"... No es imposible, padre Almeida, que un día de éstos tenga usted que acudir, en coche cerrado y escoltado, para responder a las preguntas que este Santo Tribunal quiera hacerle acerca de la ortodoxia y de su doctrina particular..."
Crónica del Rey Pasmado, Gonzalo Torrente Ballester
Crónica del Rey Pasmado, Gonzalo Torrente Ballester
Preludio a Modo de Disculpa
Aunque más bien sería para sí mismo, pues nuestro viejo Coyote nunca ha sentido la necesidad de dar explicaciones, antes es más proclive a ser él mismo quien busque explicaciones alternativas, e incluso capaz de quedarse con aquella que más le convenga - que no necesariamente ha de ser la explicación más simple (el Coyote y el frater William of Okham: una relación nunca suficientemente aclarada); pero dado que, hoy más que nunca, nuestro viejo y cansado cánido, heraldo del Caos - siempre que se lo piden amablemente, eso sí -, se encuentra en una situación que está totalmente en las antípodas de lo que suele llamarse "el ojo del huracán", es decir, en el mismísimo y congelado centro del Orden, es totalmente comprensible que le esté costando más trabajo de lo habitual centrarse en una única cuestión: la Tejedora lo tiene enmarañado en ese estático no-lugar. Aunque nuestro viejo Coyote siempre ha reconocido cierta poesía en hallar armonía en el caos, y viceversa, al menos en el marasmo de la realidad siempre cambiante y multívoca puede darse con el germen y la condición de posibilidad para el surgimiento de la vida; no ocurre así, como comprueba el Coyote, en el caso contrario.
El Loco y el Pirata
1. El Loco
Año de 1689: La mañana del 10 de julio se celebró un auto de fe en privado, en el castillo que la Inquisición tenía en Triana. En él se procesaba a un fraile conocido como fray Pedro de San José, del convento extramuros de San Diego - actual prado de San Sebastian. La acusación que se le hacía, y por la que había terminado en las mazmorras inquisitoriales, era la de ser seguidor de Miguel de Molinos, heresiarca ibérico casi olvidado, impulsor del llamado quietismo. En esta tendencia mística que era el quietismo, según nos comenta el Coyote, pueden hallarse ciertas similitudes con el budismo zen, y que nos perdonen los sutiles.
Por encima de las concepciones heréticas, ideas heterodoxas y alteración del ritual canónico, fue, sin embargo, un detalle en la acusación de fray Pedro, el que más peso debió tener (al menos de forma inconsciente) para sus jueces: No fue otro que las supuestas "relaciones pecaminosas" que perpetraba con algunas de las mujeres a las que daba confesión, y a las que él mismo incitaba, asegurándoles que aquello era una forma de amor a Dios, que en absoluto era pecaminoso, y que por lo tanto no se veia necesario realizar el sacramento de la confesión.
Cuánto debía revolvérseles la bilis por dentro, a aquellos arribistas oficiales del Santo Oficio, al sonsacar al acusado, de entre todos, los detalles más explícitos de aquellos actos carnales, supuestamente ilícitos, víctimas de la envidia y de un resentimiento producto de un forzado voto de castidad - cuál no sería el grado de detalle que exigirían en el interrogatorio aquellos doctos y rectos adalides de la moralidad cristiana, que el mismo editor de la obra prefirió suprimir cierto párrafo, pues según cuenta en una nota al pie, la "moral pública se resentiría de estos detalles vergonzosos".
Curiosamente, al viejo Coyote, lo que más llamó la atención de este desgraciado y disoluto fraile no fueron sus escarceos con las feligresas - completamente comprensible, por otro lado -; antes bien, el resto de acusaciones, que más que un breviario de "ideología alternativa" (léase herética), pareciese una suma de dislates propios de alguien aquejado por un cuadro de esquizofrenia con tendencias paranoides.
