martes, 18 de noviembre de 2008

La Doncella de Orleans y Barba Azul: Secretos Vínculos (Segundo de Tres)

Como decíamos, Juana procedía de una familia de humildes agricultores, del pueblecito de Domrémy, en la zona de Lorena. Según parece, era la más pequeña de cuatro hijos, y además la única niña. Según el Coyote, la infancia de Juana fue solitaria, y de hecho, su nacimiento no debió ser visto con muy buenos ojos por la familia Darc, una boca más que alimentar y todo eso.

Durante el proceso que la terminó llevando a la hoguera, Juana había declarado que tenía visiones, y en especial escuchaba ciertas voces, desde los trece años; aunque sin duda, debió de tener experiencias semejantes con anterioridad. Aquellas voces (en primera instancia del arcángel san Miguel, y posteriormente por santas y mártires doncellas que la guiaban y alentaban), según contó, la instaron a llevar a cabo la liberación de Francia de los ingleses, y culminar la coronación del Delfín Carlos en la catedral de Reims. Su corta pero intensa vida está repleta de anécdotas legendarias, y algunas revelaciones de la muchacha, llevaron a considerar milagrosa a la doncella, y tocada de alguna manera por lo divino, de tan férreamente convencida que estaba de ello.

Y aquella creencia debió ser muy fuerte, ya que consiguió convencer a todos aquellos hombres, nobles y expertos caballeros, cuya vida era la guerra. Primero consiguió que el comandante Baudricourt le proveyese escolta para llegar hasta la corte legitimista, en Chinon, donde debía dar un mensaje secreto a el Delfín, confiado por Dios solamente a ella. Esta escolta, dos nobles y altos caballeros, la siguieron desde entonces hasta el final, fascinados por el carisma endiosado de la muchacha. Su entrevista con el postulante a rey debió ser significativa, pues quien llegaría a ser Carlos VII le dio toda su confianza. Hasta qué punto son exageradas las afirmaciones de que, prácticamente, dirigió a los ejércitos franceses en tan memorables jornadas, como la liberación de Orleans; o si, por el contrario, tan sólo portaba el estandarte y era más una figura de inspiración, que otra cosa, no podemos llegar a estar seguros del todo. Que la mayoría de los franceses creían en ella, de eso sí podemos estarlo.

Fue, precisamente, en las jornadas del asedio y liberación de la ciudad de Orleans, donde Juana Darc y Gilles de Montmorency se conocieron. Juana apenas era una muchacha de dieciséis años, y Gilles ya era barón de Rais, poseedor de prebendas y numerosos feudos, y en breve llegaría a ostentar el título de Mariscal de Francia. Por aquel entonces, Gilles contaba veintiséis, y llevaba años alimentando la leyenda de su fiereza durante el combate; pues según parece, en el calor de la refriega, frente a la visión de la sangre, o al olor de la muerte, cual berseker, se despertaba en él un irrefrenable ardor guerrero, durante el cual era prácticamente imbatible. Y aunque como alto mando no tenía necesidad, siempre se le podía encontrar en primera fila de batalla, luchando codo con codo junto a sus hombres.


Habiendo nacido Gilles de Rais primogénito de uno de los grandes linajes de Francia, su vida está tan plagada de hechos ominosos, que pareció haber nacido bajo el signo de la maldición. Su mismo nacimiento señala esto: en la así llamada torre negra del castillo de Champtoncé, a orillas del Loira, en la Bretaña francesa. Quedando huérfano muy joven, fue educado por su abuelo en las tradiciones más rancias de la alta aristocracia, y fue proclamado caballero a la edad de catorce años; alrededor de esa época provocó su primera muerte humana (al parecer, un amigo suyo más humilde, con el cual entrenaba), pero su ascendencia lo libró de castigo, siendo todo ello silenciado.

Desde entonces, según se cuenta, se mostró como una persona de talante violento, impetuosa e irreflexiva, de la que sólo se pudo hacer carrera en el ejército. Allí, sus impulsos sicóticos y su agresividad tendrían un provecho más o menos constructivo. De todas formas, para un noble de su época, le bastaba con tener cierta destreza bélica, un buen casamiento, propiedades y un lema que quedase bien en su escudo de armas; no les pedían títulos de marketing, como hoy día. Sí es cierto que, para mantener sus haciendas, algo de previsión económica debían tener, y en esto no parece que destacara precisamente Gilles, más bien al contrario.

Pero, como decimos, Gilles destacaba principalmente por sus cualidades combativas, y aunque de cierta cultura, nunca llegó a considerársele de mucha inteligencia. Con la fortuna familiar, Gilles se hizo con un ejército de mercenarios con los que combatió en las guerras de sucesión de la Bretaña – a favor de los Montfort –, pasando finalmente a formar parte de los ejércitos del Delfín de Francia, el rey legítimo, según la mayoría de los franceses de la época. De hecho, se cuenta a Gilles como uno de los líderes franceses que dirigieron el asedio a la ciudad de Orleans.

Orleans estaba tomada por los borgoñones, aliados con los ingleses, y comandados por el conde de Suffolk, y el asedio duraba meses; la ciudad era punto estratégico clave, que daba control sobre el alto Loira. Aunque años antes los bretones les habían dado para el pelo a los franceses, en la afamada batalla de Agincourt, esta venturosa recuperación de la ciudad, junto con algunas batallas posteriores, dieron la Guerra de los Cien Años por ganada a los legitimistas galos, pudiendo finalmente el Delfín Carlos coronarse como rey en la catedral de Reims (cosa que había predicho Juana, lo cual era efectivamente su objetivo). Tener a Juana de Arco de su parte, dio a los cansados ejércitos de Francia el impulso que necesitaban; si Dios estaba de su lado, no podían perder. Los que creen que Juana literalmente lideró el contingente francés, suelen afirmar de igual forma que Juana, aconsejada por sus voces, incluso participaba activamente en cuestiones estratégicas, junto a los demás mandos. Es de suponer, además, que la presencia de Juana diera lugar a que Gilles se convenciese que, de alguna manera, sus irrefrenables impulsos asesinos tenían realmente un buen fin; como todos saben, Dios escribe con renglones más bien torcidos, y por supuesto inescrutables. ¿Quienes son los mortales para poner en entredicho lo que el Creador dispuso desde el mismo Principio? Los paranoicos, los esquizofrénicos y las personas en general, tienden a justificar su situación actual, narrándose de una determinada manera su pasado, de forma que la realidad se ajuste a los propios delirios y a la propia idea del mundo (y si hace falta forzarla, obviarla, o directamente negarla, pues adelante). Gilles pudo ver aquélla como una ocasión para purificarse, y ganar su puesto en el Cielo, para la otra vida.

De modo que, durante las crudas y violentas refriegas que se provocaron con el asalto de Orleans, tanto Juana como Gilles, así como otros miles de caballeros, soldados y campesinos que el Delfín había puesto a su disposición, se enfrentaron a las fuerzas conjuntas de ingleses y borgoñones; y lo hicieron con tal audacia, temeridad y arrojo que la ciudad fue recuperada y expulsadas de allí las fuerzas invasoras.

Por esta vez, el psicópata luchó del lado de los ángeles.

La conclusión, en la próxima entrega

lunes, 3 de noviembre de 2008

La Doncella de Orleans y Barba Azul: Secretos vínculos (Primero de Tres)

En una época como la que nos ha tocado en suerte vivir, donde se declaran actos de pacificación, cuando quieren decir guerras, porque en lenguaje diplomático no suena muy bien llamar las cosas por su nombre (y además se te echa al cuello la opinión pública, o sus ínclitos y arrogados representantes - esto es, políticos, periodistas, sacerdotes y artistas); en una época donde los conflictos bélicos son retransmitidos a escala mundial-global y en tiempo real y duran semanas, o acaso meses. En una época como ésta, en la que estamos inmersos, donde las batallas se libran a distancia, y teledirigidas, decimos, debe sonar bastante extraño y ajeno una guerra que duró cien años.

