un poco repetitivos.

También vio lo que creyó podían ser seres meta-dimensionales, casi desconocidos en la tierra mortal, y que a simple vista parecen un amasijo incoherente de tentáculos, apéndices, zarcillos y otras extremidades orgánicas. De estas criaturas más viejas que el tiempo, se tiene levemente noticia en ajados y olvidados grimorios, y allí se les dan nombres casi impronunciables, tales como Hziulquoigmnzhah, Tsathoggua o Cxacxukluth, entre otros. Contemplar a estas entidades desenvolverse en el espacio cuatri-dimensional ha llevado a la locura a más de uno. De hecho, actualmente, excepto en alguna degradada y endogámica secta casi extinta, los nombres de estas criaturas ya solo resuenan en los pabellones psiquiátricos.

Llamaron sobre todo la atención del Coyote una enorme cantidad de sombras que pululaban por allí, y que de alguna manera encarnaban pesadillas y temores más profundos del ser humano. Tenían formas y aspectos completamente diferentes unos de otros, tantos como miedos puede tener un hombre (de los más antropomórficos, vio payasos, médicos, policías, vagabundos y gitanos, todos experimentados asustaniños). Pero decidió ignorarlos, por su bien, puesto que estos seres se alimentan y ganan fuerza, precisamente prestándoles atención. Por un momento temió encontrarse con el temible Hombre del Saco, o algún otro monstruo de su infancia.

Pero, de entre todas esas criaturas, las que más pena dieron al Coyote fueron los dioses exiliados. Cuando el cristianismo y la filosofía racional se implantaron en la mente de los mortales, una gran cantidad de dioses paganos se vieron arrebatados de sus tronos, y exiliados a las tierras sin sol, que debían compartir con otras extrañas criaturas, las cuales les desdeñaban y no les mostraban ningún respeto. Eso, los dioses que no se vieron asimilados por la figura del Dios Padre – muchos aún lloran la desaparición de Zeus, aunque el Coyote no entiende muy bien porqué.

No pudiendo dejar pasar la oportunidad, el Coyote saltó el muro, y se acercó a uno de aquellos dioses, esperando que le contase su historia. Dio con un joven de aspecto melancólico, y ademanes excesivamente lánguidos, como si hiciese mucho tiempo que no interpretase su papel y le costase trabajo volver a hacerlo. Resultó ser Baal, principal deidad de los fenicios, al menos durante un tiempo. Como dios fue reverenciado en Ugarit, Sidón, Biblos, Arad, y su culto se extendió hasta Qart-Hadašh, y otras ciudades antiguas de nombres igualmente exóticos.

Con la muerte de su último sacerdote, hace milenios, Baal pudo comprobar su inevitable decadencia, frente al Dios Único de los hebreos, y se vio relegado a los infiernos, al país sin retorno. Desde allí sólo era recordado ocasionalmente, para ser denigrado como un demonio al que se ofrecían sacrificios humanos, y poco más. Durante un tiempo, siguió alimentándose de los desvaríos de ciertos de hechiceros y demonólogos medievales, pero aquella época fue oscura, y todo pasó muy rápido. Actualmente sólo era despertado del sopor que le envolvía, en alguna ocasión en que algún erudito lo recordaba, estudiando algún tratado de civilizaciones antiguas. Pero aquel era un exiguo manjar. Los dioses necesitan algún sacrificio u ofrenda, a ser posible sangre fresca. Pero, sobre todas las cosas, los dioses necesitan creyentes.

El Coyote le preguntó sobre su papel ancestral. Durante su época de apogeo, su existencia divinizada se resumía en repetir todos los años sagrados el mismo drama mítico, que los hombres reproducían en sus rituales religiosos. Su propia historia personal coincidía con el ciclo de las estaciones agrícolas anual. Cuando llegaba el verano, y comenzaba el calor estival, en la época de la cosecha, su hermano (o su tío, que ya no se acordaba muy bien) Mot le segaba la vida, expulsándolo al Inframundo, donde pasaba el resto del año. Hasta que su hermana/esposa Anat (o Astarté o Tanit, que tampoco queda muy claro), algunos dicen, mediante el sacrificio multitudinario de bebés al distante dios supremo de los cananeos, El, conseguía resucitar a Baal y sacarlo del Inframundo. Entonces, volviendo Baal de entre los muertos, se unía a su pareja Anat, y con sus actos de amor, generaban fértiles lluvias, inaugurando la primavera un año más.

Los seguidores de Baal repetían esta gesta mediante el sacrificio ritual, acompañada con algún tipo de orgía ritual también, aunque todo esto de los sacrificios parece que se ha exagerado por la propaganda anti-fenicia de los judíos, por un lado, y la anti-cartaginesa de los romanos, por otro. Que sacrificaban niños era seguro, los arqueólogos han encontrado restos de esqueletos infantiles que lo evidencian; aparte, ahí delante tenía el Coyote a Baal para confirmárselo. De hecho, si cuando se acercaba la primavera no se le hacía algún sacrificio, aunque fuese algún animal en sustitución, entonces Baal no podía subir del Inframundo, para repetir el ciclo otro año sagrado más.

Y ocurrió que, con la muerte de su último sacerdote, ese sacrificio dejó de hacerse, y Baal había quedado en el Inframundo, exiliado y desorientado para siempre. Otro había suplantado su papel de muerte y resurrección anual en primavera, aunque lo que más confundido tenía a Baal era que, en este caso, se habían invertido los papeles: el dios se había sacrificado por los hombres, y no al revés...

Parecía que Baal iba entonces a contar algo que tenía mucha importancia, cuando el despertador llamó al Coyote, para que atendiese sus asuntos al otro lado de la vigilia.


PostData: El Inframundo anteriormente señalado no se corresponde con el infierno cristiano donde van las almas de los pecadores. Si van a algún lado las almas de los difuntos, después de su muerte, eso sólo lo saben ellos. A este Inframundo se puede acceder desde el sótano de la mente, aunque es poco aconsejable porque puede despertar potencias que se encuentran profundamente dormidas, enterradas en nuestro subconsciente, y pocas psiques salen indemnes y con la cordura intacta. El Coyote y los malabarismos que hace con su cordura, eso es otro cantar. Así es él, le encanta estar en la cuerda floja.

domingo, 16 de marzo de 2008

Recordando los Últimos Días


Para contrarrestar el fervor religioso que exudan las calles de la ciudad en esta, la semana más santa del año, le ha venido al Coyote el recuerdo de la herejía conocida como el Espíritu Libre.

Como movimiento popular cuasi-revolucionario, tuvo sus inicios allá por el siglo XIII, y la sombra de su amenaza alcanzó los salones de los más poderosos. Por supuesto, hubo precedentes, que habría que remontar hasta la moda apocalíptica judía alrededor del año 0 y más atrás; moda que desarrollaba ampliamente la idea de la Segunda Venida (del Mesías, claro); bueno, los apocalipsis judíos hablaban de la Primera Venida, por supuesto, lo de la segunda era cosa de los cristianos. Como ya se sabe, en el Apocalipsis se explota la idea de que, en algún momento, la comunidad cristiana se verá reducida y reprimida por una poderosa nación (asimilada sucesivamente a persas, egipcios, griegos y romanos sucesivamente, a saber todos ellos imperios gentiles/paganos, que sometieron al pueblo judío; los cristianos tendrían sus propios perseguidores). Esta poderosa nación, cuya garra se aferrará al globo terráqueo completo, será profundamente antirreligiosa, y perseguirá a los últimos cristianos. Por supuesto, su líder será el mismísimo Anticristo. Al momento de la Segunda Venida, habrá una formidable batalla cósmica, de la que sólo sobrevivirán unos pocos privilegiados, los auténticos cristianos, conocido como el Imperio de los Últimos Días o Reino de los Justos.

