jueves, 15 de abril de 2010

Bajo el Monte de Venus (II)

La diosa que vino de la espuma

El ingente caudal del mito olímpico, o clásico, organizado y sistematizado en mayor o menor medida por lumbreras como Hesíodo y Homero (y, posteriormente, por los trágicos griegos), puede llegar a considerarse como una nueva interpretación de los símbolos míticos arcaicos (en gran parte matriarcales), desde una perspectiva patriarcal indoeuropea; en éste (es decir, en el mito olímpico) se han perdido por tanto los significados originales de los mitos arcaicos - la discutida adoración a la Diosa madre mediterránea -, en favor de un desplazamiento del sentido de lo sagrado, que otorga el papel relevante en el drama mítico a los dioses masculinos, colocando al dios-padre Zeus como líder y regente de los dioses que habitaron el monte Olimpo, y a la diosa-madre Hera como subordinada a éste - o, como en el caso de los hebreos, eliminando cualquier presencia femenina de aquello que consideraban como lo sagrado.

Y aun habiéndose perdido, distorsionado u olvidado el sentido original de los numerosos mitos matriarcales arcaicos, muchas de sus leyendas y ritos asociados pervivieron de una u otra forma, resultando harto complicado para los sacerdotes patriarcales enterrar y hacer olvidar dichas leyendas, misterios y rituales; algunos de los mitos griegos que han llegado hasta nosotros aún conservan algunos de sus elementos originales, si bien las constantes re-escrituras a lo largo de la historia han hecho en muchos casos casi imposible desentrañar qué partes corresponden al mito original, y qué partes han sido incorporadas posteriormente, para facilitar esa transición del matriarcado al patriarcado (y, siglos después, de una sociedad heróico-aristocrática a una filosófico-democrática). No obstante, el trabajo del poeta mitógrafo Robert Graves (la Diosa lo acoja en sus senos) ha conseguido clarificar muchos de los oscuros mitos de la Grecia antigua, restituyéndoles en gran parte su sentido originario.

Se presenta, por lo tanto, llamativo el caso de Afrodita (diosa del deseo, del amor carnal, de la prostitución y la fecundidad, entre otras atribuciones). De entre los principales dioses que componen el panteón olímpico, Afrodita es la única que no es presentada como hija o hermana de Zeus, sino que - según la versión más extendida, y que sanciona Hesíodo - ella misma surgió desnuda y adulta de la espuma del mar que se formó cuando Cronos arrojó allí los cercenados órganos genitales de su padre, Urano. Según podemos interpretar, Afrodita representa, entonces, una reminiscencia de la diosa de amplio culto por el mediterráneo y oriente medio, que surgió del Caos y bailó sobre el mar, para dar lugar a la Creación (aunque la versión de los misterios órficos incluye cierta interacción con Ofión, la Serpiente Primordial, lo que la hace más interesante). Es de suponer, entonces, que tratamos aquí con la ancestral diosa triple de múltiples nombre y avatares: Llamésela Innana, Ishtar, Isis, Astarté, Atanit o de muchas más formas que ahora no le asoman al Coyote a la memoria. Y ni tan siquiera siglos de predominancia religiosa masculina (bueno, religiosa y de la otra también) consiguieron borrar casi del todo el recuerdo ancestral del culto a esa diosa pre-patriarcal, de amplias prerrogativas y atribuciones.

La otra versión del nacimiento de Afrodita, menos difundida actualmente (aunque es el mismo "Homero", quien la cita), relata cómo fue engendrada por Zeus en Dione, hija de Océano y Tetis; se la ha llamado hija de Dione, entre otras cosas, porque Afrodita suele ir frecuentemente acompañada de tórtolas, palomas y gorriones, aves lascivas que anidan en el roble. Y Dione, antes de que Zeus lo tomara para su propio culto, era la diosa del oráculo de Dodona, el robledal sagrado; de modo que cuando los sacerdotes patriarcales (id est, Zeus) tomaron el oráculo y se hicieron cargo de él, Zeus pretendió arrogarse la paternidad de Afrodita.

Esta aparente contradicción entre ambos orígenes, terminó llevando a los filósofos neoplatónicos a especular que, en realidad, había dos diosas con el mismo nombre: La Afrodita Urania y la Afrodita Pandemos, que con los siglos ha dado en el tópico cristiano de la diferenciación entre amor espiritual o sagrado y amor carnal o profano. Imagen ésta que han tomado como motivo para sus obras numerosos pintores europeos.

Por supuesto, y según el viejo Coyote, Afrodita siempre tiene uno de sus pies posado en el mundo corporal y el otro en el más amplio mundo de las ideas. De ahí que se pueda acceder desde el mundo material al etéreo reino de Afrodita, del mismo modo que hizo Tannhäuser en la leyenda medieval, o antiguamente el mancebo Adonis.