Cuando algunos, movidos por el prejuicio o la ignorancia, o una mezcla de las dos cosas, se refieren a la Edad Media con la expresión “edad oscura”, seguramente debían estar refiriéndose a cosas como ésta: la Guerra de los Cien Años (1337-1453); una guerra de sucesión que se convirtió en una lacra para Francia, donde principalmente se libraron las batallas más importantes, y que asoló el país durante varias generaciones. Cuando Francia e Inglaterra se enzarzaron en una disputa sucesoria por la corona de Francia, la cadena feudal de vasallaje y casamientos entre distintos reinos, ducados y demás, llevó a media Europa a levantarse en armas, a favor de un bando u otro.

Durante uno de los episodios de esta larga guerra, Castilla tuvo un papel relevante, pues su flota en aquellos momentos era la más importante de Europa, y ambas potencias ansiaban tenerla de su lado. De hecho, en la misma guerra civil de sucesión de Castilla, entre Pedro I, llamado el cruel (también el justiciero, elijan ustedes), y su hermanastro Enrique de Trastamara, llamado el bastardo, tanto
ingleses como franceses apoyaron cada uno a un bando, para poder aprovecharse de la armada castellana. En aquella ocasión, los franceses se llevaron la mano, dejando con dos palmos de narices a los ingleses, y de hecho, las naves castellanas asaltaron algunas ciudades portuarias inglesas como Plymouth, Portsmouth, y la famosa isla de Wight entre otras. El Coyote apunta que este episodio adelanta unos siglos el historial de rencores navales entre España e Inglaterra, y de hecho sitúa a los españoles como los instigadores originales de todo aquello, y no justo al contrario, como siempre se ha querido recordar. Vamos, que los súbditos de la Pérfida Albión ya debían guardarnos algo de inquina en la recámara de la memoria, cuando los piratas bajo las órdenes de la perra frígida, Isabel I de Inglaterra, se propusieron adueñarse de lo que los españoles con tanto esfuerzo habían expoliado a los americanos. Y de hecho, la isla de Wight fue uno de los primeros puntos donde las fuerzas imperiales españolas se propusieron volver a desembarcar, para la ocasión de la Armada Invencible.

Volviendo a Francia, cien años de guerra dan para numerosos episodios fascinantes (tal cual la estratégica batalla de Agincourt); de esos que resaltan la miseria y la grandeza del ser humano frente a situaciones límite. Por resaltar sólo dos de las personalidades que protagonizaron algunos actos epigonales, en las postrimerías de tan larga guerra sucesoria: Juana de Arco, la Doncella de Orleans, Santa por la Iglesia Católica, liberadora de la ciudad de Orleans, e inspiración para los cansados ejércitos franceses, y Gilles de Rais, modelo para Barba Azul, bravo militar y héroe de guerra, mariscal de Francia, satanista, terrible asesino de niños, y seguidor de Juana durante los años de la guerra.

De orígenes sociales totalmente dispares (Juana nació en el seno de una humilde familia en el condado de musical nombre de Domrémy; mientras que Gilles fue heredero de una aristocrática familia, al servicio del rey de Francia, o del Delfín legítimo, según el momento de la historia), sin embargo, sus respectivos destinos marcharon a la par durante un momento crucial para la historia del país galo. Pese a que ambos decían moverse por intereses totalmente dispares (una, receptora de las visiones del Cielo; el otro, buscador incansable e insatisfecho de placeres infernales), sin embargo, el momento de su muerte fue en ambos igualmente similar: ejecutados por los poderes terrenales. Gilles, sin embargo, sobrevivió bastantes años a Juana.















Continuará...

viernes, 31 de octubre de 2008

Coyote: Año Uno


Pues, si bien el tiempo no es más que una ilusión, otra barrera del ego para mantenernos a nosotros mismos bajo prisión, y sin reactivar todo nuestro potencial... tampoco es menos cierto que este blog que suscribe acaba de cumplir un año de servicios a la comunidad (algo más, es cierto).

El día 23/10, pero de hace un año, publicamos la que quedaría como primera entrada de El Blues del Coyote, que llevaba por título Perro Apaleado – en la que, por cierto, nos quejábamos de que se habían borrado las entradas de la primera semana, o sea que realmente el blog tiene algo más de un año, pero bueno.

Lo tradicional en estos casos es hacer balance del año terminado; pero ni el Coyote, ni el equipo somos amigos de celebraciones artificiales – de hecho, ni siquiera celebraríamos el cumpleaños, de no ser porque coincide con una estupenda fiesta pagana, ésta sí festejable, la de Samain (aunque actualmente ha dado en solaparse con otra fiesta, la de la Calabaza, también bastante artificial y de grandes superficies). Otra tradición bloguera es meter una imagen gif de una tarta y velitas, con una tarjeta con algo así como “Happy birthday”. De esta no vamos siquiera a hacer comentarios.

En todo caso, el tiempo no es realmente una ilusión; más bien sería nuestra manera de percibirlo, la que lo hace ilusorio: creemos que el tiempo no pasa para nosotros, que viviremos eternamente, que somos inmortales. Bueno, lo del Coyote es discutible: su cabezonería lo ha llevado en más de una etílica ocasión a retar a la Dama de la Guadaña, a afirmar que la gente se muere por costumbre, y que él no piensa seguir las costumbres de la mayoría. Luego, le pasamos un cigarro y le ponemos una cerveza en la pata, y se calma un poco, aunque sigue desvariando, pero ya por otros derroteros. Además, esto puede ser así para él, puesto que los arquetipos nunca mueren (está por ver, puesto que a las ideas de Justicia y Verdad no se las encuentra por ningún lado). Pero lo que le ocurra al anfitrión mortal después de que el viejo Coyote parta a otros destinos, eso ya es otra cosa. Y que realmente le importe al Coyote muy otra.

Como en otras ocasiones hemos comentado, el Coyote hace tiempo que topó con su sombra, y se enfrentaron en un épico encuentro. Lo que nunca estuvo tan claro fue quién había ganado; si pudo rechazarla, o si la asimiló aprovechando lo que de bueno tuviera su sombra, o si, como a veces le da miedo admitir, si él fue absorbido por su sombra, o qué. La cuestión es que, últimamente, frente a las evidencias que impone la existencia cotidiana, el Coyote se ha dado cuenta de que hace poco o nada por evitar la influencia de su sombra. Que su vida es como un rompecabezas desordenado al que le faltan piezas; que la espiral de la entropía le persigue allí donde se asienta temporalmente, huyendo de ella precisamente; que bajo sus pies tan sólo hay un inestable cable tendido en el Abismo. Hasta el punto resulta inestable su situación, y todo lo que le rodea se vuelve confuso y caótico con tanta velocidad, que el Coyote ha llegado a amar esa situación. La última patochada que se le ha ocurrido ir por ahí contando, a quien ha querido escucharlo, es que por fin ha llegado a la conclusión de que se ha convertido en un Agente del Caos. Ya que no puede mantener ni tan siquiera una ilusión de orden en su vida, ha decidido ponerse voluntariamente al servicio del Caos. Quienes le hemos escuchado nos hemos hecho todos la misma pregunta, ¿hay que hacer algo, para convertirse en heraldo de la entropía?

Preferimos no preguntarle, porque entonces comenzaría una interminable retahíla sobre la teoría del caos, la nada creativa, y sobre la necesidad de que la estructura permanezca dinámica. Y por ahí, seguro que no. Es nuestro Coyote, y le queremos. Aunque sospechamos que esa repentina querencia por su situación inestable, este buscar ya activamente el caos, esconde un miedo no admitido a cierta Búsqueda que el Coyote lleva eludiendo demasiado tiempo. Como en otras cosas, preferimos no preguntarle.

Loor a Febo Apolo, dios del sol y señor de las Musas, que espanta a las nubes negras y aleja las lluvias.

jueves, 9 de octubre de 2008

Días Aciagos en el País de Yinn


Dedicado a la memoria de lord Dunsany

Con la intención de encontrar aquella ciudad con la que sólo había soñado en otras dos ocasiones, descendí los setecientos peldaños del sueño profundo. Avancé por el camino empedrado de ónice y jaspe, hasta la rivera del Yinn.

