


Que nos hayamos mantenido sin actualizar durante tanto tiempo este blog que suscribe tiene sus explicaciones; no es que, como más de uno en el equipo de El Blues del Coyote ha asegurado, debamos explicaciones a un hipotético y etéreo lector, pero sí es cierto que a la envoltura física del viejo Coyote le han sobrevenido, en un par de meses, una serie de circunstancias con las que ha tenido que bregar, y que han ocupado gran parte de su tiempo. A saber: de nuevo fue requerido para ocupar un puesto de vital importancia para la nación - aunque, claro, la dinámica oscilante que está teniendo últimamente su vida laboral (ora trabajo, ora en paro), esto es, la eventualidad en que se ha convertido su situación, hace que siempre le coja de sorpresa, eso de tener que volver a la vida laboral.
Y no siempre en el mejor momento; pues en esta ocasión, coincidió con la entrega de llaves de un nuevo piso de alquiler, a donde se han trasladado el Coyote, su enervante gatito y la cantidad de enseres, trastos y cachibaches de los que gusta rodearse y que, en ocasiones, hace pensar a más de uno en la posibilidad de cierto síndrome de Diógenes...
Al menos, este nuevo piso (unas calles más allá de su anterior cueva de ermitaño), de enormes ventanales, innumerables macetas y una bendita luz solar que llega a deslumbrar las sensibles retinas del Coyote y alcanza cualquier rincón del hogar, permite que se pueda captar cualesquiera señal electromagnética o de radio. Y esto no es lo único que ha sacado al Coyote de su recogimiento/aislamiento: compartir piso con una bruja de las trece tribus cántabras, y con un amante de la naturaleza metido a minero - algunos dicen, un hobbit de la Comarca metido a labores propias de un enano de Khazad Dum -, también ayuda.
Por ello, el tiempo que quedaba para asueto y aprovechamiento lúdico (ese mismo que, cuando le sobra, le resulta agobiante), repartido a lo largo de las jornadas de formas absurdas e irracionalmente dictadas, ha tenido que aprovecharlo en idas y venidas; pues ha sido una mudanza al estilo hormiguita: como que el piso está a dos calles, y gran cantidad de cacharros los ha trasladado él mismo, llevándolos uno por uno, cargados al lomo (y, además, en esas horas de la tarde, cuando ni los escorpiones y otras alimañas acechan, puesto que andan buscando una sombrita donde guarecerse del inclemente sol).
Esos, amen de otros motivos que no vienen al caso, han llevado al equipo de El Blues del Coyote a mantenerlo en stand by una larga temporadita. Pero aquí volvemos, con los tinteros recargados.
Como se ha dicho en otras ocasiones, hará cosa de unos meses (casi un año, ya) vuestro amigo y vecino, el Viejo Coyote, se mudó a un ridículamente minúsculo estudio del centro de la ciudad. Sí, a ese piso donde, como también se ha mencionado anteriormente, las paredes son de tal grosor que apenas alguna señal electromagnética puede alcanzar al interior. Lo cual lleva al Coyote a una actitud de recogimiento interior, cual eremita de antaño (esto es, contraido, ermitaño); de hecho, y sin divagar en demasía, no es sólamente que disponga en su gruta los elementos característicos de los santos ermitaños, a saber, un cráneo humano y un león.
En cuanto al cráneo, hemos de decir que es una reproducción en plastiquete (de esas de coleccionables de periódicos, que no tienen nada mejor que ofrecer a sus potenciales clientes, para mantener las ventas, antes que reconocer que se acercan a su extinción como medio de propagación de noticias manipuladas y opiniones sesgadas - en todo caso, ¿qué noticia no es manipulada, y qué opinión no es sesgada?). De hecho, ni siquiera es a escala real, sino un poco más pequeño que la media - y no, no podría pasar por cráneo infantil, porque tiene la morfología de uno de adulto -, pero en fin. De creer a los intérpretes de estampas históricas, los santos ermitaños, que se apartaban del mundanal ruido, para encontrarse más de cerca con Dios (aunque, sobre todo, se encontraban con sus propios demonios), ponían un cráneo en sus lugares de recogimiento, como recordatorio de la fugacidad de la vida en este valle de lágrimas y tal. Que no es el caso; al Coyote le hubiera gustado usarlo de cenicero, o todo lo más como copa donde beber hidromiel, o vino especiado, o alguno de esos licores de antaño (que en nada tienen que envidiar a los actuales). Total, para finalmente terminar como una especie de macabra marioneta, a la que se le han hecho decir y hacer barbaridades, para terminar una noche de absenta en ser bautizada con el nombre, ya típico en cráneos y calaveras, de Horacio.
