viernes, 2 de noviembre de 2007

Personajes Históricos Fascinantes: Roman Ungern von Sternberg (primera parte)

Una característica de la memoria del viejo Coyote es que en sus recuerdos se mezclan las cosas que ha vivido con las que otros le han contado que han vivido, de manera que el viejo Coyote nunca está realmente seguro de si algo que está contando le pasó a él, o por el contrario le pasó a otro, y él se ha apropiado de su memoria.

Parte de este embrollo en sus conexiones neuronales, le llevaron a olvidar dónde escuchó hablar, o leyó, por primera vez sobre ese personaje tan singular que fue el Barón Román Fiodorovich Ungern von Sternberg, Jefe de la División Asiática de Caballería del Ejército del Zar de Todas las Rusias.

Quizá, trata de recordar el viejo Coyote, la primera vez que se topó con el Barón fue aquella en que proyectó su cuerpo astral, buscando colarse por la "puerta trasera" de la Perdida Aggartha; había escuchado (todos los émpatas y sensitivos pudieron notarlo) los rumores acerca de los efectos devastadores que tuvieron para la Ciudad Subterránea los hechos acaecidos desde unos años para acá, sobre la toma del control de ciertos e importantes centros de poder, conocidos como las Siete Torres del Diablo - que ni son torres, ni son siete -. El Coyote pensaba aprovechar el desorden general para poder saquear a gusto los despojos de la biblioteca Akáshika (no confundir con la biblioteca de Celaeno), pues siempre que había intentado tener acceso a la biblioteca en otras ocasiones, unos amables y sonrientes Mahatmas, que hacían las veces de bibliotecarios, le habían denegado el paso muy cortesmente.

Seguramente, lo juzgaban muy a la ligera y llegaban a la conclusión de que no había llegado a alcanzar el nivel de iluminación suficiente como para poder tener acceso a semejante caudal de sabiduría (caduca y decadente, por cierto). O quizá suponían que las revelaciones que contenían aquellas tablillas grabadas con símbolos arcanos y primigenios, la suma total de la memoria de toda criatura sentiente habida y por haber, hubiera terminado por erosionar los pobres asideros a la cordura que aún le quedaban al Coyote, asideros a los que su mente se agarraba con desesperación.


Por eso, cuando el viejo Coyote escuchó la noticia de la visita del Dalai Lama a Washington, la capital del vórtice del bucle de entropía y corrupción del planeta, comprendió que gran parte de la guerra espiritual ya había sido perdida, y que un Coyote (en gran parte carroñero) muy perfectamente podría aprovecharse y alimentarse de los restos que quedasen esparcidos por el campo de batalla.

De manera que cuando todo estuvo en el órden propicio, entró en ese estado de trance que le sale cada vez mejor y con más soltura, y proyectó su cuerpo astral hasta las extensas planicies espirituales conocidas como meseta de Leng, un terrible lugar a medio camino entre Aggartha y el erial desolado que es el reflejo en el mundo espiritual del desierto de Gobi.

El viejo Coyote, experto en viajes dimensionales y psicodélicos, que había realizado con toda soltura excursiones turísticas al continente perdido de Mu, sabía perfectamente cual era el siguiente paso que debía dar. Adoptó aspecto de peregrino, y con gesto devoto se acercó a la taberna o lugar de reunión de una pequeña aldea de aspecto sórdido y miserable, cercana a donde había aparecido. Allí los hombres bebían té, fumaban en largas pipas y mascaban una substancia roja de mal aspecto, que escupían entre dientes de vez en cuando.

El Coyote solicitó los servicios de algún guía al que pudiera pagar un estipendio, para que lo orientase y acompañase hasta las inmediaciones del sagrado monasterio, desde donde continuaría solo el resto del camino.

La perdida Aggartha
Los hombres, taciturnos, apenas le miraron de soslayo. Alguno hizo algún comentario despectivo, con intención de espantarlo. Él, sin embargo, no se conmovió, porque sabía que tendría que ser insistente con los sherpas, para que lo tomasen en serio. Además, con las noticias que recorrían el mundo como reguero de pólvora, acerca del estado de cosas en Aggartha, pocos tenían ganas de acercarse hasta allí; en aquellos momentos era, cuando menos, peligroso.

Alrededor de Aggartha, se decía, se había acumulado una enorme cantidad de energía negativa, y vagaban por allí espíritus demoníacos, y numerosas sombras, todas entidades traicioneras.

El viejo Coyote, pacientemente, esperaba a que algún guía terminase ofreciendo sus servicios. Nadie parecía moverse, hasta que abriendo de un portazo la entrada, un nativo de aspecto curtido apareció por la puerta, siendo calurosamente recibido por la concurrencia. Coyote apenas entiende la jerga, de manera que se quedó un poco al margen, hasta que el recién llegado se lo quedó mirando unos instantes. Preguntó algo en su idioma a los presentes, señalándole con curiosidad. Los demás le contestaron con una explicación apresurada.

Aquel hombre se puso ante el viejo Coyote, con una excéntrica sonrisa, y mantuvo su mirada fija en él durante un buen rato, como si estuviese poniéndolo a prueba.

El Sherpa
"Amigo," le dijo al viejo Coyote "acabas de contratar los servicios de Kunjo Chumbe, el mejor sherpa de las inmediaciones del monte Kailas, y el primer cazador de yetis de todo el Nepal."

Del barón Ungern, de momento, no ha contado nada; pero conociendo la incapacidad del viejo Coyote para mantenerse centrado durante demasiado tiempo, no nos extraña que empiece a divagar sobre las costumbres de los habitantes de Nepal, y los extraños rituales tantra de la zona; hasta que al fin olvida el tema central de la conversación, y termina bajando el tono de voz poco a poco, quedándose callado, y dejándonos con la intriga.

Aquí concluye la primera parte.





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