Allí un hermoso navío, tripulado por hombres de las razas y nacionalidades más dispares, preparaba su partida. Entre alegres canciones de marinero, cargaban la exquisita mercancía que iba a ser vendida por los numerosos puertos de los que estaba perlado el Yinn. Me acerqué hasta el capitán, un hombre de largas barbas y piel amarilla, que portaba al cinto una enorme cimitarra enfundada en una reluciente y enjoyada vaina. Cuando le propuse que me tomara como pasajero, haciendo resonar el tintineante y abultado contenido de mi bolsa de terciopelo, al principio se mostró reacio; hube de regatear con él durante un tiempo, del que a mi parecer estuvo disfrutando. Según afirmó, no le gustaban bocas que alimentar en el barco, que no ofreciesen su trabajo a cambio. Dos jornadas atrás ya había tenido que aceptar a otro pasajero, y dos bocas más que alimentar, sin ofrecer a cambio trabajo alguno, era demasiado.

Sin embargo, a mitad del regateo, descorrió la cortinilla de los camarotes el otro pasajero. Se dirigió al capitán en la lengua nativa del hombre (que yo desconocía), e intercambiaron unas palabras. Ignoro qué hablarían, pero cuando el capitán se volvió a mí, se mostró dispuesto a aceptarme durante su remonte del ancho Yinn.

Partimos con el ocaso, pues según afirmaron, era de buen augurio emprender los viajes ofreciendo cierta oración a la Diosa que habita en la cara oculta de la luna. El sol teñía de rojo anaranjado la calmada superficie del río, que a la altura de su desembocadura en el Mar Meridional se mostraba aún más inmenso, y casi había que fruncir el ceño para ver su otra orilla. Una bandada de ánades alzó el vuelo, en su acostumbrada formación triangular, y casi podía parecer que se despedían de nosotros en nuestra subida al interior; mientras, el cielo tornaba en ese color entre rosáceo y violeta, que antecede a la noche. Los hombres entonaron la plegaria a la Diosa de la cara oculta de luna, cantando casi en un susurro en la quietud del anochecer, mientras desplegaban la vela y realizaban sus labores con sumo respeto y cuidado. El hermoso barco estaba construido de madera de sándalo, y su envolvente perfume me resultaba embriagador. El otro pasajero se encontraba contemplando el horizonte, en la otra punta de la cubierta. Fumaba una larga pipa, que encendía constantemente, mientras su miraba indicaba que su atención estaba puesta en otra cosa, mucho más lejana.

Pregunté al capitán, intrigado por la historia del otro pasajero. Por su aspecto, al principio pensé que debía ser otro soñador en busca de la desconocida Kaddath; sin embargo, su conocimiento del raro idioma del capitán me hizo dudar, quizá realmente fuese un nativo de las Tierras del Sueño. Pero el capitán no supo aclarar mis dudas, ni tan siquiera se le conocía su nombre, pues todos le llamaban simplemente Coyote. Pero a nadie le había quedado claro si es que era un sacerdote del dios-Coyote, o que ese era su tótem-guía, o que el espíritu-Coyote había tomado anfitrión carnal, o es que no era más que un nombre. No hablaba con claridad de sus intenciones, pero aparentaba ser bastante experto en remontar el Yinn.

En el barco los días pasaban de la misma forma que caen las hojas del alisio en otoño. A ambos lados del río, las selvas de heliotropos y rododendros se hacían cada vez más extensas, y los pájaros de vistosos colores cantaban, mientras pequeños monos de pelaje variopinto chillaban a coro. Gracias a la narcótica monotonía que imponía la rutina de la labor marinera, pude intimar con el otro pasajero, aquel que llamaban Coyote. Sin embargo, aunque tomamos bastante confianza, e incluso compartimos el aromático tabaco que fumaba continuamente en su pipa, nunca pude aclarar si realmente se trataba de un soñador, o si provenía de alguna otra esfera. Su charla, aunque entretenida, era confusa, y cuando hablaba de sí mismo siempre lo hacía con misterio. Parecía conocer bastante bien las ciudades por las que habíamos de pasar, y gracias a sus consejos, en cada una de ellas supe dónde y a quién debía preguntar, para encontrar el camino a la ciudad de mis sueños.

En ocasiones, el capitán nos ofrecía con su presencia, invitándonos a un exquisito licor del que tenía unas preciadas botellas. Conocido como vino lunar, tenía un matiz ambarino, y su sabor y aroma, aunque un poco fuertes, resultaban deliciosos. Tenía un efecto levemente euforizante, y tendía a provocar largos soliloquios; así, escuchamos relatar al capitán sobre cosas de las que ni se le ocurriría hablar en cualquier otra ocasión. Así, pude saber del monte Ngranek, donde se dice está esculpido un enorme rostro a imagen del rostro de los dioses; y nos contó de las negras galeras que arriban al puerto de Dilath-Len, la ciudad de basalto, donde hacen oscuros negocios, pagando con enormes piedras preciosas que no se encuentran en ningún lado entre la Tierra de los Sueños; y lo más terrible es que nadie había visto nunca a los remeros que con tanta eficacia conducían aquellas galeras. También mencionó los vagos rumores sobre la reunificación de los clanes ghul, pues se decía había aparecido entre ellos un K´luk k´lurrg o Príncipe. Se decía también que, como cantaban sus gestas, sería enviado en una importante búsqueda. Pero de los rumores que corrían sobre los ghul entre los hombres siempre son confusos y equívocos, pues, ¿quién se atreve a internarse por las lóbregas criptas de Zin, en el terrible valle de Pnath? El Coyote asentía en silencio a las confidencias del capitán, tras la espesa cortina de humo de su tabaco de pipa. De fondo, los marinos cantaban nostálgicas canciones, rememorando la belleza de las muchachas de su tierra natal.

Y en nuestro lento y calmoso ascenso del Yinn estuvimos en la luminosa Ulthar, ciudad de los gatos; visitamos la espléndida Belzoond, de minaretes recubiertos en plata; en Sarnath, la orgullosa, contemplamos con horror la profecía o advertencia de su terrible Maldición – que apareció grabada en el altar de crisolita, de manos del agonizante sacerdote Taran-Ish, hace ya tantos siglos que los propios habitantes de Sarnath ya casi la habían olvidado (o como mucho lo tenían como mera anécdota legendaria).

El Coyote me contó que la ciudad había ganado aquella maldición por la destrucción de la cercana ciudad de Ib, poblada por una abominable raza que vino de las estrellas, y que adoraba a un terrible dios lagarto llamado entre ellos Bokrug. Aquella maldición ya había caído sobre Sarnath en el pasado de la Tierra de Vigilia, pero sin embargo una imagen onírica de la ciudad se había asentado en las Tierras del Sueño, pues todavía era rememorada por algún soñador ocasional de siglo en siglo, y la terrible historia de su maldición se repetía cada vez. Salimos de allí con el ánimo sombrío, pues los habitantes de Sarnath continuaban su vida cotidiana, ajenos a la terrible venganza que había sido decretada por un dios extraterrestre.

Y cierto amanecer de horizontes ambarinos, arribamos al puerto de la hermosa Perdondaris, rodeada de altas murallas taraceadas. Perdondaris había sido edificada en torno a un edificio de dimensiones ciclópeas que todos llamaban el Templo, que ya llevaba allí incontables eras abandonado. Nadie se atrevía a acceder al Templo, pues los que lo habían hecho habían desaparecido en su interior sin dejar rastro, o habían regresado con la cordura hecha pedazos para siempre. El Primer Soñador había llegado hasta las mismas puertas del edificio en una ocasión, pero antecediendo la terrible revelación, prefirió salir huyendo. No es de extrañar, puesto que las dos hojas de la enorme puerta del Templo están hechas de reluciente y pulido marfil. Pero cada una de ellas está formada por una sola pieza de marfil. Tan sólo imaginar el colosal tamaño de la criatura de la que habían extraído tal diente lo empujó a alejarse de allí inmediatamente. Sin embargo, yo sabía que en su interior se hallaba una indicación vital para hallar la ciudad de mis sueños, de manera que estaba decidido a no dejar que me afectase la impresión que me causaba cruzar aquel terrible umbral.

