jueves, 12 de febrero de 2009

A nuestra querida Eris


Valgan estas pobres líneas como homenaje a una de las diosas más interesantes del mundo greco-latino; y no sólo interesante, pues ella es de las pocas que, desde la histórica implantación del cristinanismo patriarcal y del pensamiento lógico-racional, a lo largo de occidente, ha sabido sobrevivir. Allí donde dioses tan relevantes en la antigüedad se han disuelto, han perdido su influencia en el mundo de los mortales, y se han visto exiliados a ese Inframundo que el Coyote ha visitado en alguna excursión onírica, Eris ha sabido sobrevivir, sin necesidad de reciclarse como otros han hecho - véase un Hermes Trimegisto, que de mensajero de los dioses y psicopompo de los difuntos, ha tenido que travestirse en una deidad de los misterios esotericos.

También conocida como Éride, y más comunmente Discordia, ésta es la misma que lanzó la famosa manzana "a la más bella" en el banquete de bodas del mortal Peleo y la titánide Tetis (padres de Aquiles), provocando con esto la cadena de sucesos que desembocó en la afamada guerra de Troya. Por lo general se culpa a ella - y a su gesto de lanzamiento manzanil - del inicio del fin del mundo aristocrático-heróico, en la Grecia arcaica (aunque el viejo Coyote se pregunta si no habría que agradecérselo, más que echárselo en cara). Sin embargo, y pese a protagonizar pocos episodios míticos, y no recibir un culto muy mayoritario en la antigüedad, Eris ha sabido sobrevivir con el avance de las eras y las sucesivas transformaciones del espacio-mente que comparte la humanidad, si no es que aquello que ella representa ha permitido que estos cambios puedan darse.

Actualmente, y sin contar con los advenedizos discordianos, podemos hallar su presencia en multitud de ámbitos: no en vano, bajo otro nombre, es reverenciada en las salas de reunión de institutos atómicos de todo el mundo. Los físicos especializados en cuántica, y aún más matemáticos, han encontrado en ella una diosa hecha a su medida (igual que en Azazoth, el Caos Nuclear, o en Shiva Nataraja el bailarín, con quienes comparte panteón). Los científicos más lúcidos, aquellos que son capaces de elevarse, aunque sea un poco, por encima del paradigma reinante en su época, se han percatado de que el Orden, bajo el que se rigen las leyes de la lógica científica (y no sólo la científica), si se contempla con suficiente perspectiva, no es más que una mera ilusión, y que bajo la apariencia de que todo está en su sitio, bien colocado y predecible, subyace el Caos, madre-padre de todas las cosas. Que cualquier sistema, para no quedar estático y alcanzar el punto muerto, debe mantener una constante tensión entre Orden y Caos, que lo mantenga dinámico, y por lo tanto, con vida. Y es nuestra vieja amiga Eris quien fuerza el sistema para que pueda darse esa tensión, discordia o lucha de contrarios, como quiera llamársele. Porque no es moco de pavo señalar que, en todo sistema excesivamente ordenado, sólo puede mantenerse el dinamismo introduciendo un poquito de caos; y, a la inversa, un sistema caótico sólo puede evitar su disolución, cuando se introduce un poco de orden en él.

Por tanto, nuestro reconocido y siempre aplazado agradecimiento a Eris.

Hablemos ahora de los orígenes míticos de Discordia, según los textos griegos. De ella se dan, al menos, dos orígenes (lo cual concuerda con su esencia caótica):

1) Hesíodo, mitógrafo aglutinador de multitud de tradiciones, señala en su Teogonía a Discordia como hija de la Noche y el Erebo, nieta de Caos y Oscuridad, y hermana de Vejez, Muerte, Sueño y Némesis, entre otros. Aún siendo dioses conceptuales y seudo-filosóficos, cobran fuerza en el hecho de que son representaciones arquetípicas de vivencias primigenias del ser humano: los primeros dioses son todos representaciones de aquello a lo que se teme desde el principio, de lo que el hombre no puede controlar, y que lo controlan a él, hasta el punto de ser dueños de su destino y su vida (o del final de ésta).

2) El otro origen de Discordia corre de la mano del panteón de los mitos olímpicos; Eris es hija de Hera, y hermana gemela de Ares (dios de la guerra). De su nacimiento se dan a su vez varias versiones, depende quien la narre. Los mitos olímpicos, marcadamente patriarcales, aseguran que Zeus es el padre - ya se sabe, tomó la forma de un cuco, para poder posarse en el regazo de Hera, y cogiéndola desprevenida volvió a su verdadera forma, para violarla y de esta forma tener que casarse con él para evitar la vergüenza. Y aunque Zeus y Hera eran hermanos, no parece que los antiguos se asustaran con la idea de incesto, al menos en cuanto a dioses se refería. En cualquier caso, otras fuentes aseguran que, de su unión con Zeus, Hera sólo dio a luz a un dios, el herrero Hefestos (el cual llevaba una marca sagrada, por haber sus padres roto el tabú del incesto: esto es, sus piernas contrahechas - por cierto que, desde entoces, todos los herreros portaban la marca sagrada, alguna deformidad que los señalaba como miembros de gremio tan rodeado de misterios en la antigüedad; es normal, por tanto, que los cíclopes herreros de Hefestos tuviesen un solo ojo; era facil quedar tuerto si te saltaba una esquirla de metal al rojo vivo al ojo). De modo que, estas fuentes, declaran que Hera concibió a los gemelos Eris y Ares por partenogénesis, que ella solita se quedó embarazada al tocar cierta flor. Algunos afirman que esta flor no es otra que el espino blanco; de misma forma, aseguran que la flor sagrada de Eris es el espino negro.



