La pequeña isla de Eilean Donan se encuentra en el centro del loch Duich, en la parte más occidental de las Highlands escocesas; en ella se enclava un imponente castillo construido alrededor del siglo XIII, según se cuenta y/o se sabe, sobre unos antiguos asentamientos célticos, y posteriormente sobre los restos de una iglesia del siglo VII, la iglesia del santo Donnan de Eig, de quien toma nombre la isla – que es lo que significa Eilean Donan en gaélico escocés: “la isla de Donnan”. Actualmente la propiedad del castillo la ostenta el Clan Macrae, aunque ha pasado por manos del Clan Mackenzie de Kintail, y de algún otro clan.
Algunos de estos lagos o lochs de tierras escocesas son más cercanos a las rías gallegas o a los fiordos noruegos, puesto que disponen de una salida al mar; de hecho, la posición del castillo Eilean Donan se convierte en una posición privilegiada, en cuanto a defensa frente a un posible asalto por mar, sin contar con su situación fronteriza. No en vano, ésta parece ser la causa de su construcción: primera línea de defensa ante asaltos de piratas normandos, vikingos, etc. De hecho, irónicamente, la causa de su construcción, defensa frente al mar, significó igualmente el motivo de su destrucción, en el siglo XVIII (el castillo actual es una reconstrucción parcial del siglo pasado).
La así llamada Guerra de Sucesión por el trono de España, toda vez que el último de los Austrias españoles, Carlos II el Hechizado, murió en el año 1700 sin dejar descendencia, movilizó a numerosas naciones de toda Europa a favor de un bando, el francés del Rey Sol, Luís XIV (que temía un aislamiento de Francia, en caso de tomar el trono un Habsburgo alemán), o del otro – una alianza austriaco-británica –, que temía el poder conjunto que alcanzarían Francia y España, de colocar en el trono de esta última a un pariente del rey francés. Esta guerra culminó con el Tratado de Utrech (años 1712-13; aunque no en todas partes tardaron lo mismo en aceptar al nuevo rey; véase por ejemplo Cataluña, que se resistió hasta 1714, y sólo cedió a base de cañonazos y masacre inmisericorde), que permitía ocupar el trono de España a Felipe V, primer Borbón que ha reinado en tierras ibéricas, a la sazón, nieto del Rey Sol; a su vez, España perdía el control de Gibraltar y Menorca, entre otras tierras, cedidas a la Corona inglesa (que las habían ocupado durante la guerra); el control de los Países Bajos españoles pasaba a manos del monarca austriaco, así como la práctica totalidad de las tierras italianas que habían permanecido como propiedad de la Corona española desde la época de Fernando el Católico (si bien el reino de Nápoles-Sicilia terminó en manos de Carlos de Borbón, que años más tarde reinaría como Tercero en España – sin contar que heredó por su madre el título de duque de Parma y Piacenza).
Carlos II el Hechizado, último monarca de los Habsburgo españoles,
y Felipe V el Animoso, primero de la casa Borbón;
a la sazón, tío-abuelo y sobrino-nieto, respectivamente.
y Felipe V el Animoso, primero de la casa Borbón;
a la sazón, tío-abuelo y sobrino-nieto, respectivamente.
Otra de las consecuencias del Tratado de Utrech fue la concesión del “asiento de esclavos” a Inglaterra (en concreto, a la South Sea Company), concesión que tenía la duración de treinta años; aunque, bien es cierto que el propio Felipe V de Borbón recibiría el 25% de los beneficios del tráfico anual de 144.000 esclavos entre África y la América hispana, por parte de esta compañía inglesa.
(no es baladí hacer un breve inciso, para señalar que numerosos nostálgicos patrioteros de miras estrechas han visto la firma del Tratado de Utrech como el principio del fin del Gran Imperio Español, pues en virtud de este tratado, como se ha visto parcialmente, el reino de España perdió la práctica totalidad de sus posesiones europeas transpirenáicas, quedando pues confinado éste a la parte peninsular y a sus colonias de Ultramar - hay que recordar, sin embargo, que en su gran mayoría, por no decir totalidad, las "propiedades" europeas, de una u otra forma, llegaron a formar parte de ese Imperio en virtud de herencias y enlaces dinásticos, y no por la ya apolillada idea de la cerril voluntad del fiero guerrero ibérico lejos de su casa, luchando contra viento y marea, armado sólamente con su coraje, su fuerza física y su fidelidad a Dios y al Rey (no necesariamente en ese orden); para mantener esas tierras bajo el yugo de la Corona sí que usaron y abusaron de la capacidad de aguante de sus ejércitos... para ser francos - o para no serlos, si siguen la idea - ese concepto de Imperio Español alcanzó y mantuvo su máxima extensión apenas durante las relativamente cortas vidas de Felipe II de Austria, Felipe III y Felipe IV, apenas tres generaciones; el resto no ha sido más que nostalgia)
En cualquier caso, en la propia isla británica no andaban cortos de disputas sucesorias; desde poco tiempo atrás (desde la llamada Revolución Gloriosa, en el ochenta y pico), las islas eran gobernadas por la dinastía Orange, que rechazaba las pretensiones del "viejo pretendiente", de la Casa Estuardo; exiliado en su propia corte en Francia, el que había reinado como James II de Inglaterra y VII de Escocia removió todos los contactos que le fueron posibles, buscando ser restituido al que pensaba era su legítimo trono. Cosa que, por cierto, nunca ocurriría, y de hecho, su hijo mantuvo sus pretensiones, y continuó su labor promoviendo su derecho al trono. De esta forma, numerosos aventureros, así como segundones ávidos de gloria y reconocimiento, se unieron a la causa, y durante esos convulsos años viajaron por toda Europa, intrigando y tratando de conseguir el apoyo de las casas reinantes europeas.
Para Felipe V de España, que según dice era meapilas hasta el hartazgo, el hecho de que los pretendientes Estuardo fuesen de confesión católica se convertía en motivo más que suficiente para apoyar las pretensiones de Jacobo (que es lo mismo que decir James, y si me apuran que Santiago y que Jacques); no obstante, y dado su temperamento cambiante y melancólico, por no mencionar términos patológicos, sólo cedería su apoyo gracias al concurso de su eminencia Julio Alberoni, que ostentaba gran ascendencia sobre su Católica Majestad.
(continúa en la próxima entrega...)
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