Y en lo que respecta al león, no es que realmente conviva con un felino de tierras africanas, pues no cabría ni por asomo. De hecho, es un gato común (felix silvestris catus), que difícilmente cabe realmente, pues tiene tendencia a ponerse nervioso - eso, cuando no está dormido o haciendo cosas que no se pueden decir sin caer en la vergüenza ajena. Pero como el gato en cuestión es de esos rubitos atigrados, pues al menos en eso sí se parece a sus parientes grandullones. Bueno, en eso y en que tiene una extraña manera de reaccionar a las caricias y cariñitos de turno; y es que, cuando más a gusto parece estar, ronroneando con ese motor interno (no hay mejor antiestres, oiga) y con los ojitos entrecerrados, sin previo aviso, le brillan los ojos con un fulgor psicopáta, y se pone a morder y a arañar a su anfitrión - a modo de agradecimiento, es de suponer. Aunque, hay que reconocerlo, la edad lo está volviendo más calmado y reflexivo.
El Coyote es de la opinión de que, aquellos que afirman que los animales no tienen conciencia de su pasado, y que viven en un eterno presente, hacen esa afirmación demasiado a la ligera. Debe ser porque no han tenido un gato en sus vidas; porque, para ser resentido, hay que tener cierta memoria concreta, respecto a lo agravios. Y este gato que vive con el Coyote, es de los que se las guarda y, en el momento menos esperado, se toma su venganza. No ya sólamente porque, cada vez que el Coyote llega a la casa, el gatito lo recibe afilando sus garras contra todo objeto destrozable que encuentre a la mano, y mira con ese gesto de ironía gatuna, como diciendo: "Mira, ¿has visto cómo rompo este estupendo sofá?" Y a este respecto, los gatos no son los únicos que recuerdan los agravios; el Coyote tiene noticia de que a algunas serpientes les ocurre tanto de lo mismo - de hecho, sin que le caigan ni mal ni bien, tiene la idea de que incluso son más resentidas que los gatos.
Se puede alegar que, realmente, no es memoria lo que tienen los gatos (o serpientes); sino más bien un instinto de supervivencia, un condicionamiento, que les lleva a reaccionar a la defensiva - aunque en su caso sea un ataque - frente a cosas que anteriormente les resultaron peligrosas (o puteantes). Pero el que afirme esto, no es más que un desnaturalizado, con tendencia a pensar que la humanidad es la cumbre de la evolución, y se encuentra en la cúspide de la pirámide; que el resto de la Creación está ahí para ponerse, única y exclusivamente a su servicio. Quien piensa esto, una de dos, o bien nunca ha convivido con animales; o bien es que carece de la empatía suficiente, como para depender sólamente de la verbalización para expresar sentimientos. Y este hecho, como diría el bueno de Michel de Montaigne, ¿no señala más bien una deficiencia de la humanidad que una superioridad, frente al resto de seres vivos?
Por otro lado, la ya manida definición de que el ser humano es un "animal racional", está también un poco cogida por los pelos. Pues, ¿no es cierto que los perros, por poner un ejemplo, son tan capaces de razonar como lo hace un ser humano? Así, cuando el can está siguiendo un rastro, y tiene tres posibles caminos, huele el primero y ve que no sigue por ahí la pista, huele el segundo y tampoco encuentra rastro, no necesita oler el tercer camino, porque, siguiendo el razonamiento lógico-deductivo, ya ha llegado a la conclusión correcta. De nuevo, el lúcido Montaigne, pone las cosas en su sitio.