De entre otras lindezas, se acusa a fray Pedro de las siguientes, confesadas por él mismo:
Aunque más bien sería para sí mismo, pues nuestro viejo Coyote nunca ha sentido la necesidad de dar explicaciones, antes es más proclive a ser él mismo quien busque explicaciones alternativas, e incluso capaz de quedarse con aquella que más le convenga - que no necesariamente ha de ser la explicación más simple (el Coyote y el frater William of Okham: una relación nunca suficientemente aclarada); pero dado que, hoy más que nunca, nuestro viejo y cansado cánido, heraldo del Caos - siempre que se lo piden amablemente, eso sí -, se encuentra en una situación que está totalmente en las antípodas de lo que suele llamarse "el ojo del huracán", es decir, en el mismísimo y congelado centro del Orden, es totalmente comprensible que le esté costando más trabajo de lo habitual centrarse en una única cuestión: la Tejedora lo tiene enmarañado en ese estático no-lugar. Aunque nuestro viejo Coyote siempre ha reconocido cierta poesía en hallar armonía en el caos, y viceversa, al menos en el marasmo de la realidad siempre cambiante y multívoca puede darse con el germen y la condición de posibilidad para el surgimiento de la vida; no ocurre así, como comprueba el Coyote, en el caso contrario.
El Loco y el Pirata
1. El Loco
Año de 1689: La mañana del 10 de julio se celebró un auto de fe en privado, en el castillo que la Inquisición tenía en Triana. En él se procesaba a un fraile conocido como fray Pedro de San José, del convento extramuros de San Diego - actual prado de San Sebastian. La acusación que se le hacía, y por la que había terminado en las mazmorras inquisitoriales, era la de ser seguidor de Miguel de Molinos, heresiarca ibérico casi olvidado, impulsor del llamado quietismo. En esta tendencia mística que era el quietismo, según nos comenta el Coyote, pueden hallarse ciertas similitudes con el budismo zen, y que nos perdonen los sutiles.
Por encima de las concepciones heréticas, ideas heterodoxas y alteración del ritual canónico, fue, sin embargo, un detalle en la acusación de fray Pedro, el que más peso debió tener (al menos de forma inconsciente) para sus jueces: No fue otro que las supuestas "relaciones pecaminosas" que perpetraba con algunas de las mujeres a las que daba confesión, y a las que él mismo incitaba, asegurándoles que aquello era una forma de amor a Dios, que en absoluto era pecaminoso, y que por lo tanto no se veia necesario realizar el sacramento de la confesión.
Cuánto debía revolvérseles la bilis por dentro, a aquellos arribistas oficiales del Santo Oficio, al sonsacar al acusado, de entre todos, los detalles más explícitos de aquellos actos carnales, supuestamente ilícitos, víctimas de la envidia y de un resentimiento producto de un forzado voto de castidad - cuál no sería el grado de detalle que exigirían en el interrogatorio aquellos doctos y rectos adalides de la moralidad cristiana, que el mismo editor de la obra prefirió suprimir cierto párrafo, pues según cuenta en una nota al pie, la "moral pública se resentiría de estos detalles vergonzosos".
Curiosamente, al viejo Coyote, lo que más llamó la atención de este desgraciado y disoluto fraile no fueron sus escarceos con las feligresas - completamente comprensible, por otro lado -; antes bien, el resto de acusaciones, que más que un breviario de "ideología alternativa" (léase herética), pareciese una suma de dislates propios de alguien aquejado por un cuadro de esquizofrenia con tendencias paranoides.
De entre otras lindezas, se acusa a fray Pedro de las siguientes, confesadas por él mismo:
- Fue acusado de haberse hecho Profeta , asegurando que Dios le había concedido tal don y advirtiéndole que el fin del mundo estaba próximo - para variar, todos los días son el fin del mundo -, y que como señales de estas cosas podían señalarse el eclipse del año anterior, así como el seísmo del día de San Dionisio (1680).
- Igualmente, se le acusó de afirmar que Dios también le había prometido el trono de Roma, en premio por su humildad- virtud ésta, por cierto, que en la vida real en absoluto cuenta para acceder a la tiara papal.
