viernes, 20 de febrero de 2009

La Matanza de la Judería de Sevilla (1391), Parte Primera

Intro
Acompañan al viejo Coyote, en esta ocasión, los datos contenidos en las siguientes obras: “Historia de Sevilla: La Ciudad Medieval (1248-1492)” Ediciones de la Universidad de Sevilla, de Miguel Ángel Ladero Quesada; “Historia de Sevilla”, Plaza-Janes, de José María de Mena; y, finalmente, un libro citado en anteriores entradas, “Relación Histórica de la Judería de Sevilla...”, de José María Montero de Espinosa, y editado en facsímil por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces.
Dado que nos percatamos de que las tres, que obraban en nuestro poder, trataban la misma cuestión, en algún momento, nos pareció util, o al menos entretenido, poner unas frente a otras, por ver cómo un mismo suceso histórico puede ser contemplado desde perspectivas distintas, según quién lo cuente. Y no sólo eso, sobre todo, descubrir cómo una misma realidad histórica, según la fuente consultada, distorsiona (por error u omisión) la antedicha realidad: la historia, tal como nos llega a cada uno, lo hace en diferentes momentos, y nuestra conciencia se apropia de ella de una u otra forma. Como hemos dicho en anteriores entradas, el viejo Coyote sabe de algunos cuya conciencia histórica no va más atrás de los años sesenta; otros, poco más atrás que su propio pasado individual. Pero, volviendo a la cuestión; si en inicio la historia podía ser considerada como la narración de los hechos de nuestros antepasados (sobre todo de sus líderes), es obvio que esa narración que pasa de generación en generación ha de distorsionarse forzosamente. Los hombres, en cada época, cuentan su pasado de una forma distinta, y al final ocurre un poco como en ese juego infantil, el de los mensajes al oído, o el telefóno, o como se llamara, que lo que susurra al oído el primer niño al siguiente en la cadena, llega al último niño completamente cambiado y, casi, irreconocible.
Precedentes
Según parece, la comunidad judía en la ciudad de Sevilla no es anterior a la reconquista de ésta por Fernando III de Castilla, llamado el Santo. Pese a todo, es posible que alguna familia suelta de judíos hubiese habitado con anterioridad la ciudad. Y no sólo por la reconocida tolerancia que antaño mostraban los musulmanes en sus reinos, con los hijos de Israel (primos de éstos, pues de los árabes en concreto se les conoce como hijos de Ismael, el cual se dice en la Biblia que era hermano mayor del primero). Se ha establecido la hipótesis de que la Tarsis que se cita en algunos libros del Antiguo Testamento, y con la que mercadeaba el pueblo de Israel, no es otra que la conocida Tartessos, del sur de la península. No obstante, los primeros datos históricos que testimonian presencia judía en la piel de toro son de época romana, y de ahí en adelante ya se les menciona en numerosos textos, como parte perteneciente de los distintos pueblos donde daban en habitar, tanto cristianos, como musulmanes.
Sin embargo, la llegada almoravide y almohade, del norte de áfrica, supondría un duro golpe para los judíos de Al-Andalus, que habían florecido en los anteriores reinos de taifas, destacando casi siempre en profesiones liberales, y distinguidos por los moros como pertenecientes a uno de los “pueblos del Libro”. La intolerancia religiosa de las tribus norteafricanas, bastante fanáticas en cuanto a su seguimiento del Islam, según se afirma, pondría en serio apuro a los judíos, muchos de los cuales (una vez más) hubieron de buscar otras tierras que quisieran acogerlos.
Muchos emigraron a los reinos cristianos del norte de la península, formando algunos de ellos incluso parte activa en asuntos de Estado. Miembros del pueblo elegido tomaron puestos de contadores del tesoro real y recaudadores de impuestos, teniendo cargos cercanos a la realeza y las clases privilegiadas. Gracias a esto, la comunidad judía en general disfrutaba de ciertas concesiones (como también había tenido en anteriores reinos andalusíes). A saber, libertad de culto, derecho de propiedad, e incluso la cesión de cierta autonomía jurídica, para resolver asuntos propios de su comunidad; a cambio, por supuesto, debían hacer pago de un tributo real especial, cobrado por los almojarifes, de familias judías ellos también. Este tributo se estableció en tres maravedís de a 10 dineros, lo que hacen 30 dineros.
Como dijimos al principio, con la llegada de Fernando III a Sevilla en 1248, entraron en ella algunas familias judías (entre otros orígenes, de familias toledanas, que generaciones antes habían salido de allí mismo), que participaron del Repartimiento de los terrenos a la par que el resto de fuerzas vivas de los castellanos. Se les concedió, pues, una collación donde se formaría la aljama o judería, que pasaría andando los años en la más próspera y multitudinaria, después de la de Toledo. Por lo general, se señala el turístico barrio de Santa Cruz, junto al palacio de los Alcazares, como la antigua judería (que conserva la memoria incluso con el nombre de una calle, el Callejón de la Judería); también se dice que las parroquias de Santa Cruz y Santa María la Blanca (citada en un caso como de las Nieves), fueron algunas de las sinagogas que tenían los judíos para realizar su culto. Entre otras, que ahora son o fueron iglesias católicas, se encontraba también una sinagoga en la parroquia de San Bartolomé – de ésta, y de las dos anteriores mencionadas, se dice que habían sido mezquitas antes de la conquista, y que fueron expresamente cedidas a la aljama por Alfonso X de Castilla, llamado el Sabio. Con ello, los historiadores reconocen que la judería era más extensa de lo que se supone, llegando hasta la calle Levíes, que mantiene la memoria de que miembros de aquella tribu habitaron allí.
Callejón de la Judería, barrio Santa Cruz, Sevilla
Una parte de esta aljama estaba contenida por las murallas de la ciudad, teniendo su salida al exterior en la Puerta de la Carne. La aljama, sin embargo, estaba separada a su vez de la parte habitada por otro muro, que comenzaba en los Alcazares, y llegaba hasta la calle Vidrio, la calle Tintes y finalmente, la Puerta de Carmona. La otra puerta de este recinto amurallado se encontraba a la altura de San Nicolás, y al parecer, de noche la cerraban (es de suponer, para evitar que aprovechasen la nocturnidad para secuestrar niños cristianos, y hacer con ellos las maldades de que se les acusaba). Por tanto, tan sólo había dos puertas para salir o entrar de la judería; como veremos, se mostraron insuficientes en la jornada de la matanza, y de hecho ayudaron a convertir la judería en una trampa mortal.
Saliendo por la Puerta de la Carne, extramuros, en dirección al actual barrio de San Bernardo y aún la Buhaira, se hallaba el cementerio hebreo. Posteriormente a la expulsión oficial de los judíos en 1492, algunas de aquellas tumbas fueron saqueadas por lugareños en una época de especial carestía. Y, según se cuenta, hallaron cuerpos ataviados con extrañas vestiduras, y joyas de oro y plata, así como algunos libros hebreos. De los libros, se dice que fueron dados al célebre políglota el dr. Arias Montano. Las joyas, es de suponer, serían vendidas a algún joyero sin escrúpulos, que véte tu a saber si no era descendiente de judeoconversos.
Continuará en la siguiente entrega

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