martes, 24 de febrero de 2009

La Matanza de la Judería de Sevilla (1391), y Parte Tercera

Resumen de los hechos

Se narra de forma tradicional, y esto nadie lo discute, que desde algunos años atrás al que tratamos, andaba por Sevilla un tal don Fernando Martinez, o Ferrán Martinez, elijan ustedes, con el cargo de Arcediano de la ciudad de Écija. Arcediano, por si se lo están preguntando, es un cargo eclesiástico equivalente al de archidiácono de la catedral. En todo caso, nos preguntamos, si este Ferrán Martinez tenía tal puesto en la catedral de Écija, a qué alejarse de su diaconía e ir a la ciudad de Sevilla a importunar con sus sermones.

Pues, según se cuenta, fueron sus incendiarios sermones los que inflamaron los resentimientos hacia la comunidad judía de la aljama sevillana, y que llevaron a tan dramáticas consecuencias. Este Arcediano no perdía ocasión en acusar a los judíos de todo mal que acosase a los buenos cristianos, desde el púlpito eclesial donde impartía sus lecciones morales y religiosas. Ya algunos años antes, en 1388, el Cabildo catedralicio había enviado cartas al rey, advirtiéndole de las duras predicaciones antisemitas de este tipo. El rey, que a la sazón era don Juan I de Trastamara, contestó asegurando que se estudiaría la cuestión:

"ca aunque su zelo es santo é bueno, débese mirar que con sus sermones é pláticas non conmueva el pueblo contra los judíos, ca aunque son malos é perversos, están bajo mi amparo real é poderío."

Y este amparo o protección regia, según recuerda el viejo Coyote, venía siendo así desde, al menos, el reinado de Fernando III, el Santo; observaremos, sin embargo, que llegado el momento de la verdad, esta protección regia se mostraría con mucho insuficiente. Puesto que los malhadados sermones del Arcediano de Écija, finalmente, empujaron a la plebe a enfocar todas sus frustaciones contra los judíos de la aljama, creyéndolos culpables de todo cuanto les había pasado de malo en sus cortas y duras vidas de plebeyos.

Pronto pasarían a las acciones: durante la primavera del año 1391, se ocasionaron alborotos en la judería, donde muchas casas, puestos y tiendas fueron arrasados y saqueados. Si bien los judíos en aquella ocasión fueron hostigados y maltratados, la furia del vulgo sólo se proyectó sobre sus posesiones materiales, saliendo sus personas físicas más o menos indemnes. Esta vez, sin embargo, el alguacil mayor de la ciudad, don Álvaro Pérez de Guzmán, y sus fuerzas pudieron reprimir aquel saqueo, y no sólo eso, sino que la justicia se llevó por delante al menos a dos de aquellos alborotadores.

Como castigo ejemplar, se decidió dar pena pública de azotes a los antedichos presos. Esto ocurrió, según se narra, el día 15 de marzo, Miércoles de Ceniza, para más señas. El pueblo, sin embargo, irritado porque se castigaba a los que, según su versión de los hechos, eran víctimas, mientras que los judíos salían indemnes, se opuso a aquel correctivo. Se dio lugar a otro alboroto, en el que esta vez los objetivos eran el mismo alguacil mayor, así como el conde de Niebla y los alcaldes de la ciudad. Poco faltó para que no fuesen apedreados allí mismo, y hubieron de refugiarse de la enfurecida masa, sin más remedio que dejar libres a los prendidos. Se dice que aquel día hubo otro asalto a posesiones judías, e incluso algún asesinato, pero que fue rápidamente sofocado por los justicias del rey.

Según se dice, por aquel tiempo, ocurrían en Sevilla ocasionales peleas callejeras entre los hombres del conde de Niebla y los de don Pedro Ponce de León, y la frecuencia con que se daban, sin que mediase mano de justicia para impedirlo, tenían a todo el mundo excitado y con los ánimos bien violentos.

