miércoles, 15 de diciembre de 2010

En Tierra de Adoradores del Diablo (Segunda Parte)

3. Preludio a modo de descargo (ausencia de celebración incluida)

Que al viejo Coyote le resulta harto complicado ser capaz de mantener su atención centrada en un mismo asunto más de veinte minutos seguidos es cosa que entre la nómina de El Blues del Coyote ya teníamos de sobra asimilado; eso, unido a la ya tan llevada y traída desidia y dejadez congénita de que adolece nuestro pseudo-gurú, han ayudado, y no poco, a que este blog que suscribe resalte especialmente por su inconstancia y su periodicidad aleatoria (por no decir a-periodicidad).

Por supuesto, ya se nos ha hecho ver en no pocas ocasiones que este blog por lo que realmente resalta es por su densidad y por la extensión de sus oraciones compuestas y subordinadas. Claro está que el mismo Coyote destaca precisamente por su tendencia no al circunloquio y la paráfrasis (que también) sino, sobre todo, a hablar con notas a pie de página… sin contar las ocasiones en que, simplemente, se deja llevar por aleatorios chispazos neuronales y profiere palabras y expresiones al azar que pueden llevar a más de uno a pensar que se encuentra en algún tipo de estado de trance dadaísta – ocurre, rara vez eso sí, que lo que dice coincide con el tema de conversación.

En cuanto a la multirreferencialidad temática de que adolece este blog que suscribe, esa sí que es marca de la casa y, por supuesto, irrenunciable.

Pero, como nos recuerda el Coyote entre toses bronquíticas y expresiones malsonantes, no debemos olvidar que, a pesar de todo, inconstancia inclusive, el principal motivo para la no actualización del blog que suscribe se ha debido a la pérdida irrecuperable del grueso del material escrito desde (como mínimo) hacía un par de años de su resentido PC, que le sumió en un estado semi-depresivo de inactividad total durante una temporada - cierto es que, al poco tiempo, ha vuelto a las andadas, bajo el optimista eslógan de que la pérdida de aquellos archivos no es más que "un nuevo comienzo", y luego se ha puesto a desvariar con que el cambio es la base de la existencia, y que ese principio fundamental invalida la posibilidad de cualquier conocimiento real y certero. Pero bueno, él es así, y así lo queremos, gafe tecnológico incluido.

Y aún con esas, El Blues del Coyote ha conseguido con altibajos superar la extraña barrera de los tres años: ya anda solito, tambaleándose, balbucea expresiones que ha oído por ahí, y las repite sin saber muy bien lo que significan. La parte de madurar y hacerse responsable de lo que uno va diciendo por ahí, esa aún no hemos conseguido inculcársela – más de un agorero asegura que nunca llegará ese momento, sobre todo dadas las extrañas ideas que sobre la propagación y/o manipulación de la información que nuestro buen cánido ha ido recociendo en su magín.

En todo caso, y sin mayores demoras, ofrecemos a imprenta virtual la siguiente entrega del periplo del padre Astigarribia, tozudo jesuita vasco, por tierra de adoradores del Diablo.


4. Un apunte sobre el ángel caído


Mucho y muy variado se ha podido decir sobre el Diablo: que existe, que no existe, que es un triunfo para él que creamos que no existe, que representa el orgullo y la vanidad, que representa el deseo de libertad y ruptura frente a encorsetados y represores sistemas morales, que es un rebelde frente a la autoridad suprema (al modo de un proto-anarquista), que inventó el capitalismo, que orquesta una conspiración a nivel mundial para corromper a las masas, etc. Que alguna, una, o ninguna de las anteriores afirmaciones sea cierta no impide que el origen de su leyenda sea tan prosaico como una simple interpretación de ciertos fenómenos celestes observables a la vista.

Supuesto retrato de Lucifer,
por Miguel Ángel Buonarroti,
en el fresco del Juicio Final,
Capilla Sixitina

Aseguraba el bueno de Robert Graves (sí, la Diosa lo acoja en sus senos) que el origen de la leyenda hebrea de la caída de Lucifer viene determinado por la relación entre éste y el planeta conocido como Venus.