Sin embargo, con la esperanza de esta Segunda Venida, obra una transformación del mismo concepto del tiempo. Con el cristianismo, la concepción del tiempo pasa de cíclico a ser lineal. Anterior al cristianismo (digamos, también, al judaísmo) el calendario sagrado anual se establecía en función a los ciclos agrícolas, el mensual según los ciclos lunares, etc. Todos los años eran una repetición de los actos míticos que realizaron los dioses, y los hombres los repiten a su vez en rituales religiosos – al Coyote siempre le ha parecido una fantástica celebración de la vida la fiesta religiosa sumeria anual de la Hierogamía Sagrada, en la que el rey era llevado en procesión hasta el templo de Ishtar, donde consumaba con la sacerdotisa cierto encuentro ritual, que era festejado con una fiesta popular bien regada con vino.

Pero eso era antaño (cuando aún no se habían vuelto locas las estaciones). Todo eso cambió con la histórica implantación del cristianismo. El esquema de la progresión temporal según el cristianismo sería de la siguiente forma:

Creación (Alfa) ----> Paraíso Terrenal/expulsión ----> Primera Venida ----> Imperio del Anticristo ----> Nuevo Paraíso Terrenal o Reino de los justos (Segunda Venida) ----> Apocalipsis (Omega)

Al parecer, los cristianos primitivos se la pasaron esperando que Cristo volviera. Por lo visto, hay una parte del Evangelio donde se pone en boca de Jesús que el Reino de los Justos llegaría antes de que algunos de los que lo estaban escuchando muriesen (y, una de dos, o quien puso eso en boca de Jesús se equivocó, o bien es que entre el auditorio del Mesías estaba el Judío errante...) Como decíamos, eso provocó en los primeros cristianos que su concepción del tiempo, en lugar de centrase en el aquí y el ahora – esto es, en la única vida que iban a tener -, estuviesen pendientes de un hipotético futuro en el que, como en el Paraíso Terrenal, todos los males de la tierra fuesen desterrados.

Y entre estos males encontramos la propiedad privada, por supuesto.

Esta manera de entender el tiempo como una sucesión lineal de fases es característica de occidente. Con el transcurrir de los siglos, se eliminó el trasfondo de salvación religiosa, quedando sólo el apartado de salvación social. Qué decir si no de la línea temporal progresiva del marxismo: Comunismo primitivo – Estado paternal – Revolución y desaparición del Estado – Nuevo Comunismo. No es de extrañar, pues, que herejías como la del Libre Espíritu, que preconizaban que la propiedad privada era un pecado contra la naturaleza, que la jerarquía eclesiástica estaba a partir un piñón con Satán, y estaba dirigida por el Anticristo en la figura del papa, fuesen acogida por la masa de los más desfavorecidos de la sociedad medieval.

Pero esta manera de “teología de la historia” la llevó hasta su extremo un alucinado monje italiano del siglo XII, Joaquín de Fiori, el cual escribió, en la soledad de su celda calabresa, unas profecías bastante inspiradas. En ellas afirmaba que la historia se dividía en tres edades bien diferenciadas, cada una dirigida por una de las personas de la Trinidad. Según fray Joaquín de Fiori, la primera época era la del Padre o la Ley, la época en que Dios estaba pendiente de los creyentes y encima de ellos; luego le seguía la época del Hijo o el Evangelio, y finalmente, la tercera y definitiva, la edad del Espíritu Santo. La primera edad era de sumisión a la figura de autoridad, la segunda de obediencia filial, y la tercera sería el momento en que todos los hombres se librarían del yugo del dolor y el sufrimiento, y todos serían santos, puesto que el Espíritu se encarnaría en cada uno de los hombres. Según sus cálculos, esa época estaba pronta a cumplirse en el momento en que él escribía.

Por supuesto, todas estas fantasías de salvación colectiva estaban muy bien durante la época de persecución de los cristianos, era una creencia que les ayudaba a seguir adelante. Pero bien entrada la Edad Media, cuando la Iglesia ya se encontraba con sus bases de poder bien asentadas, codo con codo con emperadores, reyes y duques, no le convenía a esta que esas creencias se diseminasen por el populacho.

Toda expresión de liberación popular era cruelmente aplastada; físicamente por las fuerzas del Imperio, e ideológicamente, por los teólogos de la Iglesia. La ortodoxia salvó la espinosa cuestión de la Venida del Reino, afirmando que éste se haría efectivo en el interior de cada cristiano, y no de forma literal sobre este mundo. Al interiorizar e individualizar ese proceso de salvación (o auto-superación), estos astutos teólogos cortaron cualquier posibilidad de rebelión y puesta en duda del estátus.

Aquellos pobres siervos, mendigos, parias y leprosos no podían ni sospechar que otros mundos son posibles.



viernes, 7 de marzo de 2008

Exquisitos Carceleros: René Descartes (y II)

Como decíamos, al Coyote no le cae bien Descartes.

Bueno, en realidad no es que le caiga mal, más bien le parece un personaje triste y un poco cobarde. Ya le vale, al Descartes: el tipo murió porque pilló una neumonía, cuando fue invitado por la reina de Suecia para que ejerciese de su preceptor; y, por lo visto, todo ello agravado con que la Cristina de Suecia le obligaba a madrugar diariamente (que era cuando a ella le gustaba dar largos paseos, al amanecer reflexionando sobre lo humano y lo divino, de esos paseos que llaman peripatéticos). De manera que el amigo Descartes, acostumbrado al parecer a despertarse bien entrada la mañana, y aún se quedaba unas horas allí tirado, meditando sobre abstrusos constructos metafísicos y enrevesadas geometrías, cuando tuvo que empezar a levantarse con los maitines, aquello le sentó como un tiro.

Se conoce (según el viejo Coyote) que esta costumbre de estar hasta las tantas de la mañana tirado en el camastro debía venirle de su época en que se juntaba y, es de suponer, trasnochaba, con el círculo libertino, también conocidos como los "pirrónicos" (estos libertinos, por cierto, también tienen su participación estelar en la somnífera novela de Umberto Eco, "La isla del día de antes").

Estos pirrónicos debían ser algo así como una mezcla entre Cyrano de Bergerac y Porthos: espadachines y eruditos, mujeriegos y polemistas. Se les conocía como "pirrónicos" porque se declaraban seguidores de la doctrina escéptica. Con tremenda frivolidad, en tugurios de mala muerte a altas horas de la noche, rodeados de prostitutas, tahures y truhanes, rebatían toda teoría que se les presentase - y no sólo filosóficas, provenientes o no de la caduca escolástica. Se atrevían, al parecer, incluso con la teología y la religión, y de hecho el Coyote es de la opinión de que a estos cualquier enfrentamiento dialéctico que se les presentase era recibido como si fuera un duelo esgrimista.

Y cuando decíamos que eran una mezcla de Cyrano y Porthos no era por nada. Entre los libertinos podíamos encontrar nobles, hidalgos (muchos de ellos de carrera militar), e incluso clérigos de moral más bien laxa, o permisiva. Podemos citar entre otros al padre Mersenne y al padre Gassendi. Como decíamos, Descartes frecuentó estos ambientes y casi da la impresión de que ese comienzo metódico de la duda es un tributo a estos espadachines escépticos, que celebraban la imposibilidad del conocimiento, y del papel del hombre, semejante al de una mosca en el devenir del universo, brindando con vino de Borgoña y demás.

