miércoles, 14 de diciembre de 2011

La Toma de Eilean Donan (segunda parte)

Fue el cardenal Giulio Alberoni hombre de exquisitos placeres y gustos extravagantes, de vivo ingenio y astucia acerada. De lo primero se tiene constancia por las sonadas cenas y festejos que celebraba el clérigo en su suntuosa mansión de la Villa y Corte, por lo refinado de sus platos, y por la elección de éstos; de lo segundo, era ejemplo señero la ampliamente conocida anécdota de cómo terminó de secretario personal del duque de Vêndome; siendo éste sólo el primer cargo de importancia que obtuvo gracias a su astucia e ingenio y que, corriendo el tiempo, le llevarían a convertirse en hombre de confianza del inestable primer Borbón español, Felipe V.


Su Eminencia, el Cardenal Alberoni, recuerda fuertemente a un tapir con sotana

Sorprendía aún más el hecho de que Alberoni hubiese alcanzado puestos de tan alta responsabilidad, siendo como era de orígenes humildes, hijo de una numerosa familia de labriegos de Piacenza; y sólo después de muchos esfuerzos, ejerciendo primero de campanero en una parroquia de su pueblo, para poder aportar algo al sustento familiar, fue ordenado sacerdote, y gracias a su ascendencia sobre el obispo Barni consiguió ser nombrado canónigo de la catedral de Piacenza. Aunque se pensase que aquél era un puesto de suficiente nombradía y acomodamiento, el afable abate aún no estaba satisfecho, de modo que fue tomado como preceptor del "sobrino" del obispo Barni, y finalmente enviado a Roma como acompañante del muchacho. Poco tiempo necesitó el astuto sacerdote, para aprender los gajes y las intrigas que terciaban en la Capital del Mundo, en los salones de los poderosos.

De esta forma, le pilló en Roma la guerra que se entabló en Europa por decidir qué familia real colocaba en el puesto vacante de España a uno de sus miembros, toda vez que el último rey de los Austrias españoles, Carlos II llamado el Hechizado había muerto sin dejar descendencia; el partido francés, con el Rey Sol a la cabeza, pretendía colocar al nieto de éste, que reinaría como el futuro Felipe V, bajo el argumento de que en su ascendencia podía encontrarse al Austria, que lucía como su tío-abuelo; de modo que, por enrevesados motivos estratégicos, el avinagrado duque de Vêndome acabó instalándose con las tropas francesas en el norte de Italia, con el cargo de comandante general. Tanto Francia como Austria y España han tenido durante siglos al norte de Italia como campo de enfrentamiento, y numerosas campañas se han sucedido en aquella tierra.


Pues bien, el duque de Parma, que lo era también de la Piacenza natal de Alberoni, había encomendado al arzobispo de Borgo san Donnino - actual Fidenza -, don Alessandro Roncoveri (o Rommovieri), como mediador frente al comandante francés, y a su vez Alberoni lo acompañó en calidad de intérprete, conocedor del idioma francés; como quiera que el duque de Vêndome no fue persona de carácter fácil, la relación con el arzobispo a fuerza tampoco hubo de serlo.

Atención: Anécdota escatológica a continuación

De Luis José de Borbón-Vêndome cuenta la historia que los sinsabores de su existencia (hijo bastardo del rey, huérfano a los quince años, obligado a casarse con una aristócrata con fama de poco o nada agraciada, etc...) le fueron agriando el carácter; así, el encontronazo con el arzobispo de Borgo san Donnino vino dado porque, en la época en que ocupaba el norte de Italia con sus tropas, se veía aquejado de unas incómodas hemorroides agravadas por un pertinaz estreñimiento, que le provocaban horribles dolores cada vez que intentaba aligerar el vientre. Pasando uno de esos trances fue como recibió el mariscal al arzobispo y a Alberoni (que lo de hacer las necesidades en privado es costumbre relativamente moderna), y de hecho, mientras el arzobispo, por mediación de Alberoni, relataba sus peticiones, el malogrado duque de Vêndome concentrado en acometer antedichos esfuerzos, en vano, se alzó de su sillica, y mostrándole las posaderas, según dicen, exclamó algo así como:

"¡Estos son los problemas que me preocupan en este momento!"

Ofendido ante tal actitud, el arzobispo se marchó de allí, decidido a no volver a tratar con tan grosero francés. Sin embargo, siendo de todo punto importante tratar aquellos asuntos, Alberoni, sin arredrarse ni un apice ante tal postal, se limitó a musitar algo parecido a esto:

"Oh, che culo d´angelo!"

Y antes de permitir que el duque de Vêndome reaccionase ante aquel comentario, el orondo abate se dedicó a darle consejos gastronómicos con los que mejorar sus afecciones, e incluso él mismo se ocupó de encargar y dirigir la preparación de algunas de esas recetas en las cocinas; pues parece que siendo de origen humilde, a nuestro Alberoni no se le caían los anillos por subirse las mangas de la sotana y enfrascarse en labores culinarias.

Final de la Anécdota escatológica


De hecho, la desenvoltura de Alberoni admiró tanto al de Vêndome que, poco después, lo tomó como su secretario personal, y lo llevó consigo en primer lugar a Francia, y posteriormente, a España, donde fue enviado, para dirigir a las tropas fieles a Felipe V, donde la Guerra de Sucesión daba ya las últimas boqueadas. Finalmente, habiendo sido nombrado comandante en jefe del ejército español y virrey de Cataluña, dio su vida en la localidad de Vinaròs, según se cuenta tradicionalmente, a causa de un empacho de langostinos y marisco. Nada nuevo, como se ve, esto de que los poderosos perezcan por hartazgo.

En todo caso, el abate Alberoni no se vio huérfano de protector por mucho tiempo, pues al rey Felipe V de Borbón y su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya, les cayó en gracia con su desparpajo. En esto ayudó no poco una renombrada cortesana, Marie-Anne de la Tremouille, conocida como la Princesa de los Ursinos (porque había sido viuda de un miembro de la casa nobiliaria italiana de los Orsini), la cual había logrado la más alta ascendecia sobre Sus Majestades.

Esta intrigante cortesana tenía atada la voluntad del rey, dadas las afecciones mentales que lo aquejaron toda su vida, y aún la de la reina, puesto que María Luisa de Saboya apenas era una adolescente quinceañera. Así que por intercesión de la autoproclamada Princesa de los Ursinos - que ni era un título nobiliario real ni nada - el futuro cardenal Alberoni fue admitido en la Corte, en primer lugar como embajador de Parma y, conforme su influencia aumentaba sobre los reyes, ascendiendo en su carrera de forma meteórica.