El interior era totalmente distinto a cualquier edificación que yo hubiese conocido, aunque había inquietantes semejanzas. Todo estaba construido a una escala colosal, monstruosa; y sus arquitectos sin duda debían tener una manera de pensar y de experimentar el espacio de manera radicalmente distante a la humana. Sentí el impulso de salir corriendo de allí en un par de ocasiones, pero mi determinación de encontrar la ciudad de mis sueños era más fuerte. En las paredes y columnas que se elevaban hacia lo alto, había grabados bajorrelieves representando criaturas desconocidas y obscenas, realizando acciones extrañas, y en todas partes había símbolos que despertaban en mí instintos que llevaban reprimidos e inconscientes en el ser humano desde los albores de la civilización. Conforme avanzaba por largos pasillos que no llevaban a ningún lugar, y atravesaba enormes salas de absurda disposición, una terrible idea se formaba en mi cabeza: No sólo las puertas del Templo habían sido construidas con partes del cuerpo de aquella titánica criatura; todo el edificio utilizaba los enormes huesos de aquel ser venido de tiempos lejanos y extraños. Mirando la amplia bóveda, más alta que una montaña, no podía evitar la sensación de que estaba formada por sus gigantescas costillas. Las dimensiones de aquel ser eran impensables, y el ingenio de los constructores del Templo debió ser arriesgado, y sus intereses aún más impenetrables.

A pesar de todo, el ambiente que emanaba de aquellos extraños salones era el de algo que lleva muerto demasiado tiempo. El polvo y el tiempo se habían instalado en sus espacios, y era evidente que ya nadie realizaba ningún tipo de ritual allí. Y aquello era de agradecer, por otro lado, pues los Dioses a los que allí se ofrecían sacrificios y plegarias no debían ser otra cosa que Exteriores. Finalmente, avanzando por un pasillo que a mí se me parecía la columna vertebral, alcancé la sala principal, cuyo coro al fondo, completamente de marfil, sin duda estaba confeccionado con el resto de la dentadura. Y en el centro, enorme y abotargada en una suerte de altar o trono, la criatura más inverosímil que podía haber imaginado nunca.

Horrorizado, comprendí que se trataba de la única parte del titánico cuerpo con que había sido construido el Templo, que aún permanecía con vida. Podría jurar que tenía la forma de un desproporcionado bulbo raquídeo pegado a una colosal médula, y usaba parte de sus enormes terminaciones nerviosas como órganos sensitivos, así como medio de comunicación. Dirigió uno de sus tentáculos, o dendritas o lo que fuese, directamente a mi frente, y lo colocó en el centro. Entonces supe. Había sido adorado como un dios, durante eones, hasta que la raza que construyó aquella catedral desapareció. Con el tiempo, abandonadas las plegarias, la criatura entró en un olvido parecido al letargo, hasta que llegué a ella. Su nombre es impronunciable, y sería mejor que pasase al olvido.

Me dijo Palabras que nunca podré olvidar, y que plagarán mis noches de pesadillas durante el resto de mi existencia. También me dio las instrucciones claras y precisas de cómo alcanzar la ciudad de mis sueños.

Lo triste es que, con lo que ahora sé, ya de poco consuelo me servirá volver a caminar por sus calles sinuosas y disfrutar de sus frescas fuentes.

Consternado, abandoné el Templo y me dirigí al barco, que me aguardaba para continuar nuestra marcha. Con las primeras estrellas de la cálida noche, proseguimos nuestro viaje a las fuentes del Yinn.

martes, 2 de septiembre de 2008

Morfología y etología del ghul (homo necrofagus)

Introducción

Pocos seres humanos han convivido con los ghules el tiempo suficiente como para hacerse una idea de sus costumbres y funcionamiento general. Por norma, los ghules prefieren a los humanos más fríos e inactivos.
No en vano, los cadáveres humanos son la base de la dieta ghul – también, según veremos un poco más adelante, esta dieta es un método bastante efectivo para llegar a convertirse en uno de ellos.
Debido a ello, la información que nos ha llegado en torno a los ghul ha sido fragmentaria, y entremezclada con numerosas supersticiones. Por supuesto, también el miedo ha empañado no poco una posible observación objetiva de su generación, crianza, costumbres y demás.
Otro punto, aún más polémico, como veremos, es la cuestión referente a la generación de ghul. Es cierto que existen especimenes de ambos sexos, y también es cierto que se reproducen por apareamiento, al igual que la mayoría de seres vivos; en esto se asemejan a los mamíferos más que a cualquier otro ser. Esto no sería de extrañar, teniendo en cuenta la otra manera de reproducción: por transformación. Se sabe a ciencia cierta que un ser humano, expuesto durante determinado tiempo a una dieta de cadáveres humanos, termina transformándose en ghul y uniéndose a la manada más cercana. Por tanto, cabe la cuestión de si, efectivamente, los ghul no son más que una forma degenerada de ser humano, que han regresado unos cuantos escalafones en la cadena evolutiva (aunque sólo parcialmente, pues se ha demostrado que pese a la tendencia de regirse por sus instintos irracionales que presentan los ghul, con algo de esfuerzo puede sacarse de ellos razonamientos deductivos, e incluso un tenue sentido de la justicia).
Con todo y con ello, hemos conseguido recopilar y ordenar cualquier información anterior sobre los ghul, junto con los trabajos de campo propios, concluyendo con una hipótesis quizá arriesgada, pero que aclara no pocos puntos oscuros de la cuestión.

Morfología ghul

Todas las fuentes coinciden en describir a esta criatura como claramente antropomórfica, junto con rasgos caninos y patas hendidas con pezuñas. Su dentadura es numerosa, desigual y afilada; esta preparada para hender la carne de los cadáveres y triturar las vértebras y sorber la nutritiva medula espinal. Su vista está preparada para ver casi en completa oscuridad, no en vano pasan la mayor parte de su vida en túneles profundos, y cuando salen a la superficie lo hacen siempre que pueden durante la noche. Su oído es particularmente fino, pero no llega a la capacidad de perros o gatos, por ejemplo. Son extremadamente resistentes y muy rápidos; por separado son bastante débiles y esquivos, a no ser que se encuentren completamente acorralados, donde son capaces de proezas mortales.
En grupo, sin embargo, se manifiestan como una turba de ratas, aunque algunos de los especimenes más fuertes cumplen la función de líder de guerra. En las extremidades superiores han desarrollado dedos prensiles, terminados en unas afiladas y fuertes garras, que originalmente les sirve para desmembrar los cadáveres y rasgar los ataúdes; también pueden hacer uso de sus garras como medio de defensa. No tienen, sin embargo, pulgar oponible, apenas una protuberancia vestigial, aunque se sabe de algunos humanos transformados que lo han conservado, aprovechando esto para desarrollar cierta cultura material.
Sus hábitos alimenticios son necrófagos, con lo cual forman parte del grupo de los carroñeros. Su especial dieta, sin embargo, consiste únicamente en cadáveres humanos. Los ojos, el cerebro y otras vísceras suelen ser cedidos a los miembros más relevantes de la manada, aunque en ocasiones surgen rencillas por alguna pieza en especial. Veremos como esto tiene una importancia fundamental en el desarrollo de una cierta jerarquía social.
Los ghul tienen un sistema de comunicación, mezcla de idioma gestual, y una hosca y rudimentaria lengua compuesta por aullidos, gruñidos y proto-palabras. Algunos exploradores de los bordes de la civilización han llegado a aprenderlo, y han sido de gran ayuda en nuestra investigación.
Sobre el cortejo y apareamiento de los ghules no hemos encontrado ninguna información; entre las manadas ghul pocas hembras se encuentran, y según parece las que hay son estériles y se comportan en todo igual que los machos, casi indistinguibles. Persiste una leyenda, aunque casi olvidada, que se narra en las tabernas de Ulthar después de unos tragos de vino lunar, sobre la desaparición de la mayoría de las hembras ghul originales; algunos afirman que hubo un gran desencuentro entre ambos sexos, y las mujeres se marcharon sin decir a dónde, lejos de donde pudiera encontrarlas cualquier macho. Los más arriesgados afirman que se internaron en las grutas más profundas de las Tierras del Sueño. Estos mismos aseguran que el motivo de la disputa fue religioso; los machos habían abrazado en masa una nueva fe (más oscura y peligrosa), dejando de lado la antigua religión matriarcal, donde las mujeres oficiaban de sacerdotisas. Entre susurros, dando rodeos, sin mencionarlos expresamente, entre todos los oyentes se instalaban los terribles nombres de Nyarlathotep, morador de la Oscuridad, y la Diosa sin nombre. Nadie quería nombrarlos, no fuera a ser que atrajesen su terrible y numinosa atención hacia ellos.
Según parece, entre las manadas de ghules, se recita en algunas ocasiones una larga epopeya sobre la desaparición de las hembras y su largo éxodo; los versos finales mencionan a cierto venidero Príncipe Ghul, que hará un peligroso viaje y las traerá de vuelta, para la gran Reunión.
Por supuesto, todo esto no es más que una leyenda, pero ayuda a comprender la manera de pensar de los ghules, y lo complicado que resulta el apareamiento natural para esta especie.