Es de suponer, o al menos eso supone el viejo Coyote, que al papanatas cartesiano debían ponerle sumamente nervioso aquellas conversaciones, y de hecho casi puede verse aquí el motivo por el cual comienza sus meditaciones con esa famosa duda metódica, a modo de reacción (las personas de mentalidad ordenada no aceptan la nada, temen el vacío con un horror abismático; ése es su mayor error). Comienza con la base aceptada de sus correligionarios libertinos, esto es, que toda percepción de la realidad, en cuanto tal, es susceptible de ser puesta en duda. Comienza, pues, desvalidando cualquier conocimiento anterior y, según Descartes, “comenzando de cero”. En cambio, sí que reconoce la validez de la Razón como rasero con el cual discriminar conocimientos verdaderos de conocimientos falsos, sueños y demás. Y aquí es donde empieza a meter cada vez más y más la pata, según la humilde opinión de quien esto escribe.

Teniendo, pues, a esa Razón como frío escalpelo con que desollar a la realidad (y, sobre todo, a los mundos que la componen), Descartes separa la realidad en dos mundos total y aparentemente inconciliables: el pensamiento y la materia. Como decíamos, el hombre es un “ser pensante” (lo que podría traducirse, en términos religiosos, como alma, aunque sería más cercano al concepto de psique), y al mismo tiempo es un “ser material” (esto es, cuerpo). Sin embargo, la base de la existencia de este hombre, según Descartes, no se funda en su corporalidad, sino en su pensamiento, en el hecho de que piensa. Y ahí yerra el bueno de René, porque el ser humano, principalmente, es cuerpo (con todo lo que conlleva, incluyendo la manipulación de nuestro organismo y de sus endorfinas, que nos empuja a uno u otro estado de ánimo, sin que siquiera nos percatemos). Y no sólo eso, sino sobre todo estamos fundamentalmente determinados por nuestro ser corpóreo, y esta determinación incluye al pensamiento y a nuestra manera de comprender el mundo que nos rodea. Pero con Descartes no, según él, nuestro cuerpo es algo totalmente accesorio y desdeñable, hasta el punto de que crea la imagen del hombre como un autómata conducido por un ángel.

La objeción principal que puede hacerse (y que se ha hecho) está en el punto de conexión entre pensamiento y materia. Porque, claro, si lo material sólo puede ser puesto en movimiento por alguna otra cosa material, ¿cómo puede el pensamiento ordenar al cuerpo que se mueva? Las respuestas que a este respecto se han dado han sido variopintas, a lo largo de la evolución del pensamiento racionalista. Descartes primero metió a Dios, que garantizaba la coordinación entre ambas esferas de realidad; más tarde habló de la estupenda “glándula pineal”, que es un órgano que también sirve para detectar las auras, y se encuentra a la altura del chakra Sahasrara, más o menos. El padre Malebranche, en su Recherché de la Verité, radicaliza las posturas de Descartes, negando cualquier interacción entre ambos mundos, que sólo caminan coordinados porque Dios (en su infinita y omnisciente sabiduría) da la ocasión para que acontezca la coincidencia. Como se comprenderá, esta posición deja al hombre poco o ningún lugar para la libertad de elección.

Leibniz, el mayor adalid de la Razón de su época – rivalizando incluso con Newton – lanzó su teoría de la “armonía preestablecida”, según la cual, desde el Principio, Dios lo había establecido Todo, para que pensamiento y materia marchasen sincronizados y en armonía. Lo cual llevó al muy capullo a afirmar que éste debía ser “el mejor de los mundos posibles”. Se conoce que el tipo no debía pasar mucho frío por las noches, y seguramente terminaba el día con la panza llena, y bien pagado de sí mismo.

Pero volviendo a Descartes; después de soltar tamaños dislates, provocados por un exceso de sentido común, el bueno de René se pone a desglosar una serie de conocimientos que, al parecer, todos llevamos inscritos o implantados desde antes incluso de nacer. Estos conocimientos innatos pueden ser refrendados por la Razón y su depurativo rasero. Tienen la categoría de universales y eternos; entre ellos encontramos, por supuesto, las matemáticas y la geometría (euclidiana, claro); también, entre otros conocimientos innatos, según René, se encuentra implantada en nuestra memoria regresiva la “idea de Dios”.

Obviamente, Descartes tuvo que ceder, y no poco, al paradigma que le tocó vivir; de ahí que el viejo Coyote lo vea como un cobarde en toda regla, pero en fin. Desechemos, entonces, de componentes accesorios a su teoría, y tratemos de visualizar la imagen del mundo que queda entonces: El mundo encerrado en una enorme cárcel de ecuaciones y gráficos, de figuras geométricas inscritas dentro de otras figuras geométricas; ésa debe ser la única Verdad, la matemática y la geometría rigen nuestra realidad, y la reducen a números y proporciones. Son eternas y universales, sobrevivirán al hombre (otro engranaje más del Reloj universal).


PostData: El viejo Coyote insistía en que ahí fuera había un extraño limbo, sospechosamente supralunar, donde las estrellas y los planetas son como esferas, y su movimiento es descrito por órbitas perfectamente calculadas. Al parecer, flotan dispersas por allí ecuaciones, números complejos, ideas matemáticas y árboles semánticos de segundo orden. Siempre según el Coyote, algunos científicos realmente nunca mueren, sino que “ascienden” a ese extraño plano conceptual, donde su ego se termina asimilando a alguna de esas ideas matemáticas. En el fondo, eso de la contraposición cuerpo/alma, o materia/pensamiento, es el resultado de una típica actitud occidental economicista y reduccionista (los antiguos egipcios tenían la creencia en dos o tres almas distintas; la cosmología budista tiene diez cielos y otros tantos infiernos, uno para cada estado del alma, lo cual lo hace todo más interesante, y mucho más divertido).


PostPostData: Hay veces en que se agradece que el viejo Coyote sea en realidad un tipo taciturno y disgregado. Ignoramos qué sería del mundo si fuese coherente, ordenado y coherente.

lunes, 25 de febrero de 2008

Exquisitos Carceleros: René Descartes

En ocasiones, el Coyote proyecta su cuerpo sutil etérico o 'yo astral' hacia atrás en el tiempo. Normalmente, cuando esto ocurre se coloca un despertador o algo junto a él, en previsión y como vía de escape para no verse arrastrado por la marea del flujo temporal, hasta llegar a tiempos remotos y extraños, espacios angulares más allá del mundo conocido (donde rige una geometría ajena a los conceptos euclidianos).

En aquellos no-lugares, al filo de lo posible, aguardan unas entidades que aborrecen con todas sus fuerzas todo aquello que está vivo - en sentido biológico - , pero y sobre todas las cosas, nos aborrecen a nosotros, los seres humanos, más que a nada en este o cualquier otro mundo. Cuando el ocasional viajero del tiempo se ha adentrado muy atrás en los corredores de la historia, llega un momento en que, sin quererlo, alcanza ese no-lugar donde habitan estas entidades. Una vez te perciben, ya puedes volver a tu época que estas criaturas pueden seguir tu rastro, avanzando a través de ángulos imposibles, y te alcanzarán allá donde te encuentres...

Belknap Long se refirió a ellos como los "perros de Tíndalos".