Por cierto que uno de los que opinaba que los animales carecen de conciencia de pasado (y, por lo tanto, de historia), no fue otro que Friedrich aka "Zarathustra" Nietzsche. En concreto, recuerda el Viejo Coyote, hacía referencia el prusiano a las ovejas, y a la felicidad que conlleva el carecer de historia. Algo muy budista, eso de alcanzar la serenidad al vivir en un eterno presente. Aunque, siendo la afirmación realizada por Nietzsche en uno de sus "escritos intempestivos", considerados de juventud (cuando aún no había reñido con Wagner, y todavía consideraba a Schopenhauer como un maestro), es posible que estuviese haciendo referencia al hegeliano tópico de que "los pueblos felices carecen de historia" - afirmación ésta que no es baladí.
Sin embargo, como era de esperar en alguien como Nietzsche, no podemos exigirle coherencia. El Coyote sospecha que el bigotudo, no es que alcanzase conclusiones totalmente contradictorias, si se tienen en cuenta todas sus obras publicadas; cabe que ni siquiera sostuviese una misma opinión dos veces en un día, dependiendo de su estado de ánimo (o de lo que hubiese comido). Es lo que ocurre con los hiperbóreos. Por eso, no resultó chocante al Coyote, cuando supo que, días antes de ser definitivamente confinado de sanatorio en sanatorio, para los restos, tuvo aquella reacción con el caballo. El pobre animal de carga, accidentado y caído, con la pata partida y su destino ya sentenciado, sólo en Nietzsche tuvo un compañero que se congraciase con su trágico destino. Mientras el resto de los transeuntes se volcaba en ayudar a los pasajeros del coche, nuestro bigotudo se abrazaba con fuerza al recio cuello del caballo, consolándole y susurrándole cosas al oído.
El filosofo que luchó contra la compasión, volcando toda su compasión en el equino. Quizá vio en él a otro espíritu libre.
Las Parcas no tienen influencia directa sobre el Coyote, pues siglos hace que se jugó (haciendo trampas, por supuesto) con ellas la propiedad de su propio hilo de la vida, el cual ahora teje y desteje a su antojo en el enorme telar del Destino; las Parcas, decimos, no tienen influencia sobre el Coyote, al menos de forma directa: indirectamente sí que pueden manipular acontecimientos a su alrededor, para que actúe conforme Ha Sido Dispuesto (es decir, para que se comporte de una manera más o menos coherente, y en función a un orden preestablecido, el cual el Coyote tiende a ignorar o, si le es posible, diluir en la corriente caotica y múltiple que es la existencia).
De esta manera, el fatum se ha entrometido últimamente en el quehacer cotidiano del Coyote de la manera en que sigue: los cambios en el clima, el aumento de temperatura y la disminución de la humedad, impiden que llegue señal alguna a su hogar-gruta de ermitaño; de nuevo, sin conexión, su aislamiento (que no es tal, sólo le gusta imaginarlo así) ha alcanzado el punto que lo obliga a reutilizar su gastada glándula pineal a modo de receptor de información heterogénea y, en ocasiones, completamente inútil y fuera de lugar. Es posible que el hecho, aparentemente casual, de que se haya quedado una temporada sin acceso a la Red, fuera una manera en que el Destino quisiera dar un empujón al viejo Coyote, y tratar de encauzar su vida por un camino predeterminado - en todo caso, al Coyote siempre le ha resultado muy dificil, por no decir imposible, prever el camino adecuado para alcanzar una determinada meta; y además que, allí por donde el Coyote transita, no se puede decir que sea un camino: como se ha dicho en otras ocasiones, más bien habría de ser una cuerda tendida en el abismo.