Por cierto que, siguiendo los mitos y leyendas olímpicos, se afirma que en las bodas de Zeus y Hera, Madre Tierra regaló a la diosa un árbol de manzanas de oro - el mismo que fue plantado en el jardín de las Hespérides, custodiado por Ladón, el dragón insomne, en las tierras de Atlas el titán. La posesión de una de estas manzanas aseguraban la vida ultraterrena allá en el Elíseo (y de hecho, el mismo Heracles/Hércules tuvo que hacerse con una de ellas, en el trabajo previo a su descenso al Hades). Aunque el viejo Coyote siempre se ha preguntado si fue una de estas manzanas doradas la que lanzó Eris en el banquete de bodas, tampoco tendría mucho sentido; dado que éstas eran un regalo de Madre Tierra a Hera, las manzanas ya eran suyas por derecho. Por supuesto, no es lo mismo tener todo un manzano de frutas de oro, que tener una manzana que asegura que su dueña es "la más bella".



Pero esta aparente veleidad, que es querer ser dueña de la manzana de Discordia, que se supone lanzó ésta despechada por no ser invitada a las bodas de Tetis y Peleo, resulta cuando menos infantil (aunque los dioses olímpicos han destacado siempre por ser presa de las pasiones y caprichos más humanos). Según el mitógrafo Robert Graves, todo este episodio proviene de una interpretación errónea de un icono en el que se muestra a la Diosa triple lunar ofreciendo la manzana de la vida ultraterrena a un héroe o rey sagrado desconocido. Sin embargo, Eris misma no está de acuerdo, porque eso la relegaría del protagonismo que tanto tiempo se le ha dado en la épica historia narrada por "Homero". Finalmente, algunos aseguran que fue el mismo Zeus quien instó a la diosa de la Discordia a que lanzase su manzana, puesto que sus designios así lo querían. Esto es, que no se puede culpar a Eris de la destrucción de tantos grandes héroes, ni de la caída de Troya, pues ella en este caso no fue más que una mandada en toda aquella historia.

Pero vamos con otro mito tocante a la diosa de la Discordia, donde sí puede verse su influencia. En este caso, en las extensas tradiciones de la casa real de Micenas; los dioses habían decidido dar el trono micénico a Atreo, frente a Tiestes, quien en ese momento lo ostentaba. Los dioses, algunos dicen Hermes, otros Artémis, enviaron a Atreo el carnero de vellocino dorado (el mismo que llevó a los argonautas a su dilatado viaje), para ponerle a prueba y ver si lo sacrificaba a los dioses, como estaba mandado. Como ocurrió en muchas ocasiones, el hombre engaña a los dioses, sustituyendo a la víctima sacrificial: en este caso, Atreo sólo sacrificó la carne del animal, quedándose para sí el vellón de oro. A poco de esto, parece que Tiestes se las ingenió para robárselo, y le impuso la prueba de jurar solemnemente que sólo el dueño del vellocino de oro sería el rey legítimo de Micenas. Atreo, por supuesto, hizo el juramente, sabedor de que éste se encontraba entre sus pertenencias. Tiestes, sin embargo, le dejó con un palmo de narices, cuando mostró el vellocino a todo el mundo, pudiendo por tanto quedarse en el trono en el que tan rícamente asentaba sus posaderas.

Sin embargo, como hemos dicho, los dioses y Zeus sobre todo, habían decidido que el trono había de ser para Atreo. De modo que, por mediación de Hermes, hizo jurar a Tiestes que abdicaría en favor de Atreo, en caso de que el sol, por una vez, marchase hacia atrás, y se pusiera en oriente. Y aquí es donde entra en juego nuestra amiga Eris: Zeus le ordenó que actuase para invertir las inmutables leyes de la naturaleza; así que Helios, con su carro del sol, dio vuelta atrás, y las Pléyades hicieron lo suyo con sus estrellas, para permitir que Tiestes no pudiera hacer otra cosa que abdicar de su trono. Si los humanos hacen trampa con los dioses, las trampas de los dioses siempre son mayores.

Como decimos, el mundo mítico en gran parte se ha visto exiliado al Inframundo del subconsciente; eso, si no ha sido asimilado y distorsionado por las creencias racionales y el cristianismo, que se han impuesto históricamente en occidente. Eris, sin embargo, ha sabido continuar en su papel primordial; de no haber mantenido la tensión en los grandes sistemas, hace tiempo que las civilizaciones humanas se habrían colapsado, y no hubieran seguido en esa dinámica ondulatoria que les da vida, y posibilidad de su continuación. Ella provoca que los contrarios se enfrenten, en lucha ancestral, y al mismo tiempo permite que con éstas luchas encuentren la manera de ser complementarias, y a su vez necesarias. Sin olvidar, por supuesto, que detrás de estas contraposiciones que se encuentran por doquier en el mundo material, no subyace otra cosa que Caos: ese mismo Caos que el ser humano pretende desterrar, sin darse cuenta de que ello es imposible. No existe más orden que aquel que el ser humano impone a las cosas; y, por supuesto, este orden sólo es transitorio, y lo que para unos es orden para otros no es más que una aburrida forma de agonía.

¡Salve Eris, Diosa del Caos y la Confusión!

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