En el resto de ocasiones en que (voluntariamente o no) el Coyote ha proyectado su conciencia en el pasado, sin embargo, ha vuelto indemne, y con unas ideas muy peculiares de la historia. Por eso no puede evitar carcajearse tanto de los que se envanecen con la idea de Progreso como de aquellos nostálgicos que idealizan épocas pasadas. De forma colateral, cuando surge algún debate en torno a personajes históricos relevantes, hacemos bien reconsiderando los comentarios despectivos o laudatorios (la mayoría, de los primeros) que suelta de repente el Coyote, dejándonos con la palabra en la boca. Parece como si realmente hubiese conocido de primera mano a aquellos personajes, desmitificándolos por completo, o alumbrando aspectos inesperados de su biografía.

Esto ocurre con René Descartes, padre de la filosofía moderna.

La relevancia que alcanzan algunos personajes históricos, en ocasiones, es a posteriori, hay que considerarla de manera retrospectiva. En su época, este Descartes no tenía ningún peso específico; sí, en cambio, los reyes y sus consejeros, los jerarcas de la Iglesia, e incluso banqueros y comerciantes (por no decir los agitadores religiosos tipo Lutero, Calvino o Savonarola). De los actos y decisiones de estos dependía la pervivencia de naciones enteras. La vida de Descartes, en cambio, aconteció de forma casi anónima, a excepción de sus allegados y de la comunidad científico-filosófica con la que se relacionaba – y no, no nos estamos refiriendo a los Rosacruces.

Sin embargo, con el discurrir de los años, se ha visto que la influencia que este filósofo, matemático y geómetra francés, ha tenido para la conciencia colectiva ha sido de una importancia absoluta. De hecho, se puede decir que gracias a su labor, la visión del mundo (su misma forma y fundamentos) ha cambiado profundamente desde el mismo momento que sus concepciones filosóficas y científicas empezaron a provocar reacciones (a favor o en contra) en el mundo de las ideas. De hecho, podemos considerarle no sólo el padre de la filosofía moderna – cosa que, en sí misma, podría tener una relevancia secundaria y relativa; también, y sobre todo, Descartes ha sido el padrino de la mentalidad racional occidental.

Por supuesto, este método de pensamiento (el racional) venía gestándose desde eras atrás (ahí están Parménides y Aristóteles, en el principio, y Galileo, Kepler y Copérnico, como directos precedentes de Descartes); pero las condiciones históricas para que esta forma de comprender la realidad circundante se implantase de forma colectiva en occidente sólo estuvieron a punto en la época de Descartes. Y es algo característico de occidente: que la emergencia del pensamiento técnico-científico, y su estatus como modelo de conocimiento, dejase de lado y de hecho devaluase cualquier otra forma de conocimiento – la sabiduría tradicional, el mito, el pensamiento religioso o místico, verbigracia. ¿Por qué, en Europa, tenemos que poner en duda nuestras creencias a la primera de cambio, cada vez que salen a la luz ciertas evidencias? Veánse si no, un Darwin o un Galileo, por ejemplo.

Por regla general, se suele dar una importancia secundaria a la filosofía, como si ésta fuese un adorno externo a la sociedad; en el fondo, la filosofía influye en nuestra forma de ver el mundo de una manera tan sutil que ni siquiera solemos darnos cuenta. Hoy día, donde prima el pragmatismo, se desestima la filosofía por ser poco práctica: la filosofía “no sirve para nada”. Sin embargo, las ideas que los filósofos dan a luz se van implantando en nuestro horizonte de expectativas, de manera que abren caminos a posibilidades (políticas o científicas) que anteriormente a ellos ni siquiera se planteaban. Ideas y convenciones que tenemos fuertemente establecidas, nunca hubiesen podido desarrollarse si alguien no las hubiese pensado por vez primera. Alguien tiene que hacerlo.

Descartes no suele caer bien. El Coyote no tiene muy buena opinión de él; Descartes es el adalid de la Razón en la modernidad. Con él, y otros como él, se culminó el proceso de “desencantamiento del mundo” y se dio comienzo otro proceso, éste de consecuencias inquietantes: La implantación de la visión técnico-científica del mundo, la realidad como la Proto-máquina. Y hay que reconocer que el tío no empieza mal, con su método de la duda y demás, pero las conclusiones son terribles. Pero antes de entrar al trapo, habría que hacer un “breve” inciso sobre un fenómeno que dio comienzo sólo un par de siglos atrás: el jesuitismo.

No, no voy a hacer una apología de una supuesta conspiración mundial jesuita; para eso ya están Dan Brown y todos sus adláteres. Además que el jesuitismo no es más que la forma depurada en la que siempre ha actuado la Iglesia Católica a lo largo de la historia. Algún loco dijo que el cristianismo era como un virus; y no estaba muy desacertado, el pobre orate. El cristianismo en su más experta y depurada forma: la Iglesia Católica, como un virus, se expande. Ante los cambios históricos, como la gripe, el cristianismo muta y se fortalece. No hace falta volver a evidenciar cómo el cristianismo, para hacerse popular ha asimilado numerosas festividades paganas, así como transfigurado personajes míticos que han pasado a formar parte del santoral. Hay que tener en cuenta que el cristianismo, esencialmente, es una religión universalizante (Universitas Christiana, que decían antaño; sólo de pensar en el concepto me entran escalofríos...), y como tal pretende expandirse en progresión geométrica hasta el infinito. De manera que el cristianismo se apropia de toda realidad circundante, y siempre que aparecen nuevos mundos trata de irrumpir en las creencias ajenas, movidos por su misión evangélica (ejemplos: América, China, etc...)

De igual forma hace con las ideas, el cristianismo. Y en esto se han destacado admirablemente los miembros de la Compañía de Jesús. Los jesuitas se han especializado en tomar toda idea novedosa que pudiera resultar una amenaza para el dogma, estudiarla a fondo y hacerla suya, hasta que por fin pasase a ser inofensiva. No son los únicos, desde luego. En todo movimiento, artístico, filosófico, político y científico revolucionario, con unas mínimas posibilidades de despertar algunas conciencias, siempre ha habido un jesuita especializado en ese tema. Por favor, si hasta tienen un jesuita evolucionista, el padre Teilhard de Chardin. Pero, cuidado, el peligro de esta forma de actuar está en que esas ideas, en su origen revolucionarias, una vez pasadas por el filtro interpretador del jesuita, pasan a ser otra parte más de la realidad conquistada por su visión del mundo (del mundo según el cristianismo, claro: el cuerpo como cárcel del alma, la vida como valle de lágrimas, etc. Bonito panorama). Estas ideas, con el lavado de cara, no son en absoluto inofensivas, son parte de la máquina. Con su insidiosa lógica, pasan a formar parte del arsenal enemigo, como otras formas de mantener la conciencia adormilada y encerrada, el ego aprisionado y en actitud patética y lastimosa. Los jesuitas, al menos durante una larga época, han formado parte del cuerpo de carceleros de esta realidad.

Tanto de lo mismo ocurre con Descartes, quien por cierto estudió en el afamado colegio jesuita de la Fleché.

Como decíamos, el tipo comienza muy bien; pone en entredicho la veracidad de los datos de nuestros sentidos (cosa que ya se venía planteando desde Platón y su famoso mito de la caverna; pero no sólo, claro está, que los brahmanes indios ya venían hablando del velo de Maya, y los budistas del ciclo del Samsara, pero bueno...) O sea, que plantea la hipótesis del mundo como engaño y la imposibilidad de un conocimiento esencial y perdurable de las cosas. Y no sólo eso, parece que Descartes tenía alguna idea de por dónde iban los tiros, e incluso plantea la hipótesis del Genio Malvado. Me encanta esa idea: la de un demiurgo que se regocija provocándonos el error, y comprobando la cantidad de maldad que puede el hombre acumular por defender una idea totalmente falsa. En el fondo, no nos hace falta ningún genio malvado, nosotros mismos ya somos capaces de distorsionar nuestra perspectiva y perseverar en el error, sin ayuda de ninguna entidad superior (e incluso prefiriendo las mentiras consoladoras a las verdades desnudas).