Y siguiendo esta misma línea de razonamiento, podemos entender el hecho de que se rompiera su mini-bicicleta por dos partes distintas, y al mismo tiempo; con lo que conlleva de realizar los mismos recorridos, pero haciendo uso de sus también gastadas patas. Así, el Coyote se ha re-encontrado con el placer del caminar azaroso por los espacios urbanos, del descubrimiento de realidades geografico-mentales ajenas a la interpretación mundana de lo que ha de ser una ciudad. Sí, algo así como la deriva, pero sin un inoportuno transfondo ideológico, de esos que le restan autenticidad a los actos.
Por supuesto, todo esto acompañado de que, nuevamente, se ha encontrado con más tiempo libre del que gusta por lo general atesorar, y que cuando le sobreviene en demasía, resulta un poco inquietante y agónico.
Lo que las Tres Damas ignoran es que al Coyote estos cambios ya no le afectan, o al menos no a un nivel profundo: se ha acostumbrado de tal manera a su situación vital continuamente inestable, que ha llegado a amar esa situación. Los cambios no le atemorizan, de hecho, son bienvenidos como la promesa de una nueva aventura, de una nueva bifurcación en la difusa línea de su difusa vida.
Esto es así: habiéndose reconocido conscientemente como agente del Caos, cualquier intento de canalización ordenada y coherente de su devenir existencial carece de influencia sobre él. Las Parcas carecen de suficiente influencia sobre el Coyote: él es el espacio vacío en la estructura, ese punto de fuga caótico y cambiante, que mantiene la estructura en movimiento; que impide que las tecno-arañas del orden congelen los cimientos del sistema, empujándolo a una estabilidad parecida a la muerte. Como heraldo de Eris, el Coyote se encarga (no conscientemente, eso debe estar claro, más bien limitándose a ser quien es) de mantener la tensión entre orden y caos, allí donde uno de los dos ha alcanzando más influencia sobre el otro.
Aunque, en ocasiones, durante ese estado semi-consciente entre el sueño y la vigilia, cuando se dejan escuchar mejor las voces del subconsciente y esas otras que tratamos de cubrir con pensamientos conscientes, el Coyote ha llegado a la escalofriante conclusión de que discordia y armonía son dos caras de una misma moneda.
En más de una ocasión, el viejo Coyote ha alardeado de poseer el carnet de una de las bibliotecas más esquivas de éste, o cualquier otro plano: que no es otra que la así llamada Biblioteca de Babel, con la que soñó Borges. Bien que más de uno ha expresado su escepticismo, y no sin cierta razón; puesto que la Biblioteca existe en su propia esfera, ajena a toda realidad. Ella es un universo cerrado, y de hecho, para este caso se pueden usar indistintamente Biblioteca o Universo, pues expresan lo mismo. Cómo puede el Coyote acceder a esta esfera inmanente, es algo que nadie se atreve a cuestionarle.
Luego, por otro lado, está la cuestión del contenido. Si bien pueden encontrarse en esta biblioteca todas los libros existentes, habidos y por haber, esto no es más que cuestión de simple y pura combinatoria. No en vano, igualmente pueden encontrarse por millares libros completamente abusrdos, cuyo contenido caotico e irregular viene determinado por este azar combinatorio. E incluso de un libro medianamente sensato, puede hallarse otro que incluya argumentos para su negación. De modo que no existe, realmente, en la Biblioteca de Babel, un rasero para distinguir libros verídicos o veraces, de libros falsarios y absurdos. Leyendas hablan de cierto Catálogo que ha de encontrarse en algún anaquel...
Ocurre con esta Biblioteca de Babel como con la Red Expandida (o Internet); toda la información (cierta y/o falsa) que ha parido la humanidad se halla allí. Ahora bien, quién nos asegura cuáles de esos datos son válidos y cuáles son erróneos y confusos; no hay manera de distinguirlos, no hay rasero ni medida, y eso invalida la posibilidad de sacar de ella conocimiento certero y real. Aunque, en el fondo, según el viejo Coyote, que la información sea falsa o verdadera, en el fondo, es lo de menos. En cuanto a información se refiere, asegura, lo importante siempre ha sido el uso que se le diese.