Jerarquía social

Como hemos adelantado, los ghules en grupo tienen un comportamiento de turba; entre ellos son sumamente empáticos, y son capaces de contagiarse el miedo, o la rabia, según la situación. En estos casos, el ghul se despoja de su conciencia de individuo, y actúan todos a una. El depredador natural del ghul en las Tierras del Sueño profundas son los terribles gugos, y su tamaño y ferocidad sólo puede ser combatido de manera desesperada, y nunca en solitario. Sólo grandes campeones ghul han conseguido volver con la cabeza de uno de esos monstruos de fauces verticales, habiéndose enfrentado en singular duelo.
Se comprende entonces, la necesidad natural de un líder que sea capaz de reconducir las emociones de la turba, para evitar la extinción por estupidez. Por regla general, el líder es un líder guerrero, y es quien tiene la última palabra en cuanto a si entablar batalla, o abandonar el combate. Su carisma es tal que contagia con sus emociones al resto del grupo; y este carisma, según parece, es innato al ghul, de manera que es imposible que el puesto de líder sea hereditario. Los líderes suelen pasar poco tiempo en su papel, casi siempre impuesto por las circunstancias, y casi siempre derrocado tan rápido como fueron ascendidos. Contrario a lo que parezca, no siempre el líder de guerra es el más fuerte; en ocasiones, puede serlo el más astuto del grupo. Los líderes de guerra con más experiencia han logrado sobrevivir en su puesto mucho tiempo, logrando grandes hazañas de conquista frente a los gugos de las criptas de Zin, en las más profundas y oscuras cavernas del Sueño.
No existe nada parecido a una nación ghul, en la Tierra de los Sueños; el ghul se reparte en manadas, a simple vista sin ninguna distinción entre ellas. Se asemejarían más, sin embargo, a tribus o clanes. Sutiles diferencias los distinguen, señales de cohesión grupal: escarificaciones, tatuajes, anillos en las orejas o nariz, peinados rituales; existen rencillas entre los distintos clanes, hay guerras, saqueos, alianzas; algunos grupos se han especializado en la manufactura de piezas de artesanía, sobre todo cuero y hueso (clan conocido como Cinco-Dedos, puesto que, como hemos visto antes algunos individuos conservan el pulgar útil, y, aunque rudimentarios, son más que diestros artesanos). De los saqueos de tumbas y túmulos, los ghul recuperan muchos objetos del ajuar del difunto, y los reaprovechan a su manera. Ropas, piezas de armadura, y sobre todo armas; pocos ghul ven útiles las armas, sobre todo porque es bastante complicado de usar cuando se tienen cuatro dedos y ninguno para sujetarla por el otro lado; espadas, dagas y hachas son usadas, sobre todo, de forma ornamental y como señal de distinción.
También tienen un puesto reservado para el más anciano y sabio, que hace las veces de sacerdote y juez; y se ha observado, en los grupos más numerosos, la figura de una especie de hombre-memoria, o bardo, que recuerda y recita leyes, normas, relatos y poemas bastante lúgubres y escabrosos (al menos para la aproximada traducción que pudo hacernos el guía que nos acompañaba).
El líder de guerra es conocido como el K´lurrg, con la traducción aproximada de "príncipe de clan"; cuando un K´lurrg consigue reunir varios clanes bajo su mando, puede llegar a ser nombrado K´luk k´lurrg, que vendría a significar "príncipe de príncipes". Rara vez se ha llegado a usar realmente ese título, y actualmente sólo para referirse a aquel que traerá de vuelta a las hembras, como algo legendario y secundario. No cuando los clanes ghul cada vez son más hostiles entre ellos, y se evitan y merman en sus oscuras cavernas.

martes, 5 de agosto de 2008

Interregno... y líbranos de la Santa Inquisición, amén

Varios sucesos ocurridos en dimensiones alternativas y paralelas han tenido repercusiones hasta en el mismo y congelado centro de la realidad que nos acoge. Con un oído pegado siempre a los Otros Mundos, el viejo Coyote había sentido las ondas de expansión, y los efectos le han golpeado en su sentido de la irrealidad más fuerte que nunca - o, al menos, más fuerte que en anteriores ocasiones.

- Otra mudanza, obligada por las circunstancias, acabando con el poco tiempo libre de la mayoría de los miembros de El Blues del Coyote.

- El mismo traslado al nuevo hogar, una vieja casa del centro de la ciudad, de altos techos y paredes bien gruesas, donde puede aún sentirse el eco de otras vidas que por allí habitaron (aunque el Coyote piensa que no); de tan anchas que son las paredes, impide que llegue cualquier tipo de señal electrónica adentro: no móvil, no televisión, no acceso a la Red... Lo cual lo ha convertido más que otra cosa en una celda de recogimiento interior; teniendo en cuenta que uno de los arcanos del Coyote siempre ha sido el Ermitaño (sí, aquel huerto alejado de la civilización, utopía humilde donde las haya), tampoco ha sido un disgusto demasiado enorme; ahora algunos miembros del equipo han tenido tiempo para ponerse al día con ciertas lecturas pendientes...

Y, fruto de esas lecturas, ahí viene la siguiente entrada:

... y líbranos de la Santa Inquisición, amén

(dos o tres casos prácticos de procesados por la Inquisición)

Lo que antaño fue el castillo de la Inquisición, sede del Santo Oficio en la ciudad de Sevilla, prácticamente desde su fundación hasta el final, se encuentra actualmente sirviendo de cimientos a un mercado de abastos, junto al típico puente de Triana. Puede verse como una ironía de esas que tanto le gustan a la historia: un sitio que pasó de ser lugar de muerte y tormentos, a un sitio que ayuda a la vida a mantenerse en su estado (no en vano, es lo que un mercado de abastos hace: vender alimentos, los cuales ayudan a la vida – al menos, si no es en exceso...)

Pero antes de eso, antes del levantamiento del mercado de abastos, durante al menos doscientos años, aquello no fue más que un solar ruinoso. Cuando se emprendieron las obras para la construcción del mercado, parece que a las autoridades se les ocurrió la idea de dejar a la vista los restos del antiguo castillo de la Inquisición. Hicieron colocar un suelo de metacrilato, y unos miradores desde el sótano del mercado, de donde se pueden observar dichos restos. De manera que uno puede ir a comprar unos tomates y unas berenjenas, a la par que contempla un trozo de historia viva (bueno, muy viva no es que esté ya esa parte de la historia, pero en fin) Como monumento a la ignominia humana debía haber quedado, o al menos como monumento de la capacidad del ser humano de ir en contra de sí mismo – cuando no, de ir contra la vida, propiamente.

Pero hasta el momento en que fue abandonado aquel castillo como sede de la Inquisición, miles de víctimas de la brutal burocracia y la intolerancia religiosa y de costumbres pasaron por allí, quedando acumulada entre los ángulos y vértices de las celdas toda la energía negativa que desprendieron los reos durante todo ese tiempo. Si las psicofonías, o como quieran llamarla en estos momentos para darle una patina de seriedad o cientificismo, tuvieran algún sentido fuera de las mentes de quienes creen en ellas, el mercado de Triana sería un lugar estupendo para hacerlas. Habría que hablar, también, con los guardas de seguridad que pasan allí las noches, a ver qué podrían contar; aunque, claro, los guardas nocturnos de seguridad siempre tienen al menos una historia de fantasmas que contar. Que les pasó a ellos, o a un compañero suyo ya retirado... Aunque, según el Coyote, gracias a la enorme cantidad de energía vital (esto es, positiva) que desprenden las actividades comerciales que se realizan durante el día, hace tiempo que contrarrestaron, cuando no diluyeron, toda energía negativa que pudieran conservar los pocos muros que aún se mantenían en pie del castillo de la Inquisición.