Por ello, el Arcediano de Écija, que debía ser un elocuente orador, continuaba impunemente con sus prédicas, que alimentaban el odio hacia los judíos, hasta que el día 6 de junio la rabia y frustración de un pueblo empobrecido y agitado, no pudo ser contenida por más tiempo. Si bien en anteriores asaltos a la judería el populacho portaba palos y piedras, en aquella ocasión iban armados de tridentes, cuchillos y otras armas filosas, dispuestos a todo. Aquello tomó desprevenida a la comunidad judía, y la posibilidad de escapar fue cortada, puesto que la masa enfervorecida entró a saco por las dos únicas puertas de la aljama.

Esta vez, sin embargo, los asaltantes no se contentaron con destruir los establecimientos judíos y saquear sus posesiones. De forma sistemática, todo judío atrapado era linchado y apaleado, y finalmente pasado a cuchillo. Se dice que, de aquella matanza, ni tan siquiera se salvaron mujeres y niños, degollados todos sin rastro de compasión cristiana, por parte de sus verdugos. Quien haya caminado por el barrio de Santa Cruz, o por barrios de similar distribución en otras ciudades, habrá notado su disposición laberíntica, de estrechas callejuelas, pasajes y callejones sin salida. Con esta morfología urbana, poco o nada podía hacerse para escapar de la desgracia, convertida la aljama en trampa mortal para sus moradores. No quedó, pues, lugar en la judería aquel aciago día donde poder esconderse del furor vengativo: las gentes eran sacadas a rastras de sus hogares, ni tan siquiera las sinagogas fueron respetadas. La sangre de inocentes anegaba los regatillos, las oraciones, las súplicas y los chillidos se mezclaban por igual. Aquella matanza duró toda la jornada.

Cuando tan terrible noticia llegó a oidos de don Álvaro Pérez de Guzmán, como se ha dicho, alguacil mayor del rey en Sevilla, levantó a todos sus hombres en armas, para defender a los indefensos judíos. Superados, sin embargo, en número, se tuvo que solicitar el concurso de las fuerzas personales de algunos nobles sevillanos, como el citado conde de Niebla. Pese a todo, se demostró que la furia del pueblo era incontenible, y los hombres del rey poco pudieron hacer para sosegar los ánimos. Es de suponer que, ante tal caos, hubiera poca o ninguna comunicación de los superiores con sus soldados, de manera que se puede casi imaginar a unos oficiales dando órdenes que, o llegaban tarde, o contradecían anteriores mandatos. Incluso cabe que, algunos de estos soldados y superiores, estuviesen más que de acuerdo con lo que estaba aconteciendo, y no hiciesen mucho por evitarlo. Para ser justos, el esfuerzo del Alguacil Mayor por defender la aljama siempre ha parecido sincero, en todas las versiones consultadas. También en todas las versiones se defiende que impedir la masacre era tarea que le superaba.

Cuando, al final del día, los ánimos se fueron calmando, la práctica totalidad de la judería, contadas las excepciones, había sido diezmada. Algunas familias se libraron, pues ya habían abandonado la ciudad, con ocasión de los anteriores tumultos de aquel año; otros, que no fueron hallados en sus escondrijos, igualmente se libraron del exterminio (pero, de estos, fueron los menos). Respecto a la cifra del total de muertos, casi todas las fuentes coinciden que eran en número, al menos, de cuatro mil, o más. No era metafórica, pues, la afirmación de que la sangre anegó los regatos de las callejuelas de la judería. Sin embargo, esto contradice otra afirmación, que asegura que, en momentos de mayor florecimiento (el mismo siglo XIV en que aconteció la matanza), la aljama sevillana no contaba con más de dos mil habitantes. Para explicar esta aparente contradicción, al Coyote se le han ocurrido un par de hipótesis; una, que la cifra dada, de dos mil habitantes, sea aproximativa, en función del número de familias que se supone habitaban en la judería (un máximo de cuatrocientas, se asegura); o bien, que no estuviesen censados realmente todos los miembros de la comunidad, y que este censo real – el de la cifra de cuatro mil – sólo fuera llevado a cabo post mortem. Por supuesto, también cabe aquí la exageración para realzar lo trágico de todo aquello (en el fondo, son los terribles actos los que no deben caer en el olvido, y no el número de veces cometido: con una sola víctima, hubiera sido suficiente para mostrar lo equívoco de esta actitud).