Aunque, por supuesto, ésta no es la única biblioteca distante y alejada a nuestro sentido de la realidad que ha visitado el Coyote. Como hemos afirmado en otras ocasiones, el Coyote aprovechó la confusión causada por cierto enfrentamiento a nivel espiritual (¿o astral?) que devastó extensas regiones del planeta, entre ellas, la ciudad subterránea de Aggartha, para tratar de saquear los Registros Akashicos que allí se podían encontrar. De aquella excursión onírica, el Coyote volvió con el semblante mustio, y con ideas un poco negras. Poca información pudimos sacar, y sobre todo hacía referencia a un encuentro que tuvo antes de alcanzar la ciudad subterránea - resuenan ecos de recuerdos difusos en la oscura caverna de nuestra memoria, sobre cierto militar ruso transfigurado.
Altamente peligrosa es también la biblioteca que se halla en el cuarto planeta de Celaeno, estrella del sistema de las Pléyades. Afirman aquellos que se arriesgaron a soñar con ella (entre los que resalta con diferencia el bueno de Lovecraft), que se encuentran allí todos los conocimientos que los Primigenios robaron a los Dioses Arquetípicos, hace eones - posiblemente, por entonces, el universo ni tan siquiera tenía el aspecto con que lo conocemos. Sobre la forma en que están los conocimientos dispuestos, hay discrepancias: unos afirman que en sus anaqueles se encuentran libros tan terribles como los Fragmentos Pnakoticos, o en todo caso tablillas consignadas con símbolos y signos desconocidos u olvidados por el hombre. Algunos pocos, sin embargo, aseguran que toda la información se encierra en organismos vivos, creados para tal fin. En todo caso, lo que sí es seguro es que esta biblioteca dispone un guardian, que evita que se saquen sin permiso las obras allí custodiadas. A la salida de ella, puede encontrarse un inmeso y calmado lago, donde duerme este guardian, y al que no es aconsejable despertar...
Conectada con la Biblioteca de Celaeno se encuentran las Llaves Arquetípicas, o Tablillas Arquetípicas, custodiadas éstas por el terrible Ubbo-Sathla (padre de las formas de vida biológicas de la tierra, de creer los rumores). Al igual que con la mayoría de obras de la biblioteca extraplanetaria, la lectura de estas Claves acarrea tales revelaciones que no es raro que su lector, piadosamente, pierda la razón. Eso, si no es leída en voz alta, pues de ser así, esto podría despertar y atraer presencias, como mínimo, incómodas.
Las bibliotecas, en muchos casos, se solapan; y un conocedor del Espacio-B (o L-space, en el mundo anglosajón) puede ser capaz no sólo de saltar de una a otra, conociendo los caminos correctos. Puede, de hecho, incluso viajar a bibliotecas que sólo existieron (o existirán) en otros tiempos. Así el Coyote ha alardeado en alguna ocasión de conocer de primera mano bibliotecas como las de Alejandría y Pérgamo; o la biblioteca Laurentina, e incluso la de cierto monasterio medieval que ardió en una triste jornada. Las obras de estas bibliotcas, sin embargo, resultaban para el Coyote densas y pesadas. El Espacio-B supone que, de alguna forma, todas las bibliotecas son la misma biblioteca, puesto que parece que la información que en ellas se condensa, altera la estructura misma de la realidad, deformando el espacio-tiempo a su alrededor. Bibliotecas y laberintos son primos hermanos, y es tan fácil perderse en unas como en otros.