Qué fantástica esa duda metódica que desarrolla el amigo Descartes, prácticamente calcada del insigne médico escéptico Francisco Sánchez (de nacionalidad discutida aún por los dos países ibéricos). Si puedo poner en duda todo lo que conozco, al menos tengo una certeza: que dudo – cosa tan antigua como Sócrates y su “sólo sé que no se nada”. Y de ahí se sigue la segunda certeza: dudo, luego existo. El padre Gassendi – otro jesuita, pero éste de un carácter bastante especial, escéptico y atomista, del que quizá hablemos un poco más adelante – cuestionó a Descartes que, si por todo fundamento del conocimiento tan sólo tenía la duda, ¿qué le impedía, por tanto, dudar de esa duda?¿Y qué, dudar de esa otra duda, que dudaba de la primera duda? Y así sucesivamente...

Pero el paso más importante que da Descartes, a partir de ese comienzo metodológico, es fundamental: Pasa de la evidencia de la existencia en base a la certeza de que dudaba, a reconocer la existencia en base a la seguridad de que, si dudaba, eso significa que (como mínimo) pensaba. Por lo tanto: Cogito ergo Sum. Pero esta conclusión le lleva por derroteros bastante escabrosos, que dejaremos para una próxima entrega. El Coyote insiste en que pongamos lo siguiente: Fundamentar la existencia sobre el pensamiento es una extralimitación: según esto, la teoría de Descartes no sólo atañe al hombre. También piensan ángeles y demonios, dioses y fantasmas, y demás espantos. ¿Puede, entonces aplicarse su teoría a estos otros seres pensantes?

Habría que preguntárselo a ellos.

jueves, 14 de febrero de 2008

Leviathan (pronúnciese Lwytn)


En uno de sus muchos y recurrentes sueños ancestrales, el Coyote se ha topado en más de una ocasión con una figura casi olvidada (si no es por cuatro eruditos y pedantes), nos referimos a la figura mítica del Leviatán.

El imaginario colectivo le ha dado, en sus últimas encarnaciones, la forma de un enorme cetáceo (que ya de por sí son bastante grandecitos; éste sería algo así como el hermano mayor de todas las ballenas). Al parecer, los hebreos antiguos tomaron no pocas cosas en préstamo de las creencias sumerio-babilónicas y, sobre, todo de las creencias ugarítico-canaaneas (aunque supongo que es mucho más fácil decir directamente fenicios, pero en fin). De ahí que para algunos, el Leviatán de los textos religiosos hebreos simbolizaba originalmente las aguas primordiales, esas que en el Génesis Dios separó las de arriba de las de abajo - ya se sabe, en el Caos primigenio todo es confusión, todo está mezclado e indistinto; con la separación de este Caos primigenio, se da lugar un Orden o Cosmos, donde ya saltan a la vista las distinciones y diferencias (es como el Tao que subyace a los contrapuestos Yin y Yang, bueno, más o menos).

Pero Leviatán no sólo ha tomado la forma de la ballena que se zampó a Jonás; también ha sido asimilado con un dragón o una serpiente (como su prima sumeria, Tiamat). Robert Graves, la Diosa lo acoja en sus senos, apuntaba que uno de sus títulos honoríficos era nahash bariah, traducido libremente como "serpiente huidiza". También parece que en un momento dado, Leviatán se convirtió en el monarca de todas las criaturas marinas (varios midrash dan cuenta de ello); los barbudos rabinos dieron en especular sobre su tamaño y magnitud, y para que nos hagamos una idea, parece que Leviatán se alimentaba de dragones marinos. Su aliento, como todo gran monstruo mítico que se precie, es de vapores fétidos e inmundos, que cuando los expulsa, revuelven los Océanos durante años. Llegando al punto más exagerado de esta tradición, Leviatán habita en el fondo del mar, y su enorme cuerpo tapa el acceso al Tehom, el abismo en la cosmología hebrea. Finalmente, parece que el día del Juicio Final, la carne de Leviatán servirá de alimento a los justos que se reunirán con Dios en su morada.

Hay, sin embargo, una tradición semi-olvidada que afirma que Dios tuvo que dar caza a Leviatán y que con su piel confeccionó dos camisas que regaló a Adán y Eva; estas camisas daban una fuerza enorme a quien se la pusiera y, andando el tiempo, fue heredada por el rey Nimrod, bravo cazador ante el Señor, el mismo que ordenó la construcción de la Torre de Babel. Parece que al principio había dos leviatanes, un macho y una hembra, y que Dios realmente a quien dio caza fue a la hembra, para impedir que los dos monstruos se apareasen y reprodujeran, amenazando con desestabilizar el equilibrio del mundo (por no decir, partirlo por la mitad).

Pero la figura del Leviatán no se queda ahí, ni mucho menos. Con el paso de los siglos, ya implantado el cristianismo históricamente, la gran cantidad de mitos y tradiciones hebreas se simplificaron considerablemente. Leviatán pasa a convertirse en un importante demonio, cuando no uno de los títulos del mismo Adversario. Como tal fue mencionado durante la Edad Media en numerosas listas de esas que gustaban de confeccionar los demonólogos católicos; en estas metían a cualquier dios pagano, personaje mítico o legendario que hubiese pervivido en la conciencia colectiva, exiliándolos al Infierno. No debió agradar mucho a aquellas deidades orientales ser relegadas a compartir aquel vasto espacio psíquico con los advenedizos ángeles caídos, y mucho menos tener que soportar el liderazgo del presuntuoso Lucifer (el único a quien realmente puede aplicarse la miltoniana máxima “es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”).

Asimilado, pues, a la figura de Satán o Satanás - aunque el término Leviatán siguió usándose para designar a las enormes ballenas que los marinos europeos iban encontrando en sus cada vez más alejadas incursiones por mar. Y aquí tenemos que fijarnos en otro de los títulos honoríficos que se le han concedido al Malo, el de Príncipe de este Mundo, cosa que le va al pelo (sobre todo para los gnósticos, que reconocían en Lucifer al Demiurgo que creó este mundo material y corruptible, instigado por el eón Sofía). El Coyote nos recuerda que existe una creencia que asocia a cada nación su propio demonio protector, o de la guarda. Así, parece que Lucifer lo fue de Roma durante un tiempo, como Asmodeo lo es de España, y Mammon de Inglaterra. Y con esto llegamos a la más alucinante imagen que se ha creado basándose en el Leviatán.

Y nos referimos a la idea de el Leviatán que creara en 1651 Thomas Hobbes en su obra homónima. Este tipo, que fue durante un tiempo secretario de sir Francis Bacon (autor éste de la utópica Nueva Atlántida), llamado el Verulamio, se dedicó entre otras cosas, a poner en pie un análisis del fenómeno político con bastante perspectiva. Más o menos la idea es esta:

En un hipotético origen del hombre, el estado natural, la situación era de “guerra de todos contra todos”; daba igual, según Hobbes, que fueses muy fuerte o muy inteligente. Eso no te garantizaba que no fueses a morir en cualquier momento. Y esta amenaza de muerte constante venía dada porque, en el estado natural, todo el mundo tiene el mismo derecho a todas las cosas. Claro, en esta situación, al no haber ningún tipo de ley que coaccione al hombre a actuar de determinadas maneras (y le impida actuar de otras), y asegure una existencia relativamente pacífica, el hombre se comporta de manera acorde a su naturaleza primordial. Que según Hobbes no es otra que esta: Homo homini lupus. En el estado natural, cada hombre es un organismo unicelular que pugna por mantenerse vivo, aun a costa de la muerte de otros hombres. Es una existencia individualista y egoísta.

