martes, 5 de octubre de 2010

En Tierra de Adoradores del Diablo (Primera Parte)

1. Notas dispersas sobre la saga familiar de Astigarribia

El origen del linaje Astigarribia habría que señalarlo en la Torre homónima, en la provincia de Guipuzkoa; con su compacto aire de señorial fortaleza, la torre resiste calmosa los embates del tiempo, en el recodo de uno de los meandros del río Deva, a unos escasos cinco kilómetros de su desembocadura. Actualmente, Astigarribia pasa por ser uno de los barrios más alejados del municipio de Mutriku. Las poblaciones del valle del bajo Deva limitan, a un lado, por la costa del embravecido Cantábrico y, por otro, con el macizo del Arno, imponentes y verdes montes, poblados de manzanos, hayedos y robledales, que apenas dejan pasar la luz solar a su través, y de suelo cubierto de espesos helechales.
Vista de Astigarribia

La zona, a lo que parece, ha sido habitada desde tiempos inmemoriales, y pueden avistarse algunos monumentos megalíticos, en los bosques del triángulo formado por Astigarribia-Mutriku-Deva, así como algunas cuevas de paredes interiores cubiertas parcialmente por pinturas rupestres (así por ejemplo, la llamada Casa de los Gentiles o Jentiletxea, cerca de Mutriku, o en Astigarribia mismo, las de Langatxo e Iruroin); no falta, por supuesto, la tradición popular que asegura que en los altos cerros donde se encuentran algunas de esas piedras paganas, se reunía el akelarre local, en la noche de San Juan, en la de Difuntos y en otras fechas señaladas, para realizar sus siniestros sabbats y sus advocaciones a la Madre Mari, Dama de Anboto.


Detalle del onírico bosque
que rodea el Arno


Ese aire mágico y casi onírico que invade todo el valle, ha infundido en la peculiar línea de sangre Astigarribia de una especial ansia por la aventura, que parece haberse repetido cíclicamente, a lo largo de las generaciones. Y se verá que, en más de una ocasión, esa pasión emprendedora les ha llevado a la perdición.

De esta forma, de entre una larga lista, podemos citar el notable caso de
Juan de Astigarribia, quien en 1537 se hizo a la mar, en camino a las Indias, en la Marañona, nave que naufragó y se hundió por una terrible tormenta, a la vista del puerto de Santa María del Buen Aire (antigua Buenos Aires); de este Juan, a lo que parece, derivan los numerosos argentinos de apellido Estigarribia, que han poblado aquella nación. O de ese otro Rodrigo de Astigarribia-Aguirre, quien en el siglo XVI junto a su paisano el almirante Domingo de Irure se enfrentaron al temible corsario Francis Drake, en el estrecho de Magallanes.
Tomás de Zumalacarregui y Francis Drake,
de la serie "gerifaltes de la historia"

Y, por supuesto, cómo olvidarse de citar los innumerables vástagos que la saga Astigarribia ha entregado en las numerosas guerras civiles y de las otras que han devastado el país: así la guerra de Independencia, en la cual sobresalieron especialmente los hermanos Iñigo y Shanti Astigarribia, aunque terminada la contienda no fueron capaces de abandonar aquella vida de guerrillas, y terminaron echándose al monte como bandoleros y contrabandistas; el menor, Shanti, añorando una vida de acción, se acabó alistando de nuevo, esta vez en la facción carlista, bajo mando del implacable general Tomás de Zumalacarregui; mientras que el mayor partió a las Américas, y sólo volvió años más tarde, como un enriquecido indiano, para descubrir que su querido hermano había caído en la batalla de Mendaza. Íñigo, sintiéndose en gran parte culpable de la pérdida de Shanti, pasó sus últimos años abandonado a la melancolía, en el viejo caserío de Astigarribetxe.

No podemos, por último, pasar sin mencionar la trepidante vida de Ander Astigarribia; quien, arrebatado de ira por las injusticias sociales que observaba cometían sin pesar burgueses, terratenientes e industriales de su tierra (y de todas aquellas por las que había pasado), decidió unirse a la CNT en el malhadado año de 1936; forma parte desde el principio de un contingente de guerrilleros que operan más allá de las líneas enemigas (grupo conocido como "los desalmados"); al poco, siendo único superviviente, se une a la
columna Durruti a tiempo para participar en la batalla del Ebro, y posteriormente en la de Belchite, también hay quien menciona su participación en la batalla del Jarama, punto que no está del todo claro; al final de la contienda, se reune con exiliados del bando republicano en el norte de África, donde se comienza a planear una reconquista del país de manos de sublevados y fascistas. Sin embargo, con el estallido de la 2ª Guerra Mundial y la ocupación de Francia por parte del ejército alemán, es convencido junto con numerosos milicianos españoles a unirse al ejército francés, en las Corps Franc d´Afrique, siguiendo el llamado del general De Gaulle por la liberación del país galo. Entran en combate contra las Afrika Corps, sobre todo en territorio tunecino, y finalmente, formando parte de la división blindada Leclerc (conocida popularmente como "la nueve") dan el salto a Europa, y el 24 de agosto de 1945 son los carros blindados de la nueve lo primeros en entrar en París, siendo en gran parte artífices de su liberación. Su pista, sin embargo, se pierde en los años de la posguerra, para convertirse en fuente de rumores en numerosas ocasiones contradictorios. Algunos afirmaron que pasó clandestinamente la frontera del país, para luchar contra el fascismo junto con otros maquis. La prensa franquista declaró que había sido detenido por una pareja de guardia civiles, y que en el intento de huída fue tiroteado. Aún así, llegaron noticias de que había muerto de sífilis en una sucia pensión de Ámsterdam; que había estado de alguna manera involucrado en la revolución cubana, y en varios levantamientos en Sudamérica. Pero las más siniestras crónicas lo señalan como instigador en la formación de grupos independentistas radicales en el País Vasco, refugiado en San Juan de Luz, como enlace con grupos comunistas radicales franceses, y que pasaba en ocasiones la frontera para realizar actos de vendetta sobre la guardia civil y la policía franquista. Ninguno de los anteriores puntos están confirmados, y no pasan de ser, como se dice, rumores, pues desde los lejanos años 50 nunca ha vuelto a tenerse información fiable sobre su paradero o su destino.