Y todo esto nos lleva a que, si deambulas mucho por bibliotecas, antes o después, has de alcanzar la Biblioteca de los Sueños, el germen de todas las otras. Aunque en épocas contemporáneas ésta se ha visto amenazada, por la esterilidad de sueños que el hombre moderno adolece; e incluso a comienzos del siglo XX llegó casi a desaparecer por completo, esto no es óbice para que puedan encontrarse en ella todos los libros que nunca se escribieron, todos los libros perdidos, y los libros que aún no se han escrito. Por ejemplo, se encuentran obras tales como El bestseller romántico de espías en el que pensabas en el autobús y que vendería un billón de ejemplares y ya no tendría que volver a trabajar; también todas las obras que dejó Kafka incompletas se pueden hallar aquí, pero terminadas tal cómo a él le hubiese gustado. Aunque siempre pueden leerse los fragmentos que dejó escritos, como un todo, tal y como si no les faltase nada. Y eso les confiere esa cualidad de ensoñación que tanto gusta al Coyote.
En cierta ocasión, perdido por los largos y oscuros pasillos de este Espacio-B, el Coyote llegó sin querer a una pequeña sala (una biblioteca, también, aunque de obras muy específicas), en la casa solariega de cierto hidalgo. Éste, frisando ya los cincuenta, leía ensimismado en voz alta, de espaldas al Coyote, y sin darse cuenta de su presencia real. Declamaba, el buen hidalgo, con voz altisonante: "la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura ".
Rodeaban a este hombre tantas quimeras, diablillos y semi-fantasmales criaturas de ficción, que no parecía distinguir al Coyote de éstos otros. No se daba cuenta de que él, también, era una criatura de ficción, dentro de otra ficción.
Resumen de los hechos
Se narra de forma tradicional, y esto nadie lo discute, que desde algunos años atrás al que tratamos, andaba por Sevilla un tal don Fernando Martinez, o Ferrán Martinez, elijan ustedes, con el cargo de Arcediano de la ciudad de Écija. Arcediano, por si se lo están preguntando, es un cargo eclesiástico equivalente al de archidiácono de la catedral. En todo caso, nos preguntamos, si este Ferrán Martinez tenía tal puesto en la catedral de Écija, a qué alejarse de su diaconía e ir a la ciudad de Sevilla a importunar con sus sermones.
Pues, según se cuenta, fueron sus incendiarios sermones los que inflamaron los resentimientos hacia la comunidad judía de la aljama sevillana, y que llevaron a tan dramáticas consecuencias. Este Arcediano no perdía ocasión en acusar a los judíos de todo mal que acosase a los buenos cristianos, desde el púlpito eclesial donde impartía sus lecciones morales y religiosas. Ya algunos años antes, en 1388, el Cabildo catedralicio había enviado cartas al rey, advirtiéndole de las duras predicaciones antisemitas de este tipo. El rey, que a la sazón era don Juan I de Trastamara, contestó asegurando que se estudiaría la cuestión:
"ca aunque su zelo es santo é bueno, débese mirar que con sus sermones é pláticas non conmueva el pueblo contra los judíos, ca aunque son malos é perversos, están bajo mi amparo real é poderío."
Y este amparo o protección regia, según recuerda el viejo Coyote, venía siendo así desde, al menos, el reinado de Fernando III, el Santo; observaremos, sin embargo, que llegado el momento de la verdad, esta protección regia se mostraría con mucho insuficiente. Puesto que los malhadados sermones del Arcediano de Écija, finalmente, empujaron a la plebe a enfocar todas sus frustaciones contra los judíos de la aljama, creyéndolos culpables de todo cuanto les había pasado de malo en sus cortas y duras vidas de plebeyos.
Pronto pasarían a las acciones: durante la primavera del año 1391, se ocasionaron alborotos en la judería, donde muchas casas, puestos y tiendas fueron arrasados y saqueados. Si bien los judíos en aquella ocasión fueron hostigados y maltratados, la furia del vulgo sólo se proyectó sobre sus posesiones materiales, saliendo sus personas físicas más o menos indemnes. Esta vez, sin embargo, el alguacil mayor de la ciudad, don Álvaro Pérez de Guzmán, y sus fuerzas pudieron reprimir aquel saqueo, y no sólo eso, sino que la justicia se llevó por delante al menos a dos de aquellos alborotadores.