- Ítem, que Dios le había revelado que habría de sufrir persecución, y que finalmente sería entregado por alguien cercano, que terminaría ahorcado cual Judas Iscariote, y que a él le habrían de "azotar en la Cruz del Campo con tanta fiereza, que por las bocas de las heridas se habían de ver las entrañas" (sic); finalmente, según las revelaciones que confesó fray José, le habrían de crucificar como a San Pedro, capite in terra verso, o sea boca abajo.
- Ítem, aseguraba el malhadado fraile que, una vez muerto, sería enterrado en la explanada de Tablada, y que al tercer día resucitaría, a fin de ser reconocido como Papa, y poder nombrar como apóstoles a sus hijas de confesión (que les había prometido en sus ratos de holganza).
- Llegaba a asegurar que le había sido revelado que en Babilonia había nacido ya el Anticristo, que en aquel momento contaba con veinte años de edad - es decir, que según eso, había nacido en 1669 aunque bien podía haber errado por tres años, y hubiese quedado todo más cerrado, narrativamente hablando; también aseveraba que el principio del fin de la cristiandad había dado comienzo con el sitio de Viena (1683), por parte del Turco, y que terminaría siendo coronado en Roma. Momento el cual que Dios aprovecharía para llevarlo, "por un modo raro y maravilloso desde Sevilla a Roma", y que una vez en Roma sería hecho cautivo durante cinco años, tiempo durante el cual la propia cristiandad estaría postrada.
- Finalmente, "que habian de ir por él de la misma manera maravillosamente siete mugeres" (sic), que lo acompañarían de nuevo a Sevilla, predicando todo el camino, donde fundaría un convento formado exclusivamente por mujeres y él - claro, puestos a imaginar, por qué no habría de ser una fantasía beneficiosa para el confesante... -; y, poco más o menos, la cosa continuaría en este tono, hasta el momento de la Conflagración Final...
Si bien es cierto que este tono apocalíptico que adoptó el tal Fray Pedro estaba ya un poco pasado de moda (por alrededor de seis siglos), no lo es menos que debió de sorprender a los oficiales de la Santa que procesaron su causa; porque, como dice el Viejo Coyote: una cosa es confesar todo lo que la "policía del pensamiento" quiera que confieses, con tal de escapar de una posible tortura y posterior relajación al brazo secular, y otra muy distinta llegar a los extremos de fantasía y disparate con que les obsequió el pobre fraile. Que, por muy oscurantista que pudiese haber sido este Santo Oficio, sus acusaciones por lo general solían ser bastante más realistas que las de otros adalides de la moral y las costumbres; sin ir más lejos, de entre los más famosos caza-brujas - o asesinos institucionalizados - siempre ha sido más fácil ir a buscarlos entre protestantes, anglicanos y otras confesiones cristianoides, ya que los inquisidores ibéricos se holgaban en acusar antes bien de judaizantes, o de herejes alumbrados, o en general a todos aquellos que se saliesen del recto camino de la Única Doctrina.
Sin embargo, y pese a que caben varias explicaciones (numerosas y contradictorias), nos ceñiremos a comentar sólamente un par de ellas, que se le han ocurrido al Coyote, durante el tiempo justo antes de que su atención se disperse en otros asuntos variopintos:
- Fray Pedro, aquejado de algún tipo de enfermedad mental, fue pergeñando toda esa sarta de dislates a lo largo de su existencia, creyéndolas tan ciertas como el reflejo de su imagen en el espejo; y sólo bajo el influjo de la tortura física relató/confesó todas aquellas creencias suyas, tan alejadas tanto de la realidad como de la doctrina católica.