Conocido en Isaias (versión Vulgata de San Jerónimo) como Lucifer, Estrella del Alba (o también Portador de Luz), y como Helel ben Sahar en los targum y demás polvorientos escritos rabínicos (este Sahar de quien es supuestamente hijo no significa otra cosa que "Aurora"); cuenta el mito que siendo entre todos los arcángeles de Dios el más perfecto de ellos, fue atacado por el orgullo y la envidia, y quiso imitar a su Señor, e instalarse en su Trono, para que los coros angélicos cantasen su gloria y demás; y de ahí que provocase su caída, debida en primer término al pecado de orgullo, según han querido interpretar sacerdotes, rabinos y teólogos a lo largo de la historia.

No debe resultar difícil, por tanto, interpretar el mito de la caída de Lucifer a la luz del diario movimiento de las esferas: al amanecer la estrella/planeta Venus es la última en ponerse, frente a la imparable salida del sol, astro rey. Que luego haya querido verse en esto un símbolo de la rebelión luciferina, motivada o no por el orgullo, ha sido cosa, como decimos, de sacerdotes y rabinos con tendencia a asimilar cualquier fenómeno real a su monotemática y monoteísta visión del mundo.

Por supuesto, y como adelantamos en la anterior entrega, la versión más difundida de la imagen cultural del ángel caído que se ha ido gestando con el paso de los siglos proviene no directamente de las Sagradas Escrituras, antes bien, de la mano un poeta ciego y además heterodoxo.

Hemos hablado de orgullo y vanidad, al mencionar los motivos de la caída de Lucifer (ya se sabe, "me alzaré entre las estrellas y ocuparé el Trono de Dios, en el Monte Safón", etcétera...); no obstante, hay otras versiones que difieren en los motivos. Así, también se incluye la envidia, en la versión donde Lucifer es expulsado de la Presencia, por su negativa a arrodillarse y rendir homenaje a Adam, argumentando que cómo ellos, al ser emanación directa de Dios y por tanto perfectos e inmateriales, debían humillarse frente a semejante criatura imperfecta. Y aún en una de las múltiples versiones gnósticas encontramos que Lucifer mismo se identifica con el Demiurgo, creador del mundo material, instigado por la siempre insaciable y curiosa Pistis Sophía (contraparte femenina de Dios) - de ahí que Lucifer haya dado en calificarse de "Príncipe de este Mundo", aunque bien es cierto que en las versiones más simples esto viene dado del permiso que Dios había dado al líder de diablos, demonios y ángeles caídos para poner a prueba la virtud de los hombres, como estandarte de las fuerzas del mal en la tierra y causante de la caída en desgracia de los pecadores. Por supuesto, él no sería la causa del mal, sino el desencadenante de los males que el hombre ha ido ingeniando a lo largo de la historia. El padre de la Iglesia San Agustín de Hipona definía el mal como la ausencia del Bien Absoluto, que es Dios; y dado que a Lucifer y su cohorte de tentadores se les ha dado el permiso de campar a su antojo por la Creación, mientras que el acceso a Su Presencia les ha sido vedado, no es de extrañar que se haya querido ver a los líderes del mundo como directos empleados del Adversario.

Ahora bien, entre el pueblo yezidi (conocidos como los adoradores del Diablo por las religiones del Libro), la versión de la caída de Lucifer difiere totalmente de cualquier otra, entre otras cosas porque consideran al Ángel Caído no como expulsado sino antes bien, enviado por un dios distante y alejado de las vicisitudes temporales del mundo material.

En ésta versión, cuando Dios ordenó a sus coros angélicos arrodillarse frente a Adam, Lucifer - conocido como Tawuse Melek o Melek Taus, el ángel del Pavo Real – se negó a hacerlo, pero no por orgullo, no por sentirse superior e infinitamente más perfecto que el hombre, sino por amor a su Creador, quien les había dicho que nunca se arrodillasen ante quien no fuese Él.

Por tanto aquello de que todos los ángeles debían rendir homenaje al primer hombre, no era más que una prueba puesta por Dios a sus subalternos, de la cual sólo salió airoso Melek Taus.

Concluirá en la próxima entrega

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