La Inquisición ha existido desde hace algún tiempo, no con ese mismo nombre siempre, pero las actitudes y los comportamientos se han ido repitiendo. Y no nos referimos sólo a sus equivalentes en otras religiones, como los puritanos caza-brujas, o los fanáticos almohades (aunque también). También a la mayor parte de policías secretas, de un régimen u otro que han existido o existen; incluso algo tan difuso como pudo ser la “cruzada anti-alcohol” americana, y en general a toda parte de la sociedad que, sancionada por el poder temporal, se ha erigido en juez, jurado y verdugo de los comportamientos, creencias y sentimientos del resto de esa sociedad.

De todos es bien sabido que la Inquisición ha formado parte de la llamada “leyenda negra”. Nos ha quedado grabada la imagen del inquisidor cruel y sin sentimientos, que asiste impávido a los tormentos de los acusados, aguardando a que éste (roto por fuera y por dentro) confiese por fin todos sus pecados, e implore a gritos el perdón y la liberación de este valle de lágrimas. Y también, por supuesto, la imagen de la ejecución pública y ejemplarizante del hereje impenitente ahogándose con el humo de las llamas que crecen a su alrededor, mientras el inquisidor sostiene que lo hacen para purificar su alma, que “lo hacen por su bien”.

Los amigos del Pensamiento Único, la Vía Única y el Dios Único tendrían mucho que aprender de los inquisidores de antaño (si no es que aprendieron ya, e incluso superaron a los maestros)

... Pero ocurre que llegó a las zarpas del Coyote un curioso facsímil que llevaba por título Relación histórica de la Judería de Sevilla, establecimiento de la Inquisición en ella, su extinción, y colección de los autos que llamaban de fé celebrados desde su erección (de la edición de 1849), y en ella se contaban jugosos hechos que protagonizaron los hermanos de la Santa en la ciudad de Sevilla. Su autor, Don José María Montero de Espinosa, a lo que parece, era una suerte de ilustrado liberal, director de un periódico que difundía ideas modernas, y trataba en la medida de lo posible, expulsar las supersticiones que lastraba el país – que, al parecer, había interiorizado la “leyenda negra” y se había identificado con esa imagen que tanto convenía al resto de países... Por tanto, es de suponer que, aunque obra histórica, el autor no debía sentir excesiva simpatía por la Inquisición. No en vano, para estos liberales, el Santo Oficio era un reflejo de todo lo que había significado el Antiguo Régimen. Habría que verlo con detalle, aunque ya hubo otros que se ocuparon de la labor crítica.

Sin embargo, de estos hermanos inquisidores y su ralea ya se han dedicado numerosos libros, monografías, estudios y artículos – aquí sólo mencionaremos, por supuesto, la obra de don Julio Caro Baroja; gracias a las dedicadas a la cuestión, hemos dado con la clave: los inquisidores no eran los tipos retorcidos y sádicos, pálidos y surcados de arrugas, ansiosos de sangre y resentidos con el resto de la creación, como nos narran numerosas novelas góticas (todas de ámbito anglosajón, por cierto); los inquisidores eran, sobre todo, burócratas y leguleyos, funcionarios del sistema, al fin y al cabo (aunque en numerosas ocasiones se conseguían las dos cosas, esto es, funcionarios resentidos, retorcidos y sádicos...) Pero eso lo hace, según el Coyote, mucho más terrible, porque las persecuciones y tormentos se sucedían, pero no motivados por las pasiones humanas (cosa que tendría mucho más sentido), no movidos por la voluntad de un individuo rencoroso y visionario; lo peor es que todos aquellos sufrimientos eran cometidos acorde a unas leyes y un sistema que había dado a luz un monstruo sin cabeza, la máquina de la burocracia, que con su ingenioso sistema de denuncias, siempre buscando alimento para mantenerse.

La Inquisición, sobre todo, servía para homogeneizar lo heterogéneo, para igualar lo distinto, y si no podía volverlo a la normalidad, lo hacía desaparecer.

Lo más curioso es que en el reino de España nunca hubo demasiado interés en la fanática persecución de brujas como se llevó a cabo en otros países europeos – y transatlánticos, también. Sí, procesos por brujería y satanismo los hubo; pero el grueso de los procesos llevados a cabo por la Inquisición en la piel de toro trataban sobre todo de aquellos judíos que se habían convertido al cristianismo, forzados por las circunstancias, pero que en la intimidad de sus corazones y su hogares, seguían profesando la fe de sus mayores, y siguiendo en secreto la Ley.

A entender del viejo Coyote, las persecuciones de judeo-conversos insinceros estaban motivadas antes por intereses políticos y económicos, que realmente religiosos. También tuvieron peso político, durante un tiempo, los procesos a simpatizantes de Lutero, Erasmo o cualquier otra idea heterodoxa. Sevilla tuvo, incluso, su propia herejía, la de los llamados alumbrados.

Continuará...

martes, 24 de junio de 2008

Personajes históricos fascinantes: Domingo Badía, a.k.a. Alí Bey (conclusión)

Concluimos, si bien de forma precipitada, con el periplo magrebí de Domingo Badía, más conocido bajo la identidad de Alí Bey el Abassi – con ese y algunos otros nombres más, que sacaba a relucir según la circunstancia lo iba requiriendo. Bienvenidos al post más largo (de momento) de El Blues del Coyote. Que aproveche.

Viajes por Marruecos (y III)

