martes, 6 de noviembre de 2007

Personajes Históricos Fascinantes: Roman Ungern von Sternberg (segunda parte)

Poco ha de contarse, que no se presuponga ya, del periplo hasta alcanzar el Monasterio Sagrado, que es uno de los pórticos por los que sólo quienes han preparado su espíritu (por llamarle de alguna manera) y han alcanzado cierto nivel de iluminación, pueden llegar hasta Aggartha, la Ciudad Subterránea.

No es nada nuevo, las largas caminatas oníricas, los encuentros con seres del inframundo y con tu ocasional sombra - ya se sabe, las sombras no pierden la ocasión de ponerte a prueba (y, si es preciso, de suplantarte si no la pasas). Aunque, claro, el viejo Coyote parece el reflejo oscuro de su propia sombra, si no es que la última vez que se enfrentaron la absorbió dentro de sí, o vete tú a saber.

Como se recordaba en una anterior entrega, la Ciudad Subterránea había sido devastada por las fuerzas de cierto Nuevo Orden Mundial, especialmente interesadas en cortar todo vínculo con el Centro Primordial, y cuyos actos políticos a escala mundial han ido encaminados a la toma de poder de ciertos puntos del planeta, de una importancia espiritual considerable.

El viejo Coyote, como turista del plano astral experimentado, era consciente del peligro que significaba deambular por los desolados páramos que rodean ahora el Aggartha. Para siempre quizá, han desaparecido los fértiles valles enchidos de heliotropos y rododendros, que recibían al cansado viajero en las puertas de Shangri-La, Shamballah, Aggartha, o como quiera llamársele en ese momento. Ahora sólo quedan por el camino, como señal de su antigua vida, los restos de algún pequeño santuario, medio derruido, y en mal estado, aquellos tsorteng, como los llaman los tibetanos.

El guía nativo del viejo Coyote, que se hacía llamar Kunjo Chumbe, y alardeaba de que su gorro estaba forrado con la piel de un yeti que él mismo había cazado, era todo un experto. Se conocía los senderos más escondidos, y no le importaba dar un rodeo que aparentemente alargaba el camino, con tal de evitar las zonas más afectadas por el derrame de energía negativa que había inundado el Aggartha y sus alrededores. Caminaba con soltura, por terreno conocido, y a diferencia que la mayoría de sus paisanos, silenciosos y taciturnos, Kunjo no paraba de parlotear, siempre con aquella excéntrica sonrisa en su rostro.

El viejo Coyote, conforme avanzaban, había logrado alcanzar un estado de abstraimiento educado, que parecía seguir atentamente todo lo que el sherpa contaba, pero en su interior él seguía con sus cosas. A medida que se acercaban sentía que su percepción astral se acrecentaba, y era capaz de ver las cosas en su reflejo espiritual, descarnadas y etéreas. Estaba seguro de que, al menos de soslayo, podía ver la silueta desdibujada de algunos agatodaemones que pululaban confusos por allí, e incluso juraría haber sentido la presencia de las grisáceas reminiscencias de los espíritus de difuntos recientes, que aún no sabían qué dirección podían tomar, puesto que la energía negativa acumulada en la zona les impedía distinguir la luz que les marca el camino.

chaman yacuto/chaman yacute

También era posible cruzarse con otro viajero ocasional, pero en muchos casos, la envoltura astral que los rodea los hace muchas veces indistinguibles del resto de seres que habitan ese plano. El viejo Coyote recuerda especialmente el encuentro con un anciano chamán yacuto, que hacía un viaje espiritual alentado por ciertos hongos, que él mismo conocía demasiado bien. El anciano chamán, con los ojos en blanco, tocaba su tambor con un ritmo monótono pero evocador. En su trance, hablaba de manera fragmentaria y entrecortada, y como la memoria del Coyote tampoco está muy allá, sólo recuerda lo que más le llamó la atención.

El anciano chamán se lo quedó mirando fijamente - o todo lo fijamente que podía mirarlo en el estado en que se encontraba, por supuesto. Mientras, seguía aporreando el tambor, poniendo los ojos en blanco, empezó a hacer profecías:

"Oh, sí.... Sí... El Viejo Coyote anda suelto por los páramos desolados... Sólo faltan los cuervos, sólo faltan los cuervos y el campo de batalla estará completo... Eso me dice, el Gran Espíritu..."

Le miró a los ojos sin mirar, mientras el muy supersticioso sherpa Kunjo, un poco más atrás, hacía aspavientos que evitaban que recayera sobre él la suerte adversa (puesto que trae muchos infortunios molestar a un chaman - o bôn, como los llaman en Nepal - en trance) Luego el anciano chaman dijo algunas palabras sobre el Coyote, que no reproduciremos aquí, pues no vienen al caso, y sólo le atañen a él.

"También me dice el Gran Espíritu que vais a cruzaros con el Barón Sanguinario... Oh, sí... Sí, su alma despertada se siente atraída por los campos de batalla recientes; por la sangre derramada, por los lugares donde la gente ha muerto de forma violenta... Sí, el Barón Ungern, el Barón Sanguinario está cerca... Oh, sí..."

Luego de eso, el anciano chaman comenzó a soltar una retahíla cada vez más incomprensible, perdiéndose en sus propios paisajes oníricos, de manera que (sobre todo ante la insistencia de Kunjo) lo dejaron ensimismado en sus cosas y continuaron su camino ascendente.

Se ha dicho que el sherpa Kunjo era muy hablador. También es cierto que cuando, al final de la jornada, acampaban y comían la magra ración del día, Kunjo se quedaba rápidamente dormido.

El viejo Coyote, sin embargo, pese al cansancio (aunque sólo fuese mental - o espiritual, aunque de esto último el Coyote siempre había dudado de su existencia), era incapaz de conciliar el sueño, pensando en los sucesos de la jornada.

El Barón Ungern... ¿De qué le sonaba a él aquel nombre? ¿Dónde lo había escuchado por vez primera, quién le había hablado de él? Que le ahorcasen si conseguía acordarse; pero el caso es que le resultaba muy familiar.

Sí, el Barón Ungern von Sternberg, jefe de la División Asiática de Caballería del Ejército del Zar de todas las Rusias...

Y seguramente, ya hacía un rato que se había quedado dormido (sólo que en el plano astral, es un poco complicado distinguir sueño de vigilia), o no, quién sabe. Entonces, en el silencio que impera en el espacio entre mundos, el viejo Coyote creyó distinguir una sombra más oscura que el fondo del anochecer, que vibraba y parpadeaba, acercándose lentamente hasta donde estaban acampados. Kunjo roncaba a pierna suelta, y no se estaba enterando de nada; el viejo Coyote creyó distinguir en aquella sombra una figura familiar, pero en su estupefacción era incapaz de localizar en su memoria - o, para el caso, en la de cualquier otro...

Pero pudo reconocerlo cuando por fin habló (aunqe, por supuesto, para hablar en sentido físico literal hacen falta órganos, cuerdas vocales, lengua y esas cosas, pero ya sabéis a lo que me refiero, su pensamiento "sonaba" dentro del cráneo del Coyote, igual que si estuviese hablando).

Ungern Khan

"Mahakala... Tulku... Ungern Khan! Ungern Khan!"

De pronto, cuando el Coyote aún no se había terminado de frotar los ojos, la figura se disolvió en el aire, dejando en el hocico del viejo Coyote un olor a sangre seca y coagulada.



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