En cualquier caso, la mayoría de autores coinciden en que, cuando los Reyes Católicos, un siglo más tarde, llevaron a cabo la expulsión oficial de los judíos del reino, Sevilla fue una de las ciudades donde menos se notó esto. Puesto que hacía ya cien años que los judíos supervivientes a la carnicería de 1391, o bien habían abandonado tan desagradecida ciudad, o bien optaron por convertirse al cristianismo – no hay mejor manera de conseguir conversos. De hecho, se asegura que la judería, después de los tristes acontecimientos, había quedado en una desolación, abandonada por sus anteriores ocupantes. De las sinagogas, las que no fueron derruídas para construir algún palacio nobiliario, u otros edificios, se transformaron en iglesias católicas, no quedando hoy día rastro alguno de éstas. Quedó sin embargo, una de ellas en uso para los pocos judíos que quedaron en la ciudad, hasta su definitiva expulsión. Con el tiempo, los cementerios hebreos terminaron convertidos en huertos, y construidos sobre ellos arrabales como el de San Bernardo.

Sobre el destino de Fernado Martinez, Arcediano de Écija, se dice que permaneció durante algunos años sin ser amonestado, por su tremenda imprudencia. Esto estuvo motivado por la prematura muerte del rey don Juan I, de una tonta caída del caballo, un año antes de los terribles sucesos; siendo, pues, su sucesor Enrique III de Castilla, llamado el Doliente, menor de edad durante aquella época, la Regencia que le sustituía en el gobierno se mostró tibia y dudosa ante cómo reaccionar frente a aquello, socavada su autoridad por nobles poderosos en todo el reino. Sin embargo, el Doliente, siendo ya monarca de Castilla, no habría de olvidar la afrenta, y con ocasión de una visita en 1395 a la ciudad de Sevilla, ordenó prender al Arcediano. Con ello fue encarcelado, no se precisa por cuanto tiempo, ni si el castigo correspondió al crimen.

PostData

Habiendo finalizado estas humildes letras, sólo nos queda el rogar al siempre paciente y comprensivo lector que sepa perdonar nuestras faltas por omisión, imprecisión o distorsión. Pues, como se ha dicho en otras ocasiones, no es nuestra vocación la coherencia, ni el sistematismo; otras mentes preclaras han venido y vendrán, con capacidad suficiente para discernir lo histórico y verídico, de lo legendario y falaz. Si no es ése intento vano y utópico, al menos no será por no haberlo intentarlo, que la memoria no puede ni debe quedar enterrada por intereses temporales.

10 comentarios:

Hispanus dijo...

Hola

Me ha gustado mucho la historia de la judería, yo mismo, tras leer un libro de José María de Mena, me animé para escribir en mi blog algo al respecto.

Ha sido todo muy interesante y entretenido, lástima que en el instituto no nos enseñen estas historias, tan nuestras.

Un saludo.

Coyote dijo...

Gracias por el comentario, Hispanus, me alegra que te haya gustado.

Como se dijo en la conclusión del artículo, es importante que se recuerden estas historias, pues como dice el tópico: "quien olvida su pasado, está condenado a repetirlo".

Sobre historia de Sevilla, al principio de la primera parte, señalé algunos de los libros que consulté para documentarme. La colección de la Universidad de Sevilla, sobre historia de la ciudad, es bastante completa, y hasta donde recuerdo, podían encontrarse en algunas librerías.

¡Saludos!

Josefito dijo...

Gracias, Coyote, por este interesante y desapasionado artículo. Además me ha gustado el estilo, aunque tengo que llamar tu atención sobre un par de faltas de ortografía en esta última entrega: se escriben con uve "enfervorecida" y "socavada".
Y luego, aunque en la esencia estoy de acuerdo contigo, en la práctica no es lo mismo un muerto que cuatro mil.
Saludos.

Coyote dijo...

Agradecido por tu comentario, y por tu corrección certera, Josefito. Me alegra que te guste el estilo, y que te haya parecido interesante la relación.

Ya emos realizado las pertinentes correcciones!

Un saludo.

Coyote dijo...

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