jueves, 14 de febrero de 2008

Leviathan (pronúnciese Lwytn)


En uno de sus muchos y recurrentes sueños ancestrales, el Coyote se ha topado en más de una ocasión con una figura casi olvidada (si no es por cuatro eruditos y pedantes), nos referimos a la figura mítica del Leviatán.

El imaginario colectivo le ha dado, en sus últimas encarnaciones, la forma de un enorme cetáceo (que ya de por sí son bastante grandecitos; éste sería algo así como el hermano mayor de todas las ballenas). Al parecer, los hebreos antiguos tomaron no pocas cosas en préstamo de las creencias sumerio-babilónicas y, sobre, todo de las creencias ugarítico-canaaneas (aunque supongo que es mucho más fácil decir directamente fenicios, pero en fin). De ahí que para algunos, el Leviatán de los textos religiosos hebreos simbolizaba originalmente las aguas primordiales, esas que en el Génesis Dios separó las de arriba de las de abajo - ya se sabe, en el Caos primigenio todo es confusión, todo está mezclado e indistinto; con la separación de este Caos primigenio, se da lugar un Orden o Cosmos, donde ya saltan a la vista las distinciones y diferencias (es como el Tao que subyace a los contrapuestos Yin y Yang, bueno, más o menos).

Pero Leviatán no sólo ha tomado la forma de la ballena que se zampó a Jonás; también ha sido asimilado con un dragón o una serpiente (como su prima sumeria, Tiamat). Robert Graves, la Diosa lo acoja en sus senos, apuntaba que uno de sus títulos honoríficos era nahash bariah, traducido libremente como "serpiente huidiza". También parece que en un momento dado, Leviatán se convirtió en el monarca de todas las criaturas marinas (varios midrash dan cuenta de ello); los barbudos rabinos dieron en especular sobre su tamaño y magnitud, y para que nos hagamos una idea, parece que Leviatán se alimentaba de dragones marinos. Su aliento, como todo gran monstruo mítico que se precie, es de vapores fétidos e inmundos, que cuando los expulsa, revuelven los Océanos durante años. Llegando al punto más exagerado de esta tradición, Leviatán habita en el fondo del mar, y su enorme cuerpo tapa el acceso al Tehom, el abismo en la cosmología hebrea. Finalmente, parece que el día del Juicio Final, la carne de Leviatán servirá de alimento a los justos que se reunirán con Dios en su morada.

Hay, sin embargo, una tradición semi-olvidada que afirma que Dios tuvo que dar caza a Leviatán y que con su piel confeccionó dos camisas que regaló a Adán y Eva; estas camisas daban una fuerza enorme a quien se la pusiera y, andando el tiempo, fue heredada por el rey Nimrod, bravo cazador ante el Señor, el mismo que ordenó la construcción de la Torre de Babel. Parece que al principio había dos leviatanes, un macho y una hembra, y que Dios realmente a quien dio caza fue a la hembra, para impedir que los dos monstruos se apareasen y reprodujeran, amenazando con desestabilizar el equilibrio del mundo (por no decir, partirlo por la mitad).

Pero la figura del Leviatán no se queda ahí, ni mucho menos. Con el paso de los siglos, ya implantado el cristianismo históricamente, la gran cantidad de mitos y tradiciones hebreas se simplificaron considerablemente. Leviatán pasa a convertirse en un importante demonio, cuando no uno de los títulos del mismo Adversario. Como tal fue mencionado durante la Edad Media en numerosas listas de esas que gustaban de confeccionar los demonólogos católicos; en estas metían a cualquier dios pagano, personaje mítico o legendario que hubiese pervivido en la conciencia colectiva, exiliándolos al Infierno. No debió agradar mucho a aquellas deidades orientales ser relegadas a compartir aquel vasto espacio psíquico con los advenedizos ángeles caídos, y mucho menos tener que soportar el liderazgo del presuntuoso Lucifer (el único a quien realmente puede aplicarse la miltoniana máxima “es mejor reinar en el infierno que servir en el cielo”).

Asimilado, pues, a la figura de Satán o Satanás - aunque el término Leviatán siguió usándose para designar a las enormes ballenas que los marinos europeos iban encontrando en sus cada vez más alejadas incursiones por mar. Y aquí tenemos que fijarnos en otro de los títulos honoríficos que se le han concedido al Malo, el de Príncipe de este Mundo, cosa que le va al pelo (sobre todo para los gnósticos, que reconocían en Lucifer al Demiurgo que creó este mundo material y corruptible, instigado por el eón Sofía). El Coyote nos recuerda que existe una creencia que asocia a cada nación su propio demonio protector, o de la guarda. Así, parece que Lucifer lo fue de Roma durante un tiempo, como Asmodeo lo es de España, y Mammon de Inglaterra. Y con esto llegamos a la más alucinante imagen que se ha creado basándose en el Leviatán.