Se ha señalado que el culto a Afrodita provenía originalmente de oriente medio, posiblemente de la diosa ugarítica o cananea, que representaba su papel en el ciclo vegetal anual junto con Baal o Tammuz, como el joven que era llevado al mundo de los muertos durante los meses de otoño-invierno, para ser rescatado y resucitado en primavera por la diosa, que descendía a los infiernos en busca de su jóven amante. Sus orígenes fenicios (o asirios, según apuntan otros) explican que su culto comenzara en la Grecia insular, en concreto se citan las islas de Citera, Pafos y Chipre como las primeras tierras donde fue a residir la diosa, una vez su aparición surcando las espumas del mar en una venera, así como sus primeros lugares de culto.

En el caso del mito griego, el papel del jóven amante que es muerto durante la siega de estío, para permanecer en la tierra de las sombras durante los meses invernales, es tomado por Adonis, quien debe repartir su amor durante el año entre las diosas Afrodita y Perséfone, seis meses con cada una, respectivamente. Así como en los mitos orientales Tammuz, Osiris o Baal son muertos por alguna deidad masculina (Set, o Mot, en algunos casos), igualmente Adonis lo fue por el belicoso Ares, bajo la forma de un monstruoso jabalí (y, para terminar de confirmar el origen oriental del mito, se afirma que Adonis fue asesinado en el monte Líbano). Según la interpretación de Graves - tomada de Frazer y quizá de Bachoffen -, el seguimiento del rito matriarcal original aseguraba la continuación del calendario sagrado por medio del sacrificio anual del rey sagrado, o consorte de la Diosa, y la toma de posesión de un nuevo consorte; este ritual aseguraba la fertilidad de los campos y, repetido cíclicamente, mantenía los vínculos con lo sagrado y el pacto con los dioses. Aunque, por supuesto, en esta versión ya se han desplazado los sentidos originales del mito matriarcal, y puede dar la impresión de que el viejo rey sagrado (representado por Ares, en este caso), al final de su reinado, trata de eludir su propio sacrificio, ofreciendo a Adonis en su lugar. Se verá cómo la evolución de la víctima sacrificial a lo largo de la historia antigua es la misma historia de la evolución religiosa en la antigüedad: del sacrificio humano del rey sagrado se pasa al sacrificio de un sustituto (un chivo expiatorio o pharmacos, como Adonis en este caso, pero también es el caso de Heracles, quien asesinó a los hijos que tuvo con la tebana Mégara, bajo la excusa de un arrebato de locura - que era como se justificaban los sacrificios de los infantes que sustituían al rey sagrado; así como en el caso del extenso ciclo de la dinastía micénica que culmina en la Orestiada - ejemplar en la evolución desde el matriarcado ctónico al patriarcado celeste).

Con la histórica imposición del sistema patriarcal, el papel de la diosa es relegado a un segundo plano (no pudiendo ser eliminado completamente, no obstante), al igual que el de la mujer en la sociedad indoeuropea, que pasa a ser propiedad y potestad del padre de familia. La línea sucesoria, entonces, se establece de forma patrilineal, desplazando a la mujer al ámbito privado y familiar (protectora del hogar y demás); como se ha dicho en numerosas ocasiones, para escapar de esa férrea posesividad masculina, la mujer en el mundo antiguo sólo tenía ocasión de alcanzar una relativa libertad tomando posesión de arquetipos rechazados por la sociedad: frente al triple arquetipo tradicional de la diosa como doncella-madre-anciana, al Coyote siempre le ha resultado más llamativa la triada de la diosa como prostituta-viuda-bruja, las cuales, de una u otra manera, alcanzaban cierta autonomía respecto a la propiedad que el hombre ostentaba sobre la mujer; aunque en la misma medida que ganaban cierta libertad, ello conllevaba el rechazo por parte del resto de la sociedad, pasando a engrosar el numeroso contingente de los marginados.

Como decíamos, el triunfo total del hombre en la imposición de la cultura patriarcal indoeuropea se alcanzó en el momento en que el rey sagrado consiguió por primera vez eludir su sacrificio mediante un sustituto, alargando de esta manera su reinado, y alterando las leyes sagradas de sucesión. De misma forma, el triunfo del ser humano sobre los dioses viene con el desplazamiento de la víctima humana en favor de un sacrificio simbólico (de un animal, o de algún otro tipo). Finalmente, y con la histórica implantación del cristianismo en occidente, se trastoca por completo el sentido de los mitos arcaicos, cuando ocurre que es la misma divinidad la que se sacrifica.

Pero habremos de ver las implicaciones que tiene la paulatina implantación del cristianismo - así como del pensamiento racional y/o filosófico - en la mentalidad occidental y la base de sus creencias: la muerte de los dioses.

Continuará en la próxima entrega.

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