Para escapar de esta amenaza de muerte constante que se da en el estado natural, el hombre pacta un contrato social. Entonces crea la sociedad, o mejor el Estado (de derecho, en este caso). El pacto social se traduce en que la totalidad de los hombres que participan en ese contrato ceden parte de sus derechos naturales (y con esto no poco de su libertad), a unos miembros concretos de la sociedad. El Poder – el gobierno – así formado por la cesión de estos derechos, crea una serie de leyes para regular la sociedad, que son garantizadas por sus fuerzas represoras. Así, está prohibido por la ley el asesinato, pero los miembros del ejército pueden hacerlo en tiempos de guerra; así, está prohibida la agresión física, pero las fuerzas policiales pueden hacer uso de sus porras y demás cuando la situación lo requiere. El hombre sometido a este Estado vigilante, opresivo y regulador, la sociedad civilizada, ha cedido parte de sus derechos naturales (a hacer lo que le viene en gana, básicamente), y ha sacrificado la libertad de usar su tiempo a su antojo, a cambio de asegurarse una existencia relativamente pacífica y larga, y a ser posible una muerte no violenta. El Estado es, entonces, un organismo pluricelular, cuyas células son los hombres que lo forman. Un enorme y gigantesco cuerpo hecho de miles de hombres, que avanza lentamente en pos del Progreso, y cuyos pasos retumban en la Historia.

El Estado es el Leviatán.

Postdata: Las dos imágenes aquí introducidas han sido vilmente saqueadas de la Red; a decir verdad, teníamos ambas imágenes en formato papel (una, en una excelente edición de los grabados de Gustav Doré, y la otra en una edición ilustrada del Leviatán). Y, claro, para qué arriesgarnos a estropear un poco los libros escaneándolos, si ya rulaban por la Web...

sábado, 9 de febrero de 2008

La atribulada vida del doctor Torralba (y conclusión)

Ante todo, y en primer lugar, supongo q deberíamos dar algún tipo de explicación; hemos tardado tanto en retomar El Blues del Coyote, entre otras cosas, porque el viejo Coyote ha vuelto a desaparecer como antaño. Sólo es que esta vez está tardando más que nunca en volver (quiero decir, con otras palabras que es la vez que más tiempo lleva sin dar señales de vida). Algún miembro del equipo ha propuesto, a modo de rechifla, realizar una sesión de espiritismo, contratar a una médium - ignoro porqué insiste en que tenga que ser una mujer, pero me imagino las razones... En el fondo no es tan mala idea: no sería la primera vez que buscando una cosa (espíritus de difuntos, en este caso) se encuentre uno con otra cosa (el cuerpo astral del Coyote, vagando desde algún reino onírico, deslizándose por el vacío entre los mundos - no-lugar éste, a donde parece que el Coyote gusta de marchar cuando siente que tiene que estar solo).
En cualquier caso, antes de desaparecer, dejó algunas notas inconclusas sobre la cuestión de los hechos referentes a la atribulada vida del doctor Torralba, de manera que en esto al menos podremos continuar y darle una semi-digna conclusión.
Ahí van, entonces, los últimos datos concernientes al tema que nos ocupa:

Proceso inquisitorial (1528-1531)

