Algunas causas
Si bien es cierto que, como hemos adelantado, algunos judíos (en calidad de médicos, de banqueros y de recaudadores) se movían por altas esferas, entre reyes y nobles, y por lo tanto eran tenidos en cierta estima por éstos, no ocurre así cuando descendemos en los escalafones de la sociedad medieval. El populacho, por lo general pobres como ratas, sin embargo, no tenía en buena consideración a los descendientes de Abraham; y no sería de extrañar. Desde casi sus origenes, la Iglesia de Roma había emitido edictos y bulas, donde se potenciaba la segregación entre cristianos y judíos. Y estas consideraciones eran, además, por lo general refrendadas por los reyes, en mayor o menor medida. Sería casi una ironía cruel: lo que ordenaban para su pueblo, los reyes no lo aplicaban para sí mismos.
Ejemplos los hay cuantos quieran: al margen del tributo de los 30 dineros, anteriormente citado, los jerarcas de la Iglesia condenaban con la excomunión a todo cristiano que se casase con un judío; prohibían el que pudieran compartir mesa; inclusive, se establecían penas y multas por permitir que un judío bendijese las cosechas, y sus frutos (es de suponer, para no atraer hacia esas mismas cosechas, las maldiciones de otros). Pero uno de los más llamativos edictos que se promulgaron, a favor de la segregación, fue el que se dispuso en el Concilio Lateranense, siendo papa Gregorio IX, y que en Castilla fue plasmado en los Ordenamientos Reales; y no es otro que la orden de que los judíos llevasen un paño rojo o brazalete en el hombro derecho, para poder ser distinguidos, y evitar las rebujinas de judíos con cristianos. Extraemos parte de estos Ordenamientos:
"E si algún judío non levare aquella señal, mandamos que peche por cada vegada que fuese fallado sin ella 10 maravedís de oro, é si non obiere de que los pechar, resciba 10 azotes públicamente por ella."
Súmese a esta señal que los apuntaba como distintos, el que fuesen invitados a habitar aparte, en su propia aljama (que no sabemos si podría llamársele con propiedad ghetto); y no sólo eso, pues siempre se ha dicho que resultaba en mala fama para los judíos el realizar sus prácticas religiosas en un idioma desconocido para el resto de la población. No se limitaría el uso del hebreo a sus prácticas religiosas; también despertaban sospechas y recelos cuando dos judíos (o dos mudéjares, que para este caso ocurría tal que lo mismo) querían tener una conversación privada, delante de algún gentil, y hablaban en hebreo. Nada de esto, según se ha dicho en ocasiones, ayudaba a la convivencia pacífica, en las ciudades medievales.
Luego estaba el rencor motivado por causas económicas; también se ha convertido ya en un tópico afirmar que el populacho guardaba mala inquina para con los judíos, por la evidente diferencia económica que los distanciaba; pues mientras ellos eran pobres como ratas, sin embargo, podían comprobar a diario la ostentación de bienes y riquezas de los judíos, dadas sus labores de recaudación de impuestos, mercadeo y, sobre todo, lo que se refiere a préstamos y usura. Sin embargo, para el Coyote, esa justificación económica de las masacres medievales hacia los judíos, suena a conveniente explicación a posteriori. Una excusa historicista, para calmar la conciencia del tolerante europeo contemporáneo. De hecho, no recuerda el Coyote exactamente dónde lo ha leído, pero según parece la usura se consideraba pecado capital, dentro del cristianismo medieval, extendiéndose esto a todas las labores que conllevasen el acumulamiento de riquezas y el uso y manejo del dinero. Sin embargo, la religión mosaica no hace ninguna prescripción en contra de estas prácticas, de modo que los judíos, si nos ponemos, se limitaron a ocupar un vacío en la sociedad que era necesario colmar. No era cosa de permitir que los nobles administraran las rentas estatales, pues su preparación iba encaminada en otra dirección: ya se sabe, guardianes del rebaño, de la fe, y de las fronteras.
Además, no es cierto que la comunidad judía se dedicase exclusivamente a trabajos relacionados con el dinero. Es de sobra conocida la fama de excelentes médicos y boticarios, que se encontraba entre los judíos (y a quienes recurrían los grandes señores, pese a sus escrúpulos). En Sevilla, por ejemplo, los judíos tuvieron oficios tales como sastre, tejedor, platero, sedero, orfebre, y otros tipos de artesanía. Mucha hipérbole tuvieron que hacer, para generalizar de esa manera, los que arrasaron con toda la judería de Sevilla.
Pero eso no es todo, en cuanto a la mala fama que ha ido envolviendo a los judíos a lo largo de la historia; nos dejamos las causas que, en cierto sentido, pueden considerarse las más relevantes: esto es, las religiosas. La causa económica del odio hacia los judíos sería la explicación material; la causa religiosa, la explicación ideológica. No vamos a señalar el obvio resentimiento que guardan los cristianos, por el hecho bíblico de que fue el Sanedrín de Jerusalen quien condenó a Jesus a su tormento y crucifixión. Que, andando los siglos, se convirtió en el tristemente famoso e injusto tópico de que "los judíos mataron al Señor". Esto, unido al hecho de que para el vulgo, inculto y supersticioso, la propia religión hebrea era secretista y misteriosa, llevó a elaborar numerosas y oscuras leyendas. Los célebres secuestros de niños, tomados por los judíos para hacer burla de la crucifixión de Jesús, torturarlo y finalmente asesinarlo; la creencia de que, entre sus rituales, se dijera que tomaban la sangre de estos niños, para beberla – cosa de la que, por cierto, habían sido acusados igual de injustamente los cristianos, en la época de sus persecuciones –; y, para más Inri, el que muchos de estos malvados y blasfemos actos eran realizados nada menos que el Viernes Santo, día más relevante para católicos en todo el mundo. No parece que la Iglesia se preocupase en ocultar dichas supersticiones, sino que, al contrario, en muchos casos incluso las exacerbaban en sus sermones, llenándolas de detalles desagradables y que alimentaban el resentimiento de sus parroquianos.
Fantasiosa recreación del "asesinato ritual" judío,
con el que aún siguen siendo difamados
por los que carecen de materia gris
Estas y otras supersticiones llegaron tan lejos, que el propio Alfonso X dedicó algún espacio en sus Partidas, para prohibir y penar estos actos, creyéndolos como ciertos. Igualmente prohibía a los judíos, bajo pena de muerte, hacer proselitismo público de su religión, difamando la ley cristiana, y poniendo por encima la ley mosáica. Y eso que Alfonso X destacaba por su especial tolerancia y protección hacia el pueblo judío.
Concluirá en la próxima entrega
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