Como castigo ejemplar, se decidió dar pena pública de azotes a los antedichos presos. Esto ocurrió, según se narra, el día 15 de marzo, Miércoles de Ceniza, para más señas. El pueblo, sin embargo, irritado porque se castigaba a los que, según su versión de los hechos, eran víctimas, mientras que los judíos salían indemnes, se opuso a aquel correctivo. Se dio lugar a otro alboroto, en el que esta vez los objetivos eran el mismo alguacil mayor, así como el conde de Niebla y los alcaldes de la ciudad. Poco faltó para que no fuesen apedreados allí mismo, y hubieron de refugiarse de la enfurecida masa, sin más remedio que dejar libres a los prendidos. Se dice que aquel día hubo otro asalto a posesiones judías, e incluso algún asesinato, pero que fue rápidamente sofocado por los justicias del rey.
Según se dice, por aquel tiempo, ocurrían en Sevilla ocasionales peleas callejeras entre los hombres del conde de Niebla y los de don Pedro Ponce de León, y la frecuencia con que se daban, sin que mediase mano de justicia para impedirlo, tenían a todo el mundo excitado y con los ánimos bien violentos.
Por ello, el Arcediano de Écija, que debía ser un elocuente orador, continuaba impunemente con sus prédicas, que alimentaban el odio hacia los judíos, hasta que el día 6 de junio la rabia y frustración de un pueblo empobrecido y agitado, no pudo ser contenida por más tiempo. Si bien en anteriores asaltos a la judería el populacho portaba palos y piedras, en aquella ocasión iban armados de tridentes, cuchillos y otras armas filosas, dispuestos a todo. Aquello tomó desprevenida a la comunidad judía, y la posibilidad de escapar fue cortada, puesto que la masa enfervorecida entró a saco por las dos únicas puertas de la aljama.
Esta vez, sin embargo, los asaltantes no se contentaron con destruir los establecimientos judíos y saquear sus posesiones. De forma sistemática, todo judío atrapado era linchado y apaleado, y finalmente pasado a cuchillo. Se dice que, de aquella matanza, ni tan siquiera se salvaron mujeres y niños, degollados todos sin rastro de compasión cristiana, por parte de sus verdugos. Quien haya caminado por el barrio de Santa Cruz, o por barrios de similar distribución en otras ciudades, habrá notado su disposición laberíntica, de estrechas callejuelas, pasajes y callejones sin salida. Con esta morfología urbana, poco o nada podía hacerse para escapar de la desgracia, convertida la aljama en trampa mortal para sus moradores. No quedó, pues, lugar en la judería aquel aciago día donde poder esconderse del furor vengativo: las gentes eran sacadas a rastras de sus hogares, ni tan siquiera las sinagogas fueron respetadas. La sangre de inocentes anegaba los regatillos, las oraciones, las súplicas y los chillidos se mezclaban por igual. Aquella matanza duró toda la jornada.
Cuando tan terrible noticia llegó a oidos de don Álvaro Pérez de Guzmán, como se ha dicho, alguacil mayor del rey en Sevilla, levantó a todos sus hombres en armas, para defender a los indefensos judíos. Superados, sin embargo, en número, se tuvo que solicitar el concurso de las fuerzas personales de algunos nobles sevillanos, como el citado conde de Niebla. Pese a todo, se demostró que la furia del pueblo era incontenible, y los hombres del rey poco pudieron hacer para sosegar los ánimos. Es de suponer que, ante tal caos, hubiera poca o ninguna comunicación de los superiores con sus soldados, de manera que se puede casi imaginar a unos oficiales dando órdenes que, o llegaban tarde, o contradecían anteriores mandatos. Incluso cabe que, algunos de estos soldados y superiores, estuviesen más que de acuerdo con lo que estaba aconteciendo, y no hiciesen mucho por evitarlo. Para ser justos, el esfuerzo del Alguacil Mayor por defender la aljama siempre ha parecido sincero, en todas las versiones consultadas. También en todas las versiones se defiende que impedir la masacre era tarea que le superaba.