  • 1528, 10 de enero: Primera audiencia del tribunal del Santo Oficio, dirigida por el reverendísimo doctor Ruesta, inquisidor de Cuenca, y atendida por el notario escribano Francisco de Herrera. Se ordena comparecer al doctor Eugenio de Torralba (el cual ya debía llevar unos días en la cárcel, en aislamiento absoluto). El inquisidor le comunica cómo existe una denuncia contra él por "cosas que ha hecho y dicho y cometido contra nuestra Santa fe Cathólica tocantes a eregías" (sic). Todo esto, por supuesto, acompañado de los procedimientos burocráticos correspondientes, que incluían juramentos, amonestaciones y demás parafernalia jurídica. Cuando se le da opción al doctor Torralba de hablar, éste declara que se considera católico convencido, e insiste en la limpieza de sangre de su linaje, y la falta de antecedentes hereticales en ella; después, sin embargo, reconoce tener a su servicio un "ángel bueno" (el bueno de Zaquiel, a quien ya conocemos), y relata toda la historia de cómo conoció en Italia al fraile dominico y cómo éste se lo cedió. Aquello debió dejar perplejo al inquisidor, que - más burócrata que caza-brujas - no debía estar acostumbrado a que los reos reconociesen tales hechos (por más que en la mentalidad de un inquisidor no cabía la posibilidad de que fuese realmente un ángel, a lo sumo un espíritu demoníaco que lo tenía engañado: téngase en cuenta un importante detalle, y es que una vez que la Inquisición te apresaba debías tener por seguro que eras culpable, el Santo Oficio nunca se equivocaba). Luego el doctor pasó a contar cómo Zaquiel se le presentaba en ocasiones para proferirle hechos políticos de suma importancia que acontecían en aquellos momentos en lugares lejanos, así como algunas profecías (claro que éstas, contadas tiempo después de que hubiesen ocurrido aquellos hechos, tenían un carácter retrospectivo que les restaba bastante credibilidad). En esta misma sesión, entre otras, el inquisidor le preguntó si había realizado con aquel espíritu algún tipo de pacto contrario a la fe. Hayque reconocer que las preguntas de este tipo no eran nada tendenciosas... El doctor Torralba insistió en la bondad del espíritu, en cómo éste le guiaba y aconsejaba siempre dirigiéndolo hacia una recta y cristiana moral. Incluso, al parecer, reconoció que éste se le llegó a aparecer en un par de ocasiones dentro de iglesias, cosa que debió escandalizar no poco a los miembros del tribunal (un espíritu demoníaco en suelo consagrado, tamaña infamia).
  • 1528, 11 de enero: Al día siguiente se hace comparecer al doctor de nuevo frente al tribunal. En esta nueva comparecencia el doctor cuenta cómo Zaquiel se aparecía en función a las fases lunares, y que él mismo no podía llamarlo cuando quisiese, era Zaquiel quien venía por su cuenta. En estas visitas el espíritu le contaba cosas futuras relacionadas con altas personalidades de la política y la Iglesia (con algunos de los cuales el mismo doctor se había codeado durante su estancia en Italia; esto debió tener algún peso en las decisiones de los inquisidores, el hecho de que el doctor Torralba estaba muy bien relacionado en las altas esferas, y además el doctor insistía en que algunas de estas personalidades habían asistido a sus hechos maravillosos. Claro que, como todos los que citaba habían muerto hacía tiempo, no había manera de refutarlo). Luego, el inquisidor le preguntó sobre si su espíritu le había transportado alguna vez por los aires, llevándolo a sitios lejanos. Aunque de sobra era conocido cómo el doctor había alardeado en ocasiones de su viaje aéreo a Roma durante el famoso saco, en esta ocasión aunque negó haber volado, sí admitió que el espíritu se lo había propuesto alguna que otra vez, pero que él había rehusado. Negó parcialmente algo que, más adelante, admitiría totalmente.
  • 1528, 17 de marzo: cerca de tres meses tuvo encerrado y aislado el inquisidor doctor Ruesta al bueno de Torralba hasta que volvió a llamarlo. Supongo que estos largos días de aislamiento debían servir para quebrantar la voluntad del acusado. Entre otras cuestiones nada tendenciosas, el inquisidor le preguntó si era cierto que había afirmado en alguna ocasión que Zaquiel fuese "príncipe de los espíritus malignos que fueron echados del cielo". En esta misma sesión, el doctor Torralba confiesa todos sus viajes por los aires, inclusive el famoso a Roma. Siguiendo esta lógica, el inquisidor le preguntó si, estando encerrado en las cárceles de la Santa, no se le había aparecido el "ángel" y le había ofrecido salir de allí por medios mágicos. El doctor, como buen hidalgo respondió con astucia que, dado que no había en su familia rastro de infamia ni herejías, no quería ser él con estos actos el primero en manchar su honor. En aquellos momentos, el doctor quería dejar claro que, si Zaquiel era un espíritu malo, a él lo había engañado haciéndose pasar por bueno.
  • 1528, 18 de marzo: Al día siguiente continuó la audiencia, teniendo que responder a los cargos de acusación que contra él había hecho el denunciante, don Francisco de Zúñiga, su antiguo "amigo". Según hace notar don Julio Caro Baroja, se deja ver por los papeles del proceso que los inquisidores no debían tener mucho respeto por el tal don Francisco, el cual se ha mostrado ya bastante ruín y avaricioso.
  • 1528, marzo-abril: En sesiones posteriores, el doctor Torralba sigue insistiendo en la aparente bondad de Zaquiel, el cual nunca le inspiró un acto pecaminoso o malvado, y repitiendo que nunca hizo pacto ninguno para atar la voluntad del espíritu. En un momento dado, el inquisidor doctor Ruesta le preguntó al acusado que, dado que el espíritu le hacía profecías, si no le había avisado que sería preso por la Inquisición. Torralba, con total calma, le responde que, efectivamente, Zaquiel le había avisado que no fuese a Cuenca, y que ahora entendía el motivo.
  • 1528, 4 de septiembre: Durante el resto del año, con todos los testimonios reunidos, el inquisidor doctor Ruesta, indeciso, eleva el asunto a la Suprema, la cual dictamina finalmente que el doctor Torralba "debía ser puesto a cuestión de tormento", por ver si de esta manera cambiaba su parecer e interpretación de los hechos. Los licenciados y doctores a los que fue planteada la cuestión veían con claridad la naturaleza malvada de Zaquiel. A causa de estos tormentos y torturas, el doctor Torralba se ve impelido a reconocer que ahora comprobaba que su espíritu no podía otra cosa que ser malvado, puesto que con sus consejos había terminado tan mal aventurado.
  • 1529, 12 de enero: En la siguiente audiencia, sin embargo, el doctor ya había recuperado su entereza, y volvía a insistir en la bondad del ángel y en su propia ortodoxia católica. Ante esto, el inquisidor decide dejarlo a la sombra unos 6 meses, para dejarle reflexionar.
  • 1529, 6 de mayo: Las cuestiones que el inquisidor plantea en esta sesión son de índole teológica y política, y pareciese aquí que el inquisidor tiene más interés en averiguar asuntos que podía iluminar el espíritu, que buscar hacer confesar al acusado. Preguntó al doctor Torralba si Zaquiel le había hablado de la existencia de Cielo, Infierno y Purgatorio (las otras dimensiones del cristianismo); e incluso si le había hecho alguna vez comentario sobre Lutero o Erasmo de Rotterdam (los dos grandes enemigos de la fe Católica en aquel momento - aparte del sentido común, claro). De Lutero, parece que Zaquiel tenía muy mala imagen, de Erasmo sin embargo, estaba más dudoso - y éste tenía numerosos seguidores en la península, que empezarían a ser perseguidos por la inquisición en aquella época.
  • 1530, 30 de enero: A estas alturas, el buen doctor Torralba, después de ser amonestado por varios canónigos y sacerdotes, con el ánimo hundido después de dos años de proceso, declara todos sus errores y pecados, arrepintiéndose de todos ellos, y clamando por limpiar su nombre y su honor (como todo buen hidalgo que se precie). Sin embargo, de sus errores de doctrina no echa la culpa a Zaquiel, sino que lo achaca a sus antiguos maestros de Italia, aquellos médicos materialistas seguidores de la Escuela de Padua. En posteriores audiencias a lo largo de este año, inisistiría en que la culpa siempre fue del adoctrinamiento de sus maestros, y nunca de Zaquiel.
  • 1531, marzo: A estas alturas, y como parecía que el doctor no iba a cambiar de parecer en torno a esto, el inquisidor le conmina a ignorar y no escuchar nunca más a ese Zaquiel, por el bien y la salvación de su alma. Arrepentido en el resto de sus pecados, y vencido ya totalmente por los rigores impuestos por la impasible maquinaria burocrática de la Inquisición, el doctor pide castigo y penitencia por todos sus errores. Finalmente, llevado a reconciliación con pena de cárcel y hábito penitencial, termina su largo proceso que duró finalmente desde finales de 1527 a mediados de 1531.
  • A los cuatro años de cárcel, fue finalmente indultado. Y no poco después de estos sucesos, el doctor Torralba ya recuperado, continuó con su vida cortesana al servicio del Almirante de Castilla don Fadrique Enríquez. Don Marcelino Menéndez Pelayo, el cual tuvo acceso a todas las actas del proceso, es de la opinión de que el doctor Torralba más bien que un hereje no era otra cosa que un poble loco, y de ahí la suavidad de la condena que se le impuso (cuando lo normal, en estos casos, hubiera sido darle tormento y finalmente llevarlo a la hoguera, para purificar su alma). Don Julio Caro Baroja, al contrario, es de la opinión de que esto fue motivado más bien por las relaciones del doctor en las altas esferas que otra cosa.
  • Si el doctor volvió a verse o hablar con Zaquiel es algo que nunca podremos saber.

martes, 29 de enero de 2008

Algunos fragmentos de historias sincrónicas (y conclusión)

Aunque pospuesto (no intencionadamente, eh?), aquí presentamos la conclusión de algunos fragmentos de ciertas historias sincrónicas, que tienen por eje común la influencia que “el Atlante” tuvo para ciertas mentalidades dispuestas a creer en cualquier cosa. Lo cierto es que su historia aún no ha terminado, pero en lo que a nosotros respecta, dejaremos que la memoria de Qarnis Qum sea eso, no más que memoria. Algunos de los miembros del equipo de El Blues del Coyote habían empezado a manifestar extraños sueños, de voces que les hablan en idiomas muertos y olvidados, a océanos de tiempo de distancia. En fin, también tenemos que reconocer que presentar, con un sentido lógico y lineal, la enmarañada red de intereses, agentes dobles y conjuras que constituyó el aparato de espionaje/inteligencia que cubría desde Tokio hasta Washington, pasando por todas las capitales europeas durante la pre-guerra y buena parte de la Segunda Guerra Mundial, no ha sido nada fácil, así que... Bueno, pues lo dicho, ahí va la última tanda y conclusión de la operación NIKE y, por ende, de la historia de “el Atlante”.

