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martes, 8 de abril de 2008

El Alma de Gengis Khan

Como el Coyote sigue m.i.a., esto es, desaparecido en combate, no nos queda más remedio que ofrecer un refrito de los Archivos Coyotiles. Menos mal que, en previsión, nos dejó una llave de su hogar, dulce hogar, para poder dar de comer al gatito, regar su estúpida marihuana y orear el piso un rato. Gracias a esto, y en la misma medida, podemos meter mano a dichos archivos, y tener algo con lo que pasar el rato, mientras nuestro viejo Coyote re-aparece. Uno de los miembros del equipo oyó por ahí que alguien lo había visto en la fiesta trance del pasado fin de semana, en los pinares de Almonte. Pero ello es poco probable, pues yo mismo estuve todo el sábado y la madrugada del domingo, y allí como mucho había una excelente y seductora luna llena.

A lo que íbamos, ahí dejamos un escrito retocado y corregido, de la pluma del mismo Coyote.

El Alma de Gengis Khan

El alma de Gengis Khan se encontraba custodiada en un templo budista situado en Mongolia Central, junto al río de la Luna a los pies de las montañas negras de Shanj. Durante siglos, su espíritu residió en un estandarte fabricado con trenzas de crin de caballo, atadas al astil de una lanza. Conocido como sulde, los guerreros mongoles lo plantaban en la entrada de sus campamentos, para que ejercieran como guardianes.

Los mongoles, que creían confusamente en un Cielo Azul Eterno, tenían la convicción de que las crines recogían las energías del viento, el cielo y el sol, y la canalizaban hacia el guerrero. También ejercía la función de atrapa-sueños, que inspiraban al guerrero a continuar siempre en movimiento por las infinitas estepas, a forjarse su propio destino en los duros caminos de la vida nómada. El vínculo entre el hombre y su estandarte llegaba hasta el punto de que los mongoles creían que cuando el hombre moría, su espíritu pasaba a residir en el sulde.

Gengis no tenía un estandarte-espíritu sino dos, uno de crines blancas para las épocas de paz, y otro de crines negras para las épocas de guerra. Según parece, el estandarte de la paz fue poco usado, y desapareció bien pronto. El de la guerra, el negro, pervivió hasta entrado el siglo XX, y durante todo ese tiempo fue venerado por el pueblo mongol como la residencia del espíritu bélico de su líder fundador (o al menos, re-unificador), y símbolo de unión nacional.

En el siglo XV, su descendiente el lama Zanabazar (Jñanavajra, en sánscrito), primero en la estirpe de los Bogd Khanes de Mongolia, fundó el monasterio lamaísta que custodiaría el alma de Gengis Khan.

En 1924, tras fallecer el VIII Bogd Khan, las autoridades pro-soviéticas de Mongolia declaran su linaje oficialmente "extinguido", prohibiéndose la búsqueda de su tulku o sucesor/reencarnación. Durante los años 30, los comunistas mongoles asaltan sin dejar piedra sobre piedra los monasterios tántricos de Narabanchi Khure y Erdene Dzu (lugares donde se había manifestado el Rey del Mundo); de este último dejaron en pie sólo tres de sus alrededor de trescientos templos. Entre 1937 y1939 son detenidas y, en su mayoría, ejecutadas o "hechas desaparecer", unas 30.000 personas en Mongolia (más de la mitad, monjes). En 1937 el alma de Gengis desapareció del monasterio donde era custodiado, antes de ser asaltado y destruido por los secuaces de Stalin. Poco después reaparece en Ulan Bator (antigua Urga, capital de Mongolia), para finalmente desaparecer de manera definitiva. Algunos son de la opinión de que los comunistas destruyeron el alma de Gengis, para eliminar tan poderoso símbolo de unión nacional tan ajeno a su propia ideología.

De cómo murió Gengis existen numerosas versiones; de que murió, ninguna lo pone en duda. La más imaginativa es la que cuenta que la esposa de uno de sus numerosos enemigos muertos, que había pasado a formar parte del harén del líder mongol, se introdujo una mortífera trampa en la vagina, de manera que cuando Gengis fue a penetrarla, el aparato le arrancó sus genitales, agonizando desangrado bajo terribles dolores.

A su cadáver, los mongoles rindieron grandes tributos y honores, como bien merecía; se transportó el féretro acompañado de un numeroso contingente de soldados, en un cortejo fúnebre que mató a toda persona y animal que encontraron por el camino. Finalmente, enterraron con gran secreto al gran Khan en su tierra natal. Entonces unos jinetes asesinaron a los guerreros y a todo el cortejo, y aplastaron la tierra con los cascos de sus caballos, para borrar todo rastro de su emplazamiento. Estos jinetes murieron a manos de otro grupo de soldados, y este a manos de un tercero.