Y nos referimos a la idea de el Leviatán que creara en 1651 Thomas Hobbes en su obra homónima. Este tipo, que fue durante un tiempo secretario de sir Francis Bacon (autor éste de la utópica Nueva Atlántida), llamado el Verulamio, se dedicó entre otras cosas, a poner en pie un análisis del fenómeno político con bastante perspectiva. Más o menos la idea es esta:

En un hipotético origen del hombre, el estado natural, la situación era de “guerra de todos contra todos”; daba igual, según Hobbes, que fueses muy fuerte o muy inteligente. Eso no te garantizaba que no fueses a morir en cualquier momento. Y esta amenaza de muerte constante venía dada porque, en el estado natural, todo el mundo tiene el mismo derecho a todas las cosas. Claro, en esta situación, al no haber ningún tipo de ley que coaccione al hombre a actuar de determinadas maneras (y le impida actuar de otras), y asegure una existencia relativamente pacífica, el hombre se comporta de manera acorde a su naturaleza primordial. Que según Hobbes no es otra que esta: Homo homini lupus. En el estado natural, cada hombre es un organismo unicelular que pugna por mantenerse vivo, aun a costa de la muerte de otros hombres. Es una existencia individualista y egoísta.

Para escapar de esta amenaza de muerte constante que se da en el estado natural, el hombre pacta un contrato social. Entonces crea la sociedad, o mejor el Estado (de derecho, en este caso). El pacto social se traduce en que la totalidad de los hombres que participan en ese contrato ceden parte de sus derechos naturales (y con esto no poco de su libertad), a unos miembros concretos de la sociedad. El Poder – el gobierno – así formado por la cesión de estos derechos, crea una serie de leyes para regular la sociedad, que son garantizadas por sus fuerzas represoras. Así, está prohibido por la ley el asesinato, pero los miembros del ejército pueden hacerlo en tiempos de guerra; así, está prohibida la agresión física, pero las fuerzas policiales pueden hacer uso de sus porras y demás cuando la situación lo requiere. El hombre sometido a este Estado vigilante, opresivo y regulador, la sociedad civilizada, ha cedido parte de sus derechos naturales (a hacer lo que le viene en gana, básicamente), y ha sacrificado la libertad de usar su tiempo a su antojo, a cambio de asegurarse una existencia relativamente pacífica y larga, y a ser posible una muerte no violenta. El Estado es, entonces, un organismo pluricelular, cuyas células son los hombres que lo forman. Un enorme y gigantesco cuerpo hecho de miles de hombres, que avanza lentamente en pos del Progreso, y cuyos pasos retumban en la Historia.

El Estado es el Leviatán.

Postdata: Las dos imágenes aquí introducidas han sido vilmente saqueadas de la Red; a decir verdad, teníamos ambas imágenes en formato papel (una, en una excelente edición de los grabados de Gustav Doré, y la otra en una edición ilustrada del Leviatán). Y, claro, para qué arriesgarnos a estropear un poco los libros escaneándolos, si ya rulaban por la Web...

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien por este 'contrato'. Realmente, las únicas libertades que se nos quitan son la de ir por ahí abusando de la gente, por lo demás se puede hacer lo que a uno le de la gana... Lo cual no deja de ser justo, además. Muy amigo de Nietzsche hay que ser para añorar la total libertad, 'amos', creo yo. En el fondo, aportando una visión histórica, no ha sido más que una evolución hacia una organización en la que se pueda convivir con cierta justicia. Tiempo ha habido para el ensayo-error y muchas mentes pleclaras han considerado el asunto largo y tendido, llegando a la actual declaración de derechos humanos, junto al sistema democrático (que desde luego con el tiempo mejorará, cosa que por otra parte no es muy difícil pues aún es un tanto ortopédico).

Por cierto, un saludo al Coyote de su compi Fol. ¡Saludos!

Coyote dijo...

Nietzsche era un loco visionario, y sus palabras fueron escritas para una generación que aún no ha nacido.
En cuanto a las libertades que se nos quitan... Para que el Leviatán se mantenga en pie no sólo hace falta controlar las posibilidades violentas que todos tenemos (en potencia, al menos);el mayor logro del orden social conseguido por medio de este contrato es, sobre todo, el control del tiempo. Es algo que normalmente se olvida, el Poder represor - cuando lo hay - no sólo trata de controlar el espacio y regularlo, sino también y sobre todo el tiempo. De aquí proviene la disciplina, en el sentido que se aplica en un cuartel, un colegio o una carcel: el control total del individuo por medio de horarios y reglas de comportamiento. Esta idea ha sido ampliamente desarrollada por el bueno de Michele Foucault, uno de los discipulos no reconocidos de Nietzsche.
Cuando las leyes se convierten en costumbres (que se supone es el ideal que debe conseguir todo gobernante), los ciudadanos interiorizamos esas leyes hasta el punto de que se nos pueden llegar a hacer inconcebibles otras opciones - por supuesto, no sólo las leyes, también ayuda en esto, y mucho, la educación.
De todas formas, en cuanto al estado natural ese de total libertad, estado original del ser humano, en el fondo creo que no era más que una hipótesis de trabajo de Hobbes para poder desarrollar la teoría del "contrato social". A saber cómo éramos antes de las glaciaciones, si no más cercanos a un orangután que a un ángel, en fin.
Sin embargo, desde la Revolución Francesa, este Leviatán anda por el mundo descabezado. No digo que esto sea bueno o malo, sólo que es así.

