Una introducción
Ya sé que es un defecto que tenemos los miembros del equipo de EL BLUES DEL COYOTE, que no es otro que ocultar las referencias; es cierto, nunca (o casi nunca) citamos las fuentes de donde extraemos tan variopinta y heterogénea información – si es que los dislates que plasmamos en el blog pueden llegar a considerarse información, claro. En la mayoría de los casos esto ha sido así porque los hechos por nosotros narrados (o cronologizados), no provienen casi nunca de una única fuente – y esto, no porque estemos interesados en contrastar los datos ni nada parecido, que quede bien claro, se nos da al fresco de hecho.
Pero, en este caso concreto, nos vemos en la obligación de citar la fuente fundamental, sobre todo, por hacer honor y reconocimiento a tan insigne pensador y antropólogo (ya fallecido): Nos referimos a don Julio Caro Baroja, y en concreto, a sus obras Vidas Mágicas e Inquisición I (1992, Istmo), e Inquisición, Brujería y Criptojudaísmo (1970, Ariel). Tipos como don Julio ya no quedan, y personalmente ha sido no sólo fuente de información, sino también de inspiración.
Se conjugan en torno a la figura del bueno del doctor Torralba dos leyendas de origen totalmente distintos; una, la idea medieval del viaje por los aires, atravesando grandes distancias en poco tiempo, a lomos de un demonio la mayoría de las ocasiones; la otra, que es más bien renacentista y ha tenido bastante acogida a lo largo del tiempo, la de los espíritus llamados familiares. Pero no sólo, puesto que si bien la primera es una leyenda de cuño más popular (que también vemos, por ejemplo, en la figura legendaria de el cura de Bargota); la segunda es una noción más bien asociada a cierta imagen sofisticada que se tiene de los hechiceros, brujas y nigromantes, y que fue ampliamente explotada por los miembros de la Inquisición o Santo Oficio (no sólo por los mismos inquisidores, que nunca olvidaban de incluir alguna pregunta sobre la cuestión en sus interrogatorios; también los avispados denunciantes perdían el trasero en mostrar como prueba de las maldades del acusado el tener en casa a un inocente gatito negro, u otro animal de compañía – el Coyote nos informa de que incluso se han denunciado como familiares a gallos negros, que no tienen la culpa de su melanina. Tampoco están exentas ciertas nociones de angeología hebrea y kabbalah, así como algunas ideas neoplatónicas y del mundo pagano grecorromano, bastante corruptas, por cierto.
Pero lo curioso en el caso del buen doctor Torralba es que su existencia está documentada, y se conoce bastante sobre su agitada vida de supuesto nigromante y sobre su espíritu familiar, conocido como Zaquiel, gracias a los archivos de los interrogatorios del sonado proceso a que fue sometido por la Inquisición.
Siempre cabe la duda razonable de que la mayoría de sus experiencias esotéricas (por calificarlas de alguna manera) no fueran más que invenciones del buen doctor, presionado por el tribunal de inquisidores. Tenemos constancia del caso de un religioso sevillano, allá por el siglo XVII, que siendo acusado de pertenecer a la herejía de los alumbrados, al ser sometido a los consiguientes tormentos que la maquinaria burocrática de la Inquisición imponía, empezó a soltar tal ristra de embustes, dislates y barbaridades, que terminó reconociendo cosas tales como que él era Cristo renacido (aunque reencarnado sería más correcto), y que había venido de nuevo a la tierra para enfrentarse al Anticristo, que estaba por alzarse en Turquía y reclamar su herencia como heredero del Príncipe de este Mundo. Lo que hace decir un buen potro, unas tenazas y un par de herramientas de tortura oxidadas, no lo consigue ni el clembuterol o como narices se llame el suero de la verdad.
En cualquier caso, puede que esto sólo sea una parte de la verdad; en el renacimiento era moneda común entre gentes de cierta cultura la creencia en espíritus intermedios entre el Cielo y la Tierra, daemones o agathodaemones, con los que era posible cierto trato e interacción, en virtud de ciertos rituales y formulas. De esto no se escapaban ni siquiera filósofos de la talla de Pico della Mirandola, y por supuesto, los novelistas y dramaturgos de la época y posteriores se hacen eco de la creencia en familiares, pactos y demás parafernalia ocultista. El mismo doctor Torralba, durante su larga estancia en Italia parece haber tonteado con estas cosas, si bien siempre desde la perspectiva de un adepto a ciertas ideas herméticas que para nada tienen algo que ver con las paranoias de una enorme conspiración satánica a escala mundial que alentaban los inquisidores, y en la que encajaba cualquier actitud o forma de vida heterogénea, y ajena a la norma dictada por la Iglesia y el Poder (brujas, judíos no conversos, herejes, homosexuales, locos o endemoniados, y un largo etcétera de excepciones a la norma, que tenían que esconderse para poder ser ellos mismos, o enfrentarse a una dura reprimenda de la justicia divina, todo por el bien y la salvación de sus supuestas y etéreas almas).
Nunca llegaremos a saber con certeza cuánto de lo que confesó el doctor Torralba a los inquisidores era su propia y sincera creencia, y cuánto lo improvisó sobre la marcha con lo que había escuchado por ahí, para tener algo que decir a éstos.
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