La tumba de Gengis fue acotada, y se impidió el paso en una zona de cientos de kilómetros cuadrados, siendo constantemente vigilada por guerreros de elite. Aquella zona era llamada el Ij Jorig, o Gran Tabú. La tumba de uno de los mayores conquistadores de la historia quedó olvidada desde entonces.

Las autoridades soviéticas mantuvieron el secreto (o el olvido, mejor), denominando el Gran Tabú como Zona de Acceso Muy Restringido, y aún la aumentaron, ampliándola con un millón de hectáreas con una Zona Restringida. Los soviéticos instalaron una base aérea de cazas MiG, así como un depósito de misiles nucleares. A la entrada de la zona prohibida construyeron una gran base de tanques, que los militares rusos utilizaron como centro para prácticas de artillería y maniobras.

Bien entrados los 90´s, cuando sólo la mitad de Mongolia se encuentra relativamente autónoma (la Mongolia inferior aún se encuentra bajo dominio de China, al igual que el Tibet), y superadas las prohibiciones comunistas impuestas sobre los estudios de la figura de Temuyin (Gengis, vaya), los historiadores mongoles pudieron dedicarse plenamente a ello. Por fin podían hacerlo abiertamente, y sin riesgo para su libertad.

(extraído en parte de “Genghis Khan y el inicio del mundo moderno”, de Jack Weatherford)

jueves, 6 de diciembre de 2007

Sin noticias del Coyote

Ignorando las aportaciones de algunos miembros del equipo, que han sugerido que quizá el Coyote haya sido raptado por alguno de mis numerosos acreedores, para exigir un rescate. No recuerdan que el viejo Coyote es muy dado a este tipo de escapadas; le da el punto, y se embarca en algún tipo de búsqueda astral. Luego nos pasamos días sin tener noticia alguna de él, consiguiendo que nos preocupemos por su seguridad.
Y no deberíamos, porque él mismo es quien nos recuerda muy a menudo la luciferina máxima de que “siempre existe la posibilidad extrema de marcharte. Irte, simplemente”.

Alguna noche, en los bares de la Alameda, nos enteramos de que alguien lo ha visto en la última rave; conseguimos sonsacar a algún punki, entre comentarios despectivos hacia nuestras personas y a la sociedad en general, que ha estado la madrugada anterior con él, ingiriendo un cóctel de kalimotxo, anfetaminas y opiáceos varios. Nos imaginamos al Coyote, tirado en algún lado de la ciudad, en un estado de trance cercano al coma, sin asistencia ninguna, a merced de desaprensivos.

Luego, para contradecirnos a todos, un día cualquiera aparece, como si no hubiera pasado nada, con el ánimo festivo y el pelaje lustroso. Ante nuestras preguntas insistentes, el Coyote se hace el duro, y hasta que no le hemos invitado a tabaco, no suelta prenda.

Como es bien sabido, al viejo Coyote le cuesta un enorme esfuerzo mantenerse mucho tiempo centrado. En aquellos momentos, los ojos se le vuelven del mismo color, y si tienes suerte, a veces emite máximas de sabiduría perenne (que posteriormente olvida, y que en absoluto aplica en su vida). En ocasiones nos relata curiosos encuentros oníricos, viajes a extraños paisajes astrales y habla de cosas de las que no ha podido tener conocimiento directo, como si hubiese estado allí realmente. Claro que el viejo Coyote es un gran mentiroso.

Ya contamos aquí su extraño periplo por la llanura de Leng y más allá, hasta la ciudad subterránea, y su encuentro con el barón sangriento. También recuerdo el tour que hizo el Coyote por el continente sumergido de Mü. En el Templo de Paredes de Cristal, que se encuentra en un metaplano superior, en unas cavernas bajo la isla de Pascua, se encontró con cierto arquetipo agonizando, y supo de una terrible guerra que amenaza los planos astrales, y al multiverso entero (guerra que empezó hace más de cien años, cuando el Rex Mundi desapareció sin dejar rastro, a todas luces en el Abismo, dejando su trono de Aggartha vacío).

Recuerdo la última vez que volvió de una de sus escapadas. Regresó contando una extraña historia sobre un viejo hechicero renacido que él llamaba “el Atlante”. Todavía estamos intentando hilvanar el relato, porque el Coyote lo ha contado de forma fragmentaria e inconexa, y aún no estamos seguros de haberlo comprendido todo por completo. Y además, las referencias son tan marginales que el trabajo de documentación se hace arduo y complejo; todavía ando intentando desenredar la trama de espionaje durante los años previos a la segunda guerra mundial, que tiene algo que ver en toda esta historia (¿quién demonios era Ernst Schaeffer?) Pronto daremos a conocimiento público todos los datos recopilados; ya que no podemos recibir las enseñanzas directas del Coyote, trabajar en esto ocupará su ausencia.