• Como ya hemos adelantado, uno de los más importantes fines del viaje de Badía/Bey por Marruecos no era otro que recabar toda la información posible sobre las debilidades del sultán Sulaymán, inclusive las enemistades con sheiks de las tribus nómadas del bajo Atlas. A éstos, en la medida de lo posible, Alí Bey debía hostigarlos y afilar esos roces hasta provocar una revuelta que valiese a Godoy de casus belli para enviar los ejércitos de la Corona, y hacerse con tan provechoso punto estratégico, en la boca del Mediterráneo, así como convertir Marruecos en el “granero de España”, del que ya se había echado mano en ocasiones de carestía anteriores – como hemos dicho, a Godoy no se le escapaba la inestable situación política en las Colonias de Ultramar, y más aún azuzados los ánimos revoltosos por el triunfo de la independencia de Estados Unidos, en el norte, así como el de la Revolución en Francia (sin contar con la nociva imagen que daban de España y la Corona tanto las logias masónicas como los jesuitas allá en América). Poco faltaría para que Simón Bolivar, entre otros libertadores, emprendiera los pasos para la tan pospuesta independencia. De modo que Badía, hombre de ciencia, aventurero y soñador a partes iguales, pasó a convertirse en pieza clave del gran juego de la política, sin pretenderlo.
Badía, sin embargo, no sólo no consiguió apenas un trato distante (aunque educado) por parte del sultán, sino que no tuvo contacto con ninguna tribu berebere digna de enfrentarse a Sulaymán. El permiso de viaje que le había dado el sultán, apenas le llevó a ver de lejos el Atlas. Se dedicó, en cambio, mano a mano con el coronel Amorós, enlace de Godoy en Marruecos, a construir un alocado plan de conquista, exagerando y engrandeciendo cualquier atisbo de realidad, cuando no mintiendo directamente, y llenando la cabeza de Godoy de sueños de conquista en absoluto realizables.
• Al Coyote le da en el hocico que todo este fiasco del Plan de Conquista no era más que una argucia de ambos pájaros (según el Coyote, idea original del coronel Amorós), para sisar a Godoy unos reales, y desaparecer con el dinero. De hecho, eso mismo ocurrió, pero no con ellos sino, precisamente, con el criado que había sido encargado de llevar parte de los dineros – mil duros de la época – desapareció por el camino misteriosamente. Estaba claro, desde el principio, por la personalidad apocada y enfermiza de Badía, que no era el adecuado para tal labor. No era ni un cortesano, ni un intrigante. Sí, en cambio, soñador hasta el punto de la esquizofrenia (o bipolaridad, o como quieran llamarlo): no sólo engañó a Godoy, cabe que terminara engañándose a sí mismo y, de alguna manera, identificándose con aquella personalidad de Alí Bey. También es cierto que hay quien piensa que llegó a convertirse realmente en un musulmán convencido, ya plenamente Alí Bey; tampoco sería de extrañar. No sería el primer espía infiltrado con el que ocurre, en cualquier caso. Es curiosa la actitud de Godoy, poco realista, respecto a la posibilidad de una conquista a Marruecos; casi pareciera una manera de mirar a otro lado, teniendo en cuenta como andaba la situación para él (en aquella época había sido destituido de sus cargos, y actuaba aún en las altas esferas a la sombra del Secretario de Estado, don Pedro Ceballos, a la sazón su primo político). Lo mismo parece que hiciera, mirar para otro lado, con todo el asunto de Bayona, que dejó finalmente España a merced de las tropas napoleónicas.
Total, un mentiroso contando mentiras a un sordo que no quiere oír verdades.
• En una de las cartas enviadas a Godoy por mediación del coronel Amorós, Badía (en un alarde de fantasía total) se declara prácticamente uno de los pretendientes al trono, en caso de que Sulaymán muriese repentinamente. Sigue manteniendo que los jeques de las tribus desafectas al sultán comen de su mano. Hace encargo a Godoy de “dos mil fusiles; quatro mil bayonetas; mil pares de pistolas, y algunas cureñas de campaña de todos calibres con sus avantrenes...” (Carta a Godoy, 5 mayo 1804) Cuando éste lee tan buenas nuevas, envía disposiciones al comandante general de Andalucía, marqués de la Solana, para que prepare todos los efectivos solicitados por el Viajero, además de numerosos artilleros y especialistas. Posiblemente, este comandante, aunque le siguió la corriente a Godoy, no pudo más que imaginar el desvarío de aquella empresa... ¿Por dónde se haría la entrega? ¿En Ceuta? ¿En la isla Perejil? ¿En Chafarinas? De manera que tanto él como el comandante del Campo de Gibraltar, se dedican a realizar las disposiciones de Godoy, con una lentitud extrema, a ver si mientras tanto se arrepentía.
• A última hora, sin embargo, enterado Su Majestad Carlos Cuarto, decidió poner fin a la empresa, pues parecía al monarca actitud traicionera y para nada propia de caballeros aquel soterrado plan de conquista (bastante parecía ignorar el rey que en cuestiones políticas poco brillan la caballerosidad y la honradez; Godoy, ése era harina de otro costal) Aquello debió traer gran alivio a Alí Bey, que ahora tendría la excusa perfecta para no continuar con un plan que no se sostenía por ningún lado.

Advertencia: El siguiente parágrafo es, incluso, más subjetivo que cualquier otro. Crea lo que quiera, a su propio riesgo:

• Como adelantamos en la anterior entrega, la intención oculta de Badía, al emprender su viaje por Marruecos no era otra que hallar los restos de la perdida Atlántida. Y cuando lo dijimos, no era ningún farol. El mismo Alí Bey, en su libro de viajes por Marruecos, en el capítulo 19, se explaya en torno a la cuestión; de hecho, el capítulo es titulado “De la antigua isla Atlántida. – De la existencia de un mar Mediterráneo en el centro de África” La teoría de Badía era la siguiente: según él, hace millones de años, todo el desierto del Sahara era un inmenso mar, y que el archipiélago de la Atlántida estaba formado por la cordillera de los montes Atlas. De la posibilidad de la existencia de un mar interior en el centro del Sahara, Badía lo suponía similar al mar Negro, e incluso afirmó reconocer en algunas formaciones rocosas de lo poco que visitó el desierto como producto de volcanes submarinos, así como explicó el motivo por el que la arena de este desierto es la más fina del mundo. El tipo incluso llega a imaginar que en el interior del desierto aún quizá pudieran encontrarse restos de animales marinos: alucinante visión, la del espinazo de un cachalote en medio del desierto. También trata de explicar los movimientos dunares como el empuje de las mismas olas al llegar a la orilla (de este hipotético mar) – cosa que, según lumbreras de la ciencia, no es así en absoluto. La explicación de los movimientos de las dunas es muy otra, que no desarrollaremos porque no nos interesa.
En cuanto al tema de la desaparecida Atlántida, Badía sigue muy de cerca el escrito del primero que la mencionó: no fue otro que Platón, el filósofo griego que estaba en contra de los mitos, aunque luego él mismo los utilizase como recurso literario. Según declara, sus fuentes son de segunda mano, del gran sabio Solón, al cual le había transmitido dicho conocimiento un anciano sacerdote egipcio de Sais. Platón, principalmente, desarrolla el mito de la Atlántida en sus diálogos Timeo, Critias y República, pero es de suponer que lo hace con alguna finalidad moralizante. Dado que la distancia temporal de Egipto respecto a la Grecia clásica es casi la misma que nos distancia en la actualidad de la misma Grecia, los helenos debían tener en alta estima la sabiduría ancestral de los egipcios (bien es sabido que para sus conjuros y hechizos, los brujos griegos, aunque no sólo ellos, poco después también los latinos, echaban mano de frases de los rezos egipcios, así como numerosos nombres de sus dioses a modo de invocación, todo ello con una sonoridad más bien exótica). Platón, al poner en boca del sacerdote de Sais el conocimiento de la hundida Atlántida, quizá tan sólo tuvo la pretensión de dar a su mito algo de autoridad y reconocimiento. Andando los siglos, según parece, el lingüista, médico y bibliófilo doctor Arias Montano (siglo XVI) se interesó por aquella historia consignada por Platón, y aunque desde entonces muchas teorías – la mayoría absurdas – se han propuesto para interpretar de forma “realista” el mito de la Atlántida, él mismo se acercó bastante a la teoría de Badía, señalando que quizá la Atlántida ocupase un trozo de tierra (¿un istmo, quizá?) que posteriormente se hundió, en lo que hoy es la zona de Gibraltar, es decir que la Atlántida unía de alguna manera Europa y África. La denominación de Atlas a aquella cordillera proviene del mito de los trabajos de Hércules, en concreto el posterior a su robo de ganado del ibérico rey Gerión, donde el héroe debe conseguir las manzanas del Jardín de las Hespérides; pero primero, aparte de fundar Sevilla, según dicen aquellos que pretenden dar un origen digno a una ciudad que surgió de un poblacho de cabañas de palo construido sobre un pestífero lago, Hércules se dedica a separar las columnas de su nombre. La separación de Andalucía respecto a Marruecos es interpretada por Arias Montano como el relato del hundimiento del istmo conocido como Atlántida. Aunque, claro, eso ni siquiera casa con el mito original de Platón. Para hacerse con las manzanas de oro, que proporcionan la inmortalidad según numerosas leyendas y mitos, Hércules debe congraciarse con el titán Atlas, padre de las ninfas que guardan el jardín que recibe su nombre, las Hespérides. Sin embargo, el titán engaña al héroe, y al final deben enfrentarse. Algún alucinado escritor (o quizá no tan alucinado, y más vende-historias estafador, de la misma cuerda que muchos otros profesionales del periodismo sección “misterios”) ha afirmado que la lucha entre el titán y el semidiós olímpico es el recuerdo de una guerra primordial resultado de la cual fue el hundimiento de la Atlántida. Algunas de estas disquisiciones han llevado a algunos a suponer Tartessos los restos de una colonia atlante. De manera parecida, se ha especulado que las Islas Afortunadas, esto es, las Canarias, fueron también los últimos restos de tan esquiva civilización (eso sin contar Madeira, Thera, Creta y algunas más que tienen el dudoso honor de ser consideradas partes supervivientes de una civilización de la que no se conoce ni prueba de su existencia).
• Como decimos, sin embargo, Alí Bey sólo pudo ver de lejos los montes Atlas, y sólo su prolongación norteña. De modo que poco pudo confirmar sus teorías sobre la Atlántida.
• Pero no sólo apenas pisó arenas del desierto, sino que cuando hubo ocasión de hacerlo, estuvo a punto de morir en él por una torpeza. Pero no adelantemos acontecimientos; en 1805, cuando apenas lleva dos años en Marruecos el sultán Sulaymán hace llegar a Alí Bey una misiva en la que lo exhorta a continuar esa peregrinación que decía pretendía llevar a cabo. Sobre todo, el sultán menciona el peligro en que se ponía manteniéndose en el país, puesto que sus actos y palabras referidas a la astronomía, eran entendidos por los lugareños como de astrologías y nigromancias varias, que tenían “por heregia, o infidelidad digna de muerte. Cierra tu boca”, continúa en la carta “, y cierra la puerta de tu casa, pues no sabes lo que son las gentes del Garbi (Magreb) ni la sangre que puede resultar de las palabras.” Después le aconsejaba sobre la ruta que había de realizar para salir de Marruecos: lo envía a Tánger, donde puede tomar algún barco que lo lleve hasta Túnez o Alejandría, donde continuar su peregrinación a la Meka. Aún así, uno de los hijos del sultán, el príncipe Mawlay abd-as-Salam, le entrega cartas de recomendación para otros líderes del mundo islámico. Pero esta marcha aún fue demorada un tiempo, primero una rebelión en Orán hizo impracticables los caminos, aún más con la reducida escolta que le acompañaba. En Uxda, donde se había quedado obligado por las circunstancias, parece que intentó contratar los servicios de la tribu de los Banu Abi Hamdin (esto sobre todo, para alejarse cuanto antes del enrarecido ambiente de la corte del sultán, donde poco faltaría para que fuese reconocido como farsante); sin embargo, a poco de salir de Uxda, son retenidos por las tropas enviadas por el sultán, bajo la orden de no permitirle partir mientras no estuviesen los caminos seguros. Así, sólo después de hacer enviar un mensaje de queja al sultán (o al príncipe, según quien cuente la historia), le es permitido continuar su marcha, pero finalmente a Tánger. Amablemente, le sacaban del país.
• A 3 de agosto de ese mismo año (1805), Alí Bey parte junto con una comitiva de dos oficiales y una treintena de udaias o guardias del sultán, hasta que llegados al borde del desierto dejan a Alí Bey junto con una guardia de árabes. Según narra en sus Viajes por Marruecos, una trifulca entre los soldados a última hora, les llevó a olvidarse de rellenar los odres de agua. Sometidos a jornadas de caminata sin descanso, de luna a luna, y con la amenaza de las revueltas por todos lados, sufrieron y padecieron los rigores del desierto, quedándose sin agua al poco tiempo. Las bestias de carga y los hombres caían por igual, extenuados y deshidratados, dejándolos atrás sabedores de que cualquier retraso sería el final de la caravana al completo. Pierde todo el valioso instrumental adquirido en París y Londres tres años antes. El mismo Alí Bey cae rendido sin conocimiento, perdida ya toda esperanza de salvación. Tiene, sin embargo, la extraña suerte de ser salvado por una gran caravana de “más de dos mil hombres” que avanzaba hacia ellos: a punto de morir, Alí Bey sólo estuvo desmayado apenas media hora. Según parece, su salvador fue un célebre santo y místico de la época, llamado por Bey Sidi Alarbi, conocido entre los suyos como Abu ´Abd-il-lah-Sayyidi Muhammad ´al-´Arabi ibn Ahmad ad-Darqawi, uno de cuyos discípulos inició precisamente la revuelta del Oranesado antedicha, y que amenazaba el buen fin del viaje de Alí Bey. A poco de esto, y con el Viajero ya recuperado, se le obliga a tomar barco en Larache, dejando en tierra a todo su séquito (y a su esposa, porque, sí, se casó de nuevo en Marruecos, debido a que un hombre de su edad y soltero era visto cosa rara según parece; de manera que a todas sus cualidades debemos sumar la de bígamo, o quizá trígamo, puesto que también llevaba con él una esclava negra... qué gañán)