2. Un cura vasco en
Oriente Medio

Pero, de entre los más ínclitos miembros de la saga Astigarribia, al viejo Coyote le gustaría que destacaramos al padre José María Astigarribia-Aguirre, ordenado sacerdote en la Compañía de Jesús, y misionero por medio mundo.


Supuesto retrato del padre
José María Astigarribia-Aguirre

Se le menciona en el volúmen IV de las "Cartas edificantes y curiosas escritas de las missiones estrangeras y de Levante por algunos missioneros de la Compañía de Jesus traducidas del idioma francés por el padre Diego Davin de la misma Compañía"; aunque de éste volúmen sólo se conservan extractos apenas desgajados y frágiles, que languidecen olvidados y perdidos en el la parte posterior del altar mayor de una ignota parroquia del Pirineo oscense. Por supuesto, existe una versión completa e íntegra en un anaquel de la biblioteca de Babel, de la cual como hemos dicho, el viejo Coyote posee carnet vitalicio; y sólo ha sido gracias a eso que hemos podido rescatar fugaces pinceladas del lienzo de la vida de este personaje singular.

Su vida se despliega entre los siglos XVII y XVIII, y aunque pronto demostró evidentes dotes para la pedagogía y la enseñanza, su ardiente celo evangelizador fue reconocido por sus superiores. De esta forma, en el transcurso de pocos años consiguió que se le destinase al colegio de San Joseph, en Trípoli, al norte del Líbano, donde con esfuerzo y tesón logró aprender la lengua arábiga así como nociones de siríaco, imprescindible en aquellas tierras.

En poco tiempo sería trasladado a la escuela que se abrió en Constantinopla, en el que había sido antiguo convento de San Bernardo, donde ejercía de tutor y catequista para las minorías cristianas de la zona, de confesión maronita. Sin embargo, su afán de aventura le empujó al poco tiempo a unirse al padre Antonio María Nacchi, quien había fundado en 1728 un colegio-seminario cerca del monte Líbano, conocido como residencia de Antoura.

Pero el ímpetu del padre Astigarribia aún le apelaba a adentrarse cada vez en zonas más desconocidas por el hombre occidental, y poder así anunciar el Evangelio de Jesuchristo a las naciones bárbaras, infieles y cismáticas.


Sin embargo, el verdadero periplo del jesuita vasco comenzó en el momento en que se unió a una caravana de comerciantes de sedas y otras especies en dirección a Ispaham, con la intención de llegar hasta la capital de Persia, y realizar las indagaciones necesarias para poder establecer una misión en aquel reino milenario; desconocía el jesuita los cambios políticos y de dinastías reinantes que han azotado desde siempre a aquel reino, lo que incluía, por supuesto, la designación de una nueva capital, al gusto del nuevo califa, o khan, o el título con que se arrogase el monarca de turno. De manera que demasiado tarde, lanzado ya a los calurosos y polvorientos caminos de caravanas, tuvo conocimiento el padre Astigarribia de dichos cambios políticos, sin posibilidad de vuelta atrás. Fue durante el largo (y aparentemente inútil) viaje hasta la urbe persa
que el padre Astigarribia entró en contacto con la esquiva secta de los yezidis.

Ya le había contado un sacerdote maronita de luengas barbas que, en algunas regiones entre Turquía y Persia, vivía un pueblo que adoraba masivamente al Diablo; por supuesto, en un principio, al padre Astigarribia, le pareció una exageración oriental. Según el jesuita, cualquier pagano, indirectamente, no es más que un adorador del diablo. Su curiosidad, en embargo, se vio aumentada cuando uno de los mercaderes judíos que acompañaba la caravana confirmó las palabras del maronita, indicando que aquel pueblo, que se extendía irregularmente entre Armenia y el Iranistán, adoraban al mismísimo Ángel Caído, conocido entre los musulmanes como Shaytan, y entre los hebreos Helel ben Shahar, Samael o Estrella del Alba. Aquel que pretendió alzar su trono por encima de las estrellas de Dios, y como resultado de su hinchado orgullo, provocó su propia caída (tal y como lo narra el rapsoda ciego e isabelino)
y que, apócrifamente se conoce en occidente como Lucifer.

Continuará en la próxima entrega

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