Del equipo de asesores de la OSS para la operación NIKE destacan los siguientes miembros:
  • El doctor Henry Jones Jr., afamado arqueólogo y profesor en el Marshall College de Connecticut, recomendado por el multimillonario Walter Donovan (cuando aún no se habían enemistado, claro). Según parece, el doctor Jones se ofreció para formar parte del equipo que llevaría a cabo la acción, pero los militares que estaban al cargo lo desestimaron.
  • El celebre ocultista inglés Aleister Crowley, propuesto por Maxwell Knigth, a la sazón jefe del servicio secreto británico, el MI5 (el famoso “M” de las novelas de Ian Fleming, del cual se dice que era amigo de ambos, Crowley y Knigth, y que de hecho fue quien le propuso a Knigth la participación del ocultista en este asunto). Con su acostumbrada autosuficiencia, el Coyote comenta que este Knigth, al parecer, era un pájaro de cuidado que había sido anteriormente miembro de las British Knight Fascisti, también conocida como British Fascist Ltd o BF. De esta misma agrupación ultraderechista salió el afamado lord Haw Haw, colaboracionista alemán convertido locutor de las emisoras alemanas para el resto de Europa.
  • El doctor Wingate Peaslee, profesor de Psicología de la Universidad de Miskatonic, Arkham (condado de Essex, Massachusetts), y especialista en lenguas muertas. Poco después de estos sucesos, le fue ofrecida la dirección de la enigmática Fundación Wilmarth. El doctor se pasó la mayor parte de las reuniones sacando facsímiles de papiros antiguos, y citando obras de títulos tan abstrusos como “Manuscritos Pnakóticos” o “Tablillas de G´harne”. Según parece fue el único en darse cuenta de la real amenaza que significaban las actividades de los nazis en la operación FENRIS, pero los descreídos militares enarcaban una ceja, expresión de sarcasmo sostenido, y trataban de ocuparse de asuntos estratégicos más “prácticos”. También parece que el doctor insistía con vehemencia en que los agentes enviados al temible castillo de Ascherslebensberg debían portar colgantes con el símbolo arcano, así como asegurarse de llevar una buena provisión de Elixir Tikkoum (que ya había demostrado su efecto en otras ocasiones). El doctor Peaslee encontró especial oposición ante Crowley, que como ocultista de rango superior pensaba ser quien tenía la última palabra en dichas cuestiones; éste se comportaba con bastante displicencia frente al doctor, al que pretendía ridiculizar enfrentándolo a su demagogia. En este caso, Crowley confiaba más en las informaciones que les proporcionaban sus contactos en logias alemanas, que tomar cualquier tipo de protección mágica. Sin embargo, desde el asunto Hess, en el que se dice que tomó buena parte, el servicio de inteligencia alemán había dispuesto que todas las informaciones que le llegasen al ocultista inglés desde campo enemigo fuesen todas bien falsas. Por no decir que es muy posible que aquellas supuestas revelaciones que Crowley recibió en su estancia en El Cairo, del Maestro Ra-Hoor-Khuit, no fuesen más que un intento de Qarnis Qum por contactar con alguien que pudiese sacarlo de su estado de letargo/muerte/sueño.
  • No está exenta de dudas la afirmación de que los nazis consiguiesen finalmente dar con el punto exacto de la tumba del hechicero supremo de Poseidonis, en las fuentes del Nilo. Hay datos bastante contradictorios al respecto; esto explicaría algunos movimientos estratégicos erráticos que realizaron las tropas alemanas en África, como si realmente estuviesen buscando algo (por más que no pudiesen ni acercarse a Sudán, que por entonces era protectorado británico). En cualquier caso, la operación aliada TORCH (08-11-1942), de desembarco masivo sorpresa contra todas las fuerzas de ocupación del Eje en África, terminó con cualquier posibilidad de dar con la tumba de Qarnis Qum, al menos en aquellos momentos. Esta operación comenzó sólo poco más de un mes antes del solsticio de invierno, con lo cual arruinó la esperanza del viejo Weisthor, astrólogo personal de Himmler y director de la operación FENRIS, que contaba con disponer de la carcasa momificada del mago, su reseco cadáver, para poder atar su cuerpo astral a él. Pensó el loco astrólogo que, de todas formas, podría invocar sólo su cuerpo etérico, y encerrarlo en algún tipo de círculo que había hecho grabar previamente en el empedrado del patio del castillo; pensó que era suficiente con realizar el ritual coincidiendo con el blôt del solsticio de invierno; pensó que con practicar algunos sacrificios humanos y salpicar con la sangre de las víctimas a todos los presentes, el espíritu del poderoso Qarnis Qum se haría presente y los tomaría a todos bajo su tutela espiritual, sin ninguna otra consecuencia. Habría que haber recordado, en todo caso, al viejo loco las palabras de advertencia que realizó en su momento Abdul al Hasr´d en su Qitab al Azif:
    “Sabias fueron las palabras de Ibn Schacab, quien declaró que no existe tumba más feliz que aquella que no alberga a un hechicero, tan dichosa como esa ciudad anochecida que ve a todos sus brujos reducidos a cenizas. Tiempo ha que corre el rumor de que el alma vendida al diablo no sólo rehúsa abandonar su recipiente de arcilla sino que ceba e instruye a los mismísimos gusanos que le devoran, hasta que de la corrupción brota un espantoso simulacro de vida, plagada de groseros carroñeros subterráneos. Se excavan en secreto hoyos inmensos donde debería bastar con los poros de la tierra y han aprendido a caminar seres que no deberían sino arrastrarse.”
    Según parece, los informes oficiales de la operación: NIKE debieron de perderse en algún momento del trasvase de competencias entre la OSS y la CIA, en los años cuarenta. No hay, pues, documentos oficiales que aclaren cuál terminó siendo el resultado de dicha operación. Es inequívoco que consiguieron frustrar de alguna manera los planes nazis, pero en qué forma es algo que no podemos imaginar.
    El doctor Peaslee, de la U. de Miskatonic, por sus propios intereses, llevó un diario de su participación en la operación, y años después, a principios de los sesenta, se entrevistó con el único miembro superviviente de la operación, el militar norteamericano, Obadiah Plisskin, el cual se encontraba internado en aquella época en la prestigiosa clínica Menninger (Topeka, Kansas). El veterano se encontraba aquejado de stress postraumático, y al parecer llevaba sin dormir a pierna suelta desde el 42, cosa harto inusual.
    Según nos desvela el doctor Peaslee en su diario, el soldado Plisskin había adelgazado hasta extremos insospechados, y era alimentado por suero, puesto que su organismo rechazaba cualquier tipo de sólido. Al parecer, el soldado se pasaba los días sedado, pues los ruidos fuertes (como la segadora de césped, o el motor del camión de reparto, por ejemplo) le provocaban reacciones violentas – un par de enfermeros de baja (uno de ellos permanente), y un psicólogo con la rótula definitivamente lisiada por culpa de un bolígrafo mal usado, eran el saldo que se había cobrado en el sanatorio, de momento. Su cuadro clínico, por ser breves, incluía una lista de fobias bastante completa (balistofobia, diplofobia, helmintofobia y kosmikofobia eran las más impresionantes de entre todas las que le aquejaban).
    Por tres ocasiones se entrevistó el doctor Peaslee con el soldado Plisskin: la primera fue totalmente infructuosa: parecía evidente que la desgastada psique del militar había bloqueado por completo la memoria de lo que aconteció la noche del solsticio de invierno del año 1942. Plisskin se limitaba a permanecer taciturno, con la mirada perdida, soñando despierto. De manera que el doctor solicitó al equipo de especialistas que trataba a Plisskin poder realizar al enfermo una sesión de hipnosis regresiva.