Gracias por el comentario.

Anónimo dijo...

Pues tienes razón en lo de los horarios. Sin duda lo que peor llevo de la vida es eso precisamente. Tener que currar x días seguidos, de tal a tal hora, siempre igual semana tras semana, mes tras mes, año tras año. Los días pasan a una velocidad vertiginosa, la mayoría carentes de substancia.

Como dijo un poeta, 'lo peor llega cuando el reloj es sustituido por el calendario'. Osea, que renunciamos a lotes de días (casi siempre de trabajo) en espera de una determinada fecha (casi siempre de libranza).

Muchas veces pienso que esto del trabajar se podría organizar de otra forma menos rutinaria, más libre y creativa, más enriquecedora para el individuo. Si no en todas las ocupaciones, desde luego sí que en bastantes.

En fin, me parece que hasta que no nos toque la lotería o montemos una empresa, es lo que hay.

Un saludo!

Anónimo dijo...

¿El "Leviathan" de Hobbes es la propia humanidad? ¿O cómo va el rollo?
Espero tu repuesta, intérprete coyotil.

ANDA

Coyote, sigue dándole al peyote.

Coyote dijo...

No es que el Leviatán sea la humanidad al completo; es que el Leviatán, para existir, sólo puede ser formado por seres humanos. Cada miembro de su "cuerpo" (o Estado) es un individuo, que se encuentra supeditado al conjunto de la sociedad en la que se encuentra. De manera que podemos decir que no hay un sólo Leviatán, sino que hay tanto como sociedades haya (al menos, tal como la entendía Hobbes, en el siglo XVI).
Es una pena que en la imagen de la portada del libro que he posteado no se capte bien, pero esa figura gigante, que lleva corona real (autoridad), cetro (poder espiritual) y espada (poder terrenal), bien separados, está literalmente forrada de numerosos hombrecitos...
E interpretando el simil del Estado como cuerpo, los grupos o individuos inconformistas, anti-sistema o directamente sociópatas, pueden ser vistos como virus o bacterias ante los que reaccionan los anti-cuerpos policiales con toda la violencia y rotundidad que lo haría un glóbulo blanco. Visto así, todos esos famosillos de medio pelo que pueblan los medios de comunicación serían entonces no más que "parásitos".

No sé si me he explicado.

¡Un saludo!

Anónimo dijo...

El hombre en estado natural no es como dice Hobbes, seguro que no. Es una excusa mala para hacerte firmar un contrato precario. Comparando una manada de lobos y el estado actual de la civilización... prefiero ser una loba!
Te propongo una banda sonora para este tema, Leviathan de Yngwie Malmsteen.
Besos desde un fondo abisal.

Coyote dijo...

FOL: Ahí le has dado en el clavo; es, sobre todo, el tiempo (su falta o disponibilidad). Se trata, supongo, de llegar a la conclusión de que el tiempo no es más que una ilusión (igual que el ego, que diría Siddhartha), lo cual no es fácil.

BOVISCOPOFOBIA: Tienes toda la razón: comparar al hombre con un lobo es desemerecer al lobo. Pienso que Hobbes tenía una idea bastante pesimista del ser humano. En cualquier caso, el miedo ha sido siempre la excusa perfecta de los poderosos para subyugar a los ciudadanos...

En ocasiones, cuando el Coyote se levanta con mal pie, esos días que en se apuntaría encantado al club de "pulsa el botón", tiene la tentación de pensar a veces que el hombre (y, sobre todo, sus ciudades) es como la enfermedad de la piel de la Madre Tierra - esto lo dijo Nietzsche, jejeje. Aunque se supone que el hombre es capaz de adaptarse a cualquier medio (en armonía con la naturaleza circundante, como otras especies), las ciudades tienen el efecto contrario; la ciudad es un modelo que se autoreproduce, y conforme crece va engullendo todo lo que le rodea, exprime y esquilma la naturaleza, sin dar tiempo a ésta de recuperarse.

Pero bueno, eso es en sus días malos.

Por cierto, la ecuación Leviatán=Estado, hoy día podría quizá traducirse como Leviatán=Megacorporaciones...

¡Saludos!