- O bien, quizá como fraile dado a la vida disoluta, dedicado exclusivamente a la "parte buena" de ser religioso - o sea, del comer y del beber bien, y los ocasionales roces carnales, con sus dispuestas hijas de confesión -, debió ser nuestro fray Pedro persona de textura más bien "blanda"; de modo que, puesto ante la visión de los instrumentos de tortura, o apenas acariciadas sus carnes por las tenazas del verdugo, se deshizo y confesó todo aquello de que se acostaba con sus feligresas, y su seguimiento de la doctrina de Molinos: o sea, lo que pensaba que aquellos oficiales querían escuchar; pero he aquí que el envidioso inquisidor, apretando más las tuercas del pobre reo, continuaba con su tortura, no se sabe ya si por querer sacarle más creencias erróneas, o por simple resentimiento; de modo que fray Pedro hubo de sacarse de la manga las ideas más peregrinas (quién sabe si por influjo del propio interrogatorio a que estaba siendo sometido), hasta el punto de alcanzar tal grado de fantasía que pudiera dar en pensar en la hipótesis primera: que le faltaba un cabritillo para estar como un rebaño de ídem. Quizá fuese eso lo que le libró de ser relajado al brazo secular.
Sentencia
Habiendo sido demostradas, según el Tribunal, las acusaciones, se declara a fray Pedro de "herege, hipócrita, iluso, infestado de el error de los Alumbrados y Profeta falso", y se le condena a llevar sambenito de dos aspas, pudiendo quitárselo sólamente en el momento de su absolución. Luego se le ordena llegarse hasta su convento, y que en presencia de toda la comunidad se lea el proceso y sea sometido a la así llamada "disciplina circular" (a este tipo de castigo en el mundo militar se le llamaba "carrera de baquetas" y en el escolar "pasillito", entre otros nombres, y es más humillante aún si cabe, porque son los propios correligionarios quienes se encargan de llevar a cabo dicho castigo). Igualmente se le priva de por vida de poder llevar a cabo confesiones y prédicas, y se le destierra durante diez años de Sevilla, Jerez, Villamanrique y Madrid, en un radio de hasta ocho leguas, y se le priva de libertad durante los primeros seis años, en la celda de un convento; finalmente, se señala que en todos los actos comunitarios haya de tener siempre el último lugar.
Al viejo Coyote le llamó la atención el hecho de que, en el texto mismo de la sentencia, se señala que fue juzgado benignamente. Cierto es que, tratándose de reos seglares, y por delitos menores, las penas fueron mucho más duras, inclusive la ya famosa e infame "relajación al brazo secular"; los editores, en nota al pie, señalan que posiblemente esto fuese debido a que siendo fray Pedro religioso de un convento de la propia ciudad, el mismo Tribunal buscase evitar el escándalo de un proceso público, y la consiguiente deshonra para el resto de frailes de su convento.
Concluirá en la próxima entrega
Habiendo sido demostradas, según el Tribunal, las acusaciones, se declara a fray Pedro de "herege, hipócrita, iluso, infestado de el error de los Alumbrados y Profeta falso", y se le condena a llevar sambenito de dos aspas, pudiendo quitárselo sólamente en el momento de su absolución. Luego se le ordena llegarse hasta su convento, y que en presencia de toda la comunidad se lea el proceso y sea sometido a la así llamada "disciplina circular" (a este tipo de castigo en el mundo militar se le llamaba "carrera de baquetas" y en el escolar "pasillito", entre otros nombres, y es más humillante aún si cabe, porque son los propios correligionarios quienes se encargan de llevar a cabo dicho castigo). Igualmente se le priva de por vida de poder llevar a cabo confesiones y prédicas, y se le destierra durante diez años de Sevilla, Jerez, Villamanrique y Madrid, en un radio de hasta ocho leguas, y se le priva de libertad durante los primeros seis años, en la celda de un convento; finalmente, se señala que en todos los actos comunitarios haya de tener siempre el último lugar.
Al viejo Coyote le llamó la atención el hecho de que, en el texto mismo de la sentencia, se señala que fue juzgado benignamente. Cierto es que, tratándose de reos seglares, y por delitos menores, las penas fueron mucho más duras, inclusive la ya famosa e infame "relajación al brazo secular"; los editores, en nota al pie, señalan que posiblemente esto fuese debido a que siendo fray Pedro religioso de un convento de la propia ciudad, el mismo Tribunal buscase evitar el escándalo de un proceso público, y la consiguiente deshonra para el resto de frailes de su convento.
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