Apuntes finales

• Alí Bey, antes conocido como Domingo Badía, pasó algo más de dos años en Marruecos. Al poco de llegar, la cosa pública se había torcido de tal manera que poco después, España pasaría de los Borbones a los Bonaparte (una temporadita al menos), un reino había cambiado de dueño. Cuando regresó a su país, es de suponer la orfandad que sentiría Badía por su proyecto, ahora que el poder había pasado de manos. Badía tuvo una nueva entrevista con don Carlos, ahora en el exilio; éste le aconsejó que se dirigiera al emperador Napoleón, pues él ya no tenía nada que ofrecerle. Aún mantuvo su entrevista con el corso, y éste le remitió a su hermano José, en aquel momento monarca de España. De todo lo que se habló en la entrevista, poco se sabe con certeza; no es de extrañar que la conversación llevase por derroteros bien ocultos, debido a la fascinación que el propio Napoleón sentía por África, y en concreto por Egipto. Seguramente no hablaron sobre nada de eso, pero tendría sentido (al menos en términos narrativos). Después de algunos años, en los que se muestra como un afrancesado colaboracionista, y pasa algunos años intentando conseguir una pensión en París (?), termina volviendo a ponerse la piel de Alí Bey para el que fue su último viaje.
• El coronel Amorós, enlace de Godoy en Marruecos, desahuciado éste, se hizo con todos los documentos del Plan de Conquista, incluidas cartas bien comprometedoras, e intentó venderlas al gobierno francés, por una fuerte suma. En cambio, Amorós fue prendido y encarcelado. Su memoria se pierde en el pasado.
• Godoy, finalmente, fue destituido con motivo del motín de Aranjuez y la consiguiente traición de Bayona; fue despojado de sus bienes y títulos, y terminó su vida como exiliado en París, donde escribió las Memorias citadas en anteriores entregas, y poco después publicadas, donde desvela toda la trama del asunto de Alí Bey y demás. Aquello fue un golpe bajo para Badía, que hacía poco que había podido publicar sus Viajes por Marruecos, y los había firmado bajo el seudónimo de Alí Bey, pretendiendo hacerlo pasar por un personaje real y aquello echaba por tierra tal pretensión.
• Badía volvió a vestirse una última vez de Alí Bey, esta vez según parece, bajo los designios de Francia; en los caminos entre Turquía y Tierra Santa perdió la vida, creyendo todos que fallecía el sabio Alí Bey, fiel musulmán, que cumplió el hajj (peregrinación a la Meka), al menos una vez en su vida. Injerencias posteriores afirman, sin embargo, que a su muerte aún llevaba un crucifijo al cuello. Unos afirman que fue la disentería la que acabó con él; otros afirman que fue envenenado por miembros del servicio secreto británico, en pugna por aumentar la influencia en países colonizables por los prepotentes imperios victorianos que iban surgiendo por Europa.

Epílogo

Muchas cosas se han quedado en el tintero. Como puede verse por su final, con su viaje a Marruecos Domingo Badía/Alí Bey no agotó su cupo vital de aventuras. Igualmente, por brevedad, no hemos podido, como hubiéramos querido, sincronizar los hechos de su vida con acontecimientos históricos relevantes y que, de alguna manera, influenciaron en él y su circunstancia, directa o indirectamente.
El viejo Coyote me obliga a apostillar que, sobre el secreto de la hundida Atlántida, lo que no saben todos aquellos que buscan su realidad por medio de restos arqueológicos, o explican su hundimiento por rebuscados fenómenos geofísicos, es que la Atlántida nunca ha existido físicamente en este plano material. Aquella, como muchas otras civilizaciones perdidas, co-existe con nuestro plano de existencia y sólo se encuentra unida a él por unos nexos muy débiles y difusos. Si acaso, el mito del hundimiento de la Atlántida simboliza algo es el hundimiento de su recuerdo en nuestro propio subconsciente.
Cuando preguntamos al viejo Coyote a qué se refiere, se pierde detrás de una espesa cortina de humo, divagando de forma inconexa sobre no sé qué de que los planos paralelos y mundos-parásito como la Atlántida, y que Alí Bey sabía mucho más sobre aquello de lo que había contado.
VALE