Cuando, al final del día, los ánimos se fueron calmando, la práctica totalidad de la judería, contadas las excepciones, había sido diezmada. Algunas familias se libraron, pues ya habían abandonado la ciudad, con ocasión de los anteriores tumultos de aquel año; otros, que no fueron hallados en sus escondrijos, igualmente se libraron del exterminio (pero, de estos, fueron los menos). Respecto a la cifra del total de muertos, casi todas las fuentes coinciden que eran en número, al menos, de cuatro mil, o más. No era metafórica, pues, la afirmación de que la sangre anegó los regatos de las callejuelas de la judería. Sin embargo, esto contradice otra afirmación, que asegura que, en momentos de mayor florecimiento (el mismo siglo XIV en que aconteció la matanza), la aljama sevillana no contaba con más de dos mil habitantes. Para explicar esta aparente contradicción, al Coyote se le han ocurrido un par de hipótesis; una, que la cifra dada, de dos mil habitantes, sea aproximativa, en función del número de familias que se supone habitaban en la judería (un máximo de cuatrocientas, se asegura); o bien, que no estuviesen censados realmente todos los miembros de la comunidad, y que este censo real – el de la cifra de cuatro mil – sólo fuera llevado a cabo post mortem. Por supuesto, también cabe aquí la exageración para realzar lo trágico de todo aquello (en el fondo, son los terribles actos los que no deben caer en el olvido, y no el número de veces cometido: con una sola víctima, hubiera sido suficiente para mostrar lo equívoco de esta actitud).
En cualquier caso, la mayoría de autores coinciden en que, cuando los Reyes Católicos, un siglo más tarde, llevaron a cabo la expulsión oficial de los judíos del reino, Sevilla fue una de las ciudades donde menos se notó esto. Puesto que hacía ya cien años que los judíos supervivientes a la carnicería de 1391, o bien habían abandonado tan desagradecida ciudad, o bien optaron por convertirse al cristianismo – no hay mejor manera de conseguir conversos. De hecho, se asegura que la judería, después de los tristes acontecimientos, había quedado en una desolación, abandonada por sus anteriores ocupantes. De las sinagogas, las que no fueron derruídas para construir algún palacio nobiliario, u otros edificios, se transformaron en iglesias católicas, no quedando hoy día rastro alguno de éstas. Quedó sin embargo, una de ellas en uso para los pocos judíos que quedaron en la ciudad, hasta su definitiva expulsión. Con el tiempo, los cementerios hebreos terminaron convertidos en huertos, y construidos sobre ellos arrabales como el de San Bernardo.
Sobre el destino de Fernado Martinez, Arcediano de Écija, se dice que permaneció durante algunos años sin ser amonestado, por su tremenda imprudencia. Esto estuvo motivado por la prematura muerte del rey don Juan I, de una tonta caída del caballo, un año antes de los terribles sucesos; siendo, pues, su sucesor Enrique III de Castilla, llamado el Doliente, menor de edad durante aquella época, la Regencia que le sustituía en el gobierno se mostró tibia y dudosa ante cómo reaccionar frente a aquello, socavada su autoridad por nobles poderosos en todo el reino. Sin embargo, el Doliente, siendo ya monarca de Castilla, no habría de olvidar la afrenta, y con ocasión de una visita en 1395 a la ciudad de Sevilla, ordenó prender al Arcediano. Con ello fue encarcelado, no se precisa por cuanto tiempo, ni si el castigo correspondió al crimen.
PostData
Habiendo finalizado estas humildes letras, sólo nos queda el rogar al siempre paciente y comprensivo lector que sepa perdonar nuestras faltas por omisión, imprecisión o distorsión. Pues, como se ha dicho en otras ocasiones, no es nuestra vocación la coherencia, ni el sistematismo; otras mentes preclaras han venido y vendrán, con capacidad suficiente para discernir lo histórico y verídico, de lo legendario y falaz. Si no es ése intento vano y utópico, al menos no será por no haberlo intentarlo, que la memoria no puede ni debe